miércoles, 6 de marzo de 2019

FOLKLORE SOBRE LA FORMA DE LA TIERRA

Había gigantes en la Tierra en esos tiempos.

  Génesis 6:4

  Este capítulo reúne algunos ejemplos típicos de folklore asociados a características del paisaje. En casi todos los casos, estos hechos se produjeron antes de la aparición del hombre en la región y, por tanto, los geomitos son exclusivamente etiológicos. En realidad, el título «Folklore sobre la forma de la Tierra» no es tan amplio como debería ser porque se ha incluido aquí, no sólo el folklore ligado a rasgos generales del paisaje, sino también el que se refiere a depósitos minerales, e incluso el asociado a algunos minerales especiales.

  Es natural que la imaginación del hombre primitivo, al buscar una explicación a características topográficas demasiado vastas para haber sido creadas por el hombre común, las atribuyera a la obra de seres de tamaño y fuerza sobrehumana. De ahí que en todo el mundo se encuentren leyendas que atribuyen las montañas, las colinas, las grandes piedras, los lagos, las islas, y casi cualquier forma terrestre, al esfuerzo de gigantes. Incluso, en algunos casos, tales formaciones se consideraron los mismos gigantes convertidos en piedra. La creencia popular en los gigantes fue a menudo reforzada, o quizás incluso creada, por el hallazgo, en los depósitos glaciares, de inmensos huesos de mastodontes, de mamuts o de otros grandes animales extinguidos.

  La tradición germánica es particularmente rica en historias sobre gigantes. Según uno de estos mitos, los gigantes estropearon la primitiva lisura de la Tierra, recién creada, al deambular pesadamente sobre su superficie, todavía suave. Por otra parte, las mujeres de los gigantes lloraron al ver las huellas que, en su torpeza, habían dejado sus maridos (los valles de los ríos), y sus lágrimas formaron los cursos de agua. Este es un ejemplo tan bueno como cualquier otro para ilustrar cuán alejado de la realidad de los hechos suele estar el folklore etiológico. Los geólogos todavía debaten cuándo y cómo se formó la corteza original de la Tierra, pero creo que todos estarán de acuerdo en que, en sus orígenes, no fue ni lisa ni suave. Entonces, una vez que se formó la atmósfera (por la acumulación de gases que salían del interior, como ocurre también en la actualidad, a través de los volcanes), pudo comenzar el proceso de erosión y de sedimentación. Las corrientes de agua no ocuparon simplemente los valles, sino que los crearon. Las primeras lluvias que cayeron sobre la Tierra debieron de escurrirse hacia los puntos bajos de la corteza terrestre, dando origen así a los primeros cursos de agua de los valles. A lo largo de toda la historia geológica, los valles de los ríos han nacido, se han desarrollado hasta alcanzar la juventud, la madurez y la vejez, y o bien han rejuvenecido o «desaparecido» cuando la tierra se ha elevado o hundido.

  La raza de gigantes germánicos se movía sólo en la oscuridad y la niebla: si los rayos del Sol los tocaban, se convertían en piedra. La Riesengebirge («montañas Gigantes»), una de las cadenas montañosas de los Sudetes, en el límite entre la Silesia prusiana y Checoslovaquia, se decía que eran gigantes que no pudieron guarecerse a tiempo y el Sol los petrificó. Para los geólogos, el Riesengebirge se encuentra formado por bloques de montañas (esculpidas por la erosión debida a un gran levantamiento de bloques terrestres, limitadas en uno o ambos lados por líneas de falla cortadas en pendiente) compuestas de gneis y granitos. Constituyen los puntos más altos y escarpados de las Mittelgebirge («montañas Centrales»), por lo que su nombre y su leyenda debe de haberse inspirado exclusivamente en su tamaño.

  La Siebengebirge son siete colinas que se hallan en el flanco derecho del Rin, cerca de Bonn. Se dice que se contrató a siete gigantes para que cavaran un canal (el Rin), y que, después de completar su tarea, desprendieron con fuerza lo que había quedado adherido a sus palas, formándose así las siete colinas. En realidad, el Siebengebirge tiene un origen volcánico formado, en la era Terciaria. por una serie de cimas de traquita y tarugos de basalto. Una cima volcánica es una prominencia, de pendiente muy pronunciada, de una lava viscosa (es decir, un líquido espeso que no se escurre) que se abulta sobre y alrededor de una abertura volcánica. Un tarugo volcánico es el relleno solidificado de la abertura de un volcán extinguido. Una cima se forma alrededor del terreno circundante y permanece más alta si, como por lo general sucede, el material que la constituye es más resistente a la erosión que el que sirve de obstrucción. El tarugo, siendo más resistente usualmente que el resto del material que constituye la masa volcánica, permanece como una columna o un peñasco escarpado después de que el volcán se haya desgastado.

   

  Una tradición de la Frisia del Norte atribuye la blancura de los acantilados de Dover (Ilustración 6) —que son blancos porque están constituidos por creta— a que un barco de un gigante quedó casi atascado mientras trataba de pasar por el canal de la Mancha, cuando venía desde el mar del Norte. La tripulación enjabonó los lados, especialmente el de estribor, donde las rocas se elevaban en profundos peñascos y, por este procedimiento, el barco pasó justamente a través del estrecho. Ahora bien, tanto jabón fue arañado por los acantilados, que, por esta causa, permanecieron blancos para siempre, y las olas que chocan contra ellos son, generalmente, espumosas.

   

  Torghatten es un promontorio con forma de sombrero en la isla Torget (Ilustración 7), ubicada fuera de la costa oeste de Noruega, a unos 240 kilómetros al norte de Trondheim. A una altura de unos 120 metros sobre su base la penetra un túnel natural de 165 metros de longitud, unos 75 metros de altura y más de 16 de ancho. Sería sorprendente si una forma única como ésta, no tuviera una leyenda. Así es. Un gigante llamado Senjemand se enamoró de una hermosa giganta. Juterna-jesta, que vivía a unos ciento treinta kilómetros de distancia, pero ella lo rechazó burlándose de él. Furioso, el gigante le disparó una de sus flechas, pero el enamorado de la giganta, Torge, alzó su sombrero y la desvió. Senjemand huyó a caballo, pero, al amanecer, él y su corcel, junto con el sombrero de Torge, se convirtieron en piedra. Torghatten es ese sombrero, el túnel de la montaña es el orificio dejado por la flecha, un obelisco natural que existe en las proximidades es la flecha, y la isla Hestmona, en el círculo Ártico, es el jinete petrificado.

  La verdadera razón del orificio de Torghatten es la erosión producida a lo largo de una fractura. Las fracturas son grietas o divisiones que interrumpen bruscamente la continuidad física de una masa de roca. Se forman como resultado de una carga y constituyen líneas débiles a lo largo de las cuales la erosión y la acción del tiempo actúan con mayor rapidez que en la roca sólida contigua. La roca granítica de que está compuesta Torghatten se halla atravesada por varios sistemas de fracturas. Cuando la tierra estaba mucho más baja con respecto al mar que en la actualidad (durante un período interglacial, y antes que ocurriera un levantamiento isostático), las olas golpeaban contra la isla, lanzando incesantemente una gran cantidad de piedras y arena contra ella. Alrededor de toda la isla cortaron un desfiladero, formando la base de la «copa» del sombrero, mientras las cuevas marinas, cada vez más profundas, se desarrollaron a ambos extremos de una fractura débil y, finalmente, configuraron un túnel.

   

  Se le atribuye a un equino gigante la formación de Asbyrgi, una hermosa depresión al nordeste de Islandia, de una extraña apariencia de herradura (Ilustración 8). La depresión de Asbyrgi se supone que fue la huella de uno de los cascos de Sleipnir, el corcel, de ocho piernas, de Odín, la contrapartida escandinava de Zeus. Esta depresión es, en realidad, el lecho fosilizado de un salto de agua y de un río, desgastado por el río Jökulsá-a-Fjöllum, que corría por allí (en los tiempos glaciales y principios de los posglaciales) hasta que, de una forma natural, fue desviándose hasta concretar su actual curso. Puesto que la desviación se produjo después que los glaciares se hubieron retirado del área, el cambio de su curso no puede ser atribuido a una interrupción del drenaje por lenguas de hielo. El cambio se debió, posiblemente, a un flujo de agua de deshielo producido, por una actividad volcánica subglacial bajo la parte norte de la capa de hielo del Vatnajökull (veáse fig. 3).

   

  La Torre del Diablo, o Mateo Tepee como la llaman los indios, es una formación prominente, al nordeste de Wyoming, que se proyecta sobre el campo que la rodea. Por supuesto, los indios tienen una explicación sobre su origen. Según los Kiowas, siete niñas que estaban jugando, a cierta distancia de su pueblo, fueron perseguidas por osos. Comprendiendo que no podrían alcanzar a tiempo la seguridad de $u aldea, saltaron sobre una pequeña roca y rogaron a ésta que las salvara. Inmediatamente, la roca comenzó a elevarse y, cuando su parte superior llegó al cielo, las niñas se convirtieron en siete estrellas, que son las que conocemos como las Pléyades, en la constelación de Tauro. Las características muescas verticales que descienden hasta los flancos de la Torre son las marcas dejadas por los osos cuando, en un vano intento de alcanzar a sus pretendidas víctimas, clavaron sus garras en la roca.

  La leyenda Cheyene es un tanto distinta, pero también atribuye estos rasgos peculiares de la Torre a las garras de un oso. Según los Cheyenes, la mujer del mayor de siete hermanos fue raptada por un oso. Todos los hermanos corrieron a rescatarla y. con la ayuda del hermano menor, que era un poderoso curandero, liberaron a la esposa mientras el oso dormía. El oso despertó y. llamando a sus seguidores, los persiguió. En el lugar donde está la Torre del Diablo, el hermano menor cantó una melodía mágica, y una pequeña roca que llevaba consigo se convirtió en la Torre, transportando al grupo fuera del alcance de los osos. Los hermanos mataron a todos éstos, menos a su jefe, cuyos intentos de atraparlos (Ilustración 9) produjeron las características estrías de la Torre. Finalmente, el hermano menor consiguió matar al oso gigante y llamó a las águilas, que los llevaron a todos hasta el suelo.

  La perfección geométrica del haz de columnas que constituyen la Torre del Diablo sugiere un origen artificial, pero esas columnas se deben totalmente a la acción de la naturaleza. Se trata de formaciones típicas en algunos tipos de lava: cuando ésta se enfría, se contrae y se parte. Los cortes comienzan sobre la superficie fría, del mismo modo que lo hace el lodo al secarse y contraerse sobre una superficie plana también de lodo. Al contraerse, las roturas tienden a demarcar áreas de seis lados porque el hexágono es la forma que contiene más área dentro de un perímetro dado con respecto a cualquier otra, cuando las formas son completamente contiguas (de no ser así, el círculo contiene el área mayor dentro de una circunferencia dada). Cuando un lago de lava se enfría, los cortes se extienden hacia abajo desde la superficie, constituyendo apretadas columnas cuya forma regular será revelada posteriormente por la erosión. Sin embargo, no todas las columnas de este tipo tienen su origen en lagos de lava. Pueden configurarse con la misma facilidad en cuerpos tubulares de roca introducidos entre los estratos, como el bien conocido acantilado (Palisade) a través del río Hudson, desde la ciudad de Nueva York; en escolleras que cortan de través el «grano» de la roca, o en ciertas clases de rocas volcánicas llamadas «flujo de cenizas» («ash-flow-tuffs»). En todos los casos, las columnas son perpendiculares a la superficie de enfriamiento, ya sea horizontal, o vertical, o en ángulo. La Torre del Diablo, originada en la roca que se llama fonolita (porque se «corta en rodajas» claramente cuando se la golpea), ni es el cuello de un viejo volcán hoy desgastado, ni un pequeño tarugo de material volcánico introducido en rocas más blandas que se han desgastado. Un ejemplo aún más famoso lo encontramos en el Giant’s Causeway (arrecife del Gigante), un promontorio situado en la costa norte del condado de Antrim, en Irlanda del Norte. Las columnas de basalto miden entre cuarenta y cincuenta centímetros de sección (Ilustración 10), y, a veces, llegan a tener hasta seis metros de altura. La leyenda dice que, en algún tiempo pasado, se extendían en todo el trayecto a Escocia, constituyendo una ruta sobre la que transitaban los gigantes de la antigüedad.

   

  Las montañas más espectaculares de la agreste y pintoresca Skye, son las Cuillins, más grandes que las Hébridas Interiores de Escocia y que se elevan empinadas desde el nivel del mar hasta más de novecientos noventa metros en su punto más alto. En el mismo conjunto son visibles, desde algunos puntos, las más suaves de Red Hills (montes Rojos), de contornos más redondeados y de un color marrón rojizo. Aunque las Cuillins son más altas, raramente la nieve cubre más de unas pocas horas sus laderas sombrías, mientras que en las Red Hills persiste durante días. Las Cuillins deben su nombre a un gigante, pero la historia de cómo sucedió esto es más complicada que una simple leyenda de causa-y-efecto como las anteriores.

  A Cailleach Bhur, o Invierno (literalmente, la Bruja de la Colina), se le atribuye la creación de Escocia tras haber dejado caer turba y roca en el mar. Originalmente, el área entre las Red Hills y Loch Bracadale (bahía Bracadale) en Skye (fig. 10) era un gran llano y Cailleach Bhur solía ir allí mientras su ropa hervía en el remolino de Corryvreckan. Para secar la ropa, ella la extendía sobre Storr, un pico de unos setecientos metros de altura, en la parte norte de Skye. La Bruja tenía prisionera a una doncella que era amada por la Primavera, la cual pidió al Sol que la ayudase a liberarla.


 Fig 10 Mapa esquemático de las Hébridas Interiores, indicando los lugares que se mencionan en la leyenda de los Cuillins

El Sol arrojó su terrible lanza a la Bruja cuando ésta paseaba un día por el páramo, pero erró. Cuando la lanza dio contra el suelo, brotó una inmensa burbuja que se hinchó hasta estallar. Soltó entonces una masa fundida que tanto atemorizó a Cailleach Bhur que ésta huyó, escondiéndose para siempre. La brillante masa se congeló y formó montañas que nunca pudieron ser conquistadas por la nieve. Después, se les dio a tales montañas el nombre del gigante irlandés Cuchullin, para conmemorar su batalla, en la que nadie resultó vencedor, con las diosas guerreras locales.

  A Cailleach Bhur, o Invierno (literalmente, la Bruja de la Colina), se le atribuye la creación de Escocia tras haber dejado caer turba y roca en el mar. Originalmente, el área entre las Red Hills y Loch Bracadale (bahía Bracadale) en Skye (fig. 10) era un gran llano y Cailleach Bhur solía ir allí mientras su ropa hervía en el remolino de Corryvreckan. Para secar la ropa, ella la extendía sobre Storr, un pico de unos setecientos metros de altura, en la parte norte de Skye. La Bruja tenía prisionera a una doncella que era amada por la Primavera, la cual pidió al Sol que la ayudase a liberarla. El Sol arrojó su terrible lanza a la Bruja cuando ésta paseaba un día por el páramo, pero erró. Cuando la lanza dio contra el suelo, brotó una inmensa burbuja que se hinchó hasta estallar. Soltó entonces una masa fundida que tanto atemorizó a Cailleach Bhur que ésta huyó, escondiéndose para siempre. La brillante masa se congeló y formó montañas que nunca pudieron ser conquistadas por la nieve. Después, se les dio a tales montañas el nombre del gigante irlandés Cuchullin, para conmemorar su batalla, en la que nadie resultó vencedor, con las diosas guerreras locales.

  Las Cuillins (Ilustración 11) están constituidas por gabro, un tipo de roca que cristaliza de una materia fundida, pero muy por debajo de la superficie, y no sobre ésta. En realidad, se trata de las raíces profundas de los volcanes que estuvieron en actividad en la era Terciaria. Las Red Hills (Ilustración 12) son de granito, otro tipo de roca ígnea profunda. Siendo de diferente composición mineral, el gabro y el granito resisten la intemperie de forma desigual. La nieve persiste más sobre las Red Hills, aunque su altura es menor, simplemente porque sus laderas son menos escarpadas.

  La idea de una burbuja formando la superficie de la Tierra y soltando una masa roja y caliente, sólo pudo ser concebida por algún antiguo habitante de Skye, ya que las erupciones volcánicas han existido en las Hébridas desde hace millones de años. Sin embargo, también pudo haber sido un testigo ocular de la formación de una cima volcánica. La erupción del Tristan da Cunha incluye la conformación de una cima de lava, y se ha visto formar otra, recientemente, en Japón. El 28 de diciembre de 1943, una serie de intensos terremotos comenzó a sacudir las costas del hermoso lago Toya, en Hokkaido, la isla del Japón situada más al norte, y comenzó a formarse una inmensa burbuja que hinchó la tierra cerca del volcán Usu. En seis meses había llegado a casi cincuenta metros sobre el nivel normal del suelo y, el 23 de junio de 1944, estalló, lanzando cenizas volcánicas. Continuó creciendo y lanzando cenizas después de pequeñas explosiones. Por último, en noviembre de 1944, apareció una protuberancia de lava roja y caliente, pero ya sólida, a través del bulto que aún crecía. Cuando la cima, llamada Showa-Shinzan («la-nueva-montaña-del-reino-de-Showa»), alcanzó una altura de unos trescientos metros sobre el nivel original del terreno, dejó de crecer, lo que sucedió en septiembre de 1945, y, hoy, Showa-Shinzan sigue lanzando vapor vigorosamente (Ilustración 13). Si el hecho se hubiera producido hace mucho tiempo, y tan sólo se describiese en una leyenda local del pueblo de Ainu, que habitaba Hokkaido antes de los japoneses, sin duda lo creeríamos muy exagerado, o incluso fruto de la ficción.

   

  La mitología clásica ofrece dos versiones sobre la aparición de los montes Atlas, ambas relacionadas con gigantes. Uno de los Titanes que luchó junto a Cronos en su guerra contra Zeus, era Atlas, un sobrino de Cronos. Cuando el victorioso Zeus castigó a sus adversarios. Atlas fue condenado a soportar, por toda la eternidad, los cielos sobre sus espaldas. La otra versión forma parte de la historia de

  Perseo. Después de matar a la Gorgona. Perseo, mientras aún usaba las sandalias aladas de Hermes, y llevando la cabeza de la Gorgona, voló por todas partes hasta que, hacia la caída de la tarde, se encontró cerca del límite oeste de la Tierra. Allí buscó refugio para pasar la noche con el rey Atlas, un hombre de gran altura y. además, muy rico, pero fue rechazado porque Atlas temía que él le robara sus preciadas manzanas de oro. Ante esta sin precedentes contravención de las normas de hospitalidad. Perseo apartó la mirada y enseñó la cabeza de la Gorgona. Atlas, entonces, quedó súbitamente petrificado. «Su barba y sus cabellos se transformaron en bosques, sus brazos y hombros en peñascos, su cabeza en una cúspide y sus huesos en rocas. Cada parte aumentó de tamaño hasta que se convirtió en una montaña y (éste fue el deseo de los dioses) el cielo con todas sus estrellas descansó sobre sus espaldas.» Así es cómo Bulfinch describe la transformación. Ambas versiones reflejan el hecho geográfico de que los montes Atlas, al límite oeste del mundo conocido por los antiguos griegos, parecen sostener la bóveda celeste.

   

  No todas las montañas se explican como obra de gigantes, o como gigantes transformados; algunas son personificaciones, como en esta historia de nuestro Pacífico Noroeste: los picos de la cordillera de las Cascadas (Cascades Range) fueron, en otros tiempos, gentes. Pahto, a quien hoy llamamos monte Adams, y Wyeast, que conocemos como monte Hood, lucharon por una joven. Pahto vivía al norte del río Columbia y Wyeast al sur (fig. 11), pero en aquellos tiempos había un puente sobre el río, y ellos lo atravesaban a menudo para reñir, una vez a un lado del río, otras veces al otro. El Viejo Coyote llamó a los otros picos para detener la disputa. Todos comenzaron a marchar hacia el norte para celebrar una gran asamblea, pero antes de que pudieran llegar allí, Coyote hizo caer el puente en un último esfuerzo para apartar a los antagonistas. Cuando la gente de las montañas oyó que el puente se había derrumbado, se detuvo en el camino, y aún están allí hoy: el monte Jefferson, las Tres Hermanas (Three Sisters) y todos los demás. Black Butte se había sentado junto al camino para descansar, mientras su marido, Green Ridge, yacía tendido junto a ella. El calor solar era intenso, y el sudor de Black Butte formó dos cursos de agua que se unieron para dar origen al río Metolius. Éste se eleva junto a los pies de Black Butte, un extinto volcán de más de mil novecientos metros, y fluye después abruptamente hacia el norte, en la parte inicial de su curso. Green Ridge, precisamente al nordeste de Black Butte, es una sierra larga e inclinada de norte a sur y paralela al Metolius, formada por basalto terciario de las formaciones del río Columbia.



El puente sobre el río Columbia que se menciona en este geomito parece, a primera vista, ser el recuerdo de algún hecho geológico real. Aunque las leyendas individuales varían en los detalles, todas las tribus que viven a lo largo del río Columbia están de acuerdo en afirmar que, en el pasado, fluía a través de un túnel, o bajo un arco conocido como el Puente de los Dioses (Bridge of the Gods), que o bien cayó al río durante un terremoto ocasionado por las peleas entre los montes Hood y Adams, o fue destruido por las rocas que dichos volcanes se lanzaban uno al otro. Algunas de esas rocas cayeron también al río, un poco más al este, conformando las Dalles (véase fig. 11). Desde el punto de vista estructural, un puente que se extienda sobre el río en este punto, es imposible. Sin embargo, una enorme roca se deslizó desde las montañas, de las cuales quedaron Table Mountain y Red Bluffs, y, en el pasado, bloqueó por completo, en este punto, el río Columbia. Aguas arriba de esta barrera, se ven árboles bajo seis a nueve metros de agua, extendiendo las ramas hasta, algunas veces, muy cerca de la superficie y amenazando a las canoas y otras embarcaciones. Las Cascadas del Columbia indican dónde el río se abrió camino a través del material deslizante. En la actualidad, una moderna estructura de acero, que también se llama Puente de los Dioses, cruza el río en ese lugar, pero los rápidos han sido sumergidos bajo las aguas, cubiertos por la presa de Bonneville. Las Dalles son islas de paredes verticales y que tienen plana la parte superior. Canales fluviales del tipo Dalles son característicos de la meseta basáltica del río Columbia. Están constituidos por ríos de gran volumen y con mucha pendiente que fluyen sobre rocas con fracturas verticales, que corroen arrancando en lugar de desgastar, con lo que, de este modo, forman islas tan .inusuales que no es extraño que inciten a meditar sobre su origen.

  No es probable que los indios presenciaran realmente el desprendimiento de tierra que, presumiblemente, configuró las Cascadas. Según la tradición india, el Puente de los Dioses se supone que se desplomó «en los tiempos de nuestros abuelos». Si se toma la palabra «abuelos» literalmente, se estima que el hecho pudo producirse en algún momento entre 1750 y 1760{12}. Sin embargo, por la evidencia geológica, los desprendimientos deben de haberse producido hace unos mil años, en cuyo caso la expresión «nuestros abuelos» debe ser considerada sólo metafóricamente, significando en realidad «nuestros antepasados». Si los hechos hubiesen tenido lugar en una fecha más próxima, como, por ejemplo, mediados del siglo XVIII, estoy segura de que la tradición reflejaría los acontecimientos geológicos con más fidelidad que lo hace al referirse a un mítico puente. Tal como se han dado las cosas, aparte de las implicaciones que pueda conllevar el que los indios fueran testigos de algún tipo de actividad de los montes Hood y Adams, el Puente de los Dioses, como la explicación de las Dalles, parecen ser una pura invención etiológica.

  El folklore de los indios norteamericanos es rico no sólo en mitos sobre montañas, sino también en los que explican la presencia de otros tipos de formaciones terrestres, masas de agua, ríos y otras características del paisaje. En el estado de Washington explican de esta forma Puget Sound y la cordillera de las Cascadas (Cascades Range): cuando el mundo era muy joven, donde están las Cascadas hoy, la tierra era llana. La lluvia no existía aún, sino que la humedad necesaria para los árboles y las plantas provenía de la tierra. Entonces, por alguna razón, dejó de llegar a la zona que hoy constituye el este de Washington. Se envió una delegación al océano que estaba al oeste, para rogarle que enviara agua. El Océano, como respuesta, envió a sus hijos Nubes y Lluvia, y pronto la tierra se colmó de nuevo de frutos. Pero la gente era codiciosa y no dejaron que Nubes y Lluvia se alejasen, sino que las retuvieron y cavaron zanjas y pozos para almacenar más y más agua. El Océano comunicó a la gente que podía contar con el agua cada vez que la necesitara, pero aun así, no permitieron que Nubes y Lluvia regresasen a sus casas. Entonces, el Océano rogó al Gran Espíritu que castigara a la gente. El Gran Espíritu se inclinó desde el cielo y extrajo con una pala una gran cantidad de tierra y con ella formó las Cascadas; el Océano inundó el hueco que había quedado en el lugar de donde se había extraído la tierra, y así se produjo Puget Sound. La tierra que estaba al este de las Cascadas se secó, porque el Océano envió muy poca humedad sobre las montañas, de modo que toda el agua que quedó para la gente que estaba en la ladera este de la cadena de montañas fue la que estaba en los pozos que cavaron sus antepasados, de entre los cuales el mayor es el lago Chelan (véase fig. 11).

  Sin embargo, las Cascadas se produjeron a causa del vulcanismo, cuya actividad duró a lo largo de las eras Terciaria y Cuaternaria y aún continúa. Seis de los picos se hallan clasificados técnicamente como activos. Se trata de los montes Baker, Rainier, Saint Helens, Shasta, Cinder Cone y el pico Lassen. (Un volcán activo es uno del que se sabe que ha entrado en erupción en los tiempos históricos. Las erupciones registradas de todos ellos, con excepción del pico Lassen, han sido en verdad muy débiles, sin que merezcan este nombre.) La glaciación de los picos más altos durante la Edad del Hielo ha contribuido a moldear las peculiaridades esculturales de esta imponente cordillera, y el monte Rainier contiene el sistema más grande de glaciares montañosos de Estados Unidos, fuera de Alaska. Puget Sound constituye un amplio estuario{13}, y el lago Chelan ocupa el valle de un rio que fue canalizado por uno de los glaciares del valle durante el período Pleistoceno. Al menos, los indios parecen haber sido conscientes de la verdadera razón por la cual la tierra al este de la cordillera es árida, ya que las Cascadas presentan una barrera sobre la cual los vientos húmedos se han de elevar excesivamente, lo que origina que se enfríen en las capas más altas de la atmósfera y que sus precipitaciones caigan, en su mayor parte, sobre la laderas del lado oeste.

  Un mito muy distinto relacionado con el origen del lago Chelan comienza de un modo similar: en otros tiempos no había ni lagos ni montañas en esta parte del país, sólo una pradera, cubierta de hierba, con abundante caza. Pero llegó un monstruo que se comió o ahuyentó a tantos animales que la gente empezó a padecer hambre. El Gran Espíritu escuchó sus plegarias y mató al monstruo, pero éste volvió a la vida dos veces más. Después de matar al monstruo por tercera vez, el Gran Espíritu golpeó el suelo con su gran cuchillo de piedra. La tierra, entonces, se estremeció, y una gran nube descendió y lo ocultó todo. Cuando se disipó la nube, el paisaje había cambiado: donde había existido un llano, apareció una cadena de altas montañas, y profundos desfiladeros indicaban los lugares en que se habían removido rocas y lodo para construirlas. El Gran Espíritu arrojó el cuerpo del monstruo en el desfiladero más largo y profundo y lo llenó de agua, creando así el lago Chelan. Esta vez, el monstruo no volvió a la vida, excepto su cola, que continúa agitándose en todos los sentidos y produce unas olas tan grandes que los indios evitan navegar con sus canoas por el lago Chelan. (Este lago tiene ochenta y ocho kilómetros de longitud, y no alcanza a dos kilómetros y medio de ancho, razón por la cual es comprensible que resulte traicionero para las canoas cuando el viento sopla con fuerza en ciertas direcciones.)

   

  El Cañón del Diablo (Hell's Canyon), del río Snake, es uno de los más inaccesibles desfiladeros de Estados Unidos. Se encuentra profundamente atrincherado en una alta meseta y es, en algunos sitios, más hondo que el Gran Cañón del Colorado. En su orilla de Idaho se elevan las montañas de los Siete Diablos (Seven Devils Mountains) y, un poco más lejos, al oeste, se hallan las montañas Azules (Blue Mountains) (fig. 12). Este mito relatado por Nez Percé trata de explicar algunos de los rasgos geográficos de esta área: Hace mucho tiempo, las montañas Azules se encontraban habitadas por siete hermanos gigantes que aterrorizaban a los antiguos pobladores de la región. Cada año, dichos hermanos se trasladaban al este buscando niños para comérselos. Coyote llamó a todos los animales excavadores y les hizo cavar juntos siete agujeros muy profundos en el sendero que habitualmente utilizaban los gigantes en su paso hacia el este, y llenó los huecos con un líquido hirviente de color amarillo-rojizo. Cuando llegó el momento de su saqueo anual, los gigantes marcharon con las cabezas altas, con la confianza que les inspiraba su tamaño y fuerza superiores. Así, tropezaron y cayeron en los siete hoyos y, por más que se debatieron, salpicando el líquido en todas direcciones durante todo el día, no consiguieron salir. Entonces, Coyote los transformó en siete montañas, poniéndolos de pie para recordar a la gente que tal cosa les espera a quienes no se comportan correctamente. Golpeó la tierra e hizo un corte largo y profundo, abierto a los pies de los nuevos picos, para evitar que nadie de la familia de los gigantes se aventurara a cruzar las montañas Azules. El líquido que se desparramó durante la lucha de los gigantes por liberarse, se transformó en el cobre que se encuentra en las minas de la región.


Geografía de la región del Cañón del Diablo y de las montañas Azules (Hell’s Canyon-Blue Mountains). (De D. C. Livingstone. 1928)


Desde el punto de vista geológico, las montañas de los Siete Diablos, que llegan a una altura de más de dos mil setecientos metros sobre el nivel del mar, y muy por encima de la meseta que los circunda, son la consecuencia del levantamiento de un bloque con una falla que posteriormente se erosionó. Las montañas Azules también son un elevado bloque de basalto que asciende en una serie de escalones, con un centro de granito que, en las partes más altas, sobresale en forma de protuberancias a través del basalto. La historia del drenaje del área es complicada. El río Snake parece haber sido en su origen un tributario del Grande Ronde River. Desgastó su cauce avanzando a lo largo de las líneas debilitadas, siguiendo la dirección nordeste de las fallas y la tendencia de la estructura general de las rocas más antiguas de la región y. a medida que se abría camino en la meseta que se elevaba suavemente para formar el Cañón del Diablo, captó una parte del drenaje de la montaña Wallowa y de las montañas del lado de Idaho, hasta que, finalmente, evitó la mayor parte del desagüe del Grande Ronde.

   

  Además de los numerosos mitos y leyendas indias auténticas, asociadas a las formas del paisaje, Norteamérica tiene un moderno tipo de folklore geográfico (o, como ha sido denominado con más precisión por R. M. Dorson, «fakelore» o pseudo-folklore) en lo referente a las historias sobre el gigante de los bosques Paul Bunyan, héroe de la tala de los bosques, y a su compañero Babe, el Blue Ox (Buey Azul). Entre las numerosas proezas de este equipo se encuentra, por ejemplo, el haber cavado el curso del río San Lorenzo, porque sin este límite, la gente no podía estar segura de si estaba en Estados Unidos o en Canadá. Paul y Babe realizaron la extraordinaria tarea en sólo tres semanas, utilizando una pala de cuchara grande como una casa. El lodo que excavaron lo descargaron en Vermont, donde están los Green Mountains (montes Verdes). Como el millón de dólares que le habían prometido por realizar el trabajo no llegaba, Paul amenazó con llenar de nuevo la zanja y arrojó unas pocas paladas de tierra, simplemente para demostrar que lo decía en serio. El dinero, entonces, fue enviado inmediatamente, pero aquellas paladas de tierra formaron las Thousand Islands (Mil Islas).

  En cierta ocasión, cuando Paul y Babe estaban en el noroeste, Babe se asustó por el rugido de las Cataratas de Spokane (Spokane Falls) y huyó con el trineo de las provisiones, arrastrando un anzuelo. Este anzuelo excavó el Columbia River Gorge (Desfiladero del río Columbia) y, finalmente, se enganchó, atascándose, en las montañas de las Cascadas (Cascade Mountains). Cuando Paul tiró para soltar el anzuelo, el agua brotó del hueco que había dejado. Comenzó a disponer algunas rocas para interrumpir la salida de agua, pero se detuvo porque el buey azul estaba muy nervioso. El orificio quedó obstruido, conformando el Cráter Lake (lago del Cráter). Una de las rocas arrojadas por Paul es la isla Wizard (isla del Mago) en ese lago (Ilustración 14).

  Para enviar los troncos que él y los suyos habían derribado en el norte de Minnesota. Paul cavó el cauce del río Mississippi hasta el golfo de México. La tierra que lanzó por encima de su hombro derecho formó las montañas Rocosas (Rocky Mountains), y la que arrojó por encima de su hombro izquierdo configuró los Apalaches. Cuando concluyó su trabajo, arrojó a un lado la pala, la cual se transformó en la península de Florida, y un mitón que dejó caer cuando regresaba a su campamento del norte, se convirtió en la península de Michigan, con dedo pulgar incluido.

  Paul y Babe son también los autores del Gran Cañón. Antes que ellos llegaran, el río Colorado era conocido como Old Contrary (Viejo Contradictorio) debido a que en algunos tramos tenía una milla de ancho (un kilómetro seiscientos metros) y un pie (treinta centímetros) de profundidad, mientras que en otros puntos medía una milla de profundidad y un pie de ancho. Babe, enganchado a un arado de una cuchilla, y simplemente para nivelar las cosas, lo ensanchó en donde era hondo y lo profundizó donde era ancho.

  Casi cualquier rasgo topográfico, importante o no, de América del Norte ha sido, o puede ser, entretejido en las historias de Paul Bunyan. Las semejanzas con otras leyendas en las que los gigantes crean curiosas formas terrestres son obvias, pero hay una diferencia esencial entre Paul Bunyan y los gigantes de las culturas primitivas: las hazañas de Paul. Babe y el resto de los suyos son una creación puramente literaria y nadie, sino los más ingenuos, han creído nunca que existieron. Estas historias entran en la categoría de cuentos increíbles de Papá Noel.

  Posiblemente, en el mismo horizonte que las historias de Paul Bunyan, pero quizá verdadero folklore, aunque algo sarcástico, está la historia de Montenegro, la parte menos desarrollada de Yugoslavia. En general, se trata de una región difícil y montañosa, la mayor parte de la cual es karst{14} (estéril). De ahí que no puede sorprender que se diga que cuando Dios terminó de crear el Cielo y la Tierra, reunió todos los fragmentos inservibles en un gran montón, los cuales conformaron Montenegro.

  Algunos mitos sobre montañas se han inspirado en la semejanza con algunos objetos familiares. Este es el caso de la cadena de montañas Takitimu (Takitimu Range), en el sur de Nueva Zelanda, que los maoríes consideran el casco al revés de una de las canoas originales de la flota que los trajo de la tierra legendaria de «Hawáiki»{15}, convertido en piedra; su borde dentado representa la quilla rota. La cadena de montañas Takitimu está formada principalmente por capas de varias clases de rocas volcánicas que fueron lanzadas al fondo del mar en una geosinclinal (un profundo canal hundido), junto con algunas rocas sedimentarias entre las estratificaciones, del tipo llamado grauvaca, que proviene de estas rocas volcánicas; más adelante, todas las formaciones geológicas se plegaron y alzaron sobre el nivel del mar y, debido a las diferencias en la resistencia de los distintos tipos de rocas, la erosión y el desgaste causado por los elementos naturales originaron la forma actual, que es la que ha inspirado al folklore. En Indonesia también hay un barco quilla arriba: el volcán Tangkuban Prahu, que domina Bandung y cuyo contorno suave tiene la forma de la parte inferior de una de las proas nativas. Su historia se relata en el capítulo correspondiente a las leyendas sobre volcanes.

   

  Otro tipo de leyendas sobre formas terrestres conformadas en la antigüedad y en sitios completamente alejados entre sí, ilustran la riqueza y alcance de la imaginación humana. Al pie del Ngatuku Hill, en la carretera de Rotorua-Taupo, en Nueva Zelanda, se halla un bloque de riolita, de forma peculiar, ahuecado en un lado como si hubiera sido hecho artificialmente. Hasta allí rodó desde su afloramiento en la ladera de la colina. Se dice que un hombre llamado Hatupatu se refugió allí cuando era perseguido por la bruja Kura-of- the-Claws (Kura. la de las garras). Cuando pronunció las palabras «Matiti, matata», que en maorí equivale a «Sésamo, ábrete», la roca se abrió para acogerlo y, luego, se cerró. Pero Kura esperó y cuando él reapareció, la caza continuó, terminando cuando Hatupatu saltó con éxito a través de un amplio estanque de lodo hirviente que Kura no vio hasta que fue demasiado tarde. El hueco en la roca de Hatupatu, de un aspecto tan poco natural, es simplemente una erosión que se encuentra muy a menudo sobre la superficie de este tipo de bloques. Las ranuras que se dice son las marcas dejadas por las garras de Kura cuando trataba de coger a Hatupatu que huía (pero él pudo esquivarla detrás de la piedra), son erosiónales, debido al desgaste irregular de los distintos tipos de rocas.

  El bien conocido mito maorí sobre el origen de Nueva Zelanda demuestra cómo un cuento popular puede contener, por simple coincidencia, algunos elementos reales. Mientras estaba pescando un día con su anzuelo mágico, el semi-dios Maui (que también figura en muchas historias Hawáianas) enganchó la puerta de la casa de Tonganui, hijo (o en algunas versiones, nieto) del dios del mar. Tirando con fuerza del sedal, Maui arrastró no sólo la casa, sino también las suaves y brillantes tierras que se hallaban bajo ella. Maui encaló su canoa y bajó a la playa para hacer las paces con Tonganui, advirtiéndoles a sus hermanos que permanecieran tranquilos detrás. Pero no bien hubo desaparecido de su vista, le desobedecieron y corrieron de uno a otro lado cortando irregularmente la tierra con sus cuchillos, exigiendo partes de ésta para ellos. Sin embargo, esta tierra era en realidad el lomo de un pez gigantesco que había permanecido durmiendo plácidamente. Al ser atacado se agitó violentamente y el suave lomo se quebró en rugosas montañas y valles y en ásperas rocas y costas. El anzuelo de Maui (Te Mahia a Maui) es el punto de la bahía Hawke que se conoce como la península Mahia (véase fig. 2). No es posible evitar la tentación de creer que la historia de Maui refleja el conocimiento del proceso activo de construcción de las montañas que. en los tiempos geológicos recientes, han elevado a Nueva Zelanda sobre el mar. Para un experto, hay suficiente evidencia del levantamiento reciente, sobre todo la magnífica serie de terrazas elevadas que se despliegan a lo largo de los ríos del sur de la isla que desaguan en el Pacífico. No obstante, los maoríes llegaron a Nueva Zelanda hace sólo unos ochocientos años, lo que no es suficiente como para haber percibido el lento proceso de levantamiento. Además, trajeron a Maui con ellos cuando emigraron de «Hawáiki», ya que muchos pueblos polinésicos poseen leyendas sobre él, incluidas las que suponen que él pescó algunas islas desde las profundidades del mar.

   

  Los aborígenes de Australia tienen una gran cantidad de leyendas que se refieren al origen de ríos y lagos, lo que no resulta sorprendente ya que el agua es algo escasa y muy apreciada en la mayor parte de dicho continente. El río Murray, el más importante, nace en los Alpes australianos y recorre unos mil novecientos kilómetros hasta llegar a la bahía Encounter, después de atravesar el lago Alexandrina, cerca de Adelaida. Según la leyenda, un terremoto produjo una angosta grieta en la tierra por la que, cuando llovía, pasaba un pequeño curso de agua. Después, en otro temblor, un enorme pez se abrió camino, desde algún profundo lugar de la tierra, hasta la superficie. Pero, al ser demasiado grande para ese pequeño curso de agua, su cabeza se atascó contra el suelo, de modo que tuvo que abrirse paso hacia el mar, ensanchando el cauce, mientras avanzaba, dando poderosos golpes con la cola. Junto con el pez, surgió de las profundidades el agua, que llenó el valle tras él, formando el Murray. En el lago Alexandrina, el Soberano de los Cielos cogió al gran pez, lo cortó en pequeños trozos y los arrojó al río en el que se transformaron en las diferentes clases de peces que viven hoy en sus aguas.



El río Murray (que jugó un importante papel en el desarrollo primitivo del sudeste de Australia, en el que, junto con sus tributarios, fueron las arterias principales de transporte y comercio, permitiendo la navegación de los buques a vapor) corre por ásperos desfiladeros en sus tramos superiores, por colinas onduladas después y emerge en un llano —o más bien, una meseta— plano y monótono, cubierto por sedimentos depositados en el mar y en tierra adentro, en la Era Terciaria. Cuando el área se elevó lentamente desde el mar, el curso inferior del río quedó protegido por trincheras{16} en la meseta. Desde el nivel del suelo no se puede saber que allí se halla el valle hasta que uno se aproxima al borde del peñasco. Las paredes del valle son casi verticales y tienen entre treinta y sesenta metros de altura; el fondo del valle es plano y el curso de agua serpentea entre terrazas fluviales bajas. Todo el valle produce la impresión de que la tierra ha sido desencajada, de modo que si se juntaran las paredes la hendedura se cerraría. Sin embargo, no ha ocurrido nada de esto, ya que el curso del agua ha cavado poco a poco la trinchera. Se comprende así por qué los aborígenes imaginaron un monstruo abriéndose paso en el valle del Murray, especialmente cuando se contempla desde las alturas. El lago Alexandrina es una típica laguna{17} costera en la desembocadura del río. El largo bajío de arena que lo separa del mar obstruye el acceso de la navegación hacia éste.

  El lago Narran de Australia, cerca del límite de Queensland con Nueva Gales del Sur (New South Wales), se explica de la siguiente forma: cuando las dos jóvenes mujeres de Baiame, el Gran Espíritu, se bañaban en el manantial de Cowragil (Cowragil Spring), los cocodrilos las cogieron y las transportaron por una corriente subterránea que iba hasta el río Narran, haciendo desaparecer el agua a su paso. Baiame los persiguió siguiendo un atajo a través de un recodo del río en el que sus huellas están marcadas por las murrillas, colinas guijarrosas que se extendían a lo largo del río. Al final de éste, los encontró, luchó con ellos y los mató. Al agitarse en su mortal agonía, produjeron un gran agujero que, rápidamente, el agua llenó y, desde entonces, en los tiempos de crecientes, el Narran se ha desbordado en esa depresión.

  En esta parte de Australia, el esquema de drenaje es decididamente anormal (fig. 13). Usualmente, los pequeños ríos se unen a los más grandes para configurar formas arbóreas (fig. 14a). Aun en los casos en que existe un poderoso control estructural, permitiendo que progrese la erosión, más rápidamente a lo largo del afloramiento de lechos más débiles o de grietas, el resultado sigue siendo de tipo arbóreo, si bien, en ese caso, la forma es análoga a la del árbol forzado a adquirir una forma que, de crecer libremente, no hubiera tenido (véase fig. 14b). El único caso en que un curso de agua se divide en ramas se presenta cuando se llena hasta el tope con sus propios pesados sedimentos, como ocurre en un delta (véase figura 38) o en llanuras formadas por detritus sobre grava y arena (véase fig. 3), o un abanico fluvial{18}, o entre sus propios bancos cuando el agua está baja. Debido a que los canales individuales, especialmente en este último caso, se dividen y se unen de nuevo como hebras trenzadas, este tipo de forma se denomina curso entrelazado (véase fig. 13b).


En el área del lago Narran, como en muchas otras partes del interior de Australia, la topografía es excepcionalmente plana. Como consecuencia de ello, todo un sistema de flujos se une, como lo hacen los canales de un río cuando se entrelazan dentro de su lecho. En efecto, los «brazos» del sistema tributario del río Darling en esta área constituyen, esencialmente, un inmenso río entrelazado. En este territorio horizontal, el menor reordenamiento de material, ya sea por pequeños levantamientos tectónicos{19} o por la formación de dunas arenosas, es capaz de producir cambios sustanciales en el curso de un río, o embalsarlo de modo que conforme un lago. El lago Narran tiene un origen de este tipo. Las lluvias son tan escasas que nunca llegan a producir desbordamientos y, por tanto, no tiene salida. Es innecesario agregar que su tamaño y forma varían según la cantidad de agua que recibe y, en este país criador de ovejas, la cantidad utilizada para el ganado. También sirve como refugio de las aves silvestres.

  El nombre aborigen murrilla significa colinas o suelos cubiertos de guijarros o de piedras. Las colinas de murríllas de nuestra historia están asociadas con terrenos «fósiles», producidos en un tiempo en que el clima era menos árido, con estaciones alternadas humedad y sequía. Bajo estas condiciones se formó una tapa de silcrete (suelo consolidado por sílice) en las áreas en que debajo se extendía piedra arcillosa cretácica y, por tanto, había estado a la intemperie, originando colinas cubiertas de piedras.

  Muchas leyendas fueron originadas por obstáculos naturales. Así, entre ellas, las de Escila (Scilla) y Caribdis de la mitología clásica. Odiseo encontró estos peligrosos gemelos en su largo viaje de retorno a su hogar después de la Guerra de Troya. Caribdis era un temible golfo en el que, tres veces al día, las aguas eran aspiradas con un gran estruendo y, luego, descargadas, lo que provocaba remolinos que sumergían cualquier barco que se acercara demasiado. Sin embargo, los que lograban evitar a Caribdis, se encontraban demasiado cerca del peñasco en que acechaba el monstruo Escila, de seis cabezas y devorador de hombres. Los legendarios Escila y Caribdis eran, en realidad, los estrechos de Messina (fig. 15), el angosto pasaje entre el dedo del pie de la bota de Italia y la extremidad nordeste de Sicilia. La escarpada playa rocosa del lado del continente, al norte de Reggio, que aún se llama Escila, y las peligrosas corrientes en el estrecho del lado siciliano, deben de haber supuesto una gravísima amenaza para las pequeñas embarcaciones de los antiguos. Las desventuras de los que perdieron la vida al intentar navegar ese particular tramo de agua, alimentaron con fundamento la leyenda.


 La «punta del pie» de la bota de Italia, y parle de Sicilia, indicándose los lugares que se asocian a las leyendas mencionadas en éste y en otros capítulos.

Otro mito clásico con escenario también siciliano, se refiere a un famoso manantial, la fuente de Aretusa, en Ortygia, la isla que constituye la parte más antigua de la histórica ciudad griega de Siracusa. El manantial brota y conforma un estanque, más o menos t circular, sobre un hueco rocoso; los patos nadan sobre su superficie I o reposan para limpiar sus plumas junto a él, mientras los papiros ^mueven sus graciosas hojas sobre las aguas. Se dice que es el único sitio, fuera de Egipto, donde el papiro crece de forma natural. Los habitantes de la antigua Siracusa, para quienes el estanque era sagrado, explicaban su presencia del siguiente modo: mientras Aretusa, una hermosa y joven cazadora, se bañaba un día en el río Alpheus, en el Peloponeso, el dios del río se enamoró de su belleza y trató de abrazarla. Asustada, Aretusa huyó, perseguida apasionadamente por el dios, que adoptó forma humana. Desesperada, ella llamó a la diosa Artemisa, pidiéndole ayuda, e, inmediatamente, la diosa la disolvió, transformándola en un estanque. Alpheus, por tanto, recobró su forma fluvial y trató de unir sus aguas a las de ella. Aretusa se sumergió en la tierra y corrió hacia el mar Jónico. Finalmente, emergió en Ortygia, pero Alpheus fluyó detrás suyo, pasando por un túnel debajo del mar, y sus aguas, a pesar de todo, surgieron y se mezclaron con las de ella. Esto también forma parte del mito que afirma que las flores griegas surgen de vez en cuando de las profundidades del estanque, y del que se dice que los objetos que se arrojan al Alpheus, en Grecia, reaparecen en la fuente de Aretusa, en Sicilia.

  Por supuesto, nada en esta historia tiene el menor viso de realidad. El origen del agua de los manantiales se encuentra en la lluvia que penetra por el suelo y se cuela a través de las capas porosas hasta que las condiciones geológicas e hidrológicas le permiten fluir a la superficie en un lugar determinado. No obstante, la idea de una corriente subterránea puede provenir del hecho de que, en su curso superior, el Alpheus desaparece bajo la tierra en un tramo que es una zona de karst de piedra caliza. El mito de Aretusa constituye un ejemplo de un concepto equivocado respecto de las aguas subterráneas. Cuando una excavación encuentra agua, no es que haya penetrado hasta un río, o pozo subterráneo, sino hasta un estrato de roca cuyos poros y grietas se hallan saturadas del agua confinada allí porque las capas inferiores son impermeables. El estrato permeable puede ser un depósito de poca profundidad, de arena o grava no consolidada, o ser roca sólida más profunda. Sólo en las áreas de karst es posible que existan corrientes o lagos subterráneos{20}.

   

  Uno de los monumentos sobresalientes de Copenhague es la fuente Gefion, que representa a la diosa Gefion cuando con el arado separa del territorio sueco la isla de Sjaelland (Seeland), lo que produjo el hueco que fue ocupado por el lago Vänern. En realidad, hay un parecido superficial, tanto en tamaño como forma, entre la isla más grande de Dinamarca y el lago más grande de Suecia (figura 16), pero esa semejanza era difícil de percibir en los días en que se originó el mito, o sea, mucho antes de que existieran mapas de Escandinavia. La leyenda se encuentra en el estudio del famoso historiador del siglo XIII, Snorri Sturluson, de Islandia, quien, a su vez, cita un verso en el que el poeta Bragi Boddason, que vivió en la primera mitad del siglo IX, lo menciona. En la versión más antigua, el lago en cuestión es el Mälaren. La versión de Snorri narra que el rey Gylfi, de Suecia, le ofreció a una viajera que lo había entretenido toda la tierra que pudiera arar con cuatro bueyes durante un día y una noche. Ignoraba que la mujer era Gefion disfrazada. Ella llevó, desde la morada de los gigantes, cuatro bueyes, sus propios hijos habidos con otro gigante. Los unció al arado y aró un surco tan profundo y ancho que una parte de la tierra de Gylfi se separó. Gefion obligó a los bueyes a que la arrastrasen al mar, donde la colocó, y la llamó «Sea Land», es decir, «Tierra del mar» (Sjaelland, en danés). En el sitio de donde ella había tomado la tierra se formó un lago «Lögr» (Mälaren), cuya cala corresponde al promontorio de Sjaelland. El mito debe de haber sido transferido al lago Vänem posteriormente a que hubiese mapas del área, en los cuales se constató el gran parecido de Sjaelland con el lago Vänem


Fig. 16. Se supone que la semejanza de tamaño y forma entre la isla danesa de Seeland (Sjaelland) y el lago Vänem de Suecia han inspirado el mito según el cual la diosa Gefion aró Seeland, arrebatándolo así del suelo sueco y dejando en su lugar la depresión del lago.

  Existe otro tipo de fenómenos naturales continuos que han sido la causa de geomitos. Los fuegos que se producen de forma natural en la tierra, cerca del antiguo puerto licio de Phaselis, debido a las filtraciones de gases, es posible que hayan sido el origen de la quimera, es decir, del monstruo que vomitaba fuego, a la que mató Belerofonte. En realidad, algunos afirman que Prometeo, que le dio el fuego a los hombres, y Hefesto, que, en los mitos más antiguos, es la deidad amable y amante de la paz que usaba el fuego en beneficio de los dioses y los hombres, fueron personificaciones del poder del fuego ofrecido por la misma naturaleza. Los mitos pudieron comenzar en Asia Menor, o en el Cáucaso, siendo llevados más tarde a Grecia. En Lemnos, morada favorita de Hefesto y consagrada a él, hay una colina, llamada Mosychlos, desde la que antes surgían fuegos naturales, pero los hidrocarburos que alimentaban estas llamas se han extinguido hace ya mucho tiempo.

   

  Puesto que las grandes formas terrestres se consideran realizadas por gigantes, es lógico que se atribuyan ciertos elementos naturales menores a la actividad de pequeñas criaturas. Con respecto al posible origen de la idea de los gnomos de la mitología escandinava, se ha hecho una interesante sugerencia. Se sabe que los fenicios tuvieron minas de hierro, cobre, oro y estaño en puntos tan alejados como Inglaterra, Noruega y Suecia. También supieron mantener el secreto de la ubicación de sus minas. Aprovechando la credulidad de algunos de los primitivos habitantes de esas áreas, ¿trataron de alentar deliberadamente la creencia de que sus mineros eran una raza supernatural que vivía bajo tierra? Si bien la idea de criaturas pequeñas está implícita en los gnomos de la mitología escandinava, y suponiendo que el concepto wagneriano de ellos sea el de los Nibelungos, ocupados en apilar tesoros de oro en las profundidades de la tierra, no es fácil encontrar muchos ejemplos de este tipo.

  Sin embargo, el folklore, bajo muchas otras formas, desde los mitos hasta las supersticiones corrientes, se halla estrechamente asociado con varios tipos de minerales, o con concentraciones de minerales en ventajosos depósitos. Desde los tiempos más remotos, las gemas y las piedras preciosas han sido apreciadas por su hermosura y su rareza, y asimismo, se las ha considerado como amuletos que protegían al que las llevaba contra varios tipos de infortunios, o que también servían para acarrear desgracias a los enemigos de quien las poseía. Se ha dicho que el uso de piedras preciosas como joyas proviene de su primitiva utilización como amuletos o talismanes. Vestigios de esta creencia perduran en la costumbre de usar la piedra preciosa considerada como símbolo del mes en que uno ha nacido. Todas las gemas y piedras preciosas, y también algunas semipreciosas, están rodeadas de abundante folklore y superstición. En algunos casos, existe una relación evidente entre las propiedades supuestamente sobrenaturales de una piedra y alguno de sus atributos individuales, como, por ejemplo, la dureza del diamante. En otros casos, la razón para el atributo que la superstición concede a una piedra es oscura, no habiendo ninguna relación entre el poder que se le supone y las propiedades intrínsecas del mineral. El folklore sobre gemas y minerales es tan extenso que aquí nos limitaremos a los casos en que la leyenda o supersticiones que se asocian a la piedra son inherentes a su naturaleza de mineral.

  En nuestros tiempos, el ópalo se asocia casi siempre a la idea de mala suerte, como el número 13 o los gatos negros, pero no siempre fue así. Antes del siglo XIX se atribuían muchas virtudes al ópalo, incluso la de proteger contra las enfermedades. Una razón para la actual superstición puede ser su fragilidad. El ópalo es sílice hidratado en una forma que se comporta bajo los rayos X como si fuese amorfo, es decir, como si sus moléculas no estuvieran ordenadas en ninguna estructura cristalina. El juego de los colores, que caracteriza a la variedad de ópalo que es precioso, se debe a. la dispersión de la luz, pero la causa exacta de tal dispersión no se ha conocido hasta hace muy poco tiempo. El microscopio electrónico ha revelado que, después de todo, existe un orden en la estructura del ópalo. Las partículas esféricas que tienen un tamaño menor que un micrón (un micrón es la milésima parte de un milímetro) constituyen lo que los cristalógrafos denominan orden cúbico centrado en el lado (fig. 17), y esto difracta la luz.

  Antes se creía que las grietas microscópicas y ultramicroscópicas del ópalo, ocasionadas por deformaciones producidas durante el proceso de secado del gel original de sílice, refractaban la luz, creando así la interferencia de colores. Estas deformaciones internas pueden ser fuente de infortunios... pero no para el que los usa. A veces, los ópalos se astillan cuando se extraen del terreno, y esto, sin duda, supone «mala suerte» para quienes esperan, al extraerlos, obtener un beneficio. Se hacen añicos con mucha facilidad cuando se cortan y pulen, lo que supone una «mala suerte» para el lapidario al que se le encargó el trabajo. Una vez convertidos en gemas utilizables, los ópalos deben manipularse con cuidado, ya que se astillan con facilidad si se los trata con dureza (pero esto ocurre también con muchas otras piedras), y es factible que absorban humedad o aceites por sus hendiduras. Los mejores ópalos pierden algo de su vida y color después de un siglo más o menos, y los inferiores, en algunos años. Sin embargo, tratándolo con cautela, un buen ópalo proporciona placer a su dueño durante toda su vida y, después de todo, ¿no es esto una clase de buena suerte?



Estructura cúbica de cristal centrada en el lado. Una estructura ultramicroscòpica rudimentaria de este tipo produce el juego de colores del ópalo.

  Las piedras «mágicas» son maclas de estaurolita o piedra de la cruz. La estaurolita, mineral de sílice, se desarrolla en ciertas rocas de pizarra cuando se convierte en esquisto a causa de la acción del calor y la presión. Tiene un atractivo color marrón-rojizo y posee un brillo algo vítreo, y con frecuencia constituye formas cristalinas casi perfectas, qué se extraen con facilidad de su roca madre. De vez en cuando, un transparente cristal de estaurolita se corta para moldear una gema, pero la mayor parte de las estaurolitas son opacas y, si no fuera por su característica forma, no resultarían lo bastante atractivas como para aplicarse en joyas. Las maclas constituyen dos o más cristales individuales que crecen de modo que algunos de los planos (que reflejan las capas de los átomos) son paralelos, mientras que otros presentan una dirección contraria. En el caso de la estaurolita (el nombre viene del griego stauros, que significa cruz) las maclas son casi perfectamente cruciformes, interpenetrándose los dos elementos en ángulos perpendiculares o de sesenta grados, según en qué plano del cristal está el plano gemelo (Ilustración 15). El que se produzcan formas perfectas de cruces naturales en una roca se ha relacionado con la crucifixión. En Bretaña se creía que las maclas de las estaurolitas habían caído del cielo, por lo que eran apreciadas como amuletos. Buenos cristales de estaurolita se encuentran en el condado de Patrick, en Virginia. La leyenda dice que hace mucho tiempo, un grupo de hadas bailaba alrededor de un manantial local cuando llegó un mensajero que portaba la noticia de la crucifixión. Las hadas lloraron al saber los sufrimientos que había padecido Jesús, y sus lágrimas se cristalizaron en forma de cruz. (Mucho me temo que, con su mezcla de hadas y elementos cristianos, esta leyenda huela a pseudo-folklore.)

   

  Frecuentemente, a lo largo de las costas de Hawái se encuentran grandes piedras de roca de lava que contienen pequeños guijarros o granos de arena incrustados en las cavidades redondeadas. A menudo se hallan tan firmemente aseguradas que resulta difícil imaginar que se introdujesen después de que la lava se endureciera. Los Hawaianos las llaman hanau o «piedras que aún no han nacido» y afirman que son pequeños que nacerán de la piedra mayor (Ilustración 16). La verdadera explicación parece bastante simple. La parte superior del flujo de lava contiene generalmente cavidades (vesículas) que son burbujas de gas que no tuvieron tiempo de escapar antes de que la roca se petrificara. Como las olas hacen rodar y pulverizan y suavizan trozos de estas rocas, las cavidades se agrandan y también se alisan. Las olas tormentosas apilan algunas de las piedras sobre la playa, donde son golpeadas por los granos de arena, los guijarros y fragmentos mayores llevados por el incesante oleaje. En algún momento, un grano de arena, o un guijarro del tamaño apropiado, golpea contra la cavidad, en el ángulo exacto, con tal fuerza que quede firmemente encajado y, voilá... un hanau. La acción de las olas que arrastran arena va produciendo más erosión, lo cual puede aflojar el hanau en su ámbito, tras lo cual, si no son arrastrados nuevamente por el agua, se revolverán agrandando su agujero y formando diminutas cavidades. He visto algunas de éstas de dos centímetros y medio de profundidad y que contenían varios guijarros. Los hanau se encuentran también en los bloques de lava que se emplean para construir diques o rompeolas.

   

  Sobre una extensa área del sur de Australia, en el suelo, soportando los rigores de la intemperie, se han encontrado miles de pequeños cuerpos cristalinos, negros y de extrañas formas, que no se parecen a ningún objeto geológico «normal». Estas piedras, llamadas australitas, raramente tienen más de una o dos pulgadas (de dos y medio a cinco centímetros) y, a menudo, bastante menos. Sus formas varían, siendo redondas las más comunes, vistas de frente, y con forma de lente, vistas de costado. A veces tienen como una pestaña. Las hay ovales, mientras que otras presentan la forma de las pesas de gimnasia, de lágrimas o de botes o canoas (Ilustración 17). Los sagaces aborígenes han observado que estas piedras son insólitas y las consideran, con supersticioso temor, objetos mágicos y misteriosos. No es raro que especulen sobre el origen de las australitas. Algunos creen que son ojos de emú, perdidos cuando los pájaros buscaban comida, u «ojos que miran fijamente», pertenecientes a seres ancestrales. Otros opinan que han sido producidos por los relámpagos, ya que, en algunas ocasiones, se los ha encontrado en el suelo junto a las raíces de un árbol que había sido derribado por un rayo. Otros, en cambio, suponen que han caído del cielo. La explicación de los «ojos que miran fijamente», u ojos de emú, basada exclusivamente en la semejanza física de las australitas con estos ojos, tiene tanta base real como el caprichoso nombre de «botones de aborigen» («blackfellows buttons») que les dieron los primitivos colonizadores, en jocosa referencia al hecho de que el atavío habitual de los aborígenes se reduce al mínimo. La explicación del rayo no está mal como conjetura, porque éste puede fundir la roca en el sitio donde cae, pero las resultantes «fulguritas» (denominación que deriva del latín «piedra de rayo») tienen un cuerpo irregular, en forma de tubo, que no se parece en nada a las australitas. La última explicación, es decir, que caen del cielo, resulta que es correcta, pero sólo por casualidad, ya que la caída de las australitas, aunque geológicamente recientes, es anterior a la llegada del hombre a Australia.

  Las australitas son un tipo de tectitas (del griego tektos, fundido). Las tectitas se hallan no sólo en Australia, sino en diversas zonas, muy distantes entre sí, de la superficie de la tierra, y se las denomina según el lugar en que se encuentren. Las indochinitas, de Indochina y Tailandia, son geológicamente recientes y es posible que procedan de la misma caída; las tectitas, de la Costa de Marfil, cuentan alrededor de un millón de años; las moldavitas, de Checoslovaquia (cuyo nombre se debe al río Moldava), tienen entre 13,5 y 20 millones de años; y las bediasitas, de Texas (nombre que deben a las areniscas de Bedias, con las que se las asocia), y algunas tectitas halladas en Georgia, y que posiblemente pertenecen a la misma caída, cuentan unos 34 millones de años.

  Algunos de los nombres que se les da a las tectitas en otras partes del mundo, aparte de Australia, reflejan las ideas locales respecto de su origen. En la isla de Hainan, en el mar de la China del Sur, se las conoce como «excremento de las estrellas», «deyecciones del demonio» o «piedras de la Luna». Otros tipos de tectitas indo- malasias se llaman «estiércol del trueno», «piedras del Sol», «bolas de la Luna» y «bolas del diablo». En todas partes se les han atribuido poderes mágicos, por lo menos como talismanes de la buena suerte. Los buscadores de oro australianos, como los nativos de la Costa de Marfil, siguen manteniendo la superstición de que su presencia entre los guijarros indica la existencia de un rico depósito de oro.

  El origen de las tectitas es, en la actualidad, objeto de grandes discusiones. Decididamente, no son una clase de meteorito, como se creía antes, pero sí parecen Haberse separado de algún cuerpo a causa del impacto de un meteorito o un cometa. El problema estriba en saber si ese cuerpo era la Tierra o la Luna. La ausencia del isótopo de aluminio-26 demuestra que no han estado en el espacio lo suficiente como para venir de más lejos. También se estudia la posibilidad de que las tectitas tengan un origen terrestre que podría residir en la composición química e isotrópica (que se parece mucho a la de las rocas típicas o suelos de la corteza terrestre) en el agrupamiento de las localidades de las tectitas, ya que las moldavitas, por ejemplo, parecen tener una relación con los impactos del cráter Ries, en Alemania, y, las de la Costa de Marfil, con el meteoro del cráter de Bosumtwi, en Ghana. Sin embargo, el análisis aerodinámico de la forma de las tectitas y las diferencias químicas y físicas entre ellas y los cristales terrestres que se sabe con seguridad que se han formado por el impacto de un meteorito, parecen indicar un origen extraterritorial. La gravedad de la Luna es suficientemente baja como para que el material lanzado por el impacto de un gran meteorito pueda escapar fácilmente al espacio, entrar en una órbita de la Tierra y fundirse al penetrar en la atmósfera terrestre. No obstante, la composición química de las muestras de la Luna que trajeron los astronautas de la misión Apolo no ha alentado a los que piensan que las tectitas tienen un origen lunar.

   

  A diferencia de las tectitas, que, a pesar del interés que revisten desde el punto de vista científico, no tienen un valor económico, excepto como curiosidad o piezas de museo, los depósitos de minerales reúnen un gran interés práctico. Sus orígenes han preocupado desde la antigüedad. La tribu de Ngadjuri, del sur de Australia, describe, en un relato, cómo se formaron dos depósitos de pigmentos minerales que ellos utilizan para pintarse cuando practican sus ritos. Desde algún lugar del norte llegó una anciana con dos perros salvajes, uno rojo y otro negro. La anciana era caníbal y los perros mataban gente para ella y compartían el festín, de modo que los pobladores abandonaban frecuentemente los terrenos en los que acampaban para así apartarse de su camino. Sin embargo, cuando se supo que se aproximaba a uno de sus campamentos más grandes, la gente decidió, en lugar de huir, matar al salvaje trío. Dos hermanos fueron elegidos para realizar la tarea y, armados de sus bumerangs, se dispusieron a hacerles frente. Uno de los jóvenes se escondió en un árbol y llamó a los perros para atraer su atención. El perro rojo lo divisó y se lanzó sobre el árbol, mientras el otro hermano salía de su escondrijo, detrás de un arbusto, y arrojaba el bumerang con tal habilidad que cortó al perro en dos. De nuevo, el joven que trepó al árbol llamó la atención del perro negro, y éste corrió la misma suerte. Después, los hermanos mataron a la mujer caníbal, y así concluyó aquella terrible amenaza. En el lugar en el que se derramó la sangre del perro rojo se formó un depósito de ocre de este color, y, donde se esparció la del perro negro, uno de ocre negro. (El ocre rojo es una forma impura, en polvo, del mineral de óxido de hierro, hematita; el negro, es una mezcla impura de óxido de manganeso y otros óxidos.)

   

  El descubrimiento de oro o plata es, en sí mismo, un acontecimiento fascinante. En nuestra memoria surgen historias que, frecuentemente, constituyen más bien folklore que realidad, acerca de depósitos particulares. Se supone que el descubrimiento de plata en Tonopah, en Nevada, en 1902, se debe a un mono del que se dice que pateó un trozo del metal, llamando así la atención de su amo, el buscador de yacimientos Jim Butler.

  Cuando los inicios de una empresa minera se pierden en las brumas del tiempo, las circunstancias que motivaron su descubrimiento adquieren visos de leyenda. Tal es la historia de Banská Stiavnica, una vieja ciudad minera de Eslovaquia, que, según Tácito, producía oro y plata desde el siglo l a.C. (El oro y la plata hace mucho que ya no existen, pero el depósito de Banská Stiavnica aún contiene plomo, cinc y cobre.) De acuerdo con la leyenda, un hombre poseía dos salamandras, una de las cuales tenía la habilidad de oler el oro, y la otra, la plata. Lo único que el hombre tenía que hacer era soltarlas, seguirlas a donde le condujeran y, si había oro o plata en el suelo, le indicaban dónde era preciso cavar. Estas salamandras, por tanto, le señalaron el lugar en el que se encontraba el mineral en Banská Stiavnica. La leyenda está tan firmemente unida a este depósito que el emblema del lugar presenta dos salamandras, y las procesiones festivas hasta allí están dirigidas por un hombre que lleva una figura exageradamente grande de una salamandra. No se sabe si alguna salamandra tuvo algo que ver con este descubrimiento... Cabe considerar que, quizás, alguien vio desaparecer una salamandra por un orificio, o debajo de una roca —lo que es completamente natural en el caso de una criatura que se sobresalta tan fácilmente—, y, puesto que desde siempre se ha atribuido a las salamandras un increíble poder mágico (incluida la habilidad de vivir en las llamas), se habría sentido impulsado a investigar y... ¡Eureka!

   

  Retrocediendo un poco más en el tiempo, llegamos hasta el Jasón de la mitología clásica, cuya principal aventura, el apoderarse del Vellocino de Oro, presenta matices geológicos. Jasón, hijo de un rey de Tesalia, fue con sus acompañantes los Argonautas a capturar el Vellocino de Oro que se hallaba en un huerto sagrado en el reino de Cólquide, en Fasis (mar Negro), donde lo custodiaba un dragón que nunca dormía. Ayudado por la hechicera Medea, princesa de Cólquide, Jasón realizó hechos prodigiosos y, finalmente, consiguió apoderarse del Vellocino de Oro y escapar con él, llevando consigo, de regreso a Tesalia, a Medea. Una antigua interpretación de este mito indica que la expedición de los Argonautas era semi-pirata y que el Vellocino de Oro representa el botín que obtuvieron. Una posibilidad más interesante, desde el punto de vista geológico, ha sido expuesta por T. A. Rickard. En su opinión, Jasón es el antecesor espiritual de los Forty-Niners{21} de California, los Sourdoughs{22} del Klondike y todos los buscadores de oro de todos los tiempos. Parece que existía una tribu, llamada Tibareni, en la antigua Cólquide, que practicaba una técnica de búsqueda consistente en lavar mediante una corriente de agua los yacimientos que contenían oro, dejando correr el agua sobre pieles de oveja que retenían las auríferas partículas. Después de sacudir las escamas gruesas y las pepitas, colgaban los vellones en los árboles para que se secaran y, luego, los golpeaban para extraer el polvo de oro más fino. Fue el rumor acerca de estos «vellones de oro» lo que impulsó a Jasón a emprender su expedición a Cólquide. En esta explicación, dice Rickard, también se encuentra implícito el moderno método de flotación{23}, según el cual el aceite natural de los vellones coge y retiene las partículas metálicas.

   

  El nombre de un pequeño yacimiento minero, hoy desaparecido, en la Paradise Range (cordillera del Paraíso) de Nevada, es Pactolus. Nunca se materializaron las esperanzas de encontrar oro allí. El nombre se debe a alguien que sin duda, recibió una educación clásica. El río Pactolus, en Lidia, Asia Menor, era una fuente de aluvión aurífero en la antigüedad. La explicación geológica de cómo llegó allí el oro es prosaica si la comparamos con el mito que inspiró el nombre del yacimiento de Nevada. Los depósitos de oro se configuran cuando las rocas que contienen venas del metal se desgastan y sus pesadas partículas, debido a la acción de la corriente de agua, se concentran en el lecho de terreno aluvial. Algunas veces, estos depósitos se rastrean corriente arriba, hasta el punto desde el que provienen las rocas, pero, otras veces, el filón ha sido erosionado por completo. Este debe de haber sido el caso del río Pactolus, ya que uno de los mitos más pintorescos que se refieren a la presencia de oro en el río, es el del fabuloso rey Midas, al que se le concedió el deseo de que todo lo que tocara se convertiría en oro. Midas descubrió en seguida que el «toque de oro» era una bendición a medias, por decirlo así, ya que todos los alimentos y bebidas se convertían en oro en cuanto los acercaba a sus labios. Rogó que se le liberara de este poder y se le concedió, pero debía ir a bañarse al nacimiento del río Pactolus. Por tanto, su poder se transmitió al río, cuyas arenas se transformaron en oro.

  Hasta aquí hemos considerado el folklore que ha sido o pudo haber sido inspirado por algún hecho geológico. Antes de cerrar este capítulo, consideraremos un ejemplo de «factlore» (folklore real) con una base mineralógica. Mucho antes de conocer la brújula magnética, los vikingos —en Escandinavia apareció después, alrededor del 1200— navegaban con gran precisión en las aguas abiertas del Atlántico Norte, llegando incluso a Norteamérica. ¿Cómo podían mantener el rumbo en los días nublados, que debieron de ser frecuentes en ciertas épocas del año? Según las tradiciones, utilizaban una piedra extraordinaria llamada solarsteinn, o piedra del Sol, con la cual podían saber cuál era la dirección del Sol aunque el cielo estuviera completamente nublado. Aunque resulte evidente que debieron de contar con algún tipo de ayuda para navegar, la idea de que tuvieran una piedra que les guiara fue descartada durante mucho tiempo, considerándola tan sólo folklore.

   

  Hace poco, el Dr. Thorkild Ramskou sugirió, no sólo que la piedra del Sol era una realidad, sino que también su principio básico es el mismo que se utiliza en el de la moderna brújula crepuscular (twilight compass). Este instrumento, inventado en 1948 por la Marina de Estados Unidos, se utiliza por los pilotos que vuelan siguiendo la ruta del Polo Norte. (La brújula magnética, por supuesto, se torna inestable al acercarse al polo magnético de la Tierra.) Al amanecer, o al ocaso, cuando el Sol declina en el cielo, sus rayos inciden horizontalmente sobre la parte superior de la atmósfera y se reflejan hacia el suelo. La luz reflejada se polariza siempre, es decir, los rayos luminosos vibran en un mismo plano, y no en todas las direcciones alrededor del paso de propagación. Como todos aquellos que han jugado alguna vez con dos trozos de película Polaroid saben, cuando un haz de luz polarizado se mira a través de otro polarizador, la cantidad de luz que pasa por el segundo varía según su orientación respecto del primero; cuando ambos planos de vibración de la luz coinciden, la luz que pasa por el primer polarizador también atravesará, sin obstáculos, el segundo; cuando los planos son perpendiculares, ninguna luz puede pasar por el segundo (figura 18). Por tanto, si había un claro en la cubierta de nubes que permitiera ver un fragmento de cielo, los vikingos podían determinar dónde se encontraban el este y el oeste si poseían algún tipo de piedra que fuera sensible a la dirección de la luz polarizada reflejada por el cielo (fig. 19). Por supuesto, las sagas exageran cuando afirman que la piedra del Sol funcionaba en base al principio descrito incluso cuando el cielo se encontraba completamente encapotado.



Fig.18. Polarización de la luz. Izquierda: luz no polarizada (a), vibrando en todas direcciones alrededor de la dirección de propagación, pasa a través de una sustancia polarizante (b). Sólo los rayos (c) que vibran en el mismo plano que el polarizador, se transmiten y no son obstaculizados por un segundo polarizador (d) cuyo plano de polarización es paralelo al de (b). Derecha: el rayo polarizado (c) que sale de (b) es totalmente detenido por un segundo polarizador (d) perpendicular al primero. Para posiciones intermedias de (d) se transmitirá más o menos luz, según su posición con respecto a (b). La luz también se polariza cuando es reflejada.

  ¿Qué mineral pudieron utilizar los escandinavos de hace mil años como piedra del Sol? El primero en que pensamos es el espato islandés, porque se trata del mineral que polariza la luz con más eficiencia debido a su extremadamente alta doble refracción (birrefringencia). Es una variedad de calcita muy clara, usada en el microscopio petrográfico (polarizante) y otros instrumentos ópticos. Pero los cristales deben ser cortados en un ángulo matemático exacto y preparados de un modo muy especial para que puedan reflejar uno de los dos rayos refractados y transmitir sólo el otro, polarizado en un mismo plano. Sin duda, los vikingos no tenían los sofisticados conocimientos necesarios como para descubrir cómo lograr este tipo de polarizador con el espato de Islandia.


Fig. 19. El principio en que se basa la piedra del Sol de los Vikingos. (De Ramskou, 1967.)

  Ramskou, por tanto, cree que empleaban cristales de cordierita (dicroíta) o andalucita, los cuales es posible encontrar en las playas de grava a lo largo de las costas de Noruega, donde han estado a la intemperie después de desprenderse de las rocas metamórficas en las que se originaron. Ninguno de estos minerales es tan birrefringente como la calcita, mas poseen, y en alto grado, otro efecto, el conocido como pleocroísmo. Debido a su estructura cristalina, absorben mayor cantidad de luz en unas direcciones que en otras. Cuando se los ve contra la luz polarizada, y se los hace rotar, muestran un rotundo cambio de color. Cuanto más grueso es el cristal, más notable es el cambio. (Los minerales incoloros, como es lógico, no pueden ser pleocroicos.) Ramskou cree que los vikingos pudieron observar y utilizar el pleocroísmo de la cordierita o de la andalucita para determinar la dirección de la fuente de la luz polarizada.

  Aunque cabe que los vikingos encontrasen cristales de cordierita o andalucita de gran calidad (transparencia), los minerálogos no están de acuerdo con esta explicación porque los cristales suficientemente grandes como para ser efectivos como piedras del Sol, son desconocidos en Escandinavia. Y, si bien es cierto que un trozo de calcita incolora, con un perfecto clivaje, no evidenciará un cambio en la cantidad de luz polarizada transmitida en distintas direcciones (puesto que los dos rayos refractados a través de él se polarizarán perpendicularmente entre sí. y cuanto más se recorte uno de ellos más se alarga el otro, permitiendo así que la misma cantidad total de luz pase a través del cristal en cualquier dirección), hay un modo en el que la calcita puede haber servido como piedra del Sol. Se ha demostrado, en el Mineralogical Museum (Museo Mineralógico) de Copenhague, que si la luz polarizada atraviesa un fragmento de calcita clara por un enrejado fino, se produce un notable cambio en la cantidad de luz transmitida en distintas direcciones. La demostración del citado museo utilizaba como enrejado un trozo de papel con dos ranuras que formaban un ángulo de noventa grados, pero este mismo efecto se obtiene con una calcita en la que una de sus caras sea un cristal grabado naturalmente, y no una cara con un brillante clivaje. Es completamente factible que esta pieza, alguna vez, cayera en manos de un vikingo que, de una forma accidental, descubriese sus singulares propiedades. Trozos adecuados de calcita pueden no ser comunes —la leyenda menciona que eran costosos—, pero serían mucho más fáciles de encontrar que grandes gemas de cristales de gran calidad de cordierita o andalucita. Las sagas narran asimismo cómo un ladrón arrojó una vez una piedra del Sol creyendo que se trataba de un fragmento de cuarzo. Si la piedra del Sol era un mineral coloreado, parece muy improbable que un ladrón la hubiese desestimado aunque la confundiera con cuarzo, ya que las variedades de cuarzo de colores claros son piedras semipreciosas por derecho propio. Sin embargo, un observador inexperto puede fácilmente confundir la calcita incolora con cuarzo incoloro común, de modo que este hecho agrega una credibilidad adicional a la idea de que la piedra del Sol era el espato de Islandia.


{12} La dificultad en datar los hechos geológicos en base a las tradiciones, aun cuando se conozca el número de generaciones comprendidas en ellos, está ilustrada por los intentos de datar las erupciones del Maui en las islas Hawái, en las que la lava formó el cabo Kinau. Los primeros cálculos del tiempo de la erupción, basados en los informes de los nietos que lo presenciaron, suponiendo treinta y tres años por generación, da como resultado la fecha de 1757. Un segundo cálculo, en el que se considera el período de veinticinco años como promedio más lógico de una generación Hawáiana, fija la fecha en el 1770. Comparando los mapas más antiguos de la costa de la región. B. L. Ootsdam demostró recientemente que la última fecha ofrece todavía un error de alrededor de veinte años. El mapa dibujado por el explorador francés La Perouse (que ha dado nombre a la bahía sur del prominente cabo Kinau) es de 1786 y en él se ve una ensenada baja ininterrumpida por la protuberancia de cabo Kinau. En cambio, el mapa dibujado por el navegante inglés Vancouver, en 1793, marca decididamente el cabo, lo que, por tanto, indica que debe de haberse formado, año más o menos, en 1790.

  {13} Estuario: canal ancho en la desembocadura de un río y en el que se produce una marcada acción de las mareas. Habitualmente está originado por el hundimiento del valle de un río o, en este caso, de varios valles.

  {14} El término geológico karst (denominación alemana de la meseta del Carso. al norte de Eslovenia. que es la localidad típica de esta clase de topografía) simboliza un área de piedra caliza donde las formaciones terrestres han sido determinadas especialmente por el drenaje y la solución subterráneos, siendo la piedra caliza la más soluble de todas las rocas. La rotura de las cuevas y canales del subsuelo motivaron que la superficie quedara marcada como por picaduras de viruela, debido a los orificios que funcionaban como sumideros: los cursos de agua desaparecían debajo y reaparecían en alguna otra parte, siendo el relieve generalmente caótico.

  {15} Se cree que ha sido en las Society Islands, no en Hawái.

  {16} Un rio atrincherado es una zanja serpenteante abierta de par en par en un lugar cuyo fondo es plano, y que se hunde respecto a la superficie de la tierra alta adyacente.

  {17} Una laguna es un lago, de agua salina, separado del mar abierto por depósitos marinos como bajíos de arena. El nombre se aplica también a las extensiones de agua detrás de las barreras de arrecifes coralinos de las islas tropicales, o semi-tropicales, o en el centro de un atolón.

  {18} Un abanico fluvial estriba en un montón de material depositado, por los ríos que descienden de las montañas hacia las tierras bajas, en forma de cono bajo.

  {19} Tectónico: Que pertenece o designa la estructura rocosa y forma externa resultante de la deformación de la corteza terrestre. De la palabra griega tekton, que significa constructor.

  {20} El mismo error se aplica aún más respecto al petróleo, en que el uso de los términos pozo de petróleo y depósito de petróleo, tal como los emplea la industria, no hace nada para aclarar esta cuestión. En realidad, cuando un geólogo especialista en petróleo habla de un pozo de petróleo piensa en un estrato de roca cuyos poros están saturados de petróleo. Cuando el taladro penetra en esta capa, el petróleo se escurre hasta el receptáculo y fluye por sí mismo a la superficie o hay que bombearlo, según la presión, que a su vez depende del medio geológico e hidrológico. La areno asfáltica es, generalmente, una arena de arenisca, no arena desmenuzada. Esta arenisca porosa constituye un yacimiento rocoso para petróleo o para agua.

  {21} Los Forty-Niners son los que llegaron a California durante la fiebre del oro de 1849. (N. del T.)

  {22} Sourdoughs son los catadores que llevaban consigo una masa fermentada para hacer pan. (N del T.)

  {23} Flotación: Método de separar los diferentes minerales pulverizados según su disposición para flotar en un líquido espumoso. El mineral más finamente pulverizado se trata con una sustancia oleaginosa, lo que acentúa las diferencias en absorber la humedad entre las partículas metálicas y no metálicas.

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