En la isla de Hondo, en el Japón, por la ladera de una
montaña, desciende, cantando su alegre canción, una límpida cascada, llamada
Yoro; nombre que significa “consuelo de los viejos”.
Hace muchos a y muchos siglos, esta cascada no existía y,
adosada a los muros rocosos, había sólo una mísera cabaña, donde habitaban dos
leñadores, padre e hijo. El padre, ya muy anciano, había dejado de trabajar y
esperaba pacientemente su hora, teniendo una única pena: la de no poder beber
todos los días unos vasos de saké, la bebida preferida de los japoneses. El
hijo trabajaba toda la jornada sin descanso, pero, por más que se afanase, no
lograba ganar lo bastante para poder satisfacer el deseo paterno. Esto lo
angustiaba mucho, y rogaba continuamente al dios de la montaña para que le
concediese los medios de comprar un poco de saké, a su venerado padre.
Una tarde, al anochecer, el joven leñador regresaba fatigado
a su cabaña, cuando su pie tropezó con una piedra, que fue rodando pendiente abajo. Y del suelo,
donde la piedra había permanecido
durante siglos, manó un agua limpia y transparente que se hecho a correr
hacia abajo por los flancos del monte, saltando
y cantando alegremente como una colegiala cuando sale de la escuela.
Como quiera que tenía sed, el joven se inclinó
para beber, mas imaginaos su asombro cuando, al primer sorbo, se dio cuenta que no se trataba
en absoluto de agua, sino de saké, de la mejor calidad. En seguida, muy
contento, llenó un odre en la nueva fuente y la llevó a su padre, que vio
realizado su gran deseo.
Desde aquel día, cada noche el hijo llevaba a su casa una
buena cantidad de saké, y el anciano no se cansaba de beber, y cuanto más bebía
de aquel milagroso líquido más sentía que recobraba sus fuerzas. Su cerebro era
ahora más claro, sus miembros se volvían más agiles, el rostro, surcado por las arrugas, se alisaba,
y los cabellos, antes blancos, tornábanse brillantes y negros. El leñador rejuvenecía
a ojos vistas.
La fama de aquel milagro se esparció por todo el valle, se
propagó por el pueblo y llegó hasta la ciudad. El mikado entonces decidió visitar
el lugar, para comprobar directamente la verdad de lo que se decía. Partió,
pues, con un numeroso séquito hacia la montaña y , después de un día entero de
camino, llegó a los pies de la cascada argentina que borbotaba bajo los rayos del sol. El
poderoso señor y todos los hombres del séquito se bajaron de los caballos y
bebieron largamente del benéfico licor; sus
cabellos blancos tornáronse negros como las alas del cuervo, sus piernas
flacas y pesadas se hicieron esbeltas y musculosas, su cerebro, algo tardo y
nublado por los años, se volvió lucido.
Convencido del milagro, el Mikado comprendió que aquella
portentosa fuente era un don que el dios de la montaña había hecho al hijo
devoto. Por esta razón quiso premiarle también él: le mandó llamar a su
palacio, le hizo noble y le nombró señor de la provincia.
Hola, muchas gracias por compartir esta historia, cuál es la fuente?
ResponderEliminarAh y por fuente me refiero a que de dónde conoces la historia jeje
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