La montaña Shu seguía vomitando fuego y llamas, y los ríos
de lava amenazaban con invadir todo el Japón. Por la violencia de la erupción,
la base de uno de los pilares que sostenían el firmamento se quebró y un ángulo
del cielo cayó sobre l tierra. A causa de este desastre. El sol y la luna no
pudieron pasar por los senderos del cielo con sus carros ardientes, de modo que
el mundo quedó envuelto en una noche continua.
La emperatriz Jouka corrió en busca del remedio. La
oscuridad obsesionaba a su gente; y la buena emperatriz, para romper las
tinieblas, mandó encender grandes hogueras en las alturas. Obteniendo así
cierto vislumbre que calmo los asustados ánimos, la soberana ordenó que todos
sus súbditos recogiesen piedras de cinco colores: azul, anaranjado, rojo,
blanco y negro. Cuando hubo reunido una gran cantidad de ellas, las puso a
hervir, junto con unos polvos finísimos de porcelana, en un enorme caldero,
obteniendo así una pasta húmeda y
reluciente. Lllamó entonces a una nube que navegaba por el cielo. La nube
descendió dócil a sus pies. La emperatriz subió en ella, y se hizo llevar
arriba allá donde el cielo estaba roto.
Con gran paciencia y precisión. Valiéndose de la pasta que
ella misma había fabricado, reconstruyó el ángulo de cielo que faltaba. Luego
volvió a bajar a la tierra, y con la concha de una enorme tortuga construyo un
nuevo pedestal para el pilar deteriorado.
Mas aunque ahora todo estuviese en su sitio en el cielo, la
oscuridad reinaba todavía en el mundo; ni el sol de día ni la luna de noche
aparecían en el firmamento.
La emperatriz, extrañada de este hecho, convocó a todos los sabios del imperio y pidió su
consejo sobre qué debía hacer en semejante caso. El más anciano de la asamblea,
dijo:
-Probablemente el sol y la luna, habiéndose encerrado en
casa en el momento del desastre, no saben
que los caminos del firmamento han sido reparados. Es necesario mandar
un embajador que se los comunique. Todos
aplaudieron tan sabias palabras, y la emperatriz decidió enviar inmediatamente
un embajador al sol y a la luna, montado en el caballo más veloz que había en
sus caballerizas.
Sus majestades la Luna y el Sol concedieron enseguida la
audiencia solicitada por el mensajero terrestre; y cuando se enteraron de las
reparaciones hechas por Jouka, se mostraron muy satisfechos. Salieron enseguida
con sus carrozas de fuego del palacio en que habían permanecido tanto tiempo
encerrados y volvieron a surcar el viejo camino, iluminando al mundo.
El cielo, después de los sabios retoques, tenía una
luminosidad más suave, una belleza delicada y más nítida. Diéronse cuenta de
ello, el sol en su viaje diurno, y la luna en su ronda nocturna, y para
demostrar su gratitud a la que había dado un nuevo encanto a su patria celeste,
pusieron todo el empeño por dar aún más viva luz de la que se beneficiaban la
tierra y sus habitantes.
Los hombres se alegraron al volver a ver los dos grandes
luminares celestes y alzaron cánticos de bendición y alabanza a la sabia
emperatriz, a quien tanto debían. Pero los honores y las loas no ensoberbecieron
a Jouka. La alegría de su pueblo, el amor y la gratitud de sus súbditos dieron
para ella el premio más grande y más agradecido que consoló por largos años su corazón
bueno y honrado.
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