viernes, 29 de marzo de 2019

La cabeza o los pies

Un letrado que no había hecho carrera, aunque era muy erudito, tenía necesidad
urgente de un nuevo par de escarpines. Sus zapatos de gala estaban muy usados y
acababan de informarle de que pronto sería presentado al emperador, insigne favor
que esperaba desde hacía mucho tiempo y que sin duda le valdría alguna promoción.
Incluso esperaba recibir el honor de un empleo en la Ciudad prohibida. Sus asuntos
públicos y domésticos le tenían demasiado ocupado para ir personalmente a la tienda
del zapatero en la ciudad. Por tanto, tomó las medidas de sus pies, las anotó
cuidadosamente en una hoja de papel con indicaciones muy precisas acerca de la
forma, el material y el color deseados. Y confió el papel a un sirviente.
Nuestro mandarín recibió poco después la visita de uno de sus colegas. En el
curso de la conversación, éste, que tenía acceso al palacio imperial, no sólo le
informó de cuál era el último color de moda en la corte, ¡sino que también le aseguró
que el emperador detestaba el que él había elegido para sus escarpines! Alarmado, el
letrado quiso cambiar de inmediato el tinte de los zapatos que acababa de encargar.
Su mujer y todos sus sirvientes habían salido. El que había enviado tardaría aún en
regresar, ya que tenía otros recados que hacer. Como temía que el zapatero pusiera
rápidamente manos a la obra, y le cobrara la materia prima y el trabajo comenzado, y
como era bastante tacaño, decidió ir él mismo lo más deprisa posible para cambiar el
encargo.
El funcionario atravesó media ciudad, entró en el puesto del zapatero y le indicó
el nuevo color.
—Ya que está aquí, ¿sería usted tan amable de probarse este modelo para poder
apreciar cómo le queda? —preguntó amablemente el zapatero.
—¿Acaso mis indicaciones no son lo bastante claras? —se indignó el mandarín.
—Bueno, ¿sabe usted? —continuó el artesano—, no hay nada más delicado que
vestir un pie. Ninguno se parece a otro, el derecho es con frecuencia mayor que el
izquierdo…
—¡Escuche! —le cortó secamente su irritado cliente—. ¡Yo confío más en mi
cabeza que en mis pies, y de todas maneras no tengo tiempo!
Y volvió a salir con la misma brusquedad, dando un portazo.
A lo largo de su entrevista con el emperador, el mandarín tenía un aire muy afectado.

¡Hay que decir que sus flamantes escarpines le apretaban! El Hijo del Cielo lo
encontró poco locuaz y, sobre todo, demasiado poco afable para hacer de él un
cortesano.
La verdadera inteligencia consiste en
saber lo que uno sabe
y saber lo que uno no sabe.

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