En el imperio incaico existían peatones especiales, con el nombre de chasquis, encargados de trasmitir con la mayor rapidez los mensajes de los gobernadores al Inca, o los de éste a aquellos, y también de conducir sobre sus espaldas alguna cosa que el Inca pidiese y la necesitase de inmediato. Según el P. Morúa, los chasquis constituían una casta especial, «y el primero que encontró y mandó que hubiese de estos Chasquis y Correo, fué el famoso Rey y Señor Topa Inga Yupanqui, y puso casas y también aparte para los dichos Chasquis todo el abiamiento necesario y el que no corría bien la posta y era haragán, le quebraban las piernas, y a sus hijos les criaban solo con panca, que significa maíz tostado, y sin que bebiesen más que una vez al día, y los probaban a ver si eran ligeros y prestos, para el propósito, y si no lo eran, les daban el mismo castigo, y así toda esta casta de Chasquis era de indios muy prestos y ligeros y que había entre ellos indios que alcanzaban una vicuña y le corría, y aun la pasaba con harto trecho de ventaja».[22]
Las casas de los chasquis se hallaban situadas de trecho en trecho, a la distancia de cinco millas una casa de otra, y en cada casa había cuatro indios, vestidos con uniformes especiales que servían durante un mes, pasado el cual iban a descansar a las casas que habían construído con ese objeto, en donde se les daba de comer y y se les proveía de todo lo que necesitasen de los depósitos del Inca, siendo reemplazados en su puesto por otros de la misma casta. Estos chasquis gozaban entre les indios de muchos privilegios y deferencias y sus mujeres e hijos eran atendidos por cuenta del Estado. No tenían más ocupación que la de caminar en la forma enunciada, estando relevados de todo otro servicio o faena pública.
Además, en toda la longitud de los caminos y a la distancia de cuarenta a cincuenta leguas, se habían establecido posadas o tampus, provistas de toda clase de recursos tomados de la hacienda del Inca, y destinadas para alojar al soberano y a su comitiva, o a los que viajaban con carácter oficial.
Durante el período colonial ambos servicios, el de chasquis y tampus, decayeron rápidamente, a causa de los abusos y descuido de los conquistadores, siendo sustituidos por el de postas.
Este servicio, tal como ha llegado hasta nosotros, consiste en que en los caminos principales y a la distancia de cinco leguas, más o menos, exista un tambo, servido por un maestro de posta ya mestizo o indio, que tiene a sus órdenes un determinado número de naturales, que se turnan anualmente y son enviados por las comunidades, a las que se ha impuesto tal obligación.
Los chasquis ya no gozan de las preeminencias, retribuciones y exenciones que tenían sus antepasados. Conocidos hoy con el nombre de postillones, desempeñan el rudo servicio de peatones y espoliques, mereciendo de los que los ocupan riguroso trato.
Los indios, a los que corresponde el turno, se despiden de sus familias, cual si fueran a una muerte segura. La noche antes de partir, hacen como Carlos V, sus funerales en vida, y al día siguiente todos sus parientes y amigos los acompañan llorando a voces, cual si condujeran un cadáver, hasta alguna distancia del pueblo, donde les hacen la cacharpaya, regresando de allí a sus casas.
Al ejecutar tales ceremonias, no pueden ser tachados los actores de exagerados. El servicio de posta, fué muy pesado para los indios. En los primeros tiempos de la República y en los posteriores, hasta hace un cuarto de siglo, los militares que llegaban a una posta, lo primero que hacían, apenas desmontaban de la bestia, era agarrar a sablazos, puntapies y puñetazos al indio encargado del servicio y después pedían lo que deseaban. El objeto era intimidarlos para obtener por ese medio todo gratis y no pagarles de ningún consumo ni servicio. En Bolivia, el militar ha sido hasta hace poco tiempo el opresor más cruel e inhumano que ha tenido el indio.
Contaba un militar envejecido en la carrera de las armas, que una ocasión llegó a una posta, en la que enfrenó y ensilló al indio encargado del establecimiento, por no haberle proporcionado inmediatamente la bestia y el postillón que necesitaba, a causa de que otros los habían agotado y, que hubiera montado en él, a no haberse presentado ese momento quien salvase del apuro al atribulado indio. El abusar de la mujer del postero, el dejarlo desprovisto de todo lo que tenía, el hacerlo caminar a la carrera delante de su caballería, el no aceptarle ninguna razón ni disculpa, y entenderse con él sólo a palos, ha sido el sistema que se ha seguido con esta desgraciada raza en aquellas casas.
[22] Origen e Historia de los Incas.—Obra escrita en el Cuzco (1,575-90) por Fray Martín de Morúa, de la Orden de la Merced. Publicada y anotada por Manuel González de la Rosa, etc. Lima 1911; pag. 128.
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