Vivían en el castillo de Achorroz los señores de este nombre. Su dueño, don Gome González
Butron, era enemigo de la casa de Guevara de la que era jefe un tal don Pedro.
Don Pedro de Guevara había formado propósito de apoderarse de la ciudad de Mondragon y uso
para ello hábiles medios, como el de enviar a su mujer, doña Constanza de Ayala, a explorar los
ánimos de aquellas
gentes.
Mas tarde, visto lo inútil de su intento pacifico, determino caer sobre la ciudad y tomarla al asalto
saqueándola e incendiando sus casas.
Temeroso estaba don Pedro de Guevara de que en su propósito pudiera surgir un fuerte
enemigo: González Butron, señor de Achorroz. Por ello, envío unos forajidos que recibieron orden
la orden de esperarle en el camino de su residencia y darle muerte.
El señor de Achorroz se dirigía a su casa, cabalgando junto a dos escuderos, cuando le salió al
encuentro un pastorcillo que le advirtió del peligro en que se encontraba. Este joven rústico servia
de enlace a la partida aquella de malhechores para avisarles cuando viera a aquel que esperaban,
a quien no conocían, como extraños que eran en aquella tierra.
Gome González quiso pagarle el servicio antes de volver grupas y tomar nuevo camino. Pero el
pastor se negó a admitir nada; solamente le prometio acudir a el si alguna vez necesitaba su
ayuda y recibió de su prometido una cadena de oro por la que fácilmente podría ser identificado
en cualquier momento.
Debido a este contratiempo y, no contando con el, Guevara tuvo que enfrentarse con un enemigo
fuerte y preparado, pues al de Achorroz le sirvió de aviso el descubrimiento de la trama del
atentado que le preparaban. Guevara y sus compañeros fueron hechos prisioneros y condenados
por el rey Juan II a la pena capital, que les fue conmutada posteriormente por otras menores.
Gome González tenia una hija llamada Magdalena a la que quería unir en matrimonio a un
sobrino suyo que se había educado en la casa y que regresaba entonces de la guerra contra los
infieles. La hija, sin embargo, sentía cierta repugnancia por este enlace, y así lo dijo a su confesor
que dio los pasos necesarios y hablo con el obispo para que no fuera concedida la
correspondiente dispensa necesaria por su próximo parentesco.
El señor de Achorroz sufrió un acceso de cólera cuando recibió la respuesta del obispado,
negándole la gracia solicitada, en vista de los reparos que la joven Magdalena tenia. E igualmente
le sucedió al primo que regresaba triunfante con un reciente titulo de conde con el que pretendía
inflamar la vanidad de su buen tío.
Una noche, estando Magdalena encerrada en su habitación, de la que solo había una llave que
tenia su padre, oyó entre el ruido producido por una fuerte tormenta los aires de una canción que
la avisaban del peligro en que se encontraba dentro de su propia casa. Aquella voz era
inconfundible y se iba acercando; era Jenaro, el amor puro y oculto de la doncella.
Parecía que estaba en la misma ventana del aposento: tan cerca se oía su voz.
Magdalena, en un arranque nervioso, fue a la ventana y la abrió; por allí súbitamente penetro en
la estancia Jenaro que le anuncio el peligro. Su padre se había procurado una llave igual ala de su
padre, y de modo oculto pretendía sorprenderla de noche a fin de comprometerla y conseguir de
ese modo su mano.
En principio eran inútiles todas las advertencias que le hacia Jenaro ya que Magdalena por nada
del mundo se hallaba dispuesta a abandonar la casa de su padre. No tenia otro remedio que
ingresar en Oñate en un convento con una tía suya, pues suponía que su padre nunca le daría
permiso para casarse con Jenaro. Pero al fin, este la convenció de que se dejara conducir al
convento desde donde podría escribir a su padre contándole lo sucedido. Y juntos, por una
escalera de cuerda que llevaba Jenaro, bajaron los dos amantes.
Mas en aquellos momentos, tal y como lo había presentido Jenaro, el primo de Magdalena hizo
su entrada en la habitación valiéndose de la llave que poseía. Viendo la estancia vacía e
imaginando lo que ocurría, se dirigió a la ventana y con un cuchillo corto la cuerda de la escala.
En la noche tormentosa se oyó un largo lamento. La amorosa pareja había encontrado la muerte
en su violenta caída.
El señor de Achorroz ala mañana siguiente fue avisado por las gentes vecinas.
En el suelo yacían su hija y un joven. Este llevaba al cuello la cadena de oro que en otra ocasión
había dado el al pastor que le salvo la vida.
En el mismo sitio donde murieron mando poner una inscripción: Rezad un
padrenuestro por sus almas>>.
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