viernes, 29 de marzo de 2019

El sueño de la mariposa

Una hermosa tarde anegada de sol, un dignatario se había aventurado por los
senderos escarpados del valle profundo donde Zhuangzi había fijado su domicilio. El
mandarín, brillante letrado que había superado todos los sucesivos exámenes y había
obtenido un puesto de consejero junto al rey de Wu, deseaba plantearle al viejo
maestro una pregunta sobre el Tao, con la esperanza de respirar los efluvios de lo
Indecible.
La choza estaba desierta, la puerta abierta de par en par. Unas huellas muy
recientes de sandalias conducían a una pradera en pendiente. El dignatario las siguió
y descubrió a Zhuangzi dormido a la sombra de un viejo árbol nudoso, con la cabeza
sobre un cojín de flores campestres. El letrado tosió suave y repetidamente, y el sabio
abrió los ojos.
—Maestro, perdóname por perturbar tu reposo. Vengo de muy lejos g interrogarte
sobre el Tao.
—No sé si podré contestar —respondió Zhuangzi frotándose los ojos.
—Venerable, tu modestia te honra.
—No, eso no tiene nada que ver. A decir verdad, ya no sé nada, ¡ni siquiera sé
quién soy!
—¿Cómo es posible? —preguntó el mandarín desconcertado.
—Oh, es muy sencillo —prosiguió el viejo taoísta, con aire soñador—. Figúrate
que hace un momento, mientras dormía, he tenido un extraño sueño. Era una
mariposa que revoloteaba, embriagada por la luz y el perfume de las flores. ¡Y ahora
ya no sé si soy Zhuangzi que ha soñado que era una mariposa o una mariposa que
sueña que es Zhuangzi!
Y el consejero del rey de Wu, boquiabierto, se inclinó profundamente y volvió
sobre sus pasos, rumiando estas palabras enigmáticas con la esperanza de extraerles
el jugo.

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