Aproximadamente en el año 1530, los españoles realizaron
una expedición bien armada en territorio nicaragüense,
para ampliar sus dominios e incrementar sus riquezas.
En esta incursión los españoles lograron reducir
a los indios de Sébaco, habitantes de la laguna de Moyúa.
El jefe de la tribu india, una vez vencido, obsequió a los
conquistadores bolsas elaboradas con cuero de venado,
llenas de pepitas de oro.
La noticia en España de que los conquistadores habían
regresado con grandes riquezas llamó la atención de
un joven, quien esperaba vestir los hábitos y cuyo padre
había muerto en esta incursión. Decidido, el joven se incorporó
a una nueva expedición y después de un largo y
penoso recorrido llegó a suelo nicaragüense, donde fue
muy bien recibido por los pobladores, creyendo que era
un sacerdote.
Ya en Sébaco, el joven conoció a la hermosa hija del
cacique y la enamoró con intenciones de apoderarse de
las riquezas de su padre. La joven india se enamoró perdidamente
del español y en prueba de su amor le dio a
conocer el lugar donde su padre guardaba sus riquezas.
Hay quienes afirman que el español también llegó a enamorarse
verdaderamente de la joven india.
El cacique, al conocer los amoríos entre su hija y el
extranjero, se opuso a la relación y éstos se vieron obli-
gados a huir, pero el cacique los encontró y se enfrentó al
español, logrando darle muerte. Luego encerró a su hija,
a pesar de estar embarazada, en una cueva en los cerros.
Pero hay versiones que aseguran que fue el español el que
encerró a la india después de apoderarse de los tesoros.
Cuenta la leyenda que La Mocuana enloqueció con el
tiempo en su encierro, del que logró salirse después por
un túnel, pero al hacerlo tiró a su pequeño hijo en un
abismo y desde entonces aparece por los caminos invitando
a los caminantes a su cueva. Dicen los que la han
encontrado que no se le ve la cara, sólo su esbelta figura y
su hermosa y larga cabellera negra.
En algunos lugares cuentan que cuando La Mocuana
encuentra a un niño recién nacido, lo degolla y le deja
un puñado de oro a los padres de la criatura. Hay otras
versiones que aseguran que se lo lleva, dejando siempre
las piezas de oro.
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