La hormiguita andaba por un
terreno árido. Estaba fatigada, decepcionada; el afán de buscar algo de comida
habíala llevado lejos de su casucha. Y ahora, a la pena de no haber hallado
nada, ni unos granos de arroz, ni una migaja de pan, añadíase la preocupación
por haberse extraviado en un paraje desolado: un terreno sin agua, sin hierba,
espantosamente solitario.
Una voz suave la reanimó:
-Hormiguita, quiero ayudarte.
Alzó los ojos. Descendía de lo
alto una especie de gusano negrísimo que llevaba dos pequeñas alas rígidas y
verdes. Era un animal extraño, muy feo. Tenía unos ojos salientes y amarillos.
La hormiguita sintió un poco de
miedo. Pero la voz del gusano la tranquilizó.
-No temas. Sube a mi grupa, Te llevaré
más allá del naranjal, pasado el huerto de Jan-Chi, a la otra orilla de río. Tu
casucha está en una zona estéril y te es difícil procurarte comida. Te
encontrare otra casita al pie de una encina que yo sé. Debajo de la encina van
a jugar los niños del rico propietario Fu. Y cuando se cansan de jugar, los
niños de Fu se sientan en el suelo para comer pan tierno. Y las migajas caen en
abundancia. Cuando los pequeños se hayan alejado, las migajas serán para ti.
El gusano negro habíase puesto
cerca de la hormiguita, en el suelo árido y cálido.
-Valor, amiga mía. Súbete.
La hormiguita ya no tenía miedo.
Y la voz del gusano sonaba dulce como el murmullo del céfiro. Subió tranquila
sobre el cuerpo feote.
El gusano batió sus alas verdes y
elevose hacia el cielo. Y la hormiguita tenía que ingeniarse para no caer.
Parecíale que la tierra subía y bajaba, experimentaba una sensación de vértigo.
Una vez creyó no poder resistir.
-¡Quiero bajar!-Imploró.
Renunciaba la linda casita,
situada al pie de la encina. Renunciaba a la vida plácida, a las migajas de pan
tierno que dejaban caer los niños del propietario Fu. Ella no había nacido para
volar así por los espacios.
-Me caigo, me caigo. Te lo ruego,
amigo, llévame otra vez a la tierra.
El gusano descendió suavemente,
buscó una llanura y se detuvo cerca de
una hermosa flor azul. La hormiguita bajó del cuerpo feote del gusano alado y
se desentumeció los hilos de sus patitas. Tenía hambre, y aunque estaba
cansada, cansadísima, miró en torno en busca de comida.
-No encontraras nada- dijo el
gusano negro. Conozco estos lugares. Nada para tu estomago, pequeña. Podríamos
proseguir el viaje. Pero, débil como estas y cansada sufrirías demasiado.
Esperemos aquí. Voy a buscar algo que
logre calmar tu estomago vació.
La hormiguita miraba al gusano
con agradecimiento.
-Gracias-le dijo.
Vio elevarse el cuerpo negrísimo
y como desaparecía detrás de una nube. Quedó sola, temblorosa. Más la esperanza
mitigaba su angustia. Luego la espera le pareció larga. Buscó algún alivio a su
alrededor. La flor azul estaba allí, brillando al sol. Se acercó al tallo, alzó
los ojos hacia corola.
-¡Oh, flor! Dijo-, eres
espléndida. El espíritu de la luz te protege sin duda.
-Estúpida hormiga, aléjate de mí.
Podrías echar a perder la seda de mi tallo.
La hormiguita calló. La soberbia
flor le pareció de un golpe feísima. Se apartó despacio, se apoyó en una
piedra. Sentía arder en su almita el fuego de la humillación. Y también el
fuego de la cólera.
No pudo resistir más y gritó:
-¡Oh, flor azul, eres fea, eres
fea!
Había alzado los ojos hacia la
corola azul, azul como un cacho del cielo, y en aquel instante vio al gusano de
alas verdes que descendía. Sintiose feliz.
El gusano, se posó en el suelo y
abrió la boca enorme dejando caer de ella muchos granos blancos.
-Come, pequeña. Luego que lo hayas
hecho nos marcharemos juntos.
A la hormiguita ya no le pareció
feo su generoso amigo. Antes de inclinarse sobre la comida proclamo:
-Eres hermoso, eres hermoso.
Y no veía los granos blancos, los
granitos brillantes, porque dos lágrimas de alegría empañaban sus ojos.
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