sábado, 8 de junio de 2013

El vuelo del dragón rojo



El dragón rojo reunió en torno suyo a todos los animales de la selva. Y les habló de esta manera:
-Amigos y amigas: Aquí, en la tierra, nuestra existencia es un continuo peligro. Más allá  de las nubes existe un mundo tranquilo, donde el hombre, nuestro perseguidor, no puede llegar, Si queréis, yo os llevare allá arriba.
El dragón rojo se tendió en el suelo e invitó a los animales que lo escuchaban a subir sobre sus enormes espaldas.
Los animales, empujándose, agolpándose, mordiéndose y arañándose, trataron de procurar un buen sitio.
-¡Orden y paciencia!-exclamo el dragón. ¡No soy de piedra! No estoy dispuesto a llevar un peso excesivo. Prefiero hacer varios viajes para contentarlos a todos.
El león prefirió quedarse en tierra. Y también el tigre miró con desprecio a los animales que se disputaban ferozmente el sitio en aquel extraño vehículo viviente.
-Que bajen algunos, y más tarde, pasaré a recogerlos- rogó el dragón. Diría que llevo toda la tierra en mis espaldas.
-Deberías bajar tú- dijo el elefante al hipopótamo. Eres muy pesado.
-¡Quien habla! ¿Acaso tú eres ligero como un pétalo de rosa?
-Yo- sentenció la jirafa-propongo que el rinoceronte espere el próximo turno.
-He sido el primero en trepar a la espalda del dragón- grito el rinoceronte- ¿y ahora debo ceder mi puesto? No hay justicia en la tierra.
-Yo echaría afuera a la hiena- aconsejó sin pizca de galantería el ansioso cocodrilo.
-¿A  mí?- aulló indignada la aludida. ¿Y por qué no te echaríamos, más bien a ti? Tienes un carácter odioso; serás un compañero de viaje harto antipático.
La mariposa fue la más inteligente y comprensiva. Y batiendo alas se alejó de los animales pendencieros.
-Buen dragón, yo esperaré con confianza tu regreso- exclamó.
-Muy bien-celebró el elefante-; seamos considerados con el dragón.

-¡En marcha, en marcha!-exclamo la hiena, alegremente.
-¡Ahora ya no te quejaras de llevar demasiado peso!-dijo el cocodrilo.
-¡Vaya peso! Al pobre dragón le parecía que estaba aguantando una montaña.
Con todo, atontado por el clamoroso entusiasmo de los viajeros, logró, con grandes esfuerzos, mover  las alas y elevarse. Rebasó la altura de los arboles, alcanzo una nubecilla, la sobrepaso, sumergió su enorme cuerpo en la humedad violácea de una segunda nube. Pero su fatiga iba en aumento hasta que el esfuerzo se le hizo insostenible. Con una sacudida, arrojó de su grupa adolorida la petulante compañía. Los viajeros fueron a parar sobre la blanda hierba de un vasto claro del bosque. El colchón  vegetal mitigo las consecuencias de la espectacular caída, y los animales no murieron. Pero la elegante armonía de las formas, la gracia, las bellas proporciones que Buda ofreciera a todos ellos el día de la creación, desaparecieron lamentablemente. El cocodrilo quedó  chafado como una torta, y las patas, que eran largas y gráciles, fueron desde entonces ridículamente cortas y gruesas. Al elefante se le inflo el cuerpo y se le alargo la nariz, El hipopótamo recibió una serie de golpes que lo hicieron monstruoso, lleno de chichones, con los ojos casi invisibles y la boca enorme.
Al rinoceronte los dientes, a causa del sopapo le agujerearon la carne y uno de ellos le salió, a guisa de cuerno, sobre la nariz; las patas se le cortaron y se hicieron macizas como columnas. A la jirafa se le empequeñeció la cabeza del susto y e le alargo desmedidamente el cuello; la hiena que do hecha un rollo de carnaza, cubierto de áspero pelaje; la serpiente perdió las patas, adelgazo increíblemente y volviese larga y viscosa.
Cuando el arrogante león y el hermosísimo tigre vieron a sus compañeros tan desgalichados, rieron a mandíbula batiente durante os días y dos noches.
La mariposa hizo como quien no se da cuenta de tanta fealdad. Estaba contenta de haberse separado del infortunado grupo precisamente en el momento oportuno.
El dragón subió solo hasta el mundo apacible y feliz, más allá de las nubes. Y ha tenido buen cuidado de no volver nunca más a la tierra.

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