Del mito de
Europa nos queda en la memoria una frívola y curiosa estampa:
la de una joven hermosa cruzando el mar sobre un toro
blanco y marinero. Infinitamente repetida por los artistas, desde
la Grecia arcaica y helenística hasta Picasso y Botero, pasando
por Tiziano y Rubens y mil más, la bella sobre el taimado
y suave toro evoca la treta triunfal del olímpico enamorado.
Nada menos que Zeus se metamorfoseó en manso toro por
ella, y ella se dejó raptar y amar, alegre y divertida, pasado el
primer susto.
Europa era una bellísima princesa de Tiro, hija del rey Ageñor.
Zeus, disfrazado de toro, se le acercó cuando ella paseaba
por la orilla del mar con sus doncellas. El toro blanco y manso se
dejó acariciar por la doncella, la invitó a montar sobre su lomo,
y luego de pronto se internó en el mar con su bella carga. La
sorprendida joven se asía a los cuernos y Eros guiaba a la extraña
pareja hacia la isla de Creta. Allí, cerca de Gortina, fue donde
el dios amante se unió sexualmente a la princesa fenicia. Y
del amor de la pareja nacieron Minos, Radamantis y Sarpedón,
que fueron ilustres soberanos de Creta y de Licia, y luego, en el
mito del juicio de las almas, jueces del tribunal en el Más Allá.
En busca de la princesa raptada abandonaron Fenicia los
hijos de Agenor, impulsados por éste. Cadmo, Fénix, Cílix,
Taso y Fineo vagaron por distintos países sin encontrar su rastro.
Y se establecieron en lugares diversos, ya que su padre les
había amenazado si trataban de regresar a Asia sin la hermana
raptada. Fénix recorrió Libia, Cadmo fundó, siguiendo a una
vaca, la ciudad de Tebas en Beocia, Cílix se quedó en la Cilicia,
Taso pobló la isla de Tasos, y Fineo se estableció en la región
costera del mar Negro, a la izquierda del Bosforo.
El rapto tuvo, pues, notable trascendencia mítica. Pero es
interesante recordar que Heródoto nos da una curiosa versión
evemerista —avant la lettre, ya que Evémero escribió su teoría
mucho después— del rapto mítico. Según el historiador jonio,
el rapto de Europa fue uno más, el más famoso, de una serie de
raptos de mujeres (cometidos por viajeros audaces y no por
dioses lascivos) que originaron querellas y guerras entre europeos
y asiáticos. En su Historia, 1,2, cuenta que los piratas fenicios
raptaron de Argos a lo, hija de Inaco. En su turno, los griegos
robaron a Europa de Tiro. Y luego se trajeron a Medea de
la Cólquide. Al final, el troyano Paris sedujo a Helena, la bella
esposa de Menelao de Esparta, y se la llevó en su nave a Troya.
Y de ahí vino la funesta y larga guerra cantada por Homero. (A
Heródoto le parece mal esa reacción tan exagerada, la de promover
una guerra tan mortífera por el rapto de una princesa
que, además, se dejó raptar a gusto.)
El rapto de Europa lo cuenta muy morosamente el poeta
Ovidio —al final del libro II de sus Metamorfosis— y de ese relato
dependen muchas de las pinturas posteriores. «Se atrevió
también la princesa, / sin saber a quién montaba, a sentarse sobre
el lomo del toro; / entonces el dios deja poco a poco la seca
arena, / pone ya los falsos cascos de su patas en la orilla, / luego
se adentra en las aguas y por el mar abierto se lleva a su cautiva.
/ Se asusta Europa y vuelve su mirada a la costa que, raptada,
/ le va quedando atrás, y con la diestra agarra un cuerno,
apoya la otra /mano en el lomo; y tremolan sus ropas agitándose
al viento.»
He ahí la inolvidable imagen. Es la rara estampa de la bella
asida a los cuernos del toro blanco de suave pelaje y mirada
amorosa, taimado raptor que nada por un mar sereno, escoltado
por unos cuantos amorcillos sonrientes. ¡Todo un triunfo
de Eros! El dios del impulso erótico ha forzado a Zeus a adoptar
disfraces diversos: águila, cisne, lluvia de oro, para gozar de
sus varias amadas. Pero tal vez sea ésta la imagen pictórica que
más ha impresionado a artistas y escritores. Ya la novela de
Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, de fines del siglo II, comienza
con una descripción de esa estampa. Una conocida reflexión
moderna sobre los mitos, la de R. Calasso, Las bodas de
Cadmo y Harmonía, comienza también con este mismo motivo.
El motivo sirve también, tomado como un mítico emblema,
para título de meditaciones políticas de largo alcance teórico,
como las de Luis Diez del Corral en su libro El rapto de Europa.
No olvidemos, por otro lado, que el mito del toro seductor,
más allá de su amable faceta galante, pudo tener un trasfondo
ritual en la antigua y mistérica Creta. Un eco misterioso de fiestas
taurinas y rituales lunares, allí en la isla de Zeus y Minos, en
el Laberinto del Minotauro, perdura en las máscaras y los símbolos
festivos de un toro de grandes ojos y cuernos de oro.
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