viernes, 29 de marzo de 2019

LA DONCELLA NIEVE Y EL CABALLERO DEL LEÓN

En tiempos muy antiguos, se sabía que el rey de Friesland (Frisia) tenía una hija
tan hermosa y buena, tan casta y gentil, que el Cielo había enviado un unicornio
para ser su compañero constante en los jardines del castillo. Por esta razón, ella era
conocida como la Doncella Nieve, bajo la custodia del Unicornio.
A su tiempo, ella se casó con un bravo caballero, llamado Xan-vier, de buen linaje
y grandes estados, y cuando se mudó a su nuevo hogar, el unicornio fue con ella y
continuó siendo su fiel guardián.
Pronto, la Doncella Nieve fue amada en el castillo de su esposo, tanto como lo
había sido en el anterior, y como era costumbre en aquellas épocas, muchos jóvenes
caballeros competían para convertirse en campeones y llevar su emblema en batalla.
Eran estos valientes muchachos los hijos de reyes, duques y barones, pero a pesar de
estos títulos y la nobleza de su sangre, el corazón de la Doncella se fijó en uno de los
más humildes. Eligió a Bartholomew como su caballero y campeón, y le dio su
pañuelo para que lo llevara atado y lo usara como su preferido.
Con espíritu contento, Bartholomew salió a recorrer el mundo y, aunque había
sido un buen caballero antes, ahora se sentía invencible. Adondequiera que iba, era el
más respetado y admirado, y en cada torneo lo aclamaban campeón. Con cada
triunfo, Bartholomew proclamaba a viva voz el nombre de su señora, y la fama de la
Doncella Nieve se esparció a lo largo y a lo ancho de todo el continente.
En uno de sus viajes, Bartholomew se hallaba descansando dentro de una caverna
que había elegido al azar, y se encontró con que era la guarida de un terrible león.
Aterrorizado por encontrarse bajo el ataque sorpresivo, se defendió al instante, y una
feroz lucha se desató. Se trenzaron en una larga contienda, que duró hasta el
anochecer del día siguiente. Con las primeras luces del alba dejaron el enfrentamiento
y se alejaron, exhaustos e injuriados. Descansaron por un largo tiempo, y a medida
que el caballero observaba de lejos al león, se encontraba a sí mismo admirando a la
criatura, más que temiéndole. Fue entonces cuando ésta hizo algo sorprendente: se
recostó indefensa a los pies de Bartholomew y levantó su garra en señal de amistad.
Desde ese día, el guerrero y el león nunca más se separaron. El joven comenzó a
ser llamado el Caballero del León, y su fama y la de su dama se esparcieron aún más
lejos. De tiempo en tiempo, en sus viajes, el Caballero del León visitaba a la Doncella
para relatarle sus aventuras. Un gran amor comenzó a crecer entre ellos, un amor
casto, que no le daba al marido ningún motivo de celos. En cada ocasión, se sentaban
en los jardines del castillo, y a ellos se unía el unicornio para oír los relatos, en señal
de aprobación.
Un día, cuando Bartholomew llegó al castillo, fue detenido en la puerta por un
grupo de guardias que vestían de negro, con un león dorado bordado en la túnica.
«Señor, usted no puede pasar», dijo uno, «este lugar está en duelo».
«¿En duelo, y por quién?», preguntó el caballero, sorprendido porque nadie, en su
última visita, había estado enfermo.
«Por la Doncella Nieve, señor. Ella murió exactamente ayer. Una enfermedad
repentina. Nadie aquí puede siquiera pronunciar palabra, de tanta pena.»
El mundo entero del joven pareció derrumbarse allí mismo, en el puente levadizo,
y todo aquello que estaba unido al nombre de su dama, de pronto era como ceniza en
su boca. En un arranque de furia y dolor, arrojó sus armas y su armadura al foso y
huyó de manera intempestiva hacia el bosque cercano. Por un momento, su dolor se
volvió locura y deambuló sin rumbo fijo como una bestia ciega y salvaje.
Mientras, en el castillo, uno de aquellos mensajeros negros dejó la puerta de
entrada y buscó a la Doncella, cuya salud y espíritu nunca habían estado mejor,
excepto por cierto anhelo de ver otra vez a su campeón.
«Señora», le dijo con semblante serio, «tengo noticias para usted del Caballero
del León». Viendo el emblema en la túnica del hombre, ella le creyó: «¿Qué
novedades?», preguntó.
«Señora, él ha muerto», dijo el mensajero. «Ayer mismo, en los bosques cercanos,
fue asesinado mientras volvía para visitarte, asaltado por doce forajidos. Ambos dos,
su bestia y él fueron descuartizados y sus cabezas fueron tomadas como trofeos.» La
muchacha se desvaneció del dolor.
El hombre de negro era un despiadado caballero que hacía tiempo codiciaba a la
Doncella, y mientras estaba ella inconsciente la ató y la metió dentro de un saco.
Escabullándose fuera del castillo, la llevó lejos, cabalgando hasta sus tierras, que
eran oscuras y tenebrosas, tal cual su espíritu. El palacio del Caballero Negro estaba
en un lugar seguro, en lo alto de las montañas, con precipicios hacia los tres laterales,
mientras que el frente estaba protegido por un dragón.
Una vez allí, la Doncella fue encerrada en la torre, y el malvado Caballero le
aseguró que no la liberaría hasta que ella accediera a convertirse en su prometida.
Prisionera en aquel lugar, se encontró de repente separada de todo aquello que le daba
sentido a su vida, y cayó en un grave estado de desesperación.
Mientras tanto, el Caballero del León fue rescatado de la locura por su fiel león,
quien lo cuidó y protegió de los peores excesos de su tormento, hasta que una porción
de sanidad volvió a él.
Una vez recuperado, el joven oyó con asombro de boca de un caballero errante
que su dama estaba aún con vida, y toda su fuerza inicial y confianza regresaron de
inmediato. Montado en el lomo de su león, se encaminó derecho hacia el castillo de
su Doncella, para comprometerse a ir en su rescate. Allí encontró a Xan-vier y sus
caballeros recuperándose de un atentado heroico realizado para tomar por asalto el
castillo del maldito caballero. Habían sido vencidos espantosamente, y estaban
curando las mortales heridas infligidas por el terrible dragón. Estaban mal preparados
para iniciar un segundo ataque al castillo, así que, tras rearmarse a sí mismo, el
Caballero del León se marchó hacia las montañas con su bestia.
El oscuro castillo, aunque no era grande, parecía impenetrable a medida que el
caballero se acercaba a él. Pero antes de que siquiera intentara entrar al castillo, tuvo
que vérselas con el dragón que estaba aparentemente dormido a las puertas del lugar.
El caballero acomodó su lanza, alzó su escudo y se lanzó a la carga.
En muy raras oportunidades puede confiarse en que un dragón esté dormido
cuando aparenta estarlo, y ésta no era la excepción. Con pereza, abrió sus ojos
dorados, abrió sus fauces como si fuera a bostezar y enfrentó al contrincante con una
ráfaga de fuego. El terrible calor no sólo casi rostizó al caballero dentro de su
armadura, sino que lo volteó a él y a su león hacia el borde rocoso, y casi hasta el
precipicio de la montaña. Afortunadamente, pudieron levantarse otra vez, apestando a
carne y pelo quemados, y volvieron a la carga, sólo para ser golpeados y volteados
otra vez. Trataron una tercera vez, pero aún así no pudieron ni siquiera acercarse lo
suficiente al dragón para usar la lanza.
En tanto el caballero y su león volvieron a levantarse de nuevo por tercera vez,
supieron que habían encontrado un contrincante capaz de vencerlos, pero su orgullo
les impedía enfrentarse para ser derrotados. Mientras se retiraban para curar sus
heridas, oyeron un movimiento en el sendero. A través del acre humo que se abría
entre las hendiduras de la montaña, y brillante como la luna en la oscuridad turbia,
apareció el Unicornio de la Doncella.
Traía una salvaje luz en sus ojos
cuando pasó por entre el caballero y el
león, que se habían retirado en silencio
para dejarlo pasar. Por sobre el
ennegrecido y rocoso sendero caminó
hasta encontrarse frente al dragón. El
unicornio se alzó desafiante sobre sus
patas traseras y lanzó un terrible grito. El
dragón replicó con un feroz rugido, y el
unicornio fue envuelto por una
llamarada resplandeciente, que primero
fue de un rojo intenso, y luego fue
desintegrándose hasta ser rosada.
El unicornio no fue arrojado hacia
atrás ni quemado siquiera en una mecha
de su crin, y cuando las llamas cesaron
alzó su cuerno y fue a la carga.
El dragón se irguió en señal de
alarma e intentó desplegar sus enormes alas, pero ellas golpearon en las grandes
arcadas de la puerta. Así que la feroz bestia atacó, intentó arremeter con las garras
delanteras, sus mandíbulas llameando preparadas para arrancar de un zarpazo el
blanco y grácil cuello de su contrincante.
Chispas se encendieron desde los pies del unicornio: se irguió en el aire sobre sus
patas traseras, pasó como un rayo a través de las garras filosas y las uñas venenosas,
y hundió su cuerno entre las escamas para penetrar hasta el maldito corazón del
dragón.
La horrible bestia se derribó por completo, agonizando, y casi golpeó al unicornio
en su caída. Luego, el caballero la decapitó, antes de que los tres entraran victoriosos
al castillo. El cuerno del unicornio echaba un vapor negro y espeso a medida que se
limpiaba de la sangre del dragón.
Todos en el castillo huyeron apenas se vieron invadidos, y cuando el Caballero
Negro comprendió que sus defensas habían sido vencidas, y que él había quedado
desprotegido contra aquellos agresores, cayó muerto de rabia.
La Doncella Nieve fue puesta en libertad al momento, y volvió a casa montada en
su amado unicornio, con el caballero y el león como séquito. Hubo grandes
celebraciones en su arribo, y Xan-vier estaba emocionado de verla otra vez. El
caballero y su compañero fueron recibidos como héroes y recompensados
generosamente antes de volver a partir en pos de nuevos viajes. Mayores fueron los
honores ofrecidos por la victoria del unicornio sobre el dragón, y fue noticia de
pueblo en pueblo y de reino en reino, hasta que toda aquella región estuvo
maravillada por la notable creatura. Fue así que el mismo Xanvier y todo su ejército
se proclamaron desde entonces bajo su custodia, y mostraron su grácil imagen en
escudos y yelmos.

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