martes, 1 de enero de 2013

La fuente de sake


En la isla de Hondo, en el Japón, por la ladera de una montaña, desciende, cantando su alegre canción, una límpida cascada, llamada Yoro; nombre que significa “consuelo de los viejos”.
Hace muchos a y muchos siglos, esta cascada no existía y, adosada a los muros rocosos, había sólo una mísera cabaña, donde habitaban dos leñadores, padre e hijo. El padre, ya muy anciano, había dejado de trabajar y esperaba pacientemente su hora, teniendo una única pena: la de no poder beber todos los días unos vasos de saké, la bebida preferida de los japoneses. El hijo trabajaba toda la jornada sin descanso, pero, por más que se afanase, no lograba ganar lo bastante para poder satisfacer el deseo paterno. Esto lo angustiaba mucho, y rogaba continuamente al dios de la montaña para que le concediese los medios de comprar un poco de saké, a su venerado padre.
Una tarde, al anochecer, el joven leñador regresaba fatigado a su cabaña, cuando su pie tropezó con una piedra,  que fue rodando pendiente abajo. Y del suelo, donde la piedra había permanecido  durante siglos, manó un agua limpia y transparente que se hecho a correr hacia abajo por los flancos del monte, saltando  y cantando alegremente como una colegiala cuando sale de la escuela. Como quiera que tenía sed, el joven se inclinó  para beber, mas imaginaos su asombro cuando, al  primer sorbo, se dio cuenta que no se trataba en absoluto de agua, sino de saké, de la mejor calidad. En seguida, muy contento, llenó un odre en la nueva fuente y la llevó a su padre, que vio realizado su gran deseo.
Desde aquel día, cada noche el hijo llevaba a su casa una buena cantidad de saké, y el anciano no se cansaba de beber, y cuanto más bebía de aquel milagroso líquido más sentía que recobraba sus fuerzas. Su cerebro era ahora más claro, sus miembros se volvían más agiles, el  rostro, surcado por las arrugas, se alisaba, y los cabellos, antes blancos, tornábanse brillantes y negros. El leñador rejuvenecía a ojos vistas.
La fama de aquel milagro se esparció por todo el valle, se propagó por el pueblo y llegó hasta la ciudad. El mikado entonces decidió visitar el lugar, para comprobar directamente la verdad de lo que se decía. Partió, pues, con un numeroso séquito hacia la montaña y , después de un día entero de camino, llegó a los pies de la cascada argentina  que borbotaba bajo los rayos del sol. El poderoso señor y todos los hombres del séquito se bajaron de los caballos y bebieron largamente del benéfico licor; sus  cabellos blancos tornáronse negros como las alas del cuervo, sus piernas flacas y pesadas se hicieron esbeltas y musculosas, su cerebro, algo tardo y nublado por los años, se volvió lucido.
Convencido del milagro, el Mikado comprendió que aquella portentosa fuente era un don que el dios de la montaña había hecho al hijo devoto. Por esta razón quiso premiarle también él: le mandó llamar a su palacio, le hizo noble y le nombró señor de la provincia.

2 comentarios:

  1. Hola, muchas gracias por compartir esta historia, cuál es la fuente?

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  2. Ah y por fuente me refiero a que de dónde conoces la historia jeje

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