EN la falda de un cerro lleno de piedras, en el que no se veía
ni una brizna de hierba, había crecido una mata de queshque. En
aquel tiempo el queshque no tenía espinas como ahora.
Aunque no había gota de agua en ese lugar y apenas caía
por ahí la Nuvia, una que otra vez, la planta se hallaba siempre verdeciía
y el interior de sus gruesas hojas estaba constantemente lleno
de un líquido blanco y de una pasta muy suave.
Todos los días pasaban junto al cerro, rebaños de llamas,
vicuñas y alpacas y cuando tenían sed se acercaban al queshque y
mordían las anchas hojas para refrescarse con su jugo.
Claro está que al pobre le causaban dolor los mordiscos que
le daban y decía:
—¡Cómo tuviera con qué defenderme de los dientes de estos
animales!
Se hallaba una tarde, muy tranquilo cuando, de pronto, oyó
un ruido que venía de la cumbre del cerro. Miró hacia arriba y vio
que desde
piedra.
La
tirando las
lo más alto bajaban corriendo, una zorra
piedra llevaba la delantera y
piernas lo más que podía.
No me has de ganar!; gritó la
el animal iba
zorra.
y una gran
tras ella, es-
—¡Anda, palangana; si ya no puedes más, estás con la lengua
afuera!; contestóle la piedra que, dando vueltas y botes entre
las rocas, bajaba a cada instante con mayor rapidez, dejando atrás
a su contrincante.
De repente oyó el queshque que lo llamaban-.
—¡Tío Queshque, tío Queshque!
Puso atención y se dio cuenta de que la voz era de la zorra.
—¿Qué quieres?; preguntó la planta.
—¿Tío, Queshque, deseas hacermo un favor?
—¡Cómo no!; respondióle.
—Entonces, ataja a la piedra y yo, en pago, te regalaré mis
uñas.
¿Uñas?; se dijo la planta. Pero si eso era precisamente lo
que necesitaba. ¡Uñas, para poder defenderse de las llamas, las
vicuñas y las alpacas que la mordían todo el día sin compasión!
—En seguida te voy a ayudar, contestóle.
La piedra se le aproximaba más a cada rato, dando salto
tras salto. La planta esperó que se le acercara lo suficiente y cuando
ya la tenía a corta distancia, estiró cuanto pudo, sus largas hojas,
ni más ni menos que si fueran brazos y la atajó sujetándola fuertemente.
Mientras tanto, la zorra había ido avanzando. Pasó junto a
(a piedra la cual estaba prisionera sin poder moverse y llegó al pie
del cerro, que era la meta de la carrera. Una vez allí, levantó la
cabeza y comenzó a gritar con burla:
—¡Piedrucha, piedrucha, te gané! La otra hacía esfuerzos
por soltarse, pero la planta la sujetaba con firmeza.
—¡Todavía no la dejes libres, tío Queshque, suplicó la zorra.
Espera que me ponga a salvo porque, como me alcance, en venganza
me da un machucón que me deja muerta en el sitio. Gracias! Y
diciendo estas palabras partió a correr de nuevo, atravesó unos matorrales
y escondióse en una cueva.
Cuando el queshque vio que el animal se encontraba ya a
salvo, aflojó los brazos y soltó a la piedra que, gritándole mil insultos,
fuese a perder detrás de un cerro vecino.
Entonces la planta sintió algo raro. Miróse y vio que en los
bordes de las hojas habíanle crecido cientos de espinas parecidas a
las uñas de la zorra.
Desde aquel día la zorra y el queshque son grandes amigos.
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