sábado, 23 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL FUEGO EN AFRICA


Los bergdama o bergdamara, como comúnmente se llaman,
del Africa sudoccidental, dicen que en los días en que los hombres
no conocían aún el fuego vino una gran ola de frío sobre la
tierra. Un hombre dijo entonces a su mujer: «Esta noche cruzaré
el río, y del otro lado me haré con un tizón encendido del
poblado del león». Su mujer le advirtió que no fuera, pero él lo
hizo, vadeó la corriente del río y penetró en la cabaña del león.
El león se hallaba sentado con su leona y sus hijos, formando
círculo en torno al chisporroteante fuego, y los cachorros mordisqueaban
huesos humanos.
Al extraño se le asignó el lugar de honor, frente a la puerta, y
al otro lado del fuego. Mejor le hubiera sido sentarse junto a la
puerta, para poder escapar con el tizón prendido. De modo que,
mientras charlaban, fue desplazándose poco a poco hasta quedar
cerca de la puerta, y cuando estuvo allí puso sus ojos en un
hermoso tizón. En un determinado momento, por sorpresa, se
puso en pie, arrojó con una mano a los cachorros del león al
fuego, y con la otra se apoderó del tizón encendido, saliendo a
toda prisa de la choza.
El león y la leona se dispusieron a perseguirlo. Pero se detuvieron
a rescatar a sus hijos de la hoguera, antes de emprender
la persecución en toda regla; de modo que el ladrón consiguió
una buena ventaja, y cuando sus perseguidores apenas habían
llegado a la orilla del río, él ya se hallaba del otro lado. El león y
la leona no se atrevieron a cruzar la corriente, y tuvieron que dar
por terminada la persecución. El ladrón, en cambio, nada más
llegar a su choza empezó a juntar maderas de todo tipo, y
mientras prendía su hoguera, decía: «De ahora en adelante, oh
fuego, estarás en todas las maderas». Desde aquella noche,
los hombres han tenido siempre fuego. En la actualidad, los
bergdama prefieren encender fuego con cerillas, pero en caso de
necesidad aún emplean el método de fricción, usando al efecto
un taladro de fuego, formado por dos piezas, la vertical, de
madera dura, a la que llaman macho, y la horizontal y lisa, de
madera blanda, a la que llaman hembra.1
Los thonga, tribu del Africa sudoriental, cuyo territorio se
extiende por los alrededores de Delagoa Bay, dan el nombre de
Lilalahumba al primer antepasado varón de la humanidad, nombre
que significa «el que trae una reluciente brasa en una concha
».2 El significado del nombre lo explica una historia que
cuenta el clan Hlengwe. Dicen que Tshauke, su primer rey,
tomó por esposa a la hija de otro jefe perteneciente a la tribu
Sono. Los sono sabían cocinar su comida, pero los hlengwe no,
porque aún no conocían el fuego y comían por tanto sus papillas
crudas.
No obstante, el hijo del rey Tshauke robó a los sono su
relumbrante brasa y la trajo a territorio sono en una concha. Los ^
sono se pusieron furiosos y declararon la guerra a los hlengwe;
pero los hlengwe, fortalecidos por la comida cocinada que acababan
de tomar, obtuvieron la victoria. El hijo de Tshauke
recibió entonces el nombre de Shioki-sha-humba, «el que trae
fuego en una concha».3 De esto se puede tal vez deducir la idea
de que, para estas gentes, también fue el primer antepasado de
la humanidad quien tomó o robó el fuego y lo trajo en una
concha; pero a quién se lo tomó o lo robó es algo que no queda
claro.
Los ba-ila, tribu de Rodesia del norte (Zimbawe), cuentan ·
como la Avispa Albañil (Mason-Wasp) le arrebató a Dios el
fuego. Dicen que en otro tiempo el Buitre, el Aguila Pescadora
y el Cuervo carecían de fuego, porque no había fuego en la
tierra. Faltos, pues, de fuego, todos los pájaros se reunieron en
asamblea, y se preguntaron: «¿De dónde conseguiremos fuego?
». Algunos de los pájaros dijeron: «Tal vez de Dios». Ante lo
que la Avispa Albañil se ofreció voluntaria, y dijo: «¿Quién
quiere venir conmigo hasta donde está Dios?». El Buitre respondió,
y dijo: «Iremos contigo, yo, el Aguila Pescadora y el
Cuervo».
Así pues, de mañana se despidieron de los restantes pájaros,
diciendo: «Vamos a ver si podemos conseguir fuego de D ios». Y
echaron a volar. Cuando habían pasado ya diez días de camino,
cayeron a tierra unos cuantos huesos: era el Buitre; más tarde
otros huesecillos cayeron también a tierra: era el Aguila Pescadora;
la Avispa Albañil y el Cuervo se quedaron así solos. Cuando
otros diez días hubieron transcurrido, un nuevo montón de
huesecillos cayó a tierra: era el Cuervo. La Avispa Albañil se
quedó sola. Pasaron entonces otros diez días, y la Avispa seguía
sola su camino, parándose a reposar en las nubes. A pesar de lo
cual no acababa de llegar nunca a la cúspide del cielo.
Tan pronto como Dios oyó hablar de ella, vino adonde la
Avispa Albañil se hallaba, y respondiendo a sus preguntas la
Avispa le dijo: «No, Jefe, no voy a ningún sitio en particular, he
venido tan sólo a pedirte fuego. Todos mis compañeros se han
quedado por el camino; yo, sin embargo, he podido llegar hasta
aquí, ya que me había puesto como meta llegar hasta donde está
el Jefe». A lo que Dios le respondió, diciendo: «Avispa Albañil,
puesto que has llegado hasta mí, mandarás sobre todos los
pájaros y reptiles de la tierra. Ahora te doy mi bendición. No
tendrás que criar hijos. Cuando desees tener un hijo, no tendrás
más que buscar entre las espigas, y allí hallarás un insecto
llamado Ngongwa. Cuando lo hayas encontrado, tómalo contigo
y llévalo a una casa. Cuando llegues a la casa, busca el lugar del
fuego donde los hombres cocinan, y construye allí una morada
para tu hijo Ngongwa. Cuando hayas terminado de construir tu
nido, pon dentro al insecto y déjalo allí dentro emparedado.
Pasados unos días, vuelve a echarle una mirada; y un día te
encontrarás con que se ha convertido en alguien idéntico a ti».
Así son las cosas hoy día; la Avispa Albañil construye su nido en
la chimenea del hogar, tal como Dios se lo ordenó.4
La explicación de esta historia, según los autores que la han
recogido, es como sigue: «La Avispa Albañil, el P rometeo de los
ba-ila, con sus alas de color azul índigo, su abdomen amarillo y
negro, y sus patas de color naranja, es un animal común en el
Africa Central. Construye su celda de barro no sólo en el lar
de la casa, tal como el cuento establece, sino también (lo que es
un gran estorbo) en las paredes, libros y cuadros de las casas.
En dicha celda deposita sus huevos, junto con un escarabajo o
un gusano, y la sella, construyendo a continuación otras celdas,
hasta dejar sobre la pared toda una larga y fea protuberancia de
barro. Cuando las jóvenes larvas salen del cascarón empiezan a
devorar los insectos, que sólo han sido atontados, y no muertos,
por el aguijón de la madre. Tenemos aquí un interesante ejemplo
de cómo las observaciones de los nativos son correctas hasta
cierto punto; pero que, no habiendo tomado en consideración
todos los aspectos, porque no los han percibido, la conclusión a
que llegan resulta errónea. Suponen que el Ngongwa se metamorfosea
en Avispa Albañil; y el cuento intenta explicar el por
qué de ésto, así como dar cuenta del fuego doméstico».5
Los baluba son una tribu o nación que ocupa un amplio
territorio de la cuenca meridional del río Congo. Consiguen
fuego mediante el taladro de madera; y dicen que, cuando el
Gran Espíritu, Kabezya Mpungu, creó al primer hombre, al que
llamaban Kyomba, pegó las semillas de todas las plantas c o mestibles
a su pelo, y colocando en sus manos madera y yesca,
le enseñó la forma de extraer fuego de ellos, para poder cocinar
su comida.6
Los bakuba o bushongo, tribu, o más bien, nación que ocupa
un territorio situado entre los ríos Sankuru y Kasai, en la parte
meridional del valle del Congo, tienen una tradición según la
cual en los antiguos tiempos, sus antepasados obtenían el fuego
de los incendios provocados por el rayo, pero no sabían fabricarlo
por sí mismos. No obstante, durante el reinado de uno de
sus reyes, llamado Muchu Mushanga, vivía un cierto hombre
llamado Kerikeri, que había aprendido el arte de hacer fuego.
Pues Bumba, que para los bushongo significa Dios, se le había
aparecido una noche en sueños a Kerikeri y le había dicho que
tomara un determinado camino, para cortar las ramas de cierto
árbol, que debía guardar con todo cuidado. Así lo hizo el hombre,
y cuando las ramas estuvieron ya bien secas, Bumba se le
apareció de nuevo en sueños, lo felicitó por su obediencia y le
enseñó cómo conseguir fuego por frotamiento. Kerikeri se guardó
el secreto para sí, y cuando todos los fuegos de la aldea se
hubieron consumido, empezó a vender el fuego a muy alto
precio a sus vecinos. Todos los hombres, tanto los sabios como
los locos, intentaron sonsacarle el secreto, pero fue en vano.
Pero el rey, Muchu Mushanga, tenía una hija muy hermosa,
llamada Katenge, y le dijo a ésta: «s i eres capaz de descubrir el
secreto de ese hombre, te colmaré de honores y te sentaré entre
los ancianos, como a un hombre». La hermosa princesa, entonces,
empezó a insinuarse a Kerikeri, quien quedó locamente
prendado de ella. Cuando ella se dio cuenta de esto, ordenó que
todos los fuegos de la aldea se apagaran, y envió recado a
Kerikeri por un esclavo, de que la esperara aquella noche en su
choza. Cuando todos se hubieron dormido, la princesa se deslizó
cautelosamente hasta la choza de Kerikeri, y llamó a su
puerta. La noche era muy oscura. Kerikeri le abrió la puerta, y
tras entrar, ella se quedó sentada en el suelo, en silencio. «¿Por
qué tan silenciosa?», preguntó el enamorado. «¿Es que acaso no
me amas?». «¿Cómo puedo pensar en el amor», respondió ella,
«cuando me estoy helando de frío en tu casa? Ve y que yo te vea
traer fuego, de m odo que mi corazón pueda templarse». Kerikeri
tuvo que volver a su choza sin traer nada. En vano la incitó a
ceder a su pasión; ella insistía en que antes tenía que encender
el fuego. Finalmente, el enamorado cedió, y cogiendo dos palos
se puso a prender fuego con ellos en presencia de la princesa,
que pudo ver todo el proceso con atención. Cuando hubo terminado,
echándose a reír, le dijo: «¿Creías acaso que yo, la hija de
un rey, iba a amarte sólo por ser quien eres? Era tu secreto lo
que quería descubrir, y ahora que ya está encendido, puedes
llamar a una esclava para que lo apague». Se levantó, entonces,
y huyó de la casa, corriendo a revelar el secreto a toda la aldea, y
diciéndole a su padre: «¡Lo que un poderoso rey no pudo lograr,
una astuta mujer lo ha conseguido!». Tal fue el origen de la
producción del fuego, y el origen también del cargo de Katenge
entre los bushongo; ya que hasta el día de hoy existe entre los
más altos ancianos del consejo una mujer, que es grande entre
los grandes, y lleva el título de Katenge. En tiempos de paz
porta una cuerda de arco enrollada al cuello; pero, si el país está
en peligro, se quita esa cuerda y se la entrega al comandante del
ejército, que sale entonces a dar batalla y derrota al enemigo.7
Una historia muy diferente sobre el origen del fuego se cuenta
entre los basongo meno, un grupo de tribus cuyo territorio se
extiende al norte de los ríos Sankuru y Kasai, y que han mantenido
relaciones con los bushongo durante muchos años. Dicen
que desde los tiempos más antiguos habían venido haciendo sus
nasas (trampas para pescar) de rafia. Un día, un hombre que se
hallaba construyendo este tipo de trampas, quiso hacer un agujero
al final de una de dichas nervaduras, y empleó para hacerlo
un palito aguzado. Mientras intentaba horadar la nervadura
empezó a producirse fuego, y este método de procurarse fuego
es el que ha venido empleándose desde entonces, cada vez que
se necesita. De ahí que las plantaciones de palmeras de rafia
sean cultivadas por los basongo para proveerse de taladros de
fuego y materiales de cestería.8
Los boloki o bangala, tribu del curso alto del río Congo,
hablan de un intento infructuoso de hacerse con el fuego en los
primeros días del mundo. Dicen que hubo un tiempo en que
todos los pájaros y animales vivían en el cielo. Un día muy
lluvioso y tan frío que todos los pájaros y las bestias estaban
temblando, los pájaros dijeron al perro: «vete allá abajo y consíguenos
un poco de fuego con que calentarnos». El perro descendió
a la tierra, pero descubriendo gran cantidad de huesos y
trozos de pescado esparcidos por el suelo, se olvidó de coger el
fuego para los temblorosos pájaros. Los pájaros y las bestias
esperaron un tiempo, pero al ver que el perro no aparecía enviaron
a un gallo a darle prisa. Pero, tan pronto el gallo pisó la
tierra, encontró tal cantidad de nueces de palma, cacahuetes,
maíz y otras delicias, que no se molestó en ir a buscar al moroso
perro, ni tampoco en llevar él mismo el fuego que esperaban sus
camaradas en el cielo. Esta es la razón de que por las noches
pueda oírse a un pájaro que canta unas notas más o menos de
este tenor: Nsusu akende bombo ¡nsusu akende bombo!. Que
significa: «¡El gallo se ha hecho esclavo! ¡El gallo se ha hecho
esclavo!». Y la garza a veces se posa en un árbol cercano a la
aldea y grita: ¡Mbwa owa! ¡Mbwa owa!, que significa: «¡Muérete,
perro! ¡Muérete, perro!». La causa de que los pájaros insulten
y se burlen del perro y el gallo es porque estas criaturas
dejaron a los demás animales morirse de frío, mientras ellos
gozaban del buen tiempo y la abundancia.9
Los bakongo, tribu del bajo Congo, dicen que el fuego llegó
primero a la tierra por medio del rayo, que fulminó a un árbol y
lo incendió. En lo que hace a la producción artificial del fuego,
afirman que el fuego fue primero extraído por frotamiento de la
madera, y luego por percusión del pedernal y el hierro. Cuentan
también una leyenda sobre cómo al principio no había fuego en
la tierra, y un hombre envió un chacal, animal que por entonces
estaba domesticado y vivía en los poblados, al lugar donde se
pone el sol para traer fuego de allí; pero el chacal halló tantas
cosas buenas que comer, que nunca más volvió a la morada del
hombre. Los bakongo dicen entre sí que, muy hacia el norte, hay
tribus enteras que desconocen por completo el fuego y la comida
cocinada, por lo que comen la carne cruda; pero nunca han
llegado a ver a tales gentes, solo han oído hablar de ellas en sus
charlas junto al fuego.10
Los loango dicen que en otro tiempo la araña tejió un hilo
larguísimo, y que el viento se hizo con un extremo de este hilo y
lo llevó hasta el cielo. El pájaro carpintero, entonces, escaló por
ese hilo y picoteado la bóveda celeste hizo esos agujeros que
llamamos estrellas. Tras el pájaro carpintero, fue el hombre el
que subió hasta el cielo por el hilo de la araña, y se trajo el
fuego. Pero, algunos dicen que el hombre encontró el fuego en el
lugar donde habían caído del cielo unas ardientes gotas.11
Los ekoi del sur de Nigeria, en la frontera meridional del
Camerún, dicen que al comienzo del mundo el Dios Cielo, Obassi
Osaw, hizo todas las cosas, pero no dio el fuego a las gentes
que estaban sobre la tierra. Etim’Ne dijo a Niño Lisiado: «¿Para
qué nos ha enviado aquí Obassi Osaw sin fuego? Vete al cielo y
pídele que nos dé algo». Y así fue como partió hacia el cielo
Niño Lisiado.
Obassi Osaw montó en cólera al recibir semejante mensaje y
mandó volver a toda prisa a Niño a la tierra, para reprender a
Etim’Ne por lo que le había pedido. En aquellos días Niño
Lisiado aún no estaba impedido, sino que andaba como todo el
mundo. Cuando Etim’Ne se enteró del enojo que había provocado
a Obassi Osaw, partió hacia el poblado de Obassi y le dijo:
«Por favor, perdóname por cuanto dije ayer. Fue por accidente».
Pero Obassi no le perdonó, a pesar de pedirle perdón Etim’Ne
durante tres días enteros. Luego, volvió a su casa.
Al llegar de nuevo a su aldea, Niño Lisiado se empezó a reír
de él. «Eres el jefe», dijo, «¿y no eres capaz de conseguir fuego?
Yo mismo iré y lo traeré. Y si no me lo dan por las buenas, lo
robaré». Aquel mismo día partió el muchacho. Llegó a casa de
Obassi al anochecer y halló a todo el mundo preparándose la
comida. Los ayudó en esta tarea, y cuando Obassi empezó a
comer, Niño se arrodilló humildemente ante él hasta que hubo
terminado de comer.
El amo vio que el muchacho resultaba útil y no lo despachó.
Después de haberlo servido durante varios días, Obassi lo hizo
llamar y le dijo: «Vete a casa de mis esposas y diles que me
envíen una lámpara». Niño fue a hacer lo que le mandaban con
todo contento, ya que era en la casa de las mujeres donde se
guardaba el fuego. No tocó nada, una vez allí, sino que esperó
hasta que le fue entregada la lámpara, y entonces se la llevó a
Obassi a toda prisa. En otra ocasión, cuando llevaba ya varios
días entre los sirvientes, Obassi lo envió de nuevo a buscar
lumbre, y esta vez una de las mujeres dijo: «Enciende tú mismo
la lámpara en el fuego». Y, diciendo ésto, se metió en el interior
de la casa y lo dejó solo. Niño prendió la lámpara con un tizón
encendido, y a continuación envolvió el tizón en unas hojas de
llantén, guardándoselo entre su ropa, tras lo cual fue hasta su
amo, y entregándole la lámpara, le dijo «Tengo que irme a hacer
algo». Obassi le respondió: «Puedes irte». Niño fue hasta la
espesura que rodeaba el poblado, donde había gran cantidad de
madera seca. Puso el tizón en medio y sopló hasta que salió
fuego. Luego lo tapó con ramas y hojas de llantén para ocultar el
humo, y se volvió a la casa. Obassi le preguntó: «¿Por qué has
tardado tanto?». El muchacho respondió: «No me sentía bien».
Aquella noche, mientras todo el mundo dormía, el ladrón hizo
un atadillo con toda su ropa y se deslizó hasta las afueras del
poblado, donde tenía escondido el fuego. Lo halló ardiendo aún,
y tomando un tizón encendido y un poco de madera, partió
rumbo a su casa. Al llegar a la tierra de nuevo, fue a ver a Etim y
le dijo: «Aquí está el fuego que prometí traerte. Manda a buscar
madera, y yo te mostraré cómo hay hacerlo».
Así fue como se hizo el primer fuego en la tierra. Obassi miró
hacia abajo desde su casa de los cielos y vio ascender humo. Y
dijo a su hijo mayor Akpan Obassi: «Vete y pregunta a Niño si
es él quien ha robado el fuego». Akpan bajó a la tierra y preguntó
tal como su padre se lo había ordenado. El muchacho confesó:
«Yo fui quien robó el fuego. Y la razón por la que lo oculté es
porque tenía m iedo». Akpan le respondió: «T e traigo un mensaje:
hasta ahora has sido capaz de caminar normalmente, pero a
partir de ahora ya no lo serás». Esta es la causa de que Niño
Lisiado no pueda caminar. E l fue el primero que trajo a la tierra
el fuego que Obassi tenía en el cielo.12
Los lendu, tribu del Africa Central, situada al noroeste del
Lago Alberto, tienen una tradición según la cual sus antepasados
inmigraron a su actual territorio desde las planicies del
norte, y a su llegada hallaron el país ocupado por pigmeos, que
se retiraron ante los invasores. Los lendu traían fuego consigo
desde su lugar de origen, pero los pigmeos no estaban familiarizados
con su uso, y contemplaban con envidia a los recién
llegados, que se calentaban ante las juguetonas llamas y podían
cocinar su comida en vez de comerla cruda. Una noche, los
pigmeos robaron parte del fuego y prendieron una hoguera en el
interior de la jungla. Se lo transmitieron también a los wassongora
(ndjali), que habían inmigrado al país desde el sur, y que
igualmente desconocían el fuego.13
Los kikuyu del Africa Oriental Británica cuentan la siguiente
historia sobre el origen del fuego. Dicen que hace mucho tiempo
un hombre tomó prestada una lanza de su vecino para matar a
un puercoespín que estaba destruyendo sus cultivos. Se mantuvo
al acecho, hasta conseguir alancear al animal, pero este sólo
había quedado herido, y echando a correr con la lanza clavada
en su cuei’po desapareció en una madriguera. El hombre volvió
junto al dueño de la lanza para decirle que esta se le había
perdido, pero el propietario insistió en que quería que se la
devolviera. El que la había perdido fue a ofrecerle una lanza
nueva, pero el otro se negó a aceptarla, y pidió que le devolviera
la misma lanza que le había prestado. Así pues, para poder
recobrarla, el hombre tuvo que empezar a escarbar en la madriguera
del puercoespín hasta encontrarse de pronto, para su
sorpresa, en un lugar donde mucha gente se hallaba sentada
cocinando su comida junto al fuego. Le preguntaron qué buscaba,
y él les contó sus motivos. Tras lo cual lo invitaron a quedarse
a comer con ellos: pero él sintió miedo, y dijo que debía
volver con la lanza, que vio tendida en el suelo allí mismo. No
hicieron ningún esfuerzo por que se quedara, sino que le dijeron
que trepara por las raíces de un árbol mugumu, que penetraba
en la caverna, y que por ellas alcanzaría pronto el mundo superior.
Por otro lado, le dieron un poco de fuego para que lo llevara
consigo de vuelta. Tomó pues la lanza y el fuego y empezó a
escalar por las raíces como se le había dicho. Así es como se dice
que el fuego fue traído a los hombres; antes de esta efemérides,
los hombres comían su comida cruda. Cuando el hombre llegó a
donde estaban sus amigos, devolvió la lanza a su dueño, diciendo:
«me ha costado mucho trabajo recobrar tu lanza; de modo
que si quieres algo de este fuego, que ya ves que se va convirtiendo
en humo, tendrás que escalar por ese humo y traérmelo
de nuevo». El propietario de la lanza intentó una y otra vez
escalar el humo, pero no pudo conseguirlo. Vinieron entonces
los ancianos a mediar, y dijeron: «Haremos el siguiente arreglo:
el fuego será de uso común, pero puesto que tú lo has traído, tú
serás nuestro jefe». El Submundo al que hace referencia esta
historia recibe el nombre de Miri ya mikeongoi.14
Los wachagga, que habitan el gran monte Kilimanjaro, en el
Africa Oriental, dicen que en los antiguos tiempos los hombres
no conocían el fuego. Así que tenían que comer cruda su comida,
incluidas las bananas, como hacen los babuinos. Pero un día
los muchachos llevaron el ganado como de costumbre a pastar y
llevaron consigo su comida. Mientras cuidaban a los animales
cortaron flechas y se pusieron a jugar. Uno de ellos lanzó una
flecha que fue a clavarse en un tronco y le empezó a dar vueltas
entre sus manos. El fuste de la flecha empezó a recalentarse y
llamó a los otros: «¿Quién quiere que le dé un golpe?». Los otros
se acercaron y les empezó a dar golpes con el extremo recalen
tado de la flecha; y ellos escaparon dando gritos. Tras esto, hizo
girar la flecha con más fuerza que nunca, para recalentarla más
y pegar de nuevo a sus compañeros con ella. Pero los otros se
acercaron a ayudarle, diciendo: «Ahora sí que la recalentaremos
». La hicieron girar con tremenda fuerza, y, oh maravilla,
empezó a salir humo del extremo de la flecha, y un poco de
hierba seca que había debajo, empezó a arder. Los muchachos
trajeron más hierba para aumentar el fuego, y mientras contemplaban
esto, saltaron las llamas. Pronto tuvieron ante sí un
llameante fuego que quemaba la hierba y consumía los matojos,
haciendo un ruido parecido a wo-wo-wo-wo-wo, como si un torbellino
estuviera pasando por allí.
Las gentes de la vecindad se acercaron corriendo a ver, y
exclamaron: «¿Quiénes son los que nos han traído esta magia?».
Vieron a los muchachos y les gritaron: «¿De dónde habéis sacado
esta magia?». Estaban muy enojados, y los muchachos tuvieron
miedo. Con todo, cogieron sus palos y les mostraron a los
hombres cómo los habían hecho girar, hasta que saltó la llama.
Los ancianos exclamaron: «¿Qué habéis hecho? ¡Nos habéis
traído algo que está consumiendo toda nuestra hierba y nuestros
árboles!».
No obstante, se dieron cuenta de lo bueno que era el fuego
cuando los muchachos empezaron a rebuscar su comida entre
las cenizas. Al principio dijeron: «Mirad, nuestra comida ha
sido destruida por Wowo». Ya que llamaban wowo al fuego por
el sonido que hacía. Pero, cuando hambrientos como estaban,
empezaron a comer las bananas asadas, se dieron cuenta de que
sabían mucho más dulces que antes. Encendieron pues el fuego
de nuevo y asaron en él más bananas, viendo de nuevo que el
fruto sabía más dulce que antes. Así la gente que allí se había
congregado se llevaron wowo a sus casas, y en él asaron su
comida.
Y, siempre que un extraño venía y comía su dulce comida, les
preguntaba: «¿Cómo conseguís hacer algo como esto?». Y ellos
le enseñaban el fuego, y el extranjero volvía a su casa y retornaba
con bienes con los que comprar fuego. Y si alguien de camino
le preguntaba: «¿Adonde vas con ese chivo?», le respondía:
«Voy al mago Wowo a conseguir de él algo de wowo». Era, pues,
mucha la gente que iba al poblado a comprar fuego, y la noticia
del hecho se extendió a todas partes. Y al trozo de madera
blanda lo llamaban kipongoro, y al palo que hacían girar sobre
él, lo llamaban ovito. Estos dos palos solían tenerlos dispuestos
en el suelo de sus chozas; ya que, decían: «Cuando llega la
noche y la gente se encierra en sus casas, nadie puede pedir
prestado fuego a su vecino».15
Los shilluk, tribu del Nilo Blanco, dicen que el fuego viene del
Gran Espíritu (pan jwok). Hubo una época en que nadie conocía
el fuego. Las gentes solían recalentar su comida al sol; la parte
superior de las vituallas, así recocidas, era la aprovechada por
los hombres; mientras que la parte inferior, no recocida, era
reservada para las mujeres. Pero un día, un perro robó un trozo
de carne que había sido asado al fuego en la tierra del Gran
Espíritu, y se lo trajo a los hombres. Los shilluk lo probaron y lo
encontraron mucho más apetitoso que la carne cruda. Y, para
poder procurarse el fuego, envolvieron con paja seca la cola del
perro y lo enviaron de nuevo a la tierra del Gran Espíritu. Al
llegar allí, el perro empezó a revolcarse, como suele, entre las
cenizas de una hoguera, y la paja se prendió con algunas de las
ascuas aún vivas. Aullando de dolor, el perro arrancó corriendo
de nuevo hacia la tierra de los shilluk, donde para calmar su
agonía empezó a revolcarse entre la hierba seca. Pero la hierba a
su vez se prendió, y del incendio que siguió a esto sacaron los
shilluk el fuego que siempre guardan ardiendo lentamente en
sus hogares bajo una capa de cenizas.

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