l sur del pueblo de Yupán, a una distancia más o
menos de tres cuadras, muy cerca del cementerio actual,
existe un paraje denominado la Piedra Mesa.
Cuentan que cuando el inca hacía sus viajes del Cusco
a Cajamarca, o viceversa, en ciertas oportunidades, ya sea
para acortar la distancia, o para hacer visitas a los pueblos
de esta región, el real séquito se desviaba del camino
imperial, y atravesaba el río Cuyuchín, por un puente de
bejuco, tendido sobre la encañada de Comas. Después de
ascender el cerro en varias jornadas, llegaba al paraje referido,
que es una bonita y ventilada planicie, donde se cree
que existía un tambo real.
Era este el sitio predilecto donde el monarca y los
miembros de su comitiva tomaban el almuerzo o la comida,
por lo que existía allí una enorme mesa, con sillones
alrededor, todos de oro. Mientras el inca hacía honores a
las viandas que se le ofrecían y a la exquisita chicha, los
soldados montaban guardia, formando círculos concéntricos
alrededor de la mesa real; se destacaba un centinela
o vigía a la cima de un pequeño promontorio, con el objeto
de evitar cualquier sorpresa de alguna tribu descontenta
que pudiera haber en los contornos.
Actualmente, en el centro de aquella planicie existe una
piedra semejante a una mesa, de superficie rectangular,
plana y de unos seis metros cuadrados de extensión, a cuyo
alrededor están otras piedras a manera y con características
de sillones, destacándose una de ellas por su tamaño y forma
como el sillón real; a poca distancia hay otra piedra, de
forma cónica invertida, que tiene la particularidad de ser
hueca, con orificio de entrada a manera de boca, a la que
denominan «el botijo de chicha del inca». Y alrededor de
todo esto hay cerca de cincuenta piedras más que guardan
simetría entre sí, a las que llaman «los guardias del inca»;
y sobre el promontorio se destaca una sola piedra, que tiene
forma de un corazón humano invertido, que dicen que
era «el centinela del inca». A esta piedra la conocen con
el nombre de Piedra Quemada, y se dice que, en la noche
del 24 de junio, o sea el día de San Juan, en el silencio de la
noche, arde con llama azulada y sobre su cima se destaca
un gallo blanco que canta incansablemente.
Dicen, pues, que todas las piedras descritas eran de
oro: la mesa, los sillones, el botijo, los guardias y el centinela.
Pero que al exhalar el último suspiro el inca Atahualpa,
al ser ejecutado en Cajamarca, todo, como por arte de
magia, quedó convertido en piedra, en roca muda.
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