viernes, 1 de marzo de 2019

El violín mágico

Hace mucho tiempo existieron siete hermanos y una hermana. Los hermanos estaban casados, pero sus esposas no cocinaban para la familia. Esto lo hacía la hermana, que se quedaba en casa cocinando. Las esposas guardaban por esta razón mucho resentimiento hacia su cuñada, y al final unieron fuerzas para apartarla de la labor de cocinera y proveedora general, de modo que alguna de ellas pudiera reemplazarla.

    —Ella no sale a los campos a trabajar sino que se queda tranquila en casa, y aun así no tiene la comida preparada a tiempo —decían.

    Entonces llamaron a su bonga y, con promesas, se aseguraron su ayuda.

    —A mediodía, cuando nuestra cuñada vaya a por agua, haz que el agua desaparezca y reaparezca lentamente —le dijeron—. De este modo se retrasará. Si evitas que el agua llene su cántaro, podrás quedarte con la doncella

    A mediodía, cuando fue a por agua, el aljibe se secó ante la muchacha, que comenzó a llorar. Después de un rato, el agua comenzó a crecer de nuevo. Cuando le llegó a los tobillos intentó llenar su cántaro, pero no conseguía meterlo debajo del agua, así que se asustó y comenzó a llorar y a llamar a sus hermanos:

    —¡Oh! Hermano, el agua me llega a los tobillos. Y sin embargo, hermano, el cántaro no se hunde.

    El agua continuó subiendo hasta que le llegó a la rodilla, y la joven comenzó a llorar de nuevo:


—¡Oh! Hermano, el agua me llega a las rodillas. Y sin embargo, hermano, el cántaro no se hunde.

    El agua continuó subiendo y, cuando le llegó a la cintura, exclamó de nuevo:

    —¡Oh! Hermano, el agua me llega a la cintura. Y sin embargo, hermano, el cántaro no se hunde.

    El agua siguió creciendo y, cuando le llegó al cuello, siguió lamentándose:

    —¡Oh! Hermano, el agua me llega al cuello. Y sin embargo, hermano, el cántaro no se hunde.

    Al final el agua era tan profunda que sintió que se ahogaba, y entonces gritó:

    —¡Oh! Hermano, el agua ha alcanzado la altura de un hombre. ¡Oh! Hermano, el cántaro comienza a llenarse.

    El cántaro se llenó de agua y con él se hundió la joven y se ahogó. El bonga la transformó entonces en un bonga como él, y se la llevó.

    Después de un tiempo, la joven reapareció como un bambú que crecía en la orilla del aljibe en el que se había ahogado. Cuando el bambú alcanzó un buen tamaño, un yogui que solía pasar por allí, dijo al verlo:

    —Con esto haría un violín espléndido.

    Así que un día llevó un hacha para cortarlo pero, cuando estaba a punto de comenzar, el bambú exclamó:

    —No cortes por la raíz, corta más arriba.

    Cuando levantó su hacha para cortarlo por el tallo, el bambú gritó:

    —No cortes por la parte de arriba, corta por la raíz.

    Cuando el yogui se preparó de nuevo para cortarlo por la raíz, el bambú dijo:

    —No cortes por la raíz, corta más arriba.

    Y cuando estaba a punto de cortar más arriba, le gritó de nuevo:

    —No cortes arriba, corta por la raíz.

    El yogui, para entonces, estaba seguro de que un bonga estaba intentando asustarlo, así que se enfadó y cortó el bambú por la raíz y se lo llevó para hacer un violín con él. El instrumento tenía un tono excelente y gustaba a todos los que lo oían. El yogui lo llevaba consigo cuando pedía limosna, y gracias a la influencia de esta dulce música regresaba a casa cada noche con la cartera llena.

    De vez en cuando visitaba la casa de los hermanos de la muchacha bonga, a los que las notas del violín les afectaban en gran medida. Algunos de ellos terminaban llorando, porque el violín también parecía llorar con amarga angustia. El hermano mayor quiso comprarlo y se ofreció a mantener al yogui durante un año entero si consentía en separarse de su maravilloso instrumento. El yogui, sin embargo, conocía su valor y se negaba a venderlo.

    Resultó que un tiempo después el yogui fue a casa del jefe de una aldea y, después de tocar una canción o dos con su violín, pidió algo de comer. Le ofrecieron comprarle el violín y le prometieron un alto precio por él, pero se negó a venderlo, ya que se ganaba la vida con él. Cuando vieron que no iban a convencerlo, le dieron comida y gran cantidad de licor. De este último bebió tanto que se emborrachó y, mientras estaba en esa condición, le arrebataron el violín y lo sustituyeron por uno viejo. Cuando el yogui se recuperó echó de menos su instrumento y, sospechando que se lo habían robado, les pidió que se lo devolvieran. Pero ellos negaron haberlo cogido, así que tuvo que marcharse, dejando atrás su violín. El hijo del jefe, que era músico, solía tocar el violín del yogui, y en sus manos la música deleitaba los oídos de todos los que la oían.

    Cuando toda la familia estaba ausente, trabajando en el campo, la muchacha bonga solía salir del violín de bambú y preparaba la comida. Comía su parte, colocaba la del hijo del jefe debajo de su cama y, tras cubrirla para evitar el polvo, volvía a meterse en el violín. Esto ocurría todos los días, pero los miembros de la familia pensaban que alguna amiga estaba interesada en el joven, así que no se molestaron en intentar descubrir quién dejaba la comida. El muchacho, sin embargo, estaba decidido a descubrir cuál de sus amigas se preocupaba tanto por su bienestar. «Hoy la atraparé y le daré una buena azotaina; está avergonzándome ante los demás», pensó. Así que se escondió detrás de un montón de leña. En poco tiempo, la chica salió del violín de bambú y comenzó a arreglarse el cabello. Tras terminar de arreglarse, cocinó el arroz como siempre, comió su parte, colocó la porción del joven debajo de su cama, como siempre, y estaba a punto de entrar de nuevo en el violín cuando él salió de su escondite y la atrapó en sus brazos.

    —¡Quita, quita! Podrías ser un dom, un hadi o miembro de alguna otra casta con la que no puedo casarme.

    —No —le contestó él—. Pero, a partir de hoy, tú y yo somos uno.

    Y así comenzaron a conversar tiernamente. Cuando los demás regresaron a casa por la tarde, descubrieron que la joven era tanto un ser humano como un bonga, y se alegraron mucho.

    Mientras tanto, la familia de la muchacha bonga se había empobrecido. En una ocasión, sus hermanos fueron de visita a la casa del jefe.

    La muchacha bonga los reconoció de inmediato, pero ellos no sabían quién era ella. La joven les llevó agua y después les ofreció arroz. A continuación se sentó junto a ellos y comenzó a relatarles en tono lastimero el tratamiento al que había sido sometida por sus mujeres.

    —Vosotros seguramente lo sabíais todo, y aun así no hicisteis nada para salvarme —les dijo, después de relatarles todo lo ocurrido.

    Y esa fue su única venganza.



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