jueves, 7 de marzo de 2019

El Pez Gordo

—Mañana te atrapo, mañana vas a ver —le decía todos
los días a un pez un campesino que acostumbraba cortar
y recoger leña en un bosquecillo no muy lejos de donde
estaba su humilde vivienda, por allí pasaba un riachuelo
donde él se detenía a pescar, habían muchos peces pero
uno en particular llamaba su atención, era un guapote,
el más grande de la poza a ése lo quería atrapar, pero era
tan astuto el pez, que siempre lograba escaparse hasta
del mismo anzuelo llevándose la carnada y otras veces se
mostraba tan escurridizo que ni tan siquiera picaba. Cada
vez que el campesino se iba, el guapotón alegre, daba saltos
fuera del agua como burlándose del hombre.
Cuando llegaba a su casa les decía a sus hijos:
—Un día de estos, hijos míos, les traeré un gran pescado
gordo, pues ya estoy aburrido de traerles sólo pequeños
pescaditos.
Pero los días pasaban y nada que lo atrapaba, ni porque
le ponía todo tipo de carnadas; él le ponía chapulines,
él le ponía mazamorras, él que gusanos y hasta trozos de
tortilla le tiraba al agua a ver si así salía a la superficie y
darle un sólo sopapo en la jupa, pero nada, por eso es que
estaba gordo el bandido pez, de tanto que el campesino le
daba de comer.
Una vez el campesino quiso atraparlo con sus propias
manos; se zambulló en las turbias aguas de la poza y con
los ojos bien abiertos trataba de ver dónde se escondía el
pez gordo, vio una pequeña cueva; y ahí estaba dormido,
adivinen quién, pues sí, el pez gordo. Con mucho cuidado
y tratando de no hacer ruido estiró sus brazos y ¡zas!
atrapó al pez, éste se retorcía de un lado a otro tratando
de escaparse. El hombre asomó su cabeza fuera del agua,
tomó una bocanada de aire y en ese mismo instante el pez
se le zafó, era tan gordo y fuerte que no lo pudo sostener
con firmeza. Por más que lo volvió a buscar ya no lo encontró,
tuvo que regresar una vez más a su casa, con sólo
unos cuantos pescaditos para cenar.
En la mañana siguiente, el campesino fue, como ya era
costumbre, a intentar atrapar al escurridizo pez; —esta
vez fabricaré una lanza— dijo y se puso a cortar una vara,
agarró la rama de un árbol y en seguida se alborotaron
unas abejas, le comenzaron a picar y corrió como un loco
huyendo de los insectos y se tiró a la poza donde vivía el
pez gordo, estando dentro del agua miraba como las abejas
revoloteaban en la superficie.
—Si salgo éstas abejas me seguirán picando, pero si
no lo hago me puedo ahogar —pensaba muy afligido el
pobre hombre.
Ya el aire se le estaba acabando, no podía contener más
la respiración, de pronto el pez gordo apareció saltando
fuera del agua, saltaba de un lado a otro, por encima del
campesino y cada vez que lo hacía se pasaba tragando una
abeja, hasta que éstas asustadas se fueron, así el campesino
pudo respirar sin ser picoteado y comprendió que el
pez le había salvado la vida.

Salió de la posa dispuesto a irse para su casa dejando
tranquilo al pez cuando escuchó un tremendo ruido
que venía de lo más profundo del bosque, los pajaritos
volaban asustados, los venados corrían huyendo, todos
los animales querían escapar del lugar por donde venía el
infernal ruido, El campesino caminó durante unos minutos
hasta que llegó donde unos hombres que derribaban
árboles con sus motosierras y él les gritó:
—Deténganse, no sigan.
—Fuera de aquí, esta propiedad es privada —le dijeron
los hombres enojados y campesino tuvo que irse.
A día siguiente no pudo levantarse, estaba enfermo,
nadie sabía que es lo que tenía, sus hijos creían que tal vez
era por tanta obsesión que tenía por atrapar al pez gordo:
—lo atraparemos por ti— le dijeron a su padre, pero éste
les aconsejó diciéndoles:
—No crean que ese pez tiene la culpa de que yo esté
enfermo, él es un buen pez, ahora lo considero mi amigo—
y les contó lo que le había pasado con las abejas.
A los pocos días se curó y lo primero que hizo fue ir
a visitar a su amigo el pez, pero se sorprendió al ver que
en el pequeño bosque casi no quedaban árboles, ya no
había lugar donde los animales pudieran vivir. Observó
con espanto que el riachuelo se había secado y muchos
peces estaban muertos, corrió a la poza de su amigo y allí
estaba en un pequeño charco lleno de lodo, se le acercó
y vio como el pobre animalito se esforzaba por respirar
dando su último aliento de vida.

—¡Oh mi amigo! ¿Qué te han hecho? —dijo con profunda
tristeza y sus lágrimas caían sobre el gran pez que
ya no se movía, ni sus lágrimas pudieron resucitarlo y allí
lo dejó ya sin vida.
El tiempo pasó, el campesino se fue a la ciudad. Donde
hubo bosque ahora hay cultivos y casas, sólo un gran
árbol rechoncho permanece en la zona, se distingue a lo
lejos por sus frondosas ramas, un árbol que nació y creció
justamente donde estaba la poza del gran pez gordo.

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