martes, 2 de abril de 2019

La infiel

Hermann Hesse

Hubo una vez un emperador llamado Titus, en cuyo reino vivía cierto caballero
noble que era muy devoto y tenía una bella mujer, pero que a menudo le era infiel y
que jamás quería desistir de sus infidelidades. El caballero, al darse cuenta de ello, se
apenó en su corazón y pensó visitar el Santo Sepulcro, y le habló así a su esposa:
—Querida mía, quiero viajar a Tierra Santa y os entrego a vuestro propio honor.
Pero una vez que hubo cruzado el mar, la dama se enamoró de un clérigo muy
versado en la magia negra, y cohabitó con él. Sucedió entonces una vez que mientras
yacían juntos, la dama le dijo:
—Si fueras capaz de lograr una sola cosa, podrías tomarme como esposa.
—¿Qué es lo que quieres? —replicó aquél—. Si tengo la más mínima posibilidad
de hacerlo, estoy a tus servicios.
—Mi esposo ha viajado a Tierra Santa —prosiguió aquélla—, y no me quiere
demasiado; si con un arte especial pudieras matarle, recibirías todo lo que tengo.
—Te complaceré —contestó el clérigo—, pero sólo con la condición de que me
tomes por esposo.
—En esto te doy mi firme promesa —dijo aquélla.
El clérigo hizo una imagen con el nombre del caballero y la colgó en la pared ante
sus ojos. El caballero, entretanto, caminaba por una calle de Roma; se encontró con
cierto sabio maestro que le miró detenidamente y le dijo:
—Amigo, debo decirte algo en secreto.
—Hablad, maestro, lo que os plazca —respondió aquél.
—Morirás hoy mismo —afirmó el maestro— si yo no te ayudo. Tu esposa es una
adúltera, y ha dispuesto tu muerte.
El caballero, al sentir que aquél decía tanta verdad acerca de su esposa, lo siguió
firmemente, le creyó y dijo:
—¡Oh, querido maestro, salva mi vida, y te daré una digna recompensa!
—Gustoso te salvaré —contestó aquél— si haces lo que te diga.
—Estoy dispuesto —dijo el caballero.
Entonces el maestro hizo preparar un baño, le quitó las ropas al caballero y le
ordenó entrar en el baño. Luego le dio un bien pulido espejo de metal y le dijo:
—Mira diligentemente al espejo, y verás cosas maravillosas.
Éste miró al espejo, mientras el maestro leía un libro a su lado y le decía:
—¡Dime lo que ves!
—Veo a un clérigo en mi casa —dijo el caballero—, que ha hecho una imagen de
cera muy parecida a mí, y que ha colgado en la pared.
—¿Qué ves ahora? —prosiguió diciendo el maestro.
—Acaba de coger un arco —dijo aquél—, le ha puesto una aguda flecha y está
aprontándose a tirar sobre la imagen.
Dijo entonces el maestro:
—Si tu vida te vale algo, en cuanto veas volar una flecha hacia la imagen,
sumerge tu cuerpo en el agua del baño, hasta que te ordene otra cosa.
Tras haber escuchado esto y al ver que la flecha se ponía en movimiento, el
caballero ocultó su cuerpo completamente debajo del agua, y una vez hecho esto, el
maestro le dijo:
—Ahora saca la cabeza y mira al espejo.
Una vez que el caballero así lo había hecho, el maestro le dijo:
—¿Qué ves ahora en el espejo?
—La imagen no ha sido tocada —contestó aquél—, la flecha ha pasado a un lado,
y ahora el clérigo está preocupado.
—Mira de nuevo, a ver qué hace el clérigo —dijo el maestro.
—Se ha acercado más al cuadro y ha puesto una flecha en el arco para tirar sobre
la imagen —replicó aquél.
—Harás, pues, lo mismo que antes, si amas tu vida —dijo el maestro. Cuando el
caballero vio en el espejo que el clérigo preparaba el arco, sumergió todo su cuerpo
en el agua. Dijo después el maestro:
—¡Fíjate ahora!
Así lo hizo aquél, y luego dijo:
—El clérigo está muy triste por no haber acertado en la imagen, y le está diciendo
a mi esposa: «Si no acierto la tercera vez, tendré que morir». Ahora está acercándose
aún más al cuadro, de modo que me parece que no puede fallar.
—Si amas tu vida, procura que cuando veas el arco tensado sumerjas tu cuerpo
entero dentro del agua, hasta tanto yo te hable —dijo entonces el maestro. El
caballero miró entonces fijamente al espejo, y al ver que el clérigo tensaba el arco
para tirar, introdujo todo su cuerpo bajo el agua, hasta que el maestro le dijo:
—¡Sal pronto y mira al espejo!
Tras haberlo mirado, el caballero se rió y el maestro preguntó:
—Hombre, dime, ¿por qué te ríes?
—Veo claramente en el espejo que el clérigo no ha dado en la imagen —contestó
aquél—, sino que la flecha ha dado la vuelta y lo ha perforado entre los pulmones y el
estómago, y que acaba de morir; mi esposa, empero, ha cavado una fosa debajo de mi
cama y lo ha enterrado allí.
Dijo entonces el maestro:
—Date prisa ahora, ponte tus ropas y ruega a Dios por mí.
El caballero le dio las gracias por haberle salvado la vida; finalizó su viaje y se
dirigió nuevamente a su tierra; al llegar a su casa, su esposa corrió a su encuentro y le
recibió llena de alegría. El caballero estuvo disimulando varios días; pero finalmente
mandó llamar a los padres de su mujer y les dijo:
—Queridos parientes, os he convocado por el siguiente motivo: he aquí vuestra
hija, mi esposa, que ha cometido adulterio y, lo que es mucho peor, ha querido darme
muerte.
Aquélla lo negó bajo juramento; entonces, el caballero contó todo lo sucedido y el
proceder del clérigo y dijo:
—Si no me creéis, venid y ved el lugar en el que está enterrado el clérigo.
Luego los llevó a su habitación y hallaron el cadáver del clérigo debajo de su
cama. Pronto llamaron al juez, y éste decidió que se quemara a la esposa con fuego;
así sucedió, y las cenizas de su cuerpo fueron esparcidas por el aire. Más tarde el
caballero tomó por esposa a una bella doncella, tuvo hijos con ella y terminó su vida
en paz.

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