El río nació entre escarpadas gargantas. Era alegre, inocente. Mas luego
al crecer, perdió por el camino la clara virtud de la infancia, se volvió
arrogante, astuto. Corrió a través de extensas llanuras, recibió tributos de
las afluentes, se precipito al valle en magnificas cascadas, se abrió paso con
prepotencia en el corazón salvaje de la selva oscura. Y llegó a la desembocadura inflado de altanería.
-He recorrido el mundo- gritaba en un frenético rebullir de espumas. Y
todos los obstáculos cayeron ante mi real voluntad, ante mi fuerza
irresistible. La victoria es mía.
De este modo entró en el mar el gran río, el rey arrogante. Otros ríos,
grandes y poderosos como el, habían entrado también en el mar. Sintió que no
estaba solo. No eran rivales, no eran enemigos; sino parte de un todo. Su
fuerza y su alegría se hicieron inmensas. Pero su soberbia cayó. Y con los
otros compañeros, diez, ciento, mil, que no eran compañeros, que eran el mismo,
entonó el grandioso canto marino para glorificar al señor del universo.
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