jueves, 7 de marzo de 2019

Cuentos de Camino

Alrededor de una fogata a orillas del Gran Lago de Nicaragua,
en la Isla de Ometepe, Juan Ventura nos relataba
sus cuentos, este personaje casi mítico, se caracteriza por
ser un cuentista un poco exagerado y cómico.
Pues vean amigos, —comenzó a contarnos— yo casi
no salgo de la isla, sólo a Rivas he ido, por eso es aquí
donde me han pasado tantas cosas, más cuando yo era
chavalo, hace tiempo ya —y se ríe—, como una vez que
iba a la finca de mi compadre Uriel, para ver si me vendía
algunas vaquitas, de pronto en medio del camino veo
atravesado un gran tronco, yo pensaba que se había caído
por los fuertes vientos que estaban azotando esos días,
comencé a cabalgar a la orilla del gran tronco tratando
de rodearlo para pasar al otro lado, después de un rato
cuando llevaba como un kilómetro, me detuve, bajé de
mi caballo, me subí a la ramas más altas de un árbol para
ver hasta donde llegaba el susodicho tronco y ¡vean que
susto! El supuesto tronco comenzó a moverse y alláaa se
miraba una cabeza, era una enorme culebra, tuve que esperar
que pasara para poder seguir mi camino, cuando
pasó agarré de nuevo el sendero, por suerte no estaba cerca
de su cabeza porque si no me hubiera hartado con todo
y el caballo.
No pasó mucho tiempo cuando escuché unos rugidos
¡eh! Me detuve, allí estaba un león en medio camino,
parecía que estaba con una pata herida, desmonté lentamente
y me escondí detrás de unos matorrales, quedé
esperando a que se baya el animal, pero el caballo se me
puso brioso, se me zafó de las riendas y el león que me
ve, se lanza sobre mí, en ese instante aparece otro león a
mis espaldas y se lanza agarrando al otro por los aires y
comenzó la feroz lucha, se paraban en dos patas, se daban
con sus garras y se escuchaban los grandes rugidos
como truenos, ya mi caballo ni lo miraba, yo sólo puse
los brazos sobre mi cabeza y quedé ahí mismo agachado,
de pronto un silencio, volví a ver hacia donde estaban los
dos leones y habían desaparecido, me fijo bien ¡eh! sólo
estaban las dos puntas de las colas, se habían hartado los
dos, ¡sí! los dos se comieron uno al otro, ¡que ferocidad
de animales!
Tuve que caminar mi buen trecho hasta que vi a mi
caballo, me estaba esperando más adelante, era un fiel
animal, ya el susto de los leones le había pasado, lo agarré
por las riendas y me monté, así continué mi camino.
Al rato escucho otro rugido ¡Eh! ¿Y eso que será? me
dije, era un rugido más fino, como de tigrillo, pero mi
caballo de nuevo se puso nervioso y se me para en dos
patas y pega la carrera en dirección contraria, pero no me
votó, las ramas más bajas de los árboles me pegaban en
el rostro, no podía detener al animal que iba a todo galope,
¡Joo! ¡Joo! Le decía mientras le jalaba con fuerzas las
riendas hasta que se detuvo, ¡Shss! Quieto amigo, lo tra
taba de calmar acariciando su pescuezo, pero yo miraba
oscuro en un lado, me toco la cara y siento que no tengo
un ojo, ¡ala chocho! y me regreso a buscarlo, ahí iba con
sólo un ojo buscando el otro que se me había perdido, y
allí estaba, entre las ramas había quedado colgado, lo agarro,
lo sacudo porque ya estaba lleno de hormigas y me
lo pongo, ¡hey jodido! me lo había puesto al revés, me lo
quito deprisa y me lo vuelvo a poner, esta vez me lo puse
bien, que feo se ve uno por dentro. Pero bueno, sigo mi
camino y de nuevo ese rugido de tigrillo, ¡Shss! le decía
a mi caballo, me bajé, lo amarré y me fui en dirección al
ruido, ahí estaba, era un gato salvaje, bien bonito y como
se miraba manso me le fui acercando despacio, él no se
movía ni hacía más ruidos, me lo quería llevar para tenerlo
como mascota, ya lo estaba acariciando cuando ¡Plash!
me lanza un tapaso y me muerde el dedo, cuando me fijo,
ya no tenía mi anillo, un anillo grueso de oro que me lo
dejó de herencia mi papá, el gato se lo había tragado, ¡Ah,
no! ¡Eso si que no! dije y le meto la mano en el gaznate
hasta la panza, agarro el anillo y lo halo con fuerza, pero
también agarré el estómago del animal y lo volteo como
calcetín, ¡Huy! ¡Que feo se ve un gato al revés! Pero vean,
sale el gato como loco pegando contra todo lo que estuviera
en su camino, claro el animal iba ciego.
Bueno, al fin llegué a la finca de mi compadre, allí estaba
él, platicamos, tomamos “culo de buey” (cususa) y
luego me vendió dos toretes y una vaca, ese mismo día ya
iba para mi casa.
Llegué al poco rato a mi finca, esa noche ni llovió, pura
bulla fue, sentado en mi silla mecedora, tomándome mi
cafecito, observaba el montón de quiebra platas (luciérnagas)
regadas por todas partes, parecía una gran alfombra
con lucecitas de navidad, miraba una con una luz de
un color distinto, alumbro con mi potente foco y veo un
arbusto que sólo se mueve, ¡Eh! ¿Y eso? me digo, pero no
le puse mucha mente, vuelvo a ver más hacia la izquierda
y otra vez la rara quiebra plata y le pongo de nuevo el
foco, otro arbusto que sólo se mueve, ¿Será algún animal
que anda por ahí? ya me inquietó, apago el foco y aparece
la lucecita por otro lado, se encendía y se apagaba con un
movimiento distinto a las otras, le vuelvo a poner el foco,
otro arbusto que se mueve, en eso, alumbrando estaba todavía
cuando veo que sale del arbusto poniéndose de pies
Genaro, uno de los peones que trabaja en la finca, estaba
fumándose un cigarrillo y me dice: ¡Idiay hombre, no me
vas a dejar cagar tranquilo! y yo que suelto la carcajada,
¡Ah, sos vos! le digo, pero yo no me aguantaba la risa.
¡Hay! las cosas que a uno le pasan.
Así terminó Juan Ventura su cuento de camino, todos
nos reímos de esto último que más parecía un chiste.

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