jueves, 7 de marzo de 2019

LA MISA DE MEDIANOCHE

En una cabaña en el bosque se hallaban reunidos unos pastores al calor de la lumbre después de
haber guardado sus rebaños en el aprisco, cuando se asomo uno de ellos a la puerta y vio en el
interior de la iglesia
de San Salvador una luz misteriosa. Sorprendido de que a esas altas horas de la noche hubiera
algún culto en la iglesia, llamó a los otros pastores y todos contemplaron largo rato la misteriosa
luz comentando entre ellos el extraño suceso.
Al día siguiente volvieron a verla y así todos los días durante una semana.
Los pastores empezaron a alarmarse y era el tema de sus continuas conversaciones aquella rara
luz que los obsesionaba. Alguno de ellos propuso alejarse de aquel paraje y buscar otras praderas
donde llevar a pastar el
ganado; mas siendo aquellos campos excelentes pastizales, les daba pena abandonarlos sin
aclarar el enigma.
Todos los pastores, acompañados de sus mastines, provistos de rosarios y escapularios y
después de santiguarse con agua bendita, echaron a andar armados de fuertes cayados en
dirección a la iglesia de San Salvador dispuestos a resolver aquel misterio.
Al acercarse, los perros empezaron a ladrar furiosos y los pastores, temblando de miedo, sentían
solo deseos de huir; pero dominándose y, cogidos todos de las manos, se atrevieron a acercarse
a la iglesia y mirar por el ojo de la cerradura.
Vieron que en le altar estaban las velas encendidas y al pie de este un sacerdote en actitud de
esperar a alguien para empezar la misa.
Los pastores hicieron, sin querer, ruido en la puerta, y el sacerdote al oírlo, volvió la cabeza y en
el acto comenzó a decir la misa parándose para que le contestasen.
Uno de los pastores, que había sido monaguillo, sin saber lo que hacia, iba contestando al
sacerdote y así celebro la misa con toda la calma; tanto, que a los intrigados pastores les parecía
interminable, si bien todo transcurría en medio de la mas profunda emoción.
Cuando hubo terminado, el sacerdote descendió del altar, se dirigió a la puerta, la abrió y hablo a
los pastores. Estos, pálidos y temblando de miedo, no se atrevían a mirar el rostro cadavérico del
sacerdote que era en realidad un difunto. Con voz de ultratumba les dijo:
- Benditos seáis por lo que acabáis de hacer. Durante muchos años he esperado en vano decir
esta misa que me era necesaria para ganarme el cielo; pero no tenia quien me ayudase a decirla
hasta que hoy, gracias a vosotros, he podido celebrarla y con ella entrar en la gloria. Yo rogare
desde allí por vosotros.
Y dicho esto, desapareció dejando atónitos a los pastores. Aquel año fue de bendición para sus
ganados y los rebaños se multiplicaron con excelentes crías. Pero los pastores, que no lograban
olvidar su susto, emigraron al fin a otros pastizales.

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