Seguimos hablando de la Iglesia católica, pero trasladándonos en el tiempo hasta el
final del primer milenio para conocer la vida legendaria de Gerberto de Aurillac. En
el año 999 el mundo vivía en compás de espera, los Evangelios habían predicho que
con el cambio de milenio el anticristo seduciría a los pueblos de la Tierra y que
Jesucristo volvería de entre los muertos para juzgar a la humanidad. La fecha fatídica
se acercaba y los terrores milenaristas sobre el fin del mundo se apoderaron de la
sociedad.
La idea del fin del mundo aparece en muchas culturas y siempre va seguida de un
proceso de resurrección. En el siglo I a. C., clásicos como Marco Tulio Cicerón en su
obra Natura Deorum ya dicen que «el mundo perecerá por el fuego, pero como el
fuego es alma y Dios, el mundo renacerá tan bello como antes». En la cultura
cristiana, los textos del Evangelio anuncian la catástrofe, la clave de las tribulaciones
y temores del año mil nos las proporciona el capítulo XX del Apocalipsis:
Vi a un ángel que descendía del cielo, trayendo una llave del abismo y una
gran cadena en su mano. Tomó al dragón, la serpiente antigua, que es el
diablo, Satanás, y le encadenó por mil años. Le arrojó al abismo y cerró, y
encima de él puso un sello para que no extraviase más a las naciones hasta
terminados los mil años, después de los cuales será soltado por poco tiempo.
El papa del año mil es Gerberto de Aurillac que escogió para su consagración el
nombre de Silvestre II. Su figura está asociada a una leyenda negra de pactos con el
diablo para acumular poder y sabiduría ilimitada en sus manos. No es un caso
extraño, otros hombres extraordinarios para su tiempo también fueron acusados de
prácticas mágicas y ocultismo como los filósofos Boecio y Juan el Gramático en el
siglo VI o el científico Galileo Galilei en el siglo XVI.
Gerberto nació entre 920 y 940 en la villa de Belliac, en la región francesa de
Auvernia. Cuenta una leyenda popular que el día de su llegada al mundo un gallo
cantó tres veces y lo pudieron escuchar desde Roma, era un presagio de la vida
extraordinaria que le esperaba. En su infancia se educó en el monasterio vecino de
Saint Geraud de Aurillac, bajo la tutela del abad Geraud de San Cere y del maestro
Raimond de Lavaur, con los que siempre mantuvo una estrecha amistad. En el
monasterio estudió gramática y latín, una lengua poco utilizada pero imprescindible
en la cultura y el poder de la Alta Edad Media.
En 967, el conde de Barcelona Borrell II, con motivo de su boda, hizo un viaje a
Francia y visitó el monasterio de Aurillac para venerar la tumba de Saint Geraud. De
la visita obtuvo el consentimiento de los frailes para seguir el camino a Barcelona
acompañado de un excepcional alumno, Gerberto, con el objetivo de que este siguiera
su instrucción en los condados catalanes.
Su discípulo y biógrafo Richer de Reims narra como Hatton, obispo de Vic y
profundo conocedor del cuadrivio (aritmética, música, geometría y astronomía), se
encargó de su educación. Seguramente Gerberto frecuentó la biblioteca del
monasterio de Santa María de Ripoll, donde estudió sus manuscritos y conoció las
obras de Boecio e Isidoro de Sevilla.
Estatua en honor del papa Silvestre II, obra del escultor Pierre-Jean David d’Angers en la población francesa de
Aurillac. La mano de derecha del papa no aparece en gesto de bendición como sería habitual sino como si
estuviera impartiendo una conferencia, en un símbolo para unir religión e ilustración.
El historiador inglés del siglo XII William de Malmesbury, en su libro Gesta
Regum Anglorum o Historia de los reyes ingleses, cuenta cómo Gerberto fue a
Córdoba para estudiar astrología. Allí sedujo a la hija de un sabio andalusí para que
robara a su padre un manuscrito que este guardaba bajo la almohada titulado Abacum,
el cual contenía los secretos para alterar las leyes de la naturaleza. Cuando el preciado
manuscrito estuvo bajo su poder, Gerberto invocó al diablo para que lo «trasladase
sobre sus alas por encima del mar» y así huyó de las iras del sabio cordobés.
Es discutible que Gerberto llegara a hacer el viaje a Córdoba como afirman
algunos cronistas. La capital andalusí era uno de los mayores centros culturales de
Europa, y la biblioteca del califa Al-Hakam II tenía más de 400.000 volúmenes; pero
para viajar a la corte musulmana de la península Ibérica hacían falta credenciales
especiales, y además, es más que probable que Gerberto tuviera en Vic y en el
monasterio de Ripoll material de sobra para completar su aprendizaje.
Richer de Reims describe a Gerberto como el introductor del número 0 en Europa
y dice de él que construyó un ábaco para enseñar matemáticas que le permitía hacer
cálculos a gran velocidad para asombro de los que le rodeaban. No olvidemos que en
estos tiempos el uso de las cifras árabes y su combinación supuso un cambio en la
concepción del estudio del cálculo en Europa occidental.
En 970, el conde Borrell II viajó a Roma con el obispo Hatton y en el séquito que
les acompaña se encontraba Gerberto. Su objetivo era convencer al papa Juan XIII
para que otorgara al obispado de Vic la independencia de Narbona, en un gesto más
de distanciamiento con el rey de Francia. El papa emitió cinco bulas en las que
reagrupaba la Iglesia de los condados catalanes en torno a Vic: el objetivo estaba
cumplido. Pero Borrell II volvió solo a Barcelona, porque el obispo Hatton murió
asesinado el 22 de agosto de 971 y Gerberto sedujo con sus conocimientos de música
y astronomía a Juan XIII y al emperador Otón I, que se disputarán sus servicios.
William de Malmesbury cuenta cómo Gerberto descubrió un gran tesoro en el
campo de Marte, cerca de Roma, y fundió el metal de una estatua para construir una
cabeza de bronce o de oro, según las fuentes, que vaticinaba el futuro y respondía con
un «sí» o un «no» a sus preguntas. El Liber Pontificalis o Libro de los Papas, un
compendio biográfico de los Papas hasta el siglo XVII, describe la leyenda diciendo
«Gerberto fabricó una imagen del diablo con objeto de que en todo y por todo le
sirviese».
La cabeza parlante respondió «sí» a la pregunta de si Gerberto llegaría al
pontificado de Roma y respondió «no» a la de si moriría antes de celebrar una misa
en Jerusalén. Sus predicciones estaban a punto de cumplirse. Pero ¿qué fue lo que
fabricó Gerberto? ¿Una de las primeras máquinas binarias basada en cálculos de
álgebra boleana? ¿El primer fonógrafo capaz de reproducir la voz humana?
Gerberto estaba llevando a cabo una carrera meteórica dentro de la Iglesia
católica. Continuó su formación en Reims junto el arzobispo Adalberon, que le
encargó la dirección de la escuela y, bajo la protección del emperador, fue nombrado
abad del monasterio de Bobbio en 983, uno de los más prestigiosos de Europa, y
ocho años después, arzobispo de Reims, arzobispo de Rávena en 998 y, finalmente,
obispo de Roma en 999, tal y como había adelantado la cabeza parlante,
convirtiéndose así en el primer papa francés de la historia.
El emperador Otón III y Silvestre II pasan juntos en Roma lo que podría ser la
última noche, el 31 de diciembre de 999. Pero no sucedió nada especial, no hubo
epidemias ni el cielo se desgarró y al día siguiente los dos protagonistas siguieron
desempeñando con normalidad sus actividades. Quedaba la duda de si los
catastrofismos que predecía el milenarismo había que asociarlos al nacimiento o a la
muerte de Jesús. ¿Cuándo sería soltado Satanás? ¿A los mil años de la encarnación o
de la redención? Después de superar los temores del fin del mundo, la vida siguió con
normalidad, pero aún quedaban importantes hechos por suceder en la vida de
Silvestre II.
Otón III, el emperador que fue conocido como Marabilia Mundi o la Maravilla
del Mundo por su voluntad de renovar el Sacro Imperio Romano Germánico, muere
el 24 de enero del 1002 afectado por graves fiebres en el castillo de Paterno, a la edad
de 22 años, y pone fin a la ambición de restaurar el Imperio romano de Constantino.
El sueño del imperio universal se desvanece.
El 3 de mayo de 1003 Silvestre II está en Roma oficiando misa en el templo de la
Santa Cruz y sufre un malestar. Al preguntar a sus allegados en qué iglesia se
encuentra, alguien le responde que la capilla se llama Santa Cruz de Gerusalemme.
En aquel momento comprende que la profecía de la cabeza de bronce está a punto de
cumplirse y que morirá en breve. Recordemos que la leyenda negra afirmaba que
Gerberto había hecho un pacto con el diablo que le prometió que viviría
ilimitadamente mientras no cantara misa en Jerusalén. El Papa ordenó que le
trasladaran inmediatamente a sus aposentos de San Juan de Letrán, donde murió el 12
de mayo de ese año y donde también fue enterrado. William de Malmesbury siguió
alimentando la leyenda erróneamente y cuenta que el papa sintió remordimientos de
sus actos y ordenó trocear su cadáver prohibiendo que fuera enterrado en un lugar
sagrado.
Pero hay otra leyenda que también se vincula con la figura de Silvestre II. A
finales del siglo XIII, el diácono de San Juan de Letrán afirma que la tumba de
Gerberto emite una especie de sudor cada vez que un papa o un alto dignatario
romano está a punto de morir. La historia continúa vigente en el siglo XV y se dice
que los huesos del papa crujían para anunciar el acontecimiento. La tumba de
Silvestre II fue abierta para investigar el misterio y el cuerpo estaba intacto, pero el
contacto con el aire lo convirtió en polvo.
La vida de Gerberto fue extraordinaria y se vio envuelta en una leyenda negra que
empieza a circular rápidamente ya desde el siglo XII. Autores medievales como
Bennon de Osnabruck; Hugo, abad de Flavigny; Sigeberto, abad de Glemboux; o
escritores del siglo XIX como el francés Víctor Hugo se encargan de gestar el mito.
Pero, como afirma el historiador francés Pierre Riche, no se puede sacrificar la
historia por la leyenda. Para el estudio de la figura de Silvestre II se conserva un
corpus de 220 cartas, las bulas de su pontificado, obras de filosofía y ciencia y las
obras de contemporáneos como por ejemplo la de alguien a quien conocemos bien, su
discípulo y biógrafo, el monje y cronista Richer de Reims. Gerberto de Aurillac es el
maestro de toda una generación y ejerció sobre su época una influencia profunda. La
leyenda le ha dotado de un aura misteriosa que poco tiene que ver con la realidad de
su calidad como científico y erudito.
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