Antes de producirse la terrible catástrofe, vivía en una colina la
culebra llamada Tentenvilú, a quien los chilotes veneraban por su
sabiduría y el aprecio que siempre les había demostrado. Cuando
se producía algún acontecimiento en la región, los indígenas corrían
hacia la colina pidiéndole protección y ahí se quedaban escuchando
los consejos de esa divinidad.
Existía en el mar un monstruo mitad caballo y mitad culebra
llamado Caicaivilú. A pesar de que nada sabían de él desde tiempos
inmemoriales, su solo recuerdo les causaba un pánico aterrador
a causa de los malos tratos que sus antepasados habían
recibido de ese monstruo.
El temor de los indígenas no era infundado, pues sabían que
Caicaivilú dormitaba en el fondo del océano y que en cualquier
momento podría despertar.
Y así sucedió. Caicaivilú despertó repentinamente de su sueño
milenario y, al ver que los hombres habían abandonado su reino
para irse a vivir a la Tierra, entró en cólera y preparó su venganza.
Y sin pensarlo mucho, tomó la terrible decisión de acabar
con los hombres ahogándolos; castigo que, según él, se lo
merecían por malagradecidos.
Y fue así como Caicaivilú, valiéndose de sus poderes, inició su
venganza en contra de los hombres.
Inesperadamente la tierra se vio convulsionada por violentos
remezones, a tiempo que el cielo se abría para dar paso a las
aguas que caían desde lo alto en verdaderos torrentes. De un
momento a otro, todo fue destrucción y muerte. No contento con
eso, el malvado soltó las aguas del mar, las que comenzaron a
inundar la tierra con vertiginosa rapidez. Fue en ese instante
cuando intervino Tentenvilú en defensa de los hombres; para
ello hizo elevar los cerros en los cuales se habían refugiado.
Pero las aguas continuaban subiendo sin interrupción, arrastrando
en su corriente diabólica los cuerpos de los indígenas que no
alcanzaron a huir. Tentenvilú contrarrestaba la furia de su enemigo
elevando más y más los cerros donde los hombres se apretujaban
aterrorizados.
Por fin la lucha llegó a su término; las fuerzas de los rivales
se habían neutralizado. Caicaivilú no pudo elevar más las aguas,
y Tentenvilú tampoco tuvo fuerzas para seguir levantando cerros.
Fue así como Tentenvilú consiguió salvar a muchos hombres y
animales y evitó el total exterminio del género humano. En cuanto
a los aborígenes que fueron alcanzados por las aguas, sólo
algunos perecieron. La mayoría se salvó gracias a la oportuna
intervención del todopoderoso Tentenvilú, quien logró transformarlos
oportunamente en peces y lobos marinos.
Hecha la calma, las aguas, aunque se aquietaron, no se recogieron
a su cauce normal; por esta razón, gran parte de la tierra
quedó inundada, fenómeno que dio origen a la formación de
golfos, ensenadas y canales que hoy circundan el archipiélago.
Fue así también como las colinas más altas pasaron a formar el
semillero de islas que ahora forman el Archipiélago Chilote.
Por otra parte, los hombres que gracias al poder de Tentenvilú
fueron transformados en peces y lobos marinos, más tarde
cohabitaron con las mujeres que salían a mariscar en las playas
solitarias, dando origen así a muchas familias indígenas.
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