viernes, 29 de marzo de 2019

La elegancia del mono

En el curso de sus peregrinaciones entre los cinco picos cubiertos por brumas
centelleantes, Zhuangzi se cruzó con el rey de Wei y su séquito, que habían ido a
hacer una comida campestre a orillas del lago de la Tranquilidad celestial. El sabio
llevaba puesto un vestido de tela toscamente remendada, sus sandalias agujereadas
estaban atadas con trozos de cordel.
—¡En qué miseria has caído, Maestro! —exclamó el monarca.
—La indigencia no es desamparo —contestó Zhuangzi—. La única desgracia de
un sabio es no poder transmitir su comprensión del Tao. ¡Esta época no es fausta para
los filósofos, eso es todo!
—¿Qué quieres decir? —preguntó el rey.
—Cuando el mono está en los árboles, vuela de rama en rama, tan airoso como un
pájaro. ¡Pero cuando se desplaza entre monte bajo y hierbas altas, su paso es ridículo!
Así como el sabio que no tiene adeptos entre los príncipes de su tiempo pasea
andrajoso. ¡Pero qué importa! Si tiene discípulos que ponen en práctica sus palabras,
su corazón está plenamente satisfecho. ¡En esto consiste su verdadera riqueza, pues el
conocimiento que transmites te pertenece para la eternidad!

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