Había una vez una princesa que tenía los cabellos más hermosos del mundo: parecían oro fundido y brillaban como el sol. Por eso todos llamaban a la muchacha cabellos de oro. La fama de su belleza corría por todo el mundo, y fueron mucho los príncipes que pidieron su mano, pero la muchacha rechazaba a todos, no encontrando a ninguno digno de ella.
Pero un mal día un gigante que vivía en la montaña vio a cabellos de oro y se enamoró de ella. Bajó de su cueva altísima, entró de noche en el palacio y se llevó a la muchacha. Cuando Cabellos de oro se encontró en la montaña con aquel terrible marido, lloró amargamente derramando abundantes lágrimas.
No podía huir, porque su carcelero la tenía encerrada en una torre altísima de su castillo de granito. Desde allá arriba , la pobrecilla podía hablar solo con las nubes, pero pasaban indiferentes sin detenerse en el cielo. Los pájaros no llegaban hasta allí en sus vuelos, y ningún ser humano subía esa cima elevada. No, no había ningún camino de escape. Pero allá abajo, muy al fondo, al pie de la montaña, mugía el mar. Quizá aquella inmensa extensión salada podía ayudarle. Cabellos de oro se cortó un mechón de pelo y lo tiró al mar. Las olas se llevaron muy lejos el mechón y lo dejaron en una playa , donde los palafreneros del rey llevaban todos los días a bañar los cabellos. Pero una mañana los caballos no quisieron bañarse y se retiraron asustados ¿Qué les ocurría ? Asombrado, un palafrenero miró al agua y distinguió en el fondo algo que brillaba.
¿Una estrella caída del cielo? Se echó al mar, se zambulló y volvió a flore estrechando en su mano unos hilos de oro. El hombre nunca había visto un oro tan fino y tan brillante como aquél ,y se lo llevó al rey, que se quedó deslumbrado. Entones llamó a palacio a una adivina y , enseñándole el oro, le preguntó si sabía de dónde procedía esa rareza.
-Esto no es oro, sino un mechón de pelo-respondió la adivina.
-¿Un mechón de pelo? Pero ¿quién puede tener semejante pelo, si no es una maga?
-Estos cabellos son de Cabellos de Oro, la hermosísima princesa que ha desaparecido de su reino misteriosamente. Yo ye puedo decir donde está ahora.
Se encerró en un cuarto con el mechón de pelo y pasó todo l día quemando hierbas aromáticas y haciendo conjuros. Al anochecer se presento al rey.
-Señor-le dijo-la princesa Cabellos de Oro está prisionera en la torre más alta del castillo del gigante de la montaña. El camino es largo y difícil, pero más difícil es arrebatarle la princesa al gigante. El gigante es inmortal , porque su alma no esta en su cuerpo sino que está escondida en una navaja que lleva siempre en el cinturón. Hay que arrancarle la navaja, abrir el mango y partir después la hoja.
Esa hoja es el alma, y solamente así podrá morir el gigante.
El rey, que era joven e impetuoso, decidió intentar la aventura para salvar a una princesa tan bella y que tenía una cabellera tan maravillosa. Anduvo durante siete años, solo, para ir a la montaña, sin tomarse ni una hora de descanso, gastando siete pares de zapatos por el camino y derramando lágrimas suficientes para llenar siete grandes odres. Pero por fin llegó a la cima de la montaña. Por una ventana de la torre se veía una luz tan intensa que por poco no le cegó ; era la melena de la princesa. La muchacha estaba asomada la ventana de su cárcel esperando que viniese alguien a liberarla, y cuado vio al joven caballero, le llamó.
-¡Sálvame, extranjero, sálvame!-dijo. Escóndete entre estas matas, y cuando el gigante vuelva a casa, sáltale encima y trata de cortarle con la espada el cinturón que lleva puesto; caerá una navajita. Tù agárrala y escapa con ella, y luego, cuando encuentres un escondite seguro , ábrela y rompe la hoja, que es el alma del gigante.
-Te obedeceré. Dulce princesa mía-respondió el rey, inclinándose hasta el suelo.
Se escondió de tras de una mata y espero. Al poco tiempo oyó un rugido tremendo por el aire, luego un paso pesado hizo temblar la montaña, y por fin apareció` el gigante .Rápido como el pensamiento, el joven rey le saltó encima , dándole un hábil tajo con su espada en el cinturón, que se partió en dos, dejando caer por el suelo una navaja. El rey la agarró rápidamente y echó a correr sin mirar atrás. Más allá encontró una gruta; entró y sintiéndose seguro allí dentro abrió la navajita y partió la hoja. Entonces oyó un terrible estrépito, la montaña tembló, cayendo el valle en aludes, y el príncipe fue arrollado con ella. Cuando volvió en si, estaba a la orilla del mar y a su lado lo miraba con sus bellos ojos Cabellos de oro. Del gigante, de la montaña y del castillo torreado no quedaban ni restos.
Los dos jóvenes fueron a la capital del rey, y en su palacio celebraron sus bodas con gran alegría y esplendor.
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