Erase una vez en el viejo Japón un poderoso mandarín conocido como Kuen-Yu, el cual tenía una hija única, bellísima que se llamaba adorable. La muchacha creía en el palacio de su padre como una perla rara en su concha . Todos la querían y se desvivían por satisfacer sus caprichos, ya que tal era la voluntad de su padre, que la adoraba como a la niña de sus ojos.
Adorable, que además de ser bella era también muy buena , no por ello se mostraba caprichosa o vanidosa; por el contrario, cada día era más humilde y modesta ; sentía infinita gratitud hacia su padre y estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio, incluso a dar la vida por él.
Si bien tenía el cutis delicadísimo, por la noche dormía sin mosquitera, para atraer hacia sí a todos los mosquitos de la casa y asegurar de tal modo a su padre un sueño tranquilo. Al anciano mandarín le gustaba sobremanera el pescado y se afligía porque en invierno no podía comer sus platos favoritos, ya que los lagos estaban helados. Adorable iba entonces sin ropa a tenderse sobre la superficie helada del lago ; el calor de su cuerpo fundía el hielo; los peces se acercaban , y ella los cogía y los llevaba a su pare.
La vida, pues, transcurría feliz para aquellos dos seres que se adoraban , cuando un día el emperador mandó a llamar a Kuen-Yu a la corte , y al presentarse el viejo mandarín ante el le dijo:
-Quiero que me hagas fundir una campana de voz tan potente, que su tañido pueda oírse a kilómetros y kilómetros lejos de la capital.
Kuen –Yu se inclinó reverente y salió de la sala del trono. Apenas regresó a su palacio , mandó a llamar a los más famosos fundidores del reino; hizo añadir al cobre una parte de oro, para que el tañido de la campana fuese más dulce. Y, tras jornadas y jornadas de intenso trabajo alrededor de un horno que permanecía encendido de noche y día y despedía lívidos resplandores u chispas doradas, finalmente la campana estuvo lista. Mas ¡ay!, cuando ésta fue probada en presencia del emperador y su corte , su repique apenas fue oído por los centinelas que vigilaban en la explanada de las murallas , más allá del palacio imperial nadie lo oyó. El emperador, indignado, golpeo violentamente el suelo con el cetro de oro y le gritó a su fiel mandarín:
-Te doy un mes de tiempo, Kuen –Yu; si dentro de este plazo no me preparas una campana según mis deseos, morirás en el patíbulo.
Después de esta orden se retiró con toda la corte.
Kuen- Yu, que había quedado solo en la gran plaza, se cubrió el rostro con las manos y estalló en sollozos ¿Cómo podría cumplir la orden de su amo? Lo que éste pedía era una cosa imposible, y él estaba destinado a dejar su cabeza entre las manos del verdugo; no tenía salvación. Mas he aquí que una mano suave y dulce la acarició la cabeza, en tanto que una voz muy melodiosa y muy querida le susurraba:
-No te aflijas, papaíto; ya veras cómo dentro de un mes podrás entregar al emperador la campana que desea.
Adorable estaba allí, como siempre, a su lado, dispuesta a sostenerle, a ayudarle , o a compartir con él su triste suerte.
Llegó la noche y la muchacha se envolvió en una capa negra y salió furtivamente de su casa, encaminándose en la noche oscura a través de tenebrosos callejones hacia los barrios bajos de la ciudad. Así llego ante una casucha ruinosa y llamó tímidamente a la puerta mal cerrada. Una voz ronca la invito a entrar, y la muchacha obedeció y entró.
Se encontraba en una especie de antro sucio y húmedo , iluminado por la débil llama de una vela. Ante una mesa, sobre la cual se veían alambiques, crisoles y varias ampollas, se sentaba un viejo de luenga barba blanca y nariz ganchuda, cabalgada por unas antiparras.
-Dime- murmuró la muchacha con voz trémula- ¿Cómo puede fundirse una campana lo bastante potente para ser oída a leguas y leguas de distancia? Si sabes decírmelo, te recompensaré espléndidamente.
-Siéntate, hijita y veremos cómo puedo contentarte- dijo el mago.
Hojeó algunos enormes librotes de extraña escritura, examinó unos pliegos cubiertos de signos extravagantes y al cabo de unas horas de incansables estudio, el mago habló:
-Haz fundir , en cantidades iguales cobre, oro, y plata; luego añade a la amalgama el cuerpo de una doncella, y hazlo fundir too en el crisol. Hasta que la sangre de la muchacha no se mezcle con los metales en fusión, la campana no podrá dar un sonido tan fuerte como el emperador desea.
Así hablo el mago. Adorable se sintió estremecida por un escalofrío de terror; pero se sobrepuso, y una dulce sonrisa apareció en su bellísimo rostro.
Una vez más se le ofrecía la ocasión de demostrar a su padre su entrañable afecto.
Se trabajó intensamente en la fusión de la campana. El mandarín no abandonaba ni siquiera un minuto las proximidades del horno donde se fundían los metales y vigiaba a los obreros que estaban bajo sus órdenes con una atención rigurosísima. Cuando el trabajo iba a terminar, Adorable entró a la fragua y fuese acercando poco a poco al horno ardiente. Luego, aprovechando un momento de distracción de su padre, se arrojó decidida al horrible infierno de fuego, gritando:- ¡Por amor a ti, papaíto!
Aquella vez la campana fue perfecta de una forma maravillosa, de un color magnífica, y sus tañidos eran más potentes y más dulces que los de cualquiera otra campana que hubiese existido en el mundo. Mas acaso en aquellos sones se mezclaban sollozos, gemidos y lamentos.
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