Erase una vez, hace muchos y muchos siglos, un poderoso señor que se llamaba Kamatari, el cual tenía una hija, Kohakunyo, muchacha llena de gracia y de belleza.
Cuando Kohakunyo hubo cumplido los dieciocho años de edad, fue celebrado su matrimonio con el emperador de Chine-Koso, que era un poderoso vecino suyo.
En aquella ocasión la novia hizo a los dioses una ofrenda , como era costumbre en el país. Escogió entre sus más preciosos tesoros tres objetos: un laúd, en el cual bastaba tocar una vez para oír la música celestial que brotaba del instrumento para toa la vida; un tazón de piedra, , en el cual bastaba disolver una sola vez una barrita de tinta china, para que nunca más se consumiera; y por último, la maravilla de las maravillas, un globo de cristal que encerraba una estatuilla de Buda.
La muchacha entregó esos tres tesoros al general Banko, para que él mismo los llevase al templo de Kogukuji, en Nara
Cuando la nave que conducía al general, con todas las velas desplegadas, estaba por arribar a la costa de Sanuki, se desencadenó una terrible tempestad. Cual una hoja seca arrastrada por el viento, el barco era sacudido por las olas encabritadas, que ora lo levantaban a alturas vertiginosas, ora lo hundían en abismos sin fondo.
EL general temblaba, no por su vida, sino por lo tesoros que llevaba consigo.
El capitán de la nave era por fortuna un viejo lobo de mar, que otras veces se había enfrentado con las furias desencadenadas del océano; y tan bien supo maniobrar y alentar a sus marineros, que cuando el viento cesó y el mar fue apaciguado, todos se reunieron en el puente sanos y salvos. Por fin, fue avisada la tierra y el barco pudo entrar en el puerto tranquilamente y echar el ancla en aquel quieto refugio.
El general dio las gracias a los dioses por g haberlo ayudado en el cumplimiento de su misión y fue a dar una ojeada a sus tesoros . Mas ¡ay!, no pudo contener un grito de angustia; el globo de cristal había desapareció.
“Seguramente- pensó- ha sido el dragón, dios del mar, que ha provocado la tempestad para apoderase de tan preciado tesoro”.
Pero ahora no podía hacer otra cosa que informar de l hecho a su señor Kamatari.Este se apresuro a reunirse con Banko en el lugar del desastre, trayendo consigo a los mejores buzos y nadadores del país.
-Aquel de vosotros que logre recuperar el globo de cristal. Dijo el poderoso señor a sus hombres- podrá pedir lo que más desee y yo lo concederé.
A tales palabras, acuciadas por la codicia de riqueza y honores, todos los pescadores se zambulleron en el mar. Mas ¡ay!, uno tras otro fueron saliendo de la superficie con las manos vacías. El globo de cristal parecía imposible de hallar. Kamatari, aunque con el corazón lleno de tristeza, se disponía a renunciar a la empresa, cuando fue abordado por una joven tímida y modestamente vestida, la cual entre los pliegues de su kimono, llevaba un niño de pocos meses.
-Yo no soy, poderoso señor, más que una pobre pescadora de conchas- dijo la mujer arrodillándose-; pero hace mucho tiempo que vivo en este país y conozco muy bien el fondo del mar.Permíteme que busque el tesoro.
- Mis hombres son robustos, vigorosos; son los mejores buzos del Japón-le contesto Kamatari-, y sin embargo, no han logrado encontrar el globo de cristal. ¿Cómo podrías tú, mujer, tan delicada, tan frágil, tan débil...?
- -Poderoso señor- interrumpió la mujer con su voz decidida-m deja que lo intente; hago esto por mi hijito. Hasta hoy ha llevado una vida miserable y penosa ; no quiero que mi niño tenga la misma triste suerte; quiero que sea un samurai. Si me prometes dar cumplimiento a mi deseo, yo intentaré la empresa...
Kamatari meneó la cabeza, incrédulo; con todo no quiso quitar a la pobre madre aquella esperanza, y le prometió solemnemente que haría estudiar al niño y haría que fuese un sabio samurai en caso de que su prueba tuviese éxito.
Agradecida, la pescadora se inclino hasta el suelo dándole las gracias, y se dirigió hacia la orilla del mar . Dejó al niño sobre la fina arena, lo besó tiernamente; luego se ató una cuerda alrededor de la cintura y dijo a los pescadores:
-Cuando encuentre el globo de cristal daré un tirón a la cuerda, y vosotros izadme rápidamente a la superficie.
Como un cometa a través del cielo infinito, la mujer descendió ligera y ágil a través de las aguas y llegó al fondo. En torno suyo sólo veía hierbas marinas que ondeaban con mil reflejos luminosos. Incansable, la mujer anda y busca, busca y anda. De ponto, entre las algas, vio resplandecer una extraña luz. Con el corazón lleno de esperanza, se abrió camino entre las plantas acuáticas y se le apareció de improviso un magnifico palacio.
-El palacio del dragón- pensó la mujer . Seguramente aquí encontrare el globo de cristal.
Y en efecto, al levantar los ojos vio, sobre la cima de la torre más alta del palacio, el ídolo resplandeciente en el globo e cristal, pero rodeado de dragones, de serpientes, de espantosos monstruos marinos...
A la vista de aquello un nuevo vigor pareció adueñarse de la frágil mujer que, silenciosa como una sombra, trepó hasta la cima de la torre y se apoderó del talismán. Pero apenas lo hubo cogido, cuando los monstruos que por un instante habían quedado desconcertados y sombrados ante tanta osadía, se lanzaron sobre ella con las fauces abiertas. Por un segundo la mujer se creyó perdida; pero pronto el pensamiento de su adorado hijo le devolvió toda la sangre fría fue necesitaba. Rápida como l rayo, saco del cinto un pequeño puñal que había traído consigo y se lo hundió en el pecho; en la profunda herida escondió el precioso globo; luego tiró de la cuerda, mientras los monstruos asustados, al ver aquella agua rojiza que rodeaba a la e pescadora, se retiraban rugiendo.
Los pescadores que estaban en la orilla vieron cómo el agua mudaba de color , pasando de l más bello azul al rojo de un rubí; y luego vieron salir de aquellas olas ensangrentadas a la mujer pálida y sin conocimiento. Mas apenas la tendieron en la arena, la pobrecilla abrió los ojos, se sacó del seno el globo de cristal y ofreciéndolo a Kamatari, murmuró:
-Por mi hijo...
-¡ Tu hijo será un verdadero samurai, contesto el poderoso señor con , voz temblorosa de emoción.
Entonces, precisamente en el momento en que trasponía el limite entre el reino de los hombres y de los dioses, la mujer sonrió y su sonrisa iluminó los corazones de todos los presentes.
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