domingo, 24 de marzo de 2019

Las imágenes recuperadas

La invasión árabe obligó a esconder muchas imágenes talladas o pintadas de la
Virgen que, con ocasión milagrosa y conforme avanzaba la Reconquista, empezaron a
reaparecer. Las historias son numerosísimas en toda España.
La Virgen de la Almudena, en Madrid, había sido oculta en un lugar de la
muralla, y el piadoso secreto fue transmitiéndose de generación en generación,
aunque con el tiempo se perdió el recuerdo del lugar exacto del escondrijo. Cuando la
ciudad fue reconquistada por Alfonso VI, el rey dispuso que se echasen abajo las
murallas para localizar la imagen bendita, pero la Virgen, sin duda para evitar que la
ciudad quedase desguarnecida de aquellas defensas, produjo un milagroso
desmoronamiento que mostró la imagen, flanqueada por los dos cirios que se habían
colocado junto a ella al esconderla y que tres siglos después permanecían ardiendo
milagrosamente.
Aunque habían pasado casi siete siglos, también estaba encendido el cirio que el
santo ermitaño Frutos puso junto a la Virgen del Henar cuando la escondió para
salvarla de los moros, en un lugar cercano a las hoces del río Duratón, en Segovia. Un
pastorcillo manco reencontró la santa figura, que en el momento de su hallazgo
produjo dos milagros:
el de que el pastorcillo recuperase su mano y el de una fuente de aguas virtuosas
que, de repente, se puso a manar a los pies de la imagen.
En Narros, Soria, ante las noticias del avance sarraceno, los fieles enterraron la
imagen en la cumbre de un cerro y bajo una campana, para que le sirviese de fanal
protector. Pasados tres siglos, cuando se había perdido el recuerdo del escondite, unos
pastores empezaron a oír el tañido de aquella campana enterrada, y el repique se hizo
tan habitual y persistente que, buscando y rebuscando su origen, la bendita imagen
fue descubierta. Campana e imagen fueron trasladadas a la falda del cerro, donde se
levantó la ermita. La Virgen fue llamada «del Almuerzo», y con tal nombre se conoce
aquella sierra, en recuerdo de una jornada de descanso y banquete que allí tuvieron un
día los desdichados siete infantes de Lara, que, por cierto, fueron devotos de la
imagen cuya recuperación permitieron las milagrosas campanadas.
Otras imágenes no han accedido con tanta facilidad a ser trasladadas del lugar de
su descubrimiento. La Virgen de Moclón, en Júzcar, Málaga, fue encontrada entre
unas jaras por un pastorcillo, que acudió al lugar atraído por un intenso y misterioso
resplandor. El pastorcillo guardó la imagen en su zurrón y se la llevó, pero cuando
llegó a su casa el zurrón estaba vacío. Al día siguiente volvió a encontrarla en el
mismo sitio, reclamado por el prodigioso fulgor, y otra vez, al llegar a su casa, la
imagen había desaparecido del zurrón en que la había metido. El milagroso encuentro
y la extraña desaparición se repitieron. Con ocasión de la cuarta vez que encontró la
imagen resplandeciente en la jara a donde misteriosamente regresaba desde su zurrón,
el pastorcillo, imaginando que era cosa de los demonios, en lugar de coger la imagen
le tiró una piedra, pero la piedra rebotó de modo extraño e hirió al propio agresor. La
historia del pastorcillo hizo que el hecho milagroso se divulgase, y al fin las gentes de
la comarca erigieron una ermita para la imagen en el mismo lugar en que fue
encontrada. Curiosamente, con los años la divina tozudez se atenuó, y los devotos
consiguieron trasladar la imagen a Júzcar.
Otras muchas imágenes se han resistido milagrosamente a abandonar el lugar en
que fueron halladas. La imagen de la Virgen de Montserrat, tallada por el propio san
Lucas y transportada a España por san Pedro —como la madrileña de Atocha—, fue
escondida en una cueva del macizo de Montserrat durante la invasión sarracena.
Encontrada merced a unas maravillosas luces que anunciaron su emplazamiento, se
hizo milagrosamente tan pesada que fue imposible trasladarla a otro lugar, y en el
mismo de su hallazgo hubo de erigirse el santuario dedicado a su devoción.
En cierta ocasión se acordó un nuevo emplazamiento para la ermita destinada a
Nuestra Señora de Balzaga, en la vizcaína Rigoitia. Se reunieron los materiales
necesarios en el punto en que debía alzarse el nuevo edificio, pero cuando llegaron
los operarios para comenzar el trabajo se encontraron con que todo había
desaparecido. Enseguida se supo que había sido llevado de manera misteriosa al lugar
en que se encontraba la ermita antigua. El extraño traslado se repitió, y los
encargados, tras acarrear las cosas al lugar del nuevo emplazamiento de la iglesia, se
quedaron vigilando y pudieron contemplar cómo aparecía una luminosa carreta tirada
por dos grandes bueyes blancos y conducida por una hermosísima moza. Entonces,
todo el material reunido comenzó a cargarse, sin ayuda de nadie, en la carreta, que de
súbito desapareció. Al comprobar que las vigas, las piedras y todo lo necesario para
la construcción había vuelto a ser transportado junto a la vieja ermita, se decidió
ampliarla y no contrariar los deseos de la Virgen, manifestados de modo tan
insistente.

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