de leona y rostro y pecho femenino, es muy antigua en Grecia.
Ya en la época micénica aparece en monumentos fúnebres,
como los de las Sirenas, vinculada al culto de los difuntos, al
ámbito oscuro y ctónico de la muerte. Guardiana de la tumba
y fantasma del mundo infernal, a la vez, es uno de esos monstruos
femeninos que provocan terror, perseguidora de hombres,
como las Harpías y las Erinias. En efecto, como muy bien
ha señalado Ana Iriarte, es «un daímon de pesadilla que forma
parte de la nutrida familia de vampiresas griegas, entre las que
se encuentran las Erinias defensoras de la causa materna y las
Sirenas. Como estas otras asaltantes de hombres, la Esfinge
recibe comúnmente el calificativo de «virgen», parthénos, un
calificativo que, en la medida en que trasciende el sentido puramente
fisiológico para expresar el status marginal del personaje
al que se refiere, no sólo no está en contradicción con el
erotismo implicado en los actos de estos daímones, sino que
remarca su oposición al ámbito masculino».
La imagen más habitual de la Esfinge la presenta sentada
aguardando o enfrentada ya al viajero al que le plantea un enigma.
Pero otras pinturas nos dan una imagen distinta: la Esfinge
vuela y se precipita sobre un joven o lo tiene ya preso en sus garras.
Atrae a los caminantes con su canto —como las Sirenas a
los navegantes·— y los hechiza con sus palabras enigmáticas.
Habita en el monte Ficio, pero puede presentarse en las afueras
de un ciudad para asediarla, con permiso de los dioses. Como
hizo con Tebas, para encontrarse con Edipo. Es, según el texto
de Edipo rey de Sófocles, una «horrible cantante», una «perra
rapsoda», «una profetisa de afiladas uñas». En el mito tiene
su encuentro definitivo al enfrentarse a Edipo. Le plantea el
enigma famoso: «¿Qué tiene voz, y cuatro, dos y tres pies?». El
sagaz Edipo contesta: «El hombre». La Esfinge se da por vencida
y desaparece. (La respuesta no nos parece tan difícil que
justifique el orgullo de Edipo cuando, enfrentado a Tiresias en
la tragedia de Sófocles, se jacta de su saber oportuno. Tal vez,
opinan algunos comentaristas sutiles, Edipo no sabe apurar del
todo el sentido de la cuestión, ya que el enigma alude a la compleja
realidad del ser humano, niño, hombre erguido, y viejo
con bastón, pero también a que uno debe aplicarse el dicho
délfico «conócete a ti mismo», algo que Edipo hace demasiado
tarde, para su desdicha.)
Por su genealogía, la Esfinge es hija de una pareja de
horrendos monstruos, de Equidna y de Tifón. De algún modo
recuerda, por contraste, otro monstruo femenino y seductor: la
Quimera, que también atrae y destruye a los jóvenes, al pasar,
enigmática también. Pero la Esfinge suele ser representada
—no siempre, pero muy a menudo— sedente y serena,.aguardando
a sus víctimas. Y, a juzgar por las imágenes, po'see un
rostro de plácida belleza, ojos abiertos y poderosas alas. Los
pintores modernos le han descubierto —para hacer más atractiva
su feroz feminidad— unos bellos y rotundos pechos de
mujer.
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