En el esquema genealógico de las divinidades egipcias
de la zona de Menfis, la pareja divina de Nut (el cielo) y Geb
(la Tierra) engendraron a cuatro dioses: Osiris, Isis, Seth, y
Nefti. Notemos que en egipcio el cielo es del género femenino
y la tierra masculino: Nut es la madre y Geb el padre, y forman
la pareja cósmica primordial, pero no tienen una propia historia
mítica como sus hijos. Osiris, un dios bueno, es odiado por
su hermano Seth, que lo vence y lo asesina. La mujer del difunto,
su hermana Isis, emprende la busca del cadáver de su querido
esposo, acompañada por su hermana Nefti. Lo encuentra y,
por medio de sus artes mágicas, logra reanimarlo y tener contacto
sexual con él, de modo que así concibe a su único hijo,
Horus, hijo postumo de Osiris.
Isis, viuda amorosa y madre doliente, cuidará con celo al
niño hasta que Horus pueda recobrar la herencia paterna y
vengar el crimen de Seth. Este vuelve a ultrajar el cadáver y lo
descuartiza, de modo que Isis peregrina en busca dé los restos
dispersos de Osiris y los va reuniendo hasta completar el cuerpo
del difunto. Sólo le queda recobrar el sexo del dios, que cayó en
el mar y se lo tragó un pez. Por ello el cuerpo será completado
con un falo falso. Osiris ha descendido al mundo sombrío del
Más Allá donde se convierte en Señor de los muertos.
La diosa logra criar en secreto y proteger de varios peligros
a Horus (también llamado Harpocrates, el niño Horus). Cuando
éste llega a la juventud se enfrenta a Seth y lo elimina, convirtiéndose
en el rey de Egipto, un rey eterno; con él se identifican
los soberanos que ocupan sucesivamente el trono. El
nombre de la diosa Isis parece que significa etimológicamente
«Trono», y es al nacer de ella como el joven Horus se alza como
heredero del mismo. Son muchos los episodios menores acerca
de la relación entre Horus e Isis. Pero baste con señalar que la
diosa está representada desde el segundo milenio como Diosa
Madre, sentada con el pequeño niño en su regazo, dándole de
mamar, o bien de pie con el niño en los brazos junto a su pecho.
La iconografía de Isis es muy abundante desde muy antiguo,
y desde el siglo IV a. de C. se difundirá por el Mediterráneo,
desde Menfis y más tarde Alejandría. Como, de un lado,
es una divinidad que vela por su esposo muerto y, por otro, es
la madre ejemplar y protectora, se comprende que sea vista
como una diosa benévola, milagrera y salvadora.
Ella puede interceder ante Osiris por las almas de los muertos
y puede como madre de Horus implorar y atraer la benevolencia
del rey celeste. Por lo demás sus dotes mágicas y sus viajes
peregrinos la muestran como una sutil mediadora entre los
mundos y a favor de los humanos. La que salvó a Horus de los
peligros de muerte, ella que resucitó a Osiris, es una maternal y
benevolente auxiliadora. Sus cultos fueron muy variados y ubicuos,
y al penetrar en el mundo grecolatino se convirtió en la
protagonista de un culto mistérico, y la diosa venerada por una
secta con sus sacerdotes y sus fieles. Frente a otros dioses clásicos,
serenos y más distantes, Isis se muestra como una divinidad
que puede auxiliar a sus devotos en los apurados trances
de esta vida e incluso en el paso a la otra, cara a la resurrección
en el Más Allá.
Heródoto cuenta que los griegos de su tiempo la asimilaban
a la diosa Deméter. (También Deméter fue madre amante y
peregrina en busca de su hija.) También era asimilada a Afrodita,
como diosa del amor. (También Afrodita penó por la muerte
de su amado Adonis y no paró hasta que obtuvo una resurrección
del mismo, aunque a tiempo parcial.) Osiris, en cambio
fue visto como un Dioniso egipcio (al ser un dios renacido y establecido
como soberano de los muertos, Osiris es, en efecto,
un claro ejemplo del dios que muere y renace como las plantas
en el ciclo anual).
La más hermosa plegaria clásica a la diosa Isis es el himno
de Lucio, frente al mar y la luna, agradecido y purificado, al recobrar
su humanidad después de su peregrinaje en forma de
burro al final de la novela de El asno de oro de Apuleyo.
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