El dragón rojo reunió en torno suyo a todos los animales de
la selva. Y les habló de esta manera:
-Amigos y amigas: Aquí, en la tierra, nuestra existencia es
un continuo peligro. Más allá de las
nubes existe un mundo tranquilo, donde el hombre, nuestro perseguidor, no puede
llegar, Si queréis, yo os llevare allá arriba.
El dragón rojo se tendió en el suelo e invitó a los animales
que lo escuchaban a subir sobre sus enormes espaldas.
Los animales, empujándose, agolpándose, mordiéndose y arañándose,
trataron de procurar un buen sitio.
-¡Orden y paciencia!-exclamo el dragón. ¡No soy de piedra!
No estoy dispuesto a llevar un peso excesivo. Prefiero hacer varios viajes para
contentarlos a todos.
El león prefirió quedarse en tierra. Y también el tigre miró
con desprecio a los animales que se disputaban ferozmente el sitio en aquel
extraño vehículo viviente.
-Que bajen algunos, y más tarde, pasaré a recogerlos- rogó
el dragón. Diría que llevo toda la tierra en mis espaldas.
-Deberías bajar tú- dijo el elefante al hipopótamo. Eres muy
pesado.
-¡Quien habla! ¿Acaso tú eres ligero como un pétalo de rosa?
-Yo- sentenció la jirafa-propongo que el rinoceronte espere
el próximo turno.
-He sido el primero en trepar a la espalda del dragón- grito
el rinoceronte- ¿y ahora debo ceder mi puesto? No hay justicia en la tierra.
-Yo echaría afuera a la hiena- aconsejó sin pizca de
galantería el ansioso cocodrilo.
-¿A mí?- aulló
indignada la aludida. ¿Y por qué no te echaríamos, más bien a ti? Tienes un
carácter odioso; serás un compañero de viaje harto antipático.
La mariposa fue la más inteligente y comprensiva. Y batiendo
alas se alejó de los animales pendencieros.
-Buen dragón, yo esperaré con confianza tu regreso- exclamó.
-Muy bien-celebró el elefante-; seamos considerados con el
dragón.
-¡En marcha, en marcha!-exclamo la hiena, alegremente.
-¡Ahora ya no te quejaras de llevar demasiado peso!-dijo el
cocodrilo.
-¡Vaya peso! Al pobre dragón le parecía que estaba
aguantando una montaña.
Con todo, atontado por el clamoroso entusiasmo de los
viajeros, logró, con grandes esfuerzos, mover
las alas y elevarse. Rebasó la altura de los arboles, alcanzo una
nubecilla, la sobrepaso, sumergió su enorme cuerpo en la humedad violácea de
una segunda nube. Pero su fatiga iba en aumento hasta que el esfuerzo se le
hizo insostenible. Con una sacudida, arrojó de su grupa adolorida la petulante compañía.
Los viajeros fueron a parar sobre la blanda hierba de un vasto claro del
bosque. El colchón vegetal mitigo las
consecuencias de la espectacular caída, y los animales no murieron. Pero la
elegante armonía de las formas, la gracia, las bellas proporciones que Buda
ofreciera a todos ellos el día de la creación, desaparecieron lamentablemente.
El cocodrilo quedó chafado como una
torta, y las patas, que eran largas y gráciles, fueron desde entonces ridículamente
cortas y gruesas. Al elefante se le inflo el cuerpo y se le alargo la nariz, El
hipopótamo recibió una serie de golpes que lo hicieron monstruoso, lleno de
chichones, con los ojos casi invisibles y la boca enorme.
Al rinoceronte los dientes, a causa del sopapo le
agujerearon la carne y uno de ellos le salió, a guisa de cuerno, sobre la nariz;
las patas se le cortaron y se hicieron macizas como columnas. A la jirafa se le
empequeñeció la cabeza del susto y e le alargo desmedidamente el cuello; la hiena
que do hecha un rollo de carnaza, cubierto de áspero pelaje; la serpiente perdió
las patas, adelgazo increíblemente y volviese larga y viscosa.
Cuando el arrogante león y el hermosísimo tigre vieron a sus
compañeros tan desgalichados, rieron a mandíbula batiente durante os días y dos
noches.
La mariposa hizo como quien no se da cuenta de tanta fealdad.
Estaba contenta de haberse separado del infortunado grupo precisamente en el momento
oportuno.
El dragón subió solo hasta el mundo apacible y feliz, más allá
de las nubes. Y ha tenido buen cuidado de no volver nunca más a la tierra.
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