viernes, 29 de marzo de 2019

El arte del tiro con arco

Qi Shang deseaba aprender el arte del tiro con arco, que, según dicen, es un excelente
camino para acceder al Tao. Fue en busca del maestro Fei Wei, quien gozaba de una
reputación considerable. Éste le dijo:
—Cuando seas capaz de no parpadear, te enseñaré mi arte.
Qi Shang regresó a casa, se deslizó bajo el telar de su mujer y se entrenó en seguir
con la mirada y sin parpadear el ir y venir de la lanzadera. Tras dos años de practicar
este ejercicio, ya no pestañeaba en absoluto, ¡ni siquiera cuando la punta de la
lanzadera le rozaba el ojo! Regresó entonces para anunciárselo al viejo Fei Wei.
—Bien —dijo el maestro—. Ahora debes aprender a ver. Debes distinguir con
toda nitidez la percepción más ínfima. Atrapa un piojo, átalo con un hilo de seda y
cuando seas capaz de contar los latidos de su corazón, ven a verme.
Qi Shang tardó diez días en atrapar un piojo, necesitó seis meses para conseguir
atarlo. Después, se dedicó a mirar fijamente el insecto durante varias horas al día. Al
cabo de un año, lo vio tan grande como un platillo, y al cabo de tres años, tan grande
como una rueda de carro. Corrió entonces triunfalmente hasta la casa de su maestro.
—Bien —dijo el viejo arquero—, ahora vas a poder ejercitar tu puntería. Cuelga
el piojo de la rama de un árbol, retrocede cincuenta pasos, y cuando consigas
traspasar el insecto sin tocar el hilo de seda, vuelve a verme.
Y le tendió un arco y una aljaba.
Qi Shang tardó tres meses en tensar el arco sin temblar, un año para dar en el
tronco del árbol y dos años para tocar el hilo de seda. Cien veces cortó el hilo sin
tocar el piojo. Transcurrieron otros tres años antes de que la flecha atravesara el
insecto sin tocar el hilo.
—Bien —dijo el viejo Fei Wei—, ya casi has concluido. Ahora sólo te queda
intentar lo mismo en medio de un vendaval. Entonces, ya no tendré nada que
enseñarte.
Y tres años más tarde, Qi Shang logró esta última proeza. Entonces se dijo que ya
sólo le faltaba una cosa por hacer: medirse con su maestro, saber si era capaz de
superarle, si podría finalmente ocupar su lugar. Tomó su arco, sus flechas y fue en
busca de Fei Wei.
El viejo arquero, como si le esperara, había salido a su encuentro, arco en mano,
con las mangas remangadas.
Cada uno en un extremo del prado, se saludaron sin decir palabra, colocaron una
flecha sobre el arco y se apuntaron cuidadosamente. Las cuerdas vibraron al unísono,
las flechas chocaron en pleno vuelo y cayeron sobre la hierba. Seis veces silbaron y
seis veces se dieron. Fei Wei había vaciado su aljaba, pero Qi Shang aún tenía una
flecha. Dispuesto a todo para deshacerse de su rival, para terminar con su maestro,
disparó. La risa del anciano respondió al grito de la flecha y, con el meñique de su
mano derecha, desvió él tiro mortal que fue a plantarse en la hierba. Fei Wei dio tres
pasos, recogió la flecha, la colocó sobre su arco y apuntó a su vez a su discípulo.
Qi Shang no hizo ningún gesto, pero la flecha sólo rozó su cintura, como si su
maestro hubiese errado el tiro… o le hubiera perdonado la vida. Pero cuando quiso
dar un paso, ¡su pantalón cayó sobre sus tobillos! El golpe magistral del viejo Fei Wei
había cortado el cordón.
Entonces Qi Shang se prosternó y exclamó:
—¡Oh, gran Maestro!
Fei Wei se inclinó a su vez y dijo:
—¡Oh, gran Discípulo!

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