En
la zona geográfica que corresponde a la mitad sur del México actual, se
desarrolló una gran actividad cultural desde unos 2000 años a. C. En esta
región habitaron diversos pueblos, algunos de los cuales nos han dejado muestra
de su floreciente cultura, como es el caso de los restos arqueológicos de la
ciudad de Teotihuacán, ya deshabitada cuando llegaron los españoles. En la
meseta central mexicana desde finales del siglo VII hasta mediados del siglo XII,
se desarrolló la cultura tolteca que llegó a fusionarse con la maya en su
expansión hasta el Yucatán. En este marco geográfico, más concretamente en las
orillas e islas del lago Texcoco, se desarrolló la civilización azteca, una de
las civilizaciones mejor conocida de la América precolombina y la unidad
política más importante de toda Mesoamérica cuando llegaron los españoles. Los
aztecas son herederos de la tradición cultural de los toltecas, que sirven de
nexo entre la cultura azteca y la maya.
Los aztecas, que se hacían llamar a sí mismos «mexicas»,
llegaron del norte y se asentaron en la cuenca del Texcoco a mediados del siglo
XII, fundando su capital, Tenochtitlán, en 1325 . La palabra «azteca» tiene su
origen en una legendaria tierra del norte llamada «Aztlán». Según cuenta la
leyenda, los aztecas abandonaron esta mítica Aztlán, por orden de los dioses y
debían instalarse allí donde encontrasen un águila devorando a una serpiente.
El azteca fue un pueblo que, mediante
alianzas militares con otros grupos y poblaciones conoció una rápida expansión
y dominó el área central y sur del actual México entre los siglos XIV y XVI, si
bien es cierto que en un primer momento tras su llegada, tuvo que enfrentarse a
otros pueblos ya asentados en la zona. Tras la muerte de Moctezuma II en el
1520, se puso de manifiesto la debilidad de este gran imperio, derivada de
aquella rápida expansión: no podían controlar aquel vasto territorio; las
divisiones internas entre provincias y las tensiones y ambiciones independentistas
de algunos pueblos, facilitó a los españoles, dirigidos por Hernán Cortés, la
conquista de este gran imperio, que culminó en 1521.
Los
aztecas se asentaron sobre un rico espacio lacustre que les ofrecía grandes
pasibilidades para el desarrollo de la agricultura, la pesca y el comercio. La
economía azteca fue principalmente agrícola (cultivo de maíz y frijoles),
destacando la técnica conocida como «chinampas», dentro de la cual se
diferenciaba la de tierra firme de la de pantano. Con esta técnica, se
explotaba el suelo cenagoso permanentemente fértil y húmedo y se obtenía una
productividad muy elevada. Esta agricultura intensiva se combinaba con la
ganadería, la caza y la pesca en el lago, y un importante comercio, a corta y a
larga distancia. Con respecto al sistema de tenencia y explotación de la
tierra, el pueblo azteca desarrolló una estructura compleja en la cual se podía
distinguir la tierra asignada a los llamados «calpulli» (las unidades básicas
de organización de la sociedad azteca), que a su vez realizaban el reparto
entre las familias de no privilegiados; por otro lado, las tierras de los
elementos privilegiados de la sociedad, trabajadas por braceros y esclavos.
Otro grupo lo integraban las tierras destinadas a fines públicos: mantenimiento
de la administración, del templo, del gobernante y del ejército. Un concepto
muy interesante, tanto desde el punto de vista económico, como desde el punto
de vista político, fue el «tributo», pagado a los aztecas por los pueblos
sometidos a su dominio. Al no conocer la moneda, este tributo era pagado, por
así decirlo, en especie y servía para abastecer a la capital azteca de
productos básicos, materias primas y manofacturas. Por otro lado, este tributo
formaba parte de la redistribución de bienes, ya que parte de dicho tributo era
destinado al mantenimiento de la administración, otra parte revertía en los
elementos privilegiados de la sociedad y cierta cantidad se reservaba para su
almacenamiento.
La
estructura de la sociedad mexica está caracterizada por su complejidad,
recordando, hasta cierto punto, a la estructura feudal que en aquellos momentos
se conocía en el Viejo Mundo. Para empezar, la primera separación hacia
referencia a la condición de privilegiados, o «pipiltzin»Q, (no tenían que
pagar tributo y acapararon tierras y cargos) y no privilegiados, o
«macehualtín» (tenían que pagar tributos). Dentro de l primer grupo, se podían
diferenciar varios subgrupos y a la cabeza de ellos se encontraba el supremo
gobernante azteca: «Huey Tlatoani», cuya residencia estaba en Tenochtitlán. Al
servicio de este gobernante se hallaba una élite de pipiltzin directamente
vinculada con él. Al mando de las ciudades se encontraban los llamados
«tlatoani». Finalmente estaban los pipiltzin de menor categoría. Los
«macehualtín» eran organizados en calpulli. Pero no todos los no privilegiados
quedaron ordenados en estas unidades, por ejemplo los comerciantes de larga
distancia, llamados «pochteca» que, sin ser privilegiados, contaron con
estatutos particulares, cultos propios y espacios diferenciados de residencia o
los «mayeque» o braceros. El escalón más inferior en la sociedad azteca lo
ocupaban los esclavos.
También
la estructura política ofrece una complejidad propia de una administración
evolucionada, en la que, sin embargo, perviven elementos de la antigua sociedad
nómada (calpulli con el calpullec al mando). Al frente del gobierno estaba el
emperador azteca, el «Huey Tlatoani», el último de los cuales fue Moctezuma.
También sabemos de la existencia de consejos, como el llamado «Consejo de los
Cuatro», formado por destacados pipiltzin encargados de elegir al sucesor, y
otra serie de consejos especializados. La unidad política del área del lago
Texcoco se consolidó tras la alianza de los tres grandes reinos: Tenochtitlán,
Texcoco y Tlacopán que dominaban amplias zonas y de los que dependían otros
núcleos menores.
La
complejidad y la riqueza en la estructura política, social y económica de la
civilización azteca, fue acompañada de un espléndido desarrollo cultural. En
concreto, la concepción mesiánica que tenían los aztecas de sí mismos y su
concepción cíclica del tiempo, marcaron la vida cultural y religiosa de este
pueblo, así como su vida diaria y su concepción cosmogónica.
La visión cosmogónica
de los aztecas
Los aztecas recogen
la tradición cultural mesoamericana y su arte, su ciencia y su panteón divino
van a caracterizarse por su sincretismo. En primer lugar destaca su escritura
compuesta por caracteres ideográficos, algunos numerales y glifos fonéticos. Si
bien es cierto que su escritura no logró superar a la desarrollada por los
mayas, ésta les sirvió para administrara su imperio. El arte mexica es la
culminación de las manifestaciones artísticas de la tradición mesoamericana,
con una gran estatuaria, una importante pintura mural y unos elaborados
mosaicos. Destaca el arte de la plumaria, del cual, dado el carácter perecedero
del material, no conservamos muestra alguna; sin embargo, sí disponemos de algún
ejemplo como el que muestra la siguiente imagen; se trata de la Rodela de
Ahuítzotl realizada con plumas y oro embutido fechada entre el 1325 y el 1521.
En cuanto al desarrollo científico, el
pueblo azteca destacó en medicina y farmacopea; es de suponer que una cultura
tan vinculada a las prácticas guerreras contase con eficaces curas para los
traumatismos. También destacaron en la astronomía, la base de su calendario,
herencia de la cultura maya. Emplearon el calendario de 365 días y el de 260, utilizando
además, la «rueda calendárica» de 52 años. . Los aztecas tenían una concepción
cíclica del tiempo, por lo cual consideraban que se podía predecir, de ahí la
importancia de la observación astronómica y del calendario. La observación de
los astros fue tan importante que esta prestigiosa tarea fue una obligación del
Huey Tlatoani.
La educación fue importante, sobre
todo, en lo que se refiere a la formación de los pipiltzin, marcada por su
carácter obligatorio y su dureza. La enseñanza de los nobles, desarrollada en
escuelas especializadas (calmécac), se diferenciaba de la que recibían los
macehualtín, los no privilegiados. La formación de la élite debía ser más
completa, ya que eran ellos los que ocuparían cargos importantes en el ejército
y en la administración; eran formados en derecho, historia, astronomía,
religión..., pero también en poesía y canto. Era un pueblo orientado hacia la
guerra, preocupado por que los jóvenes fuesen formados en una serie de
conocimientos y prácticas, y en un sentimiento de unión entre ellos. Existieron
órdenes militares entre los aztecas, como las llamadas «Hombres Valientes»,
«Caballeros del Sol»; y también los no privilegiados tenían sus propias órdenes
como la conocida como «Nobles Águila».
La importancia de la guerra está vinculada
con la concepción mesiánica que los mexica tenían sobre sí mismos. Consideraban
que ellos eran el pueblo elegido para mantener con vida al Sol; Sol que
únicamente podía alimentarse con un elemento que se hallaba exclusivamente en
la sangre de las madres muertas en el parto, la sangre de guerreros muertos en
combate y la sangre de prisioneros sacrificados en el altar mayor. Así, las
actividades bélicas estaban ampliamente justificadas desde el punto de vista
práctico-religioso.
Los sacrificios humanos, realizados
siguiendo un solemne ritual, eran fundamentales para los mexicas.. Se
desarrollaban en la «Piedra de los Sacrificios» del templo, donde cuatro
sacerdotes sujetaban al prisionero y le extraían el corazón, para después
cortarle la cabeza. El corazón se guardaba en un recipiente especial, mientras
que el cuerpo era arrojado por las escaleras abajo y el guerrero que capturó al
prisionero tenía derecho a celebrar con él un banquete.
Esta religión, que tenía como preocupación
principal el mantenimiento del Sol mediante el sacrificio, contó con un panteón
enorme compuesto por sus propios dioses, por deidades que fueron asimilando en
su marcha desde norte hasta el lago Texcoco y divinidades de pueblos conquistados.
Además los aztecas tenían un dios para cada actividad y cada calpulli. A este
variado panteón, debemos añadir el hecho de que eran dioses de carácter
cambiante, asociados a colores y con posibilidad de multiplicarse. De todas
estas divinidades, la más importante fue Hiutzilopochtli, el dios del sol y la
guerra, que tenía su antítesis en Telcatlipoca, concebido como un dios oscuro,
lo cual pone de manifiesto la dualidad existente en la religión azteca. También
fueron importantes Tlaloc, dios de la lluvia, y Quetzalcoalt.
Quetzalcoatl era un dios antiguo, anterior
a los mexicas, del que hay diversas versiones. Para algunos era el dios creador
del hombre, mientras que para otros fue un dios civilizador, identificándolo
con Prometeo. El mito de Quetzalcoalt es muy interesante para entender la
reacción de los aztecas ante la llegada de los conquistadores. Este dios
también es conocido como el dios del viento bajo el nombre de Ehecatl, que es
una de sus formas, y otra de sus formas es la de dios del agua y dios de la
fertilidad. Quetzalcoatl es considerado hijo de la diosa virgen Coatlique y
hermano gemelo del dios Xolotl. Como introductor de la cultura, él trajo al
hombre la agricultura y el calendario, y es patrón del las artes y de los
oficios. En un mito azteca el dios Quetazaocoatl permitió ser seducido por Tezcatlipoca, pero se arrojó a sí mismo a una
pira funeraria lleno de arrepentimiento. Tras su muerte su corazón se convirtió
en el lucero de la mañana, y como tal es vinculado con la divinidad Tlahuizcalpantecutli.
En cualquier caso, este dios, descrito como un ser de rostro blanco y barbado,
era un dios pacífico y civilizador, opuesto a los sacrificios humanos, que
intentó detener esta práctica ritual. Al fracasar en su propósito, emigró hacia
el este, prometiendo que un día regresaría en un año determinado de la cuenta
azteca. Esto afectó en la actitud de los aztecas antes la llegada de los
primeros españoles (Hernán Cortés).
Cuando
llegó Hernán Cortés, Moctezuma lo confundió con el dios Quetzalcoatl, por su
rostro blanco y su barba; pero, además, la llegada de los conquistadores
coincidió con el año en que Quetzalcoatl había prometido volver, lo cual hace
entender la terrible confusión de los aztecas, que pronto se percataron de que
aquellos extranjeros no eran dioses. Después, los aztecas le convirtieron en un
dios símbolo de la muerte y la resurrección y en el patrono de los sacerdotes.
El sacerdote mayor era llamado Quetzalcoatl también. El culto a Quetzalcoatl se
extendió por muchas ciudades y pueblos mesoamericanos: Tula (capital Tolteca),
Cholula, Tenochtitlán o Chichén Itzá.
Los mitos
cosmogónicos aztecas
Los Cinco Soles
Según los aztecas el supremo creador de todo fue el dios Ometecuhlti que, junto
a su esposa Omecihuatl, creó toda la vida sobre la tierra. En otras versiones,
esa pareja creadora original, se reduce a una sola divinidad llamada Ometeotl
que adquiere una doble vertiente, por un lado la masculina, Ometecuhtli, y, por
otro, la femenina, Omecihuatl. Así, este dios, que aparece como un dios del
fuego y como el dios supremo del panteón azteca, es una divinidad andrógina. No
recibió culto formal ni tampoco contó un centro de culto, pero estaba presente
en cada ritual y en todas las elementos de este mundo. Esa pareja cósmica, o
ese dios andrógino, dio a luz a los cuatro dioses que más tarde crearían cada
uno de los soles y más tarde tuvo otras 1.600 divinidades más. Según la
mitología azteca antes de nuestro sol, que es el quinto, existieron otros
cuatro. Para los aztecas vivíamos, por tanto, en la quinta creación, o en la
quinta era. Volviendo a la pareja original y a su descendencia, la legenda
mexica señalaba que cada uno de seos dioses creadores luchaba por la supremacía
en el mundo, empleando cada uno su propia fuerza cósmica: tierra, fuego, viento
o agua. Mientras esas fuerzas se mantuvieran en equilibrio, el mundo estaba en
orden y podía existir la era de un sol; sin embargo, si se producía un
desequilibrio cósmico, ese sol, junto con la Tierra y los seres humanos de esa
era, perecerían. El primero de esos cinco soles fue el creado por el dios
Tezcatlipoca, que era el dios de la Tierra. Sin embargo, su creación fue algo
imperfecta, ya que los seres humanos aparecieron con forma de gigantes y en vez
de un sol completo, se formó medio sol. Aquellos gigantes seres humanos, se
vieron obligados a sobrevivir solamente con bellotas y piñones. A consecuencia
de esta pésima alimentación, los humanos crecieron poco y débiles. En un
momento determinado de esa era, los jaguares devoraron al medio sol existente
y, ayudados por la oscuridad, fueron destruyendo y asesinando a los seres
humanos gigantes.
El
segundo de esos soles fue creado por el dios Quetzalcoatl, dios del Viento.
Bajo este sol, los humanos se alimentaron con semillas de árboles, que todavía
eran insuficientes para fortalecer a los hombres, que debían sobrevivir a los
fuertes vientos. Los tremendos huracanes en ocasiones arrojaban a los seres
humanos lejos. A pesar de ello, algunos humanos lograron sobrevivir al ser
capaces de transformarse en monos
Tlaloc,
que era el dios del Fuego en la mitología azteca, creó el tercer sol. Durante
la era del tercer sol, los seres humanos hambrientos vivían de cereales. En
este mundo, fueron los tremendos volcanes los que provocaron las desgracias.
Enromes volcanes hacían erupción y las cenizas caían desde el cielo, consumiendo
y enterrando el mundo. Sin embargo algunos hombres sobrevivieron al convertirse
en pájaros que podía escapar a aquellas destructivas erupciones.
Chalchiuhtlique,
la diosa del Agua azteca, fue la encargada de la creación del cuarto sol. Los seres
humanos de esta creación intentaron sobrevivir con una semilla conocida con el
nombre de acicintli, pero ésta no era comida suficiente para los humanos, que
tenían que enfrentarse a enormes inundaciones. El agua emergió del centro de la
Tierra provocando una tremenda catástrofe en el mundo. Algunos seres humanos
lograron sobrevivir a esta catástrofe convirtiéndose en peces.
Todas
las creaciones anteriores habían sido destruidas por una catástrofe, y con ella
habían desaparecido los soles, las tierras y los seres humanos de cada una de
esas eras. Entonces los dioses se dieron cuenta de que la existencia del quinto
sol solamente sería posible con el sacrificio de otro dios. Así, los dioses
decidieron levantar una enorme pira con ardiente fuego, si bien ninguno de
ellos se atrevía a sacrificarse. Finalmente la decisión recayó en dos
divinidades creadas por el supremo Ometeotl: los dioses Nanahuatl y
Teucciztecatl. Éste último hizo hasta cuatro intentos para arrojarse al fuego,
sin embargo, no tenía el suficiente valor y fue Nanahuatl, lleno de valentía,
el primero en sacrificarse. Teucciztecatl consiguió reunir el suficiente coraje
y finalmente siguió a Nanahuatl en el sacrificio. Nanahuatl se transformó en un
sol resplandeciente, que ninguno de los dioses podía mirar directamente,
mientras que su compañero se convirtió en la luna. El resto de los dioses se
percató de que Nanahuatl no se alzaría en el firmamento hasta que no recibiese
alimento necesario, es decir: los corazones para comer y la sangre para beber,
de otros dioses sacrificados. Tras el enfrentamiento entre Nanahuatl y la
Estrella Matutina, que se enfadó ante la idea del sacrificio, este último dios
que era el más feroz de los 1.600 dioses, fue derrotado. Entonces todas esas
divinidades, las 1.600, decidieron sacrificarse para dar alimento a este quinto
sol, tras lo cual Nanahuatl, se alzó desde el este. Esos dioses se
sacrificaron, ofreciendo su sangre para dar vida a este quinto Sol, pero
Hiutzilopochtli tuvo que luchar con las tinieblas para poder expulsarlas del
mundo y esa lucha dio origen a las estrellas. En otras versiones, se cuenta que
esos dioses se fueron arrojando uno tras otro a ese fuego legendario, hasta
transformarse en los astros que componen el firmamento.
Los
aztecas se creían a sí mismos como el pueblo elegido para mantener al sol con
vida, sin su ayuda este quinto sol, terminado un ciclo de 52 años, no volvería
a salir. Para este pueblo la sangre es un elemento fundamental, que del mismo
modo que mantiene vivo al ser humano, también puede dar vida al actual sol,
llamado Hiutzilopochtli.
Por otro lado, este pueblo creía que igual
que los cuatro soles anteriores, Hiutzilopochtli también podía desaparecer en
un cataclismo y consideraban, además, que el mundo tal y como lo conocían,
sería destruido en un gran terremoto, al final de un ciclo de la rueda
calendárica de 52 años. Para mantenerlo vivo le proporcionaban como alimento un
componente que sólo se encontraba en la sangre de las madre muertas en el
parto, de los guerreros muertos en combate y de los prisioneros sacrificados.
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