viernes, 29 de marzo de 2019

RISHYASHRINGA

Hace mucho, mucho tiempo, en la profunda selva de la India, vivía un ermitaño
llamado Vibhandaka. Vivía completamente solo y sus únicos visitantes eran la
gente de la villa cercana, que ocasionalmente venían a ofrecerle comida a aquel santo
hombre. Sus discípulos eran los pájaros y las bestias que venían a bañarse con el
resplandor de su serenidad, cuando se sentaba cruzado de piernas en la boca de su
cueva, a meditar acerca de los misterios del universo.
Un animal en particular, una gacela, se convirtió en su compañera constante. Su
amor por él había crecido tanto que, a su tiempo, milagrosamente concibió y dio a luz
un niño. Éste era un humano en todas sus formas, pero poseía una particularidad: un
singular cuerno en el centro de su frente. Fue llamado Rishyashringa.
Rishyashringa también se volvió un ermitaño, y bajo el tutelaje de su padre
estudió y fue un maestro en misterios aún más grandes. Los animales acudían a él en
gran número y parecía capaz de hablar a cada uno en su propia lengua, incluso los
árboles y las flores parecían inclinarse para oírlo.
Se rumoreaba que el cielo y la lluvia eran sus amigos, y mantenían aquel lugar
donde él moraba verde y fértil. Luego de un tiempo, una terrible sequía azotó al país
y la gente creía que los dioses los habían abandonado, porque el gobernante había
realizado inescrupulosos actos de maldad.
Cuando aquellas murmuraciones llegaron a los oídos del Rajá, éste comenzó a
temer por su vida y llamó a todos sus sabios para consultarles qué debía hacer.
Ninguno se atrevió a decirle que enmendara sus actitudes e hiciera las paces con los
Cielos, pero un brahmín tuvo una idea:
—Ilustrísimo y todopoderoso señor, en un lejano rincón de tu reino vive un santo
hombre quien, se dice, aún recibe el favor de los dioses. Donde él descansa aún
llueve en abundancia y la tierra brinda con gusto todo tipo de frutos. Las bestias están
bien alimentadas y son bellas allí, mientras que en todas partes la gente muere de
hambre y de sed. Si alguien puede acabar con esta sequía es él. Sólo debes traerlo
hasta aquí, al corazón de tu reino, y yo creo que los problemas llegarán a su fin.
Así, el Rajá envió a sus mensajeros hasta Rishyashringa, para invitarlo al palacio,
pero regresaron solos, diciendo que el sabio sólo había esbozado una sonrisa frente a
la invitación. Luego envió soldados, diciéndoles que usaran la fuerza si era necesario.
Pero también ellos volvieron con las manos vacías, diciendo que no habían tenido
fuerzas suficientes para tocar siquiera a aquel santo, aún cuando él no había opuesto
resistencia.
El Rajá los hizo azotar y los envió a prisión antes de convocar al más leal de sus
guerreros guardianes.
—Tráeme al ermitaño —le ordenó—, y si tú también fallas, te haré pisotear por
elefantes delante de los ojos de tus familiares.
Pero en ese momento, Shanta, la hija del Rajá, habló de esta manera:
—Padre, déjame ir en su lugar. Si lo fuerzas en contra de su deseo, sólo nos traerá
peor suerte.
Viendo la sensatez de aquello que escuchaba, el Rajá estuvo de acuerdo, y luego
de realizar un sacrificio a Ganesha, el dios de las empresas exitosas, la princesa se
retiró con su séquito.
Una vez en el lomo de su elefante favorito, viajando a través de la ancha y
polvorienta planicie, Shanta vio la evidente sequía a ambos lados y su corazón se
condolió por la apremiante situación de la gente. Su padre sólo temía al castigo
vengador, pero ella se compadecía de la gente y esto la resolvió completamente a
realizar todo lo que estuviera a su alcance para terminar con los problemas del reino.
Al tiempo, las montañas donde vivía Rishyashringa se hicieron más cercanas,
mostrándose verdes y exuberantes, del otro lado de un ancho aunque ahora
disminuido río. Aquí Shanta dejó a sus seguidores y acompañantes, y siguió sola.
Cruzó el agua en una balsa que estaba atada a ambas orillas. Siguiendo las
indicaciones que le habían dado, finalmente llegó a la cueva en cuya entrada estaba
sentado en posición de loto el ermitaño, en profunda meditación.
A su alrededor, varias aves y bestias estaban reunidas, y Shanta se dio cuenta de
que en su presencia cazadores y víctimas no tenían noticias los unos de los otros.
También vio que Rishyashringa era mucho más joven de lo que esperaba y era bello
en su rostro y en su cuerpo. Incluso el cuerno en su frente le pareció un signo de
distinción y anheló tocarlo.
Se acercó entonces en total silencio, se arrodilló frente al ermitaño y esperó. Pasó
mucho tiempo hasta que los ojos del santo se abrieron, y cuando lo hicieron, sonrió.
Ella inmediatamente se enamoró de él y no quiso nada más que pasar el resto de
su vida junto a él. De todas maneras, ella no olvidaba por completo su propósito, ni a
toda la gente hambrienta que había visto. Pensó incluso en el maldito viejo Rajá,
quien, a pesar de todos sus pecados, aún era su padre y tenía un lugar en su corazón.
Entonces ella, con este pensamiento, le devolvió la sonrisa, no como una
suplicante ni como discípulo, ni siquiera como una doncella enamorada, sino con
toda la confianza de una joven y hermosa mujer. El ermitaño quedó deslumbrado.
Nunca antes había visto o siquiera imaginado una criatura terrenal como ella. Así que
en un principio la tomó por un ángel del cielo.
—Señor —dijo la princesa—, el reino de mi padre te necesita.
Luego de hablar, se levantó y caminó lentamente hacia el río que quedaba detrás
de ella, con toda la gracia de una gacela. Cuando se alejó de la vista del ermitaño,
éste no pudo contenerse a sí mismo y se levantó para seguirla, como si estuviera en
trance. Viendo las huellas de sus pies en el suelo, se dio cuenta de que no era un
espíritu, pero aun así la siguió, sediento de volver a verla.
Sin mirar atrás, Shanta se deslizó a través del bosque hasta el río. Cuando alcanzó
la orilla, tampoco giró, sino que se sentó en la balsa, mirando a la distancia, como si
estuviera perdida en sus pensamientos. Esta indiferencia era completamente fingida,
pero Rishyashringa no tenía noción de esto. Cuando miró desde su refugio entre los
árboles, el porqué de la mirada misteriosa que la joven dirigía al cielo era un libro
cerrado para él. Por primera vez en su vida, su corazón y sus músculos se estremecían
de deseo por otro ser humano. Incluso su espíritu, usualmente dedicado a la búsqueda
de altos ideales, estaba de pronto ansioso por desentrañar el misterio de los encantos
de aquella doncella.
Comportándose como si estuviera sola, Shanta se desnudó y se bañó en el río, y
luego se tendió en la balsa, relajadamente, para secarse al sol. Allí, pareció dormirse.
Cuando al fin abrió sus almendrados ojos de largas pestañas, se encontró al
ermitaño arrodillado frente a ella en reverencia, exactamente como había estado antes
frente a él. Con la punta carmesí de su pie alejó la balsa de la costa hacia la otra
orilla. En cuanto la princesa realizó su viaje de vuelta a través del reino con
Rishyashringa, las nubes fueron reuniéndose sobre sus cabezas y la lluvia comenzó a
caer. Cuando llegaron al palacio, la sequía se había roto y fueron recibidos por una
multitud. Abandonada su anterior forma de vida, Rishyashringa se casó con la
princesa y a su tiempo ambos fueron reyes.
De todas maneras, el viejo Raja vio el error de sus actitudes gracias a la buena
influencia del joven, y comenzó a dispensar justicia y generosidad con increíble
corazón durante su reinado. Cuando murió fue llorado por su gente tanto como
anteriormente había sido odiado.


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