Mitos relacionados
con el origen y ordenación del Mundo
La cosmovisión de
los aborígenes australianos
Uno
de los elementos que destaca en esta cultura es la fuerte conexión que los
aborígenes sienten con la naturaleza. Esa intensa unión sienta las bases de su
visión particular del mundo y del papel que cumple el ser humano en la Tierra y
también impregna todos los aspectos de su vida diaria. Creen que el ser humano
forma parte de una esencia superior que es la Naturaleza, de la cual forman
parte los seres vivos y los muertos, desde la roca, la lluvia, la lombriz, o
los árboles, hasta los canguros y los hombres. De acuerdo con esta concepción,
el hombre no es un ser superior, sino que comparte el medio ambiente con el
resto de los seres de la Tierra, y tan necesaria es la existencia de los
lagartos como la suya propia. Para comprender mejor este gran aprecio y respeto
que sienten por la naturaleza, debemos de considerar que estamos ante una
sociedad de recolectores y cazadores, cuya supervivencia dependía
exclusivamente de los bienes que obtuviesen de la naturaleza, de ahí la
necesidad de preservarla y de mantener su equilibrio. Para preservar ese
equilibrio, todos los elementos de la naturaleza debían ser tenidos en cuenta y
todos tenían su función.
La
función del ser humano es la de honrar a la Naturaleza y a sus elementos,
mediante la práctica de rituales; se establece así una relación simbiótica, ya
que el hombre recibe cobijo y sustento de la Naturaleza, y a cambio, ayuda a
mantener el orden mediante rituales. Siguiendo este planteamiento, podemos
entender que el aborigen australiano nunca perjudique el medio, sino que lo
proteja. Esa veneración y esa unión que sienten con la Naturaleza la
manifiestan materialmente mediante los tótems, que están vinculados con algún
elemento o algún aspecto de la Naturaleza, al que una tribu, una casa o un
individuo aborigen rinde culto. Mediante este sistema totémico, los aborígenes
podían venerar a cualquier aspecto o elemento de la Naturaleza: la roca, la
lluvia, la lanza, el lago, las flores, los animales o las plantas. Además, los
aborígenes realizaron una clasificación de tótems desde los que eran de culto
individual, hasta los de índole local, pasando por los vinculados con el sexo o
con la familia.
Este
orden fundamentado en tótems favoreció el desarrollo de una organización social
basada en clanes, que a su vez se dividieron en casas, con lo cual se difundió
una gran variedad de relatos, mitos, héroes y creencias particulares, que nos
son imposibles conocer en su totalidad. Sin embargo, a pesar de esa enorme
diversidad, la mayoría de los aborígenes australianos comparten un conjunto de
creencias a cerca del Universo, su origen, la Naturaleza o el papel del ser
humano. Así, la mayoría de su mitología está relacionada con la Naturaleza y con
la Tierra, mostrada como antítesis al cielo y al océano.
La
creación y la ordenación del Mundo, en la mitología de los pueblos nativos
australianos, se explica mediante relatos mitológicos que tienen como
protagonistas a seres legendarios, dioses y héroes ancestrales. Del mismo modo
que ocurría con los mitos africanos o con la cosmogonía clásica, el origen del
mundo y su forma, tal y como la conocemos, se debe a la intervención de seres
mágicos y dioses primitivos, cuya actuación permite, no sólo que exista nuestro
mundo, sino también la vida en él. De igual modo, estos relatos mitológicos
ayudan a comprender el origen de ciertos fenómenos naturales o el origen de
ciertas costumbres y normas sociales, justificándolas. De forma que estos
mitos, acompañados de los correspondientes rituales, ayudaban a conservar este
orden establecido, tanto desde el punto de vista natural como desde el punto de
vista social. En este trabajo nos centraremos en esas leyendas y creencias
comunes a la mayor parte de los aborígenes australianos: la estructura del
Universo, leyendas sobre el origen de algunos cuerpos celestes, el «Tiempo del
Sueño», la historia de Biame o el relato de la Madre Serpiente.
El Tiempo del Sueño
Dentro
de la mitología aborigen australiana, los mitos de la creación ocupan un lugar
muy importante. La creación y ordenación del mundo tuvo lugar en un periodo
mitológico y sobrenatural, conocido como «Alchera», Dreaming o Dreamtime, cuya
traducción literal es «Tiempo del Sueño». En este tiempo mágico, la Tierra tomó
forma y la vida surgió en ella. En la mayor parte de las leyendas que hablan
del Dreaming, se relatan los viajes de los espíritus ancestrales, llamados
Wondjina, que crearon el mundo tal y como lo conocemos, con sus ríos y sus
rocas, las estrellas y dieron vida al ser humano, a las plantas y a los
animales. Posteriormente, durante el Dreamtime, estos espíritus, viajaron
libremente por Australia y después de transmitir a lo seres humanos los
conocimientos necesarios para su supervivencia y para el mantenimiento del
orden establecido, los Wondjina desaparecieron dentro de la Tierra y habitan en
las formas del mundo natural que crearon: rocas, pájaros, ríos, etc...
En
la mayoría de estos mitos, la Tierra surgió de la materia preexistente y el
paisaje fue paulatinamente transformado por la acción de unas criaturas con
forma parecida a la de gigantes serpientes. Estas «serpientes» fueron
levantando, horadando y retorciendo, el terreno existente, y a medida que lo
hacían iban configurando el paisaje actual. Estos seres ancestrales, que dieron
forma a la Tierra, surgieron de la propia Tierra. Posteriormente dedicamos un
epígrafe al mito de la «Madre Serpiente»
Al «Tiempo del Sueño», también se puede
entrar en el presente mediante la práctica de ciertos rituales, utilizando
tótems. Así, la conservación de los mitos y la práctica de los rituales se
mantiene en cierto modo, la continuidad de este tiempo sobrenatural, tan
importante en la mitología aborigen, y garantiza también la continuidad de la
vida.
Estructura del
Universo y origen de algunos elementos celestes
En
este sistema de creencias, donde la Tierra y la Naturaleza ocupaban un lugar
privilegiado, el firmamento era poco atendido de manera que la mayor parte de
su cosmología estaba basada en la mitología y en observaciones astronómicas muy
generales.
La
estructura del Universo varía poco de un pueblo aborigen a otro. En general
para estos nativos, en el Universo había tres planos: la Tierra, el cielo y el
subsuelo. La Tierra, cuya forma es circular, está cubierta por el cielo que se
estrecha en el horizonte. El cielo es el hogar de los héroes ancestrales y de
los seres sobrenaturales. Además, el cielo era descrito como el lugar donde iba
el alma de una persona cuando esta moría, curiosamente como explica el
Cristianismo, salvando las muchas diferencias, claro está. Como su Tierra
(Australia) era un espacio bastante seco, donde el agua no era muy abundante, a
los ojos del aborigen australiano, el cielo se imaginó como un espacio verde,
donde el suministro de agua era mayor que en la tierra, resultando una morada
digna de los dioses y de esas almas que abandonaban el cuerpo al morir. La luz,
el brillo de las estrellas era visto como las hogueras de los seres que
residían en el cielo. Algunos mitos explican que el cielo era sostenido por
unos apoyos gigantescos situados en los extremos de la Tierra sujeto. Esta idea
de grandes pilares o apoyos que sujetan el cielo, también es recogida por otras
mitologías, por ejemplo, la china. Los aborígenes australianos sentían un gran
respeto por la figura del chamán, de quien se decía era capaz de viajar del
plano terrestre al plano celeste, mediante una serie de rituales y utilizando
ciertas semillas de árboles que se hallaban entre el cielo y la tierra.
El
plano subterráneo, era un plano inferior a la Tierra con la cual tenía un mayor
parecido que el cielo. En este plano, situado por debajo del terrestre, estaba
ocupado por gente que se parecía bastante a la que ocupaba la Tierra. Otros
relatos sostenían que el subsuelo es un plano más oscuro y que está vacío,
deshabitado. Una leyenda aborigen cuanta que el hombre luna y la mujer sol,
atravesaban cada día este plano subterráneo para volver al horizonte este,
desde el oeste. De este modo, explicaban la desaparición tanto del sol como de
la luna en el horizonte oeste, y su aparición en el este cada día.
Como
ya hemos apuntado en el párrafo anterior, para los aborígenes australianos, la
luna era identificado con una figura masculina, mientras que el sol era
considerado una figura femenina, justa al revés que en muchas otras culturas,
como puede ser la clásica. Esto puede deberse a la importancia que los nativos
australianos otorgaban a la figura femenina, sin la cual no era posible la vida.
Del mismo modo, la vida en la Tierra no es posible sin el sol, con lo cual pudo
establecerse una relación entre la feminidad y el astro rey. El mito que nos
narra el origen del sol, nos cuenta que éste surgió de la propia Tierra en un
lugar concreto, señalado por una gran roca; cada día el sol se alza en el cielo
y vuelve a la Tierra cada noche, justo al mismo lugar del que surgió por vez
primera. Existe otra narración, completamente distinta, que también explica la
aparición del sol en el cielo cada día. Según esta leyenda, una mujer dejó a su
hijo en el interior de una cueva mientras buscaba comida; cuando anocheció, la
mujer se perdió y entró en la región celeste, que comenzó a recorrer con una
antorcha; la mujer aún sigue perdida y cada día cruza el cielo con su antorcha,
iluminándolo mientras busca a su hijo perdido.
También
es curioso el relato mitológico que explica el origen de la luna, que como ya
hemos indicado era una entidad masculina. Según este mito, un miembro del tótem
de la zarigüeya tenía un fabuloso cuchillo con la luna dentro, de modo que
podía cazar por la noche con la luz que proyectaba. En cierta ocasión, un
miembro de otro tótem se lo arrebató y huyó. El dueño del cuchillo, corrió tras
él, sin éxito. Como no pudo alcanzarlo, se dirigió a él vociferando y propuso
al ladrón que dejase la luna en el cielo para que todos pudiesen sacar provecho
de su luz y pudieran cazar de noche. Existe otro mito distinto, pero igual de
interesante, que explica las fases de la luna. El relato cuenta cómo un miembro
del tótem de la zarigüeya murió y poco después se alzó de su tumba, volviendo a
ser un hombre; nuevamente envejeció y murió otra vez; en determinados puntos,
se vuelve a levantar como un hombre joven, para ir envejeciendo y volver a morir.
Pero
en la mitología de los aborígenes australianos, no solamente se recogen mitos
sobre el sol y la luna, sino que otros cuerpos celestes también merecieron su
atención. Entre ellos destaca el mito de las Pléyades y de Orión, que fueron
importantes grupos de estrellas para los nativos de Australia. Las Pléyades
eran siete hermanas que iban siempre juntas a cualquier sitio y un día
aterrizaron todas en su lugar favorito, donde encontraron a un grupo de hombres
llamados Yayarr. Estos hombres acompañaron y ayudaron a las hermanas, hasta que
se cansaron. Solamente uno se quedó con ellas. Cuando las estrellas se fueron
al cielo, el hombre las siguió también hasta el firmamento y se convirtió en
Orión.
Las
estrellas de Escorpio también tienen su propio mito, según el cual un recién
iniciado fue seducido por una mujer y mantuvo relaciones sexuales antes de
haber sido purificado. Los maestros del joven querían castigarle por haber roto
las normas, pero la pareja huyó al cielo. Los maestros les persiguieron
arrojándoles bumeranes, pero fallaron. Entonces todos se transformaron en
estrellas para mostrara que el iniciado jamás podría finalizar su formación.
Otros
fenómenos celestes también fueron explicados mediante mitos que ayudaban a
comprender hechos, que, de otra forma, eran inexplicables. Así sucedía con los
eclipses de sol; para los nativos australianos los eclipses de sol, eran
debidos a la intromisión de un demonio, Arungquilta, que quería introducirse en
el sol para vivir en él. Cada vez que tenía lugar un eclipse, el chamán debía
de realizar un ritual, para expulsar al demonio Arungquilta y expulsarle lejos
del sol.
Biame, el Gran Dios
Espíritu y otros dioses creadores
Dentro
de los mitos de creación, puede que el más extendido entre los pueblos nativos
australianos sea el de el dios Baiame, también conocido bajo los nombres de
Balame, Byamee o Biame, que procede del vocablo biai, «hacer». Este dios ancestral es
conocido como «El más Grande» o «El Creador» y es el responsable de haber creado
por primera vez la Tierra.
Uno
de estos relatos sobre Biame resulta tener cierto contenido moral, además de
justificar la necesidad de que todos los seres de la Tierra permanezcan unidos,
siendo todos iguales. Este relato, nos cuenta que Biame estableció tres tribus
diferentes de seres vivos para poblar la Tierra. En primer lugar creó la tribu
de los animales y habitantes del suelo; en este grupo encontramos seres de
tamaños y formas diversas, desde los reptiles que se arrastran por el suelo, hasta
los canguros y los koalas. En segundo lugar, creó a la tribu de los pájaros,
integrada por curiosas aves de todas las dimensión y colores. En último lugar,
dió vida la tribu de los peces que poblaron los ríos, los lagos, las charcas y
los amplios mares. En medio de estas tribus vivía una extraña criatura, llamada
platypus que compartía cualidades con cada una de esos grupos; así, tenía piel
como los animales, ponía huevos como los pájaros y nadaba como los peces. Este
ser tenía amistad con las tres tribus, que pronto sintieron una gran admiración
y respeto por él. Según cuenta la leyenda, un desafortunado día las tribus
empezaron a discutir sobre cuál de ellas era la mejor. La discusión se volvió
tan enérgica, que la lucha estalló y los grupos se separaron. Cada una de las
tres tribus invitó a platypus a que se uniera a ella; primero la de los
animales, con el gran canguro Bagaray a la cabeza, después la de los pájaros
liderada por Buntil, el gran águila y finalmente los peces, con Goodoo al
frente. Platypus agradeció a todos su interés y tras meditar unos instantes,
respondió: «Animales, me gustaría unirme a vosotros, ya que tengo fur como
vosotros; pájaros, pongo huevos como vosotros y como gusanos y me gustaría
unirme a vuestra tribu; peces, nado con vosotros diariamente y somos grandes
amigos. Es una decisión muy difícil, pero he considerado que no me uniré a
ninguna como tribus separadas; sin embargo me uniré a todos vosotros como parte
que sois de mí, del mismo modo que yo soy parte de todos vosotros, por lo tanto
ningún grupo o tribu es mejor que otra, ni yo tampoco. Cada uno de vosotros
sois especiales y únicos en vuestra existencia». Como hemos indicado al
comienzo del relato, esta leyenda tiene un contenido moral muy importante en la
vida aborigen australiana: todos los seres de la Tierra son iguales y deben
permanecer unidos.
Otra
leyenda de Baiame, nos cuenta como el dios después de crear la Tierra, creó al
primer hombre y a la primera mujer a partir del barro y el polvo. Según cuenta
este relato legendario, antes de desaparecer, el dios indicó a la pareja,
aquellas plantas que podían comer, advirtiéndoles que tenían prohibido comer
animales y les dejó en un lugar muy bueno. La lluvia y el sol daban vida a las
plantas, cuyo fruto servía de alimento a esta pareja y a su creciente prole.
Pero un día la lluvia cesó y, por vez primera, en la Tierra se supo lo que era
el hambre. En un momento de desesperación, el hombre se atrevió a matar a un
animal, un canguro, que compartió con su hambrienta esposa. La pareja ofreció
parte del novedoso sustento a un amigo enfermo y debilitado por la falta de
alimento. Sin embargo, el hombre rechazó la oferta y, advirtiéndoles de su
error, se marchó. Por su parte, la pareja continuó con su festín, tras lo cual
siguieron las hullas tambaleantes de su pobre amigo. Le encontraron a los pies
de un eucalipto al otro lado de un río de fuerte corriente. Desde la otra
orilla la pareja, contemplaba a su amigo y, cuando estaba a punto de marcharse,
quedó estupefacta y aterrorizada ante la visión de una figura negra, mitad
humana, mitad bestia, que saltando de las ramas de aquel árbol, se abalanzó
sobre el cuerpo de su inmóvil amigo. Aterrorizados el hombre y su esposa,
vieron como aquella figura horrible, se llevaba a su amigo y desaparecía. De
repente, una gran humareda salió del árbol, tras lo cual se escuchó un ruido
desgarrador, como si el árbol se rompiese sólo y sus raíces se despegaran de la
tierra. El árbol se levantó y se alejó de la pareja volando hacia el sur. Así es
como, según la mitología de los aborígenes australianos, por primera vez en la
Tierra, la muerte llegó a un hombre. Un ser humano había perdido la vida a
manos de una criatura llamada Yowee que es el Espíritu de la Muerte. En este
relato vuelve a ser interesante el matiz moral de su contenido, ya que la
primera vez que muere un ser humano, puede ser vista como un castigo por haber
matado un animal, incumpliendo las normas establecidas por el creador.
Ciertamente es un final triste, porque el mundo ideado por Baiame se ve
repentinamente truncado por la ruptura del equilibrio inicial y se abre camino
una nueva creación.
Además
del dios Baiame, dada la gran diversidad de tribus que encontramos en la
cultura aborigen australiana, podemos hallar una importante lista de
divinidades ancestrales vinculadas con la creación y ordenación del mundo.
Incluso puede ocurrir que tantos nombres diferentes aludan al mismo ser
superior que creó el Mundo. Entre algunas tribus de Australia Central, por
ejemplo, Altjira es considerado el padre del cielo y el dios del «Tiempo del
Sueño», que creó la Tierra, retirándose después a lo más alto del cielo, donde
aún permanece. Por otro lado, los bagadjimbiri son dos hermanos a los que los
karadjeri del noroeste de Australia, atribuyen la creación del mundo, indicando
que con anterioridad al ascenso de ellos desde el suelo, no había nada. Para
las tribus de los kulin y los wurunjerri de Australia, Bunjil es el dios
supremo y creador y ambas tribus se refieren a él como « Padre Nuestro» e igual
que sucede en el resto de mitos, después de terminar su tarea en la Tierra,
marchó al cielo. En Australia Central, los aranda creen que
Mangar-kunjer-kunja, es el dios creador; se trataba de un dios lagarto que
encontró seres primigenios sin desarrollar, a los que separó y con su cuchillo
les abrió los orificios para los ojos, la nariz, la boca y los oídos y además
les mostró el fuego, el cuchillo, el boomerang y el matrimonio. Waramurungundi
es considerada por los gunwinggu como la primera mujer, la madre de Australia
que dió a luz a la Tierra, dictó las normas de todas las criaturas vivientes y
enseñó al hombre a hablar.
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