Colalarga, la mona más presuntuosa de todo el bosque, no
gozaba de las simpatías de sus compañeras. Y un buen día se dio cuenta de que
ninguna de ellas queríala por vecina. El mundo pintoresco y algo misterioso de
los árboles, donde tan divertido era saltar de rama en rama, esconderse entre
la froda, idear trampas y combinar marrullerías, fue terreno vedado para
Colalarga. La pobrecita intentó ablandar el tribunal simiesco que la condenaba
al destierro, pero sus lágrimas fueron inútiles. E inútiles fueron asimismo sus
promesas. Debía resignarse a la mendicidad. Se presentó humilde, muy humilde a
la zorra.
-Soy la criatura más infeliz del mundo-dijo entre lágrimas.
Mis parientes soberbios y egoístas, me han expulsado de la casa solariega.
Ayúdame, concédeme un poco de hospitalidad.
La zorra ¡ay! No tenía el más mínimo sentido filantrópico.
Mi alojamiento es demasiado estrecho.
-Paciencia. Ofréceme al menos un poco de comida.
-Yo también tengo hambre y no sé como saciarla. ¿Cómo podré
matar la tuya?
La mona comprendió que la insistencia sería inútil. Hizo de
tripas corazón y se presentó al leopardo.
-Amigo ¿en tu hermosa casa no habría un rincón para mí? Soy
pobre, carezco de un refugio, no tengo comida. El cansancio y el ayuno me
tienen medio muerta.
-¡Vete!-gritó, iracundo, el leopardo. Mi casa no es un
hospicio para mendigos.
Colalarga, amargada ´por este segundo rechazo, fue a visitar
al gato montés.
-Mi querido gatito, se dice que eres bastante egoísta. Pero
yo no doy crédito a los chismosos. Ya ves, obligada por mi mala suerte a
mendigar, me dirijo a ti, llena de confianza.
El gato atravesó a Colalarga con los dardos de sus ojos
cambiantes y resolló amenazador.
Colalarga ya no espero la respuesta y puso pies en
polvorosa.
Llamó luego a la guarida del ciervo.
-Querido amigo, mi simpático, mi poderosísimo ciervo. Estoy
segura de que tú no me rechazarás. No tengo casa, me falta comida; me muero de
hambre, de cansancio y de soledad.
-Entra, dormirás en mi yacija, pobre monita. La despensa está
vacía. Pero comprendo que no podrás descansar sin haber metido algo en tu
estomago. Espérame aquí. Voy a buscarte un poco de fruta silvestre.
Colalarga pasó a ser dueña en la casa del ciervo. Este dormía
al aire libre, se exponía a mil peligros para procurarle vayas, avellanas, miel
y no tenía tiempo de proveerse a sí mismo.
La mona en lugar de manifestarle agradecimiento, lo cargaba
de reproches, de insultos y no disimulaba sus enormes pretensiones.
El pobre ciervo comprendió finalmente, que Colalarga, egoísta,
sin escrúpulos, lo mataría a fuerza de fatigas y necedades. Un día, el
presuntuoso e ingrato huésped salió a dar un paseo. Y el ciervo, por primera
vez después de tanto tiempo, se echó sobre la yacija y durmió en un sueño plació
y reparador.
Lo despertó Colalarga, que reclamaba de modo violento, su
comida.
-Vete- dijo el ciervo; no quiero hospedarte más en mi casa.
-La mona quedo perpleja.
-No me vengas con bromas.
-No se trata de bromas. Has abusado de mí. Busca otro imbécil
que esté dispuesto a darte alojamiento y
mantenerte.
Colalarga gritó, amenazo, lloró. Pero el cuervo fue
inconmovible, y la mona tuvo que marcharse.
Vagabundeando por el bosque, encontró al majestuoso león.
-Soy pobre-dijo; me considero la criatura más infeliz del
mundo, oh, rey león. El ciervo me ha ofendido, me ha torturado cruelmente, negándome
un poco de comida. Ayúdame tu, rey y señor de la selva.
-Mira; ahí en el suelo hay una baya- dijo el león; puedes
comerla. Y prosiguió majestuosamente su camino.
Colalarga regreso a sus antiguos lares, con sus hermanos
monos.
-Hermanos, he sufrido mucho- se lamentó. Acogedme otra vez
entre nosotros, queridos hermanos míos.
Los monos le abrieron los brazos. Tenían curiosidad por
saber noticias del mundo.
-¿Qué has visto? ¿A quién encontraste? ¿Cuál es el animal
más generoso?
-¡Oh! El animal más generoso es el león. Me dio de comer.
-¿Y cuál es el animal más malo?
El ciervo, hermanos míos. El ciervo es realmente el peor
animal que existe.