La nube blanca pasó lentamente sobre el mar, se inclinó hacia el agua y
escuchó el refunfuño incesante de una ola.
-Ola- dijo-, pequeña ola. ¿Por qué te quejas? La Ola dijo:
-Llevo una vida imposible. Quiero detenerme, descansar, quedarme quieta
siquiera un instante pero no puedo. Una injusta ley me prohíbe el reposo, me
prohíbe pararme.
-¡Paciencia, pequeña ola paciencia! La ley de que te quejas ha sido
hecha por Buda. Y el es la sabiduría y la bondad.
La ola huyo empujada por otra
ola, que como ella, gruñía sin cesar.
"Malas, todas son malas y tontas", pensó tristemente la nube.
Y corrió al cielo en busca de consuelo.
Se posó sobre una montaña, acaricio un pico alto y rocoso.
-¡Oh pico!- dijo, tu eres feliz. El sol te ilumina. Te iluminan la luna
y las estrellas. Y eres el preferido del viento.
-¿Feliz?- exclamo enojado el pico. No puedes imaginarte cuanto sufro en
mi forzada inmovilidad. Envidio al aire, envidio al agua, envidio a la luna y
el sol. Quiero andar, andar. No importa a qué lugar. Andar vivir.
-Obedeces una ley de Buda. El objeto de Buda, señor de los mundos, es el
bien de las criaturas.
-La inmovilidad es terrible- seguía lamentándose el pico.
La nube navegó por los cielos,
desoladamente. Luego descendió a la tierra y acompaño, fluctuando, los pasos de
un hombre que avanzaba por un camino solitario.
-Hombre- dijo-, buen hombrecito, Buda te ama. Puedes caminar, puedes
detenerte. Sobre la tierra domina tu voluntad. El hombre miró la nube con
melancolía.
¿Qué importa caminar? ¿Qué importa detenerme? Parado o en movimiento,
llevo siempre dentro de mí el peso de mis pensamientos, la molestia de mis
afanes.
La nube desespero de poderse consolar. Y se disolvió en un gran llanto
de lluvia.
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