viernes, 29 de marzo de 2019

ALEJANDRO Y BUCÉFALO

Alejandro tenía trece años cuando su padre, Filipo, rey de Macedonia, se
encontró con la posibilidad de comprar un ejemplar a un vendedor de
Tesalonia. El animal llevaba por nombre Bucéfalo, gracias al cuerno en medio de su
frente (literalmente, bucéfalo significa «cabeza de buey»). Era tan salvaje que a cada
intento de ser montado arrojaba con violencia a cualquier hombre, y por su actitud
descontrolada fue descartado de inmediato por Filipo.
Alejandro protestó entonces, indignado, ya que estaban perdiendo una
oportunidad excelente, que sólo requería habilidad y coraje manejar a la creatura. Al
principio el padre ignoró al niño, pero finalmente, ante la insistencia, dijo al
muchacho: «¿Crees que tú podrás hacerlo mejor que todos estos hombres, campeones
en el arte de cabalgar?».
«Puedo manejar a la creatura mucho mejor que ellos», respondió engreídamente
Alejandro.
Filipo, creyendo que era tiempo de enseñarle una lección de humildad a aquel
niño, lo miró con enojo. «Si fallas, ¿cuál será el pago por haberme desafiado?»
«Pagaré el precio de la bestia», replicó el muchacho.
«¿Tienes treinta monedas?», preguntó el rey, a lo que contestó que no, pero que
las conseguiría.
«Muy bien, entonces. Si consigues domar a Bucéfalo, lo tendrás como regalo.»
Las risas se esparcieron por todo el lugar, y se oyeron discusiones acerca de que
Alejandro era magníficamente bravo o sólo un pobre tonto.
Las trompetas pidieron silencio cuando Alejandro entró al campo. Pequeño para
su edad, parecía más menudo junto a la gran bestia, pero estaba totalmente
convencido. Habiendo observado atentamente a los otros que habían querido
montarlo, se acercó a Bucéfalo con las manos a los lados extendidas, mostrando que
no tenía intenciones de montarlo sin su consentimiento, y que no llevaba armas, sogas
o montura. Caminó hacia él con el sol a sus espaldas, para que los ojos del unicornio
no se distrajeran y asustaran con las sombras que proyectaba su cuerpo, cosa que
había advertido anteriormente. Luego, a una distancia considerable, le habló de esta
manera:
«Saludos, noble ser. Vengo amistosamente. Sólo permíteme montar en tu lomo
hoy, y podrás elegir tu libertad luego.» Y allí permaneció por un momento, totalmente
indefenso ante la creatura.
El unicornio se acercó y bajó su cabeza frente a él, hasta que el cuerno casi tocó
el pecho de Alejandro, apuntando al corazón. Hubo un escalofrío en la multitud que
observaba y un movimiento en las espadas de quienes rodeaban a Filipo, pero sabían
que aunque mataran a la bestia nada podía salvar de la muerte al muchacho.
Luego de lo que pareció una eternidad, Bucéfalo de pronto bajó la punta de su
cuerno hacia el piso y, temblando, permitió que el muchacho saltara a su lomo. Una
vez arriba, Alejandro se quedó quieto por unos instantes, hasta que se acostumbraron
el uno al otro. Al momento, el unicornio comenzó a galopar y lo llevó lejos, tan suave
como el viento. Muchos en la multitud temieron que nunca más volverían a ver al
joven príncipe, pero al cabo se vio a la pareja volver a la carrera, y los gritos de
alegría comenzaron a oírse. Se dice que el Rey soltó lágrimas de felicidad y orgullo, y
besando al muchacho le dijo: «Oh, mi hijo, búscate un reino que te merezca, pues
Macedonia es demasiado pequeña para ti».
Bucéfalo se quedó con Alejandro hasta el final de sus días, y fue montado por él
en cada batalla de la conquista de Egipto y del Imperio Persa.
El joven héroe se hizo famoso por su justicia, respeto y clemencia hacia los
enemigos.
Alejandro tuvo otras conexiones con unicornios además de esta. Se le presentó en
una oportunidad de su viaje a Etiopía, una hermosa creatura que llevaba una gema en
la base de su cuerno, como un regalo de la Reina Candace. Hay otros tantos relatos
que refieren su cacería de los feroces karkadann. En una ocasión, tuvo que luchar con
un unicornio demoníaco, la manifestación encarnada de espíritus hostiles.
La leyenda y la historia concuerdan en que Bucéfalo murió en la última gran
batalla de Alejandro, contra el Rey Porus de la India. La razón de su muerte se
discutió mucho: unos dicen que fue causada por la cantidad de heridas que recibió,
otros aseguran que por la edad o simple cansancio.
Cualquiera haya sido, su desaparición modificó profundamente la suerte de
Alejandro.
Su legendaria buena fortuna pareció abandonarlo, y así su buen carácter, ya que
comenzó a mostrar signos de inestabilidad, cada vez mayores.
Alejandro ganó esa batalla, pero fue forzado a regresar, pues sus tropas se
negaron a seguir avanzando.
Otra vez en el corazón del Imperio Persa, se asentó por un tiempo y comenzó a
organizar una expedición para rodear África hasta las puertas del Mediterráneo. Fue
entonces cuando una fiebre, que al principio parecía manejable, lo postró en cama
hasta su muerte.
Los rumores de que había sido envenenado corrieron por todo el Imperio, pero la
verdad jamás fue develada.
Se dice que la muerte de Bucéfalo lo afectó sobremanera, y no pudo proseguir
con las conquistas del continente asiático.

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