En el jardín de Ti-Lu, que era un
hombre paciente y generoso, vivía una familia de monos.
Ti-Lu no habría sabido decir cómo
los avispados cuadrumanos fueron a parar a aquel rincón.
Un día que bajó a la hora del
alba para respirar un poco de aire fresco, vio a los animalitos que se
divertían de lo lindo saltando de uno a otro árbol.
Se comportaban con la desenvuelta
seguridad del amo. Ti-Lu los saludó con alegría.
-Bienvenidos. Monitos. Sin duda
estáis aquí por la voluntad de Buda. Haré lo posible para haceros
agradable y cómoda vuestra estancia en
mi jardín.
El buen hombre, desde aquel
momento proveyó a la alimentación y al bienestar de sus huéspedes. Procuraba
que nunca les faltase fruta fresca y agua. Y dos ciervos se atareaban
arreglando las avenidas y los arriates tiroteados continuamente por los más
extraños proyectiles.
Cola-larga, el jefe de la familia
simiesca, no conocía ni por las cubiertas el abece de la gratitud. Peor aún:
respondía a las amables gentilezas del señor de la casa con arrogancia y
desprecios.
Cuando Ti-Lu bajaba al jardín, el
animalucho le arrojaba ramas secas, fruta verde, tierra, piedras e incitaba a
los demás monos a comportarse con él de idéntico modo.
La excesiva indulgencia del dueño
indignaba a los criados.
-Echa fuera a esos pérfidos animales-decían con ira échalos.
-Buda no lo quiere-decía Ti-Lu
con dulce resignación.
Y acariciaba con la mano su
cabeza herida por los extraños proyectiles. Su bondad, empero , no domaba a los
batalladores monos.
Cola-larga, hablando a sus
compañeros en su lenguaje hecho de chillidos y gruñidos, incitaba a su pandilla
a la batalla.
-Ti-Lu y sus servidores no deben
entrar más en nuestro jardín. Si logramos matarle, nos liberaremos de él para
siempre.
-Matémosle, sí ;matémosle-chirriaban
los monos y saltaban de los árboles en busca de guijarros más grandes y más
puntiagudos.
Pero Buda velaba sobre Ti-Lu y
sobre sus hombres; no permitiría que la ferocidad de los animales concluyese en
tragedia. La pasividad de aquellos infelices enardecía cada vez más a Cola-Larga, cuya estrafalaria
cabeza estaba siempre en ebullición imaginando nuevos medios de ofensa.
Y un día dijo a los otros simios:
-Ya que no conseguimos librarnos
de los hombres, probemos al menos de exasperarlos.
Y una noche de luna llena, viendo
la imagen de la luna resplandecer en el fondo del pozo, tuvo una idea digna de
su bestial estupidez.
-Mirad- chilló,-Ti-Lu posee una
luna. Idéntica a la que nos ilumina y nos da contento. Y para que nadie se la
robe, la tiene ahí abajo, en la profundidad del agua. Pero nosotros se la
robaremos de todos modos. Mañana, cuando se dé cuenta del hurto, se
desesperará. Y nosotros nos reiremos y le enseñaremos, desde arriba, cómo su
luna se encuentra hecha pedazos.
¿Y cómo podremos bajar al pozo?
El jefe estallo en risas.
-No olvidéis, hijos míos, que
Buda nos ha regalado una larga cola y una astucia aún más larga. Yo me encargo
de bajar hasta el agua y de atrapar la luna. Uno de vosotros sujetará mi cola,
otro la cola de éste, otro más la cola de este último y así, uno tras otro,
formaremos una larga cadena.
El mono más fuerte se quedará
agarrado a la rama de un árbol y cuando yo haya cogido la luna
nos sacará a todos del pozo.
Los cuadrumanos aprobaron el
discurso con un largo chirrido de satisfacción.
En seguida se formó la cadena
viviente y Cola-larga se lanzó al pozo. Pero la rama donde se agarraba el mono
que debía sostener a todos los compañeros se rompió y la pandilla se precipitó
al agua, ahogándose lastimosamente.
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