jueves, 9 de mayo de 2013

El león, la tigresa y el chacal.



Pelirrojo, el soberbio león de la selva, y Dienteblanco, la feroz tigresa, habían sido enemigos. Luchando uno contra otro, siempre demostraron valor y lealtad. Por eso el odio habíase ido transformando en una estimación, en admiración mutua y luego en franca amistad. Así las cosas, ambos buscaron una cómoda cueva y decidieron vivir siempre juntos. Dormían todo el día en la misma yacija, después de haberse demostrado mutuamente, con enérgicas lengüetadas, su fraternal ternura. Y, al anochecer, vigorosos y combativos, salían en busca de presa. A la salida de la cueva se saludaban: Pelorrojo se iba por un lado y diente blanco por otro. Y al alba regresaban con la presa: gacelas, cervatillos, liebres. Se repartían la comida, y el que había  cobrado mejores piezas no se jactaba de su suerte. Después de yantar, que despachaban en simpática concordia, los dos amigos cual calientes obreros fatigados y satisfechos tras la laboriosa jornada, departían un buen rato echados a la entrada de la cueva, contándose sus aventuras de caza. Al primer rayo de sol se retiraban a descansar.
Una madrugada, mientras, contentos y saciados, discutían con la más amable cordialidad sobre sus asuntos privados, viernes que una extraña bestia se deslizaba con cautela en la sombre grisácea de un claro próximo.
-Es un animalucho que quiere hacernos una visita- dijo Dienteblanco-
-¿Es posible exclamo pelirrojo?
Sabía que todos los animales de la selva le temían y temían a su compañera ¿Quién podría atreverse a abordarle, a abordar a la ferocísima tigresa?
Lo cierto era que el misterioso animal, se dirigía hacia ellos.
-Es un chacal- comento Dienteblanco-
-Parece que no anda muy boyante-opinó pelirrojo con un amplio bostezo.
La aurora había prendido una llama rosada en la cima del árbol más alto del claro. El nuevo día se anunciaba en el bosque con un largo estremecimiento.
-Tengo sueño- bostezó otra vez el león.
El chacal seguía avanzando. Era feo y flaco: la imagen de la miseria y la tristeza-
Se detuvo a poca distancia de pelorrojo y Dienteblanco. Hizo una torpe reverencia.
-¡Salud, oh , rey de la selva, noble y esforzada tigresa! Yo soy Lenguadoble, la criatura más pobre e infeliz que vive en esta tierra.
Nadie me quiere, nadie me ayuda. Mis débiles  fuerzas no me permiten ir de caza. Incluso una insignificante liebre, si intentara cazarla, podría matarme. La semana pasada, incitado por un hambre atroz, me arriesgue a lanzarme sobre un topo y perdí un ojo en la pelea. No tengo más remedio que alimentarme con la carroña de los animales despedazados por los afortunados habitantes de la selva.
El león y la tigresa escuchaban con atención el lamentable relato. La humildad y el sufrimiento del pobre animal impresionaron a sus corazones fieros y generosos.
-¿Tienes guarida?- le preguntó  Dienteblanco. Lenguadoble bajó la cabeza con infinita melancolía.
-No tengo guarida. El miedo me obliga a ir de acá para allá a buscar cada día nuevos escondites. Anoche, mientras dormía en una espesura de matas, fui despertado por el grito del Leopardo. Sentí un terror loco. Y me vino la atrevida idea de presentarme a vosotros en demanda de protección.
-Entra. Hallarás carne fresca: los restos de un cervatillo. Puedes comer hasta saciarte-dijo Pelorrojo.
-¡Oh, pelorrojo, oh magnánimo rey de los animales, te doy las gracias!
-Cuando hayas comida- dijo a su vez Dienteblanco- puedes buscar un rincón en nuestra cueva, que más bien es holgada, y dormir.
El Chacal se inclinó profundamente expresando gratitud eterna a sus bienhechores. Había dado el primer paso. Luego seguirían los demás. Lenguadoble que era muy astuto, hizo lo posible por atraerse la confianza y el afecto de sus huéspedes. Y pelorrojo, en fin, le propuso que se quedara a vivir con él y con Dienteblanco.

El tercero habría vivido siempre en paz y armonía. Pero lenguadoble tenía un arma desleal, no perdonaba a sus bienhechores la íntima y noble amistad que se profesaban: la hubiese querido toda para él. Y se dispuso secretamente a sembrar cizaña.
Un día, al amanecer, hizose el encontradizo con el león, que regresaba de la caza nocturna antes que la tigresa.
-Nobel y generoso amigo, mi corazón no me permite quedarme con vosotros por más tiempo. A tu lado me siento feliz y seguro. Y con todo, debo volver a tomar el triste camino de la soledad, la miseria y el peligro.
Pelorrojo replicó, sorprendido:
¿Por qué te vas? Nosotros te queremos, estamos contentísimos de procurarte alimento y proteger tu sueño.
-Tú eres bueno, ¡Oh, si !, buenísimo. Y generoso, leal: un verdadero amigo. Más, por desgracia, Dienteblanco esconde en su ánimo el veneno del odio. Me odia y a ti también. Me duele decírtelo, tú eres crédulo y sincero, no comprendes el engaño y la traición. Me duele, Mas no puedo engañarte a mi vez. Has de saber, pues, que Dienteblanco murmura de ti y te denigra entre los leopardos. Dice que te gana en fuerza, en inteligencia y en astucia, y que tú eres su humilde criado. Los leopardos, al oír tales cosas, se refocilaron muchísimo, rieron a mandíbula batiente y se burlaron de ti.
-¿Qué yo soy su criado? ¡Muy bien!¡Le probare a la pérfida, a la hipócrita, que clase  de criado soy yo! Me las pagará. Y también me las pararan los leopardos. Conmigo no se juega.
Lenguadoble, riéndose entre dientes, fue  encuentro de Dienteblanco. La tigresa se estaba dando mucho trabajo para arrastrar un siervo de gran tamaño. Cuando vio el chacal dio señales de satisfacción.
Corre y di a Pelorrojo que tenga la bondad de venir a ayudarme. Como ves, la presa es harto pesada. Necesito una mano.
Lenguadoble habló en voz baja.
-No te hagas ilusiones, amiga mía. Pelorrojo te odia. Lo adivine  hace mucho tiempo. Pero callaba, sufría en silencio, esperaba ver mi presentimiento desmentido. Desgraciadamente he tenido hace un momento plena confinación de mis sospechas. Estaba yo oculto en las inmediaciones de la guarida. Pelorrojo hablaba con dos leopardos y decía: “Dienteblanco es mi criado. En su desmedida soberbia se cree igual a mí. Cualquier día, ya lo veréis, la echaré de mi casa”.
La cólera encendió los ojos de la tigresa.
-¿Eso ha dicho?
-Exactamente. Por eso he decidido irme. No puedo sufrir la doblez ni la hipocresía.
Dienteblanco abandono el cuerpo aún caliente del ciervo muerto y se lanzó hacia la cueva con saltos felinos.
_¿Así , pues, soy tu criado?- aulló , desde lejos a Pelorrojo.
Pelorrojo la esperaba con terrible calma. Y cuando la tuvo cerca, le espetó:
-Sé que andas diciendo a los leopardos que me superas en fuerza e inteligencia. Pruebamelo, si te atreves. Ponte en guardia.
-¿Ahora quieres darte aires de ofendido? Lenguadoble ha oído cómo me difamabas hablando con los leopardos.
¿Lenguadoble?
-Su, él precisamente, nuestro amigo. Disgustado por tanta hipocresía, prefiere abandonar nuestra casa y reanudar su vida triste, miserable y solitaria.
Pelorrojo estalló en una formidable risotada.
-Ahora lo comprendo todo. La malvada criatura nos quiere separar, porque envidia nuestra fuerza, nuestro valor, porque está celosa de nuestra paz.
Pagará su perfidia-agregó  Dienteblanco.
Pelorrojo y Dienteblanco se dieron furiosas lengüetadas en señal de afecto, y luego salieron  en busca del ingrato compañero. Pero sólo encontraron su pellejo amarillento y sus miserables huesos. Un leopardo hambriento había hecho justicia.

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