sábado, 30 de marzo de 2019

La cruz de los ajusticiados

Sucedido de la calle de Jesús Nazareno (ahora 4.ª de la
República del Salvador)
La calle de Jesús Nazareno se llamó primitivamente calle que va del Colegio de San
Juan de Letrán al Hospital de Nuestra Señora; después era conocida con el nombre
de calle del Arco de San Agustín; por estar a continuación de la que llevaba este
nombre y por último se le ha designado sucesivamente por 4.ª calle de San Felipe
Neri, y por el flamante apodo de 4.ª de la República del Salvador.
La calle de Jesús Nazareno termina en su extremo oriente con la iglesia en que
tuvo culto público esta advocación y con el costado norte del Hospital de la Limpia
Concepción, fundado allá en principios del siglo XVI por el famoso Conquistador D.
Hernando Cortés, con caudales suyos, que milagrosamente se han salvado de tantos
naufragios sufridos por las instituciones consagradas a obras pías y a la beneficencia
privada.
La calle de Jesús Nazareno es también célebre por haberse establecido en ella la
primera casa de comedias, de que hasta hoy se tiene noticia, y por una Cruz que
existió en el atrio de la iglesia de Jesús, atrio que formaba parte de la plaza donde se
levanta en nuestros días el Hotel Humboldt.
Pero antes de hablar del sucedido dramático que aconteció ante dicha Cruz, es
pertinente recordar que multitud de cruces semejantes existían en la antigua ciudad, y
que la más célebre a raíz de conquistada la tierra, fue la que colocaron los
franciscanos en el cementerio de su primitiva iglesia, labrada con un hermoso
ahuehuete de Chapultepec, y que era tan elevada —dice un cronista— que sobresalía
de las más altas torres de la ciudad, siendo alivio y consuelo de los caminantes, que
desde muy lejos la descubrían y les servía de guía segura para llegar a México.
Cuando se reedificó el templo de los frailes franciscanos, quizá porque una cruz
tan alta constituía un peligro en el caso de que viniera al suelo, fue quitada de aquel
lugar, quedando sólo un recuerdo en los amarillentos folios de Fr. Juan de
Torquemada.
La ciudad virreinal ostentaba por todas partes cruces de todas las formas y
tamaños. Había cruces rematando torres de los templos y las comisas de las casas; las
había en las claves de los marcos de las puertas, en los muros, en bajo y en alto
relieve y figuradas en los aplanados; unas sencillas y otras decoradas de las insignias
de la pasión de Cristo, a saber: la escalera, el gallo, la lanza, los clavos, el Inri, la
esponja, el farol y la corona de espinas.
Había también cruces en las esquinas o ángulos de los edificios; pintadas algunas,
como la Cruz Verde, que dio nombre a una calle; y las había, en fin, en los nichos, en
los centros de las plazas, como la Cruz de Tlatelolco, y en los cementerios de las
iglesias y de los conventos, sobre las bardas que limitaban los atrios o sobre los
pedestales que las sustentaban.
De éstas fueron famosas la Cruz de Mañozca, que existió primero en la barda que
en el siglo XVII rodeaba la Catedral, y que desbastada después por haber sido gruesa y
corpulenta, se colocó el 5 de marzo de 1803 frente al cementerio del Sagrario,
esquina Sureste, y que últimamente ha sido restituida por otra nueva. El 31 de aquel
mismo mes y año, se colocó en el ángulo Suroeste, la otra que le era simétrica, que
también fue desbastada y estuvo mucho tiempo en el atrio de la extinguida iglesia de
San Pedro y San Pablo.
En los planos antiguos de la ciudad de México, principalmente en los
iconográficos que representan las casas, los templos y los edificios públicos y
privados, pueden encontrarse muchas cruces, entre otras la llamada en una época
Cruz de los Tontos, que existió contigua a la cerca de la Catedral, un poco desviada
para el Portal de Mercaderes, la cual fue quitada de allí por el año de 1788; y la que
llamaban Cruz de Cachaza, cuya ubicación fue la esquina de la ex Universidad, en la
plazuela del Volador, frente al costado Sur del Palacio Nacional. Junto a esta Cruz se
ponían los cadáveres de los pobres para recoger limosnas y sepultarlos.
En el antiguo atrio de la iglesia de Jesús Nazareno, en la esquina de la plazuela
del mismo nombre, donde ahora se encuentra el Hotel Humboldt, hubo otra Cruz, que
se hizo célebre en el siglo XVII, por el crimen que se cometió ante ella.
Vivían entonces, en la Muy Noble y Leal Ciudad de México, dos individuos de
apellido Zazorena, padre e hijo, vizcaíno el uno y el otro criollo, natural de esta
Nueva España.
El hijo había casado con una joven hermosa, y por disgusto íntimos que no
refieren cuáles hayan sido las crónicas, disgustó con su mujer y entabló con ella
enojoso pleito matrimonial, que se siguió algún tiempo en la Real Audiencia.
El pleito dio bastante motivo para hablillas y murmuraciones en la ciudad, y la
esposa del hijo de Zazorena, fue depositada en una honesta casa, según era costumbre
en aquellos buenos tiempos.
Un día, en que como resultado de cierto auto de la Real Audiencia, era trasladada
de la casa en que estaba la joven a otra casa; iba ella conducida en una silla de manos,
cuando de repente, le salieron al encuentro los dos Zazorena en la esquina de la Cruz
del cementerio de la Iglesia de Jesús Nazareno, y la hirieron gravemente, hasta
privarla con crueldad de la vida, aunque no dicen las crónicas si al instante mismo;
pero es de presumirse por el castigo que recibieron los asaltantes, pocos días después.
Los dos Zazorena, padre e hijo, se retrajeron en la iglesia de Jesús, es decir,
tomaron asilo, como se decía entonces; de donde la Justicia Real pretendió sacarlos,
mas sin lograr su objeto, por encontrarse en lugar sagrado, y no hallarlos cuando los
buscaban.
Al fin los asesinos fueron presos.
La razón de esto fue, que a poco los dos asesinos de la dama, habían huido de su
retraimiento, rumbo a la jurisdicción de Chiapa de la Mota, ocultándose en una
hacienda.
La Justicia Real expidió bandos, edictos y pregones para que comparecieran a dar
cuenta de su delito; y como pasado tiempo no lo hicieran, fueron aprehendidos a la
postre el primero de febrero de 1769, en la dicha hacienda, y traídos a México,
encerrados en la Cárcel de Corte del Real Palacio.
Brevísimo fue el proceso, pues el crimen era público y notorio, y pocos días
después, el 12 de febrero del mismo año, sobre un tablado o cadalso revestido de
paños negros, en la Plaza Mayor, frente a frente de la Cárcel de Corte, padre e hijo,
recibieron garrote y murieron expiando así su cobarde crimen, ante un inmenso
concurso de gente que presenció la ejecución, horrorizada y espantada todavía por el
recuerdo de aquella joven, tan infeliz como hermosa.
D. Francisco Sedano, que nos conservó esta memoria sucinta de tan cobarde
muerte, no dice en su curioso libro Noticias de México, si las manos cortadas de los
criminales fueron enclavadas en la Cruz del cementerio de la iglesia de Jesús
Nazareno, pero así es de creerse y así se acostumbró en otros casos semejantes, pues
los miembros mutilados de los asesinos se fijaban en sitios públicos, para ejemplo y
escarmiento de otros.

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