En tiempos remotísimos, el pavo real, el búho y el ruiseñor eran muy
diferentes de lo que son ahora. Vivían
en la selva entre muchos otros compañeros, ocupados en procurarse el
necesario alimento y defenderse a sí mismos y a los suyos de los peligros y de
los enemigos.
Un día en la gran selva, paso Buda. Estaba fatigado, buscaba un rincón
tranquilo para descansar. Volviese hacia el búho:
-Amigo búho, indícame un lugar donde pueda echarme y dormir un poco.
-Búscalo - contestó el Búho, con
grosera arrogancia.
Buda camino otro trecho, cada vez más cansado. Encontró al pavo real.
-Amigo, vengo de muy lejos, y hace tres días que no descanso. Te ruego
me indiques un lugar tranquilo.
El pavo real volvió la cabeza hacia un punto indeterminado.
-Ve allá abajo-dijo.
Buda reanudó el fatigoso camino. Encontró finalmente al ruiseñor.
-buen pajarito, ¿conoces en este bosque un rinconcito de paz, donde
poder descansar?
-Sígueme- invito la gentil criaturita.
Y volando bajo, acompaño a Buda a un plácido claro, en medio del cual
murmuraba el cristalino chorro de una fuente.
Al cabo de unos momentos el aire y la luz anunciaron a todos los
habitantes de la gran selva que Buda, el sublime Buda, el todopoderoso, se
hallaba entre ellos, bajo el humilde aspecto de un peregrino.
El búho se alegró.
-Lo conozco. Es el que me ha interrogado, voy a pedirle un don.
También el paco real sintió inmensos deseos de volver a ver al sublime
personaje para obtener algún privilegio.
Uno y otro se trasladaron al claro del bosque. Buda dormía recostado
junto a la fuente. Y su amigo el ruiseñor velaba su sueño divino desde lo alto
de un árbol.
Largamente durmió en el solitario rincón de la selva el señor del
universo.
Cuando abrió los ojos, miró al búho:
-Te daré dos ojos fríos como el
hielo y al mismo tiempo ardientes, dos
ojos misteriosos e inmóviles que fascinaran y aterrorizaran a todas las
criaturas.
-¡Seré temido, entonces!- se alegró el búho. No podías hacerme mejor
regalo.
Buda volviese hacia el pavo real.
Tendrás un espléndido vestido. El oro del sol, la plata de la luna, el
azul del cielo, el verde de la esmeralda, la cálida profundidad de la sombra
estival, te envolverán de gracia multicolor
darás a tu amplia cola la suntuosidad de un manto imperial. Serás rey de
la hermosura.
-Gracias- exclamó el pavo real. Así pues todos me admiraran. Seré el más
hermoso entre los más bellos pájaros.
-Y tú, ¿qué quieres?- pregunto dulcemente Buda a su amigo el ruiseñor.
-¡Oh, padre! Haced que jamás cause espanto a nadie. No me des tampoco la
belleza que me haría frívolo y vanidoso y despertaría la envidia de los malos.
¿Que deseas, entonces?
-¡Oh padre! Pon en mi garganta un poco de canto. Así podre hacer
serenatas a las estrellas, podre susurrar canciones de cuna a los pajaritos que
temen a la oscuridad de la noche, podré encender la esperanza en el corazón
dolorido de una madre que vela a su hijito enfermo.
Buda dijo:
-Pongo en tu garganta, amiguito mío, un poco de la música que alegra la
vida bienaventurada de los cielos. Todas las criaturas te amaran, y su sobre la
tierra podrás ser verdaderamente feliz.
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