viernes, 1 de marzo de 2019

 La cruel grulla burlada


Hace mucho tiempo, el bodisat se encarnó en el genio de un árbol que había cerca de cierto estanque de lotos.

    Era la estación seca y el agua escaseaba, aunque en el estanque vivían muchos peces. Y una grulla pensó al ver a los peces:

    —Debo ser más lista que estos peces y encontrar la manera de convertirlos en mis presas.

    Así que se posó en la orilla del agua, pensando cómo hacerlo.

    Cuando los peces la vieron, le preguntaron:

    —¿Qué haces ahí posada, perdida en tus pensamientos?

    —Estoy pensando en vosotros —les contestó.

    —¡Vaya! ¿Y por qué piensas en nosotros?

    —Porque hay muy poca agua en este estanque, y muy poco que podáis comer. ¡Y hace tanto calor! Así que estaba pensando: «¿Qué van a hacer ahora estos peces?».

    —¡Así es! ¿Qué vamos a hacer? —se preguntaron.

    —Si quisierais, yo podría llevaros en mi pico hasta un estanque más grande, cubierto de todo tipo de lotos —les respondió la grulla.

    —Que una grulla se preocupe de unos peces es algo inaudito. Lo que pretendes es comernos uno tras otro.

    —¡Por supuesto que no! Confiad en mí, pues no os comeré. Pero, si no creéis que existe otro estanque, enviad a uno de vosotros conmigo para comprobarlo.

    Decidieron fiarse de ella y le entregaron a uno de los suyos: un tipo grande, ciego de un ojo, a quien creían lo suficientemente listo si se daba una emergencia, dentro o fuera del agua.

    La grulla lo llevó con él, le enseñó el estanque y lo devolvió junto al resto de peces. Y este les contó todas las bondades del estanque.

    Cuando los peces lo oyeron, exclamaron:

    —¡Muy bien! Puedes llevarnos contigo.

    Entonces la grulla llevó al viejo pez ciego a la orilla del otro estanque y se posó en una catreva religiosa que crecía allí. Pero en lugar de dejarlo en el agua, lo lanzó contra una rama del árbol, lo golpeó con su pico y lo mató, y después de comerse su carne lanzó su raspa al pie del árbol. A continuación regresó y exclamó:

    —Ya he trasladado al primer pez. ¿Quién es el siguiente?

    Y de aquel modo cogió a todos los peces, uno a uno, y se los comió, hasta que volvió y no encontró a ninguno más.

    Pero todavía quedaba un cangrejo, y la grulla pensó en devorarlo también.

    —Oye, buen cangrejo, me he llevado a todos los peces a un estupendo estanque más grande. Ven, ¡te llevaré a ti también!

    —Pero ¿cómo me llevarás hasta allí?

    —Te agarraré con mi pico.

    —Si me llevas así, me caeré. ¡No iré contigo!

    —¡No temas! Te agarraré fuerte durante todo el camino.

    Entonces, el cangrejo pensó: «¡Si ha atrapado a los peces, es imposible que los haya dejado en un estanque! Pero, si de verdad me dejara allí, sería estupendo. Si no lo hace, ¡le cortaré la garganta y la mataré!».

    —Mira, amiga —le dijo—, no podrás agarrarme con suficiente fuerza, pero los cangrejos somos famosos por nuestras pinzas. Si dejas que yo me agarré de tu cuello, estaré encantado de ir contigo.

    Y la grulla no se dio cuenta de que estaba intentando burlarla, así que se mostró de acuerdo. El cangrejo se agarró del cuello con sus pinzas con tanta fuerza como las tenazas de un herrero, y exclamó:

    —¡Vámonos!

    Y la grulla lo llevó y le mostró el estanque, y después se giró hacia la catreva.

    —Oye —gritó el cangrejo—, ¡que el estanque está por allí! ¿Por qué me traes aquí?

    —¡Oh! Verás, te lo explicaré —le respondió la grulla. ¿Te has creído que soy tu esclava, que tengo que llevarte a donde quieras? Mira el montón de raspas que hay a los pies de este árbol. Igual que me he comido a esos peces, a todos y cada uno de ellos, ¡te comeré a ti también!

    —Esos peces fueron devorados por estúpidos —respondió el cangrejo—, pero yo no voy a dejar que me comas. Al contrario, es a ti a quien voy a destruir. Porque eres tan boba que no te has dado cuenta de que yo soy más listo que tú. ¡Si morimos, moriremos juntos, porque te cortaré la cabeza!

    Y dicho esto, agarró con fuerza el cuello de la grulla.

    Jadeando, con lágrimas en los ojos y temblando por el miedo a la muerte, la grulla le suplicó:

    —¡Oh, señor! En realidad no iba a comerte. ¡Perdóname la vida!

    —¡Bien, bien! Baja al estanque y déjame allí.

    Y la grulla dio la vuelta y bajó al estanque, en cuya lodosa orilla dejó al cangrejo. Pero, antes de meterse en el agua, el cangrejo le cortó el cuello tan limpiamente como un cuchillo de caza cortaría un tallo de loto.

    Cuando el genio que vivía en la catreva religiosa vio este extraño suceso, hizo que la madera resonara con sus aplausos y pronunció el siguiente verso con una agradable voz:

     
      «El villano, aunque muy listo,
    
      No prosperará con su crueldad.
    
      Podría ganar a base de engaño,
    
      ¡Pero solo si le dan la oportunidad!».



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