sábado, 30 de marzo de 2019

La calle de las Canoas

No sólo deben ocupar nuestra atención los palacios y los templos, los acueductos, los
hospitales y los monasterios, que levantaron en el transcurso de tres centurias, el
gobierno, la caridad y la riqueza; también es preciso que hablemos de las calles cuyo
origen despierta la curiosidad de muchos, y que han merecido que nuestros más
populares poetas les consagren inspiradas composiciones.
En efecto, los nombres de nuestras calles recuerdan casi siempre sucesos
históricos, como la de Tacuba, que presenció la famosa retirada de los
conquistadores; legendarios, como la del Puente de Alvarado, en la que, como hemos
demostrado, no hubo salto; o tradicionales, como la de Don Juan Manuel, en la que
los ángeles hicieron el papel de verdugos.
Todos estos orígenes de los nombres de las calles, por su sabor local y por su
fantasía, tienen un cierto encanto inseparable y propio de lo que es desconocido o de
lo que ya no existe.
Por una parte, tomando como pretexto el deseo de que desaparecieran algunos
nombres ridículos, y por otra, el progreso natural de la ciudad moderna, han borrado,
tal vez para siempre, aquellos nombres que se leían en las esquinas; pero no se
borrarán, de la memoria del pueblo, único legislador en estos asuntos.[17]
Ni por un momento somos partidarios de las ventajas que se alega pueda
proporcionar la flamante nomenclatura impuesta a nuestras vías públicas; pero sí es
oportuno insistir y decir aquí que los cambios de nombres de las calles, que no tiene
derecho de hacerlo la autoridad, no lo llevan a cabo en último resultado, como dice
un sabio historiador, sino «las costumbres, las circunstancias, el capricho de los
habitantes, un acontecimiento notable, algún edificio, alguna institución».
Mas nos desviamos de nuestro propósito. Simples cronistas de lo pasado, vamos a
ocuparnos hoy de la historia de una de las calles de México Viejo.
En la ciudad azteca, las calles eran de tres modos: de agua, para poder dar paso a
las canoas; de tierra solamente, o mitad de tierra y mitad de agua.
Hecha la traza que dividía la ciudad propiamente española de la indígena, y
reconstruida poco a poco por los conquistadores, muchas de las calles de agua se
cegaron; pero entre ellas quedó una, célebre por su extensión y por los diferentes
nombres con que fue designada sucesivamente.
Aludimos a la gran calle de las Canoas, que corría por un costado de Palacio y
terminaba en la que hoy es de San Juan de Letrán. La calle la formaba un largo canal
que comenzaba desde el Puente de la Leña.
«Al extender los franciscanos su monasterio —dice Orozco— cegaron parte de la
acequia, resultando el callejón de Dolores, y otro callejón que salía con una acequia
para la calle de Zuleta, y que subsistía en 1782». La acequia, después de recorrer el
callejón y calle de Zuleta, terminaba en la del Hospital Real.
Para comprender lo que decimos, es necesario advertir que entonces no existía la
1.ª calle de la Independencia, y que se llamó callejón de Dolores desde la esquina de
Gante hasta el Coliseo; que esta última calle se nombró en otra época de la Acequia,
lo mismo que todas las cabeceras que seguían hasta el Puente de la Leña; que allá en
los primeros años de la conquista el todo era conocido por calle de las Canoas, y en
fin, que el callejón de Dolores estuvo cerrado hacia el Oeste hasta que se derribó el
convento de San Francisco.
Con el tiempo, la acequia que atravesaba la calle de las Canoas, fue
desapareciendo y convirtiéndose en tierra firme. Parte la taparon los franciscanos
para construir su monasterio; después, gobernando el primer Conde de Revilla
Gigedo, D. Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, por los años de 1753 a 54, se
cubrió con una bóveda desde el Coliseo hasta la Diputación, y en septiembre de 1781
(?) bajo el virreinato de D. Juan Vicente Güemes, segundo Conde de Revilla Gigedo,
se acabó de tapar hasta el Colegio de Santos, nombre con que fue conocida la calle
que después se llamó de la Acequia.
Así, pues, la de las Canoas se designó con este nombre a raíz de la conquista,
cuando se construyó el teatro primitivo, esa fracción se nombró Coliseo; destruido
éste y levantado el que es ahora Teatro Principal, se le puso calle del Coliseo Viejo, y
por último, las siguientes cabeceras tomaron los nombres del Refugio, Tlapaleros,
Portales de la Diputación y de las Flores, Puente de Palacio, Meleros, Acequia
(después de Zaragoza), y Puente de la Leña.
A lo largo de la calle de las Canoas, para atravesar el canal de Sur a Norte, hubo
una serie de puentes que dieron nombres a las calles en cuyas extremidades
estuvieron situados.
Éstos fueron los puentes del Espíritu Santo, del Correo Mayor y de Jesús María.
Según parece, existieron también los puentes del Coliseo Viejo, de la Palma, de los
Pregoneros en la esquina de la Monterilla, y de Palacio, pues con este último nombre
se designó no ha muchos años la acera Norte inmediata al Portal de las Flores. El
Puente de la Leña, corría de Oriente a Poniente.
De todas las calles mencionadas, sólo la del Refugio tiene un origen tradicional,
origen que nos refiere Sedano, a quien vamos a copiar literalmente, pues extractarlo
sería quitarle el mérito a la sabrosa tradición. Dice, pues, el autor de las Noticias de
México.
«Imagen de Nuestra Señora, con la advocación del Refugio, colocada en la calle
de Tlapaleros, frente a la calle de la Palma. Delante de donde ahora está colocada esta
santa imagen, cuando aún no estaba colocada, había un gran montón de basura.
Yendo de noche a una confesión el P. Francisco J. Lazcano, de la Compañía de Jesús,
al pasar por allí vio que entre dicho montón y la pared se ejecutaba cosa que no se
puede decir, lo que le causó bochorno y mucha pena. Deseoso dicho padre de que
Nuestra Señora del Refugio tuviera culto público, y considerando a propósito el lugar,
pensó en colocar allí la santa imagen, lo que comunicó al Bachiller D. Juan de la
Roca, presbítero, y a D. Francisco Martínez Cabezón, mercader. Ofrecieron éstos
costear la pintura y colocación, y se mandó hacer la imagen al maestro del arte de la
pintura, D. Miguel Cabrera, y obtenidas las licencias necesarias se colocó en fines del
año de 1757, haciéndole un nicho de madera forrado en plomo, el que después se
compuso y mejoró para el mejor resguardo del sol y de las lluvias. En este tiempo
había una mesa de truco en la casa llamada de Maldonado, frente del callejón de
Bilbao, a la que concurrían muchos sujetos mercaderes a jugar el truco y varios
juegos de cartas, y todos unánimes determinaron que se pusiera una alcancía, en la
que cada uno que ganaba en cada suerte de las que eligieran, echara un real para el
culto de Nuestra Señora del Refugio que ya estaba colocada, lo que se verificó, y
hubo mes que se juntaron hasta 70 pesos.
»Habiéndose experimentado que el nicho se desviaba de la pared, y que por la
hendidura entraba el agua de las lluvias y dañaba la pintura; todos los concurrentes al
truco determinaron, que se hiciera un retablo de piedra labrada a la santa imagen, y
que se le hicieran vidrieras y puertas para el resguardo. D. Francisco Martínez
Cabezón que era uno de los concurrentes, ofreció prestar todo el costo para la fábrica,
que pasó de mil pesos, y que se los fueron abonando hasta cubrirse, con lo que
mensualmente se juntase en la alcancía. Obtenida licencia para la fábrica del retablo,
se quitó la santa imagen y se depositó en la iglesia de las religiosas capuchinas.
Concluida la obra, se cantó en dicha iglesia una misa con la mayor solemnidad, y
después se llevó la santa imagen con una lucida procesión formada de mercaderes
con vela en mano y se colocó en su retablo en el año de 1760.
»Habiendo pasado a otro dueño la mesa de truco, se dispersaron y faltaron los
concurrentes y faltó la alcancía, habiéndose ya devengado lo que prestó Cabezón.
Después quedó a cargo de los vecinos cuidar el culto y aseo de la santa imagen, y así
vino a pasar el cuidado al dueño de la botica inmediata, que cuida de su culto en este
año de 1800.
»Todo lo referido me consta por haber estado en una tienda cercana, donde
delante de mí concurrían los mercaderes y se trataba de todo lo que se había de hacer,
y en dicha tienda y a mi cuidado se apuntaba lo que mensualmente se juntaba en la
alcancía y de allí se pasaba al poder del que había prestado el dinero para la obra».
Hasta aquí la tradición, que nos revela el buen deseo del P. Lazcano, de hacer de
aquel sitio, en que se ejecutaba «cosa que no se puede decir», un lugar de reverencia,
por la piedad y honradez de los devotos aunque jugadores comerciantes.
La imagen del Refugio, cuando en 1861 se abrió la calle de Lerdo (ahora 4.ª de la
Palma), se trasladó a «una casa particular de la calle del Puente de la Mariscala;
anualmente se llevaba al Sagrario para hacerle una función el 4 de julio, y hoy está en
el templo de San Lorenzo, en un altar provisional, del lado de la Epístola, frente al del
Señor de Burgos».
(Nota de Sedano por D. V. de P. A.)
Tal es la historia de la Calle de las Canoas, una de las más antiguas y extensas que
tuvo México recién conquistado, y que cambió después su nombre primitivo en otros
muchos.
La razón de haberse llamado así es fácil de comprender, pues por ella entraban
multitud de canoas llenas de legumbres, frutas y flores, que cultivaban los indios en
las pintorescas chinampas y en los jardines de los alrededores, para venirlas a vender
en la plaza y en los portales, cerca de los que pasaba el canal que recorría toda la
longitud de la calle.
Durante los primeros siglos de la dominación española, aquel tráfico comercial
fue grande y animado.
Principalmente, en los días de la Semana Mayor, y más particularmente desde el
Viernes de Dolores, muy de mañana, se veía surcado el canal por infinidad de
chalupas que llegaban cubiertas por completo, de toda clase de flores, que se
realizaban en grandes cantidades. Éste fue sin duda el origen del paseo que se hacía
en la Viga, y antes en el Puente de Roldán, y que poco a poco ha ido desapareciendo,
como muchas costumbres esencialmente mexicanas, que pronto se conservarán tan
sólo en la memoria de los viejos y en la leyenda popular.

[17] Por fortuna, no hace mucho se colocaron debajo de las placas de los nuevos
nombres otras conteniendo los antiguos, aunque algunas erradas. <<

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