En su magnifico castillo, erguido a pico sobre el mar, habitaba el joven príncipe Frigildo, hábil en las  artes  y en la guerra y amado y respetado por todos. Un día  vio a la hermosa princesa Irene, hermana del rey, su señor, e inmediatamente quedó  prendado de ella.
Se dirigió  entonces a la capital, se presentó en la corte y pidió  al soberano la mano de su hermana.
El rey sintió deseos de arrojar de su palacio al  temerario vasallo que osaba tener miras tan altas; pero sus súbditos, que conocían la audacia  y e valor del joven y, por tanto le temían le aconsejaron que tuviera paciencia y que emplease con él la astucia mejor que la fuerza.
-Te daré por esposa a mi hermana, si así lo deseas- repuso entonces el rey a Frigildo-, pero antes deberás dirigirte a las islas Orcadas, y rescatar para mí los tributos que aquellos pueblos no me pagan hace algunos años, invocando pretextos absurdos.
Frigildo partió inmediatamente con algunos valerosos compañeros en su mágico navío, que tenia el don de hablar y comprender el lenguaje humano.
Cuando Frigildo hubo partido, el rey llamó a dos poderosas brujas y les ordeno que hicieran  estrellarse la nave del joven contra una roca  y que desencadenasen una  tormenta que destruyera por completo la nave y  a  sus ocupantes. Las brujas pusieron enseguida manos a la obra. En unos enormes pucheros de cobre,  echaron unas hierbas mágicas y de inmediato un intenso hedor sofocante s difundió entorno. Las brujas entonces, con sus cabellos sueltos, con los ojos flameantes y retorciéndose las manos, prorrumpieron en gritos y lanzaron palabras arcanas.
Ignorante de cuanto ocurría , el joven príncipe navegaba en tanto por el mar y había ya perdido de vista la costa, cuando densas nubes cubrieron el cielo y un viento impetuoso de tempestad empezó a soplar. En un segundo, las olas se alzaron gigantescas, como enormes montañas, y la nave quedó  envuelta en una cortina de finísima niebla. Subido al palo mayor para orientarse sobre la ruta a seguir, Frigildo vio una larguísima serpiente que rodeaba la nave en un triple anillo. A lomos del monstruo iban  sentadas son mujeres horribles que tendían sus brazos hacia el navío.
-El príncipe grito entonces:
-¡Valor mi hermoso navío, lancémonos contra las brujas!-
De un salto, la nave se lanzo sobre las dos mujeres, golpeándola con su poderosa quilla y entonces  ellas, con un alarido de rabia,  se sumergieron en las profundidades marinas en unión de la serpiente. La tempestad cesó  súbitamente, las nubes se disiparon, una luz iluminó  el mar y las ansiadas islas Orcadas aparecieron, por fin, en el horizonte.
Pocos días, Frigildo estaba de regreso en su patria llevando consigo el oro de los tributos que los habitantes de aquellas islas le habían pagado por fin. El rey, aunque a su pesar, no tuvo más remedio que mantener su promesa y preparó  grandes festejos para celebrar las bodas de su hermana con el vasallo; la pareja vivió feliz durante muchísimos años.
 
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