viernes, 29 de marzo de 2019

BREVE HISTORIA DE LAS LEYENDAS MEDIEVALES : JUANA DE ARCO, LA DONCELLA DE ORLEANS

Algunas mujeres se diferenciaron por una especial vinculación con la vida religiosa
sin llegar a ser monjas, pues no vivían en monasterios ni habitaban en el seno de
comunidades religiosas. Era una nueva espiritualidad estrechamente relacionada con
el movimiento franciscano donde la pobreza personal, la caridad y el ascetismo eran
los ideales fundamentales. Santa Eulalia, protagonista de la primera leyenda del
capítulo, fue una precursora de este estilo de vida.
Juana de Arco, conocida como la doncella de Orleans, es un personaje histórico
que forjó su leyenda en vida. Después de ser condenada a la hoguera, la rumorología
popular incrementó más si cabe su popularidad. La principal fuente para estudiar su
vida y su leyenda son las actas del juicio de Ruán, en 1431, que recogen con todo tipo
de detalles las declaraciones de Juana de Arco en los interrogatorios, las
deliberaciones del tribunal y toda la documentación relacionada con su vida. Ante el
interés que despertó el proceso judicial, su instructor Pierre Cauchon pidió al notario
Guillaume de Manchon que tradujera las actas del francés al latín, de las cuales
actualmente se conservan tres ejemplares. Este texto es la mejor fuente para explorar
la personalidad y las motivaciones de nuestra protagonista. La vida de Juana fue
breve, pero lo suficientemente intensa como para asegurar oír voces sagradas que le
hablaban de un destino: liberar Francia de los ingleses.
Juana nació el 6 de enero de 1412 en la localidad francesa de Domrémy, en la
región de la Lorena, en el noreste de Francia. Era hija de Jacques d’Arc e Isabelle,
unos campesinos de origen humilde. Por entonces, Francia era un país devastado por
la guerra de los Cien Años, un conflicto armado que enfrentaba Francia e Inglaterra
en una disputa sucesoria desde 1337. En 1425 Domrémy fue saqueado y su iglesia
quemada. Ese mismo año Juana oyó las primeras voces, pero no fue hasta mayo de
1428 cuando abandonó su pueblo para buscar al delfín, o heredero regio, y coronarlo
rey de Francia.
Carlos VII, hijo del rey de Francia Carlos VI el Bien Amado y de la princesa
alemana Isabel de Baviera, era el delfín de las voces de Juana. Nacido en 1403, había
tenido una infancia anormal debido a que su padre sufría crisis de locura y de furia,
intercaladas con periodos de lucidez cada vez más escasos a medida que transcurría el
tiempo; sus alucinaciones le hacían creer que era de cristal o que alguien le pinchaba
el cuerpo con puntas de acero. Por su parte, su madre Isabel tenía fobia a los truenos
y a los puentes, al final de su vida sufrió una obesidad desproporcionada que no le
impidió ejercer una vida promiscua engañando al rey con su propio hermano, Luis de
Orleans. Ella misma sugirió que su hijo Carlos podía no ser un heredero legítimo al
trono francés.
Mientras el delfín vivía en el lujo y la opulencia, su corte sufría una bancarrota
financiera y una parálisis política. Francia estaba dividida entre los partidarios del
duque de Borgoña o borgoñones, con el soporte de los ingleses, y los partidarios del
duque de Orleans y el delfín Carlos, o armagnacs.

Juana de Arco recibiendo el mensaje del arcángel Miguel. Obra de Eugene Thirion, de 1876. Las voces que
escuchaba Juana se materializaron en las figuras de San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita.

El primer paso de Juana de Arco para conseguir su objetivo fue visitar a Robert
de Baudricourt, señor de Vaucouleurs, un territorio situado al norte de Domrémy, para
pedirle un ejército. La leyenda artúrica vuelve a aparecer en nuestro libro al resurgir
una antigua profecía del siglo VI anunciada por el mago Merlín, que contaba cómo
Francia sería llevada a la ruina por una mujer, la madre del delfín Isabel de Baviera, y
la rescataría una doncella virgen del bosque de las hadas que muy bien podría ser
El escritor irlandés Bernard Shaw, premio Nobel de literatura en 1925, con su
obra Santa Juana de 1923 popularizó otra leyenda según la cual las gallinas dejaron
de poner huevos y las vacas no dieron leche hasta que Baudricourt no quiso recibir a
la muchacha. Ya en su presencia Juana se expresó con estas palabras:
He venido ante vos mandada por mi Señor para que podáis decirle al
delfín que mantenga la moral alta y no desfallezca en la lucha contra sus
enemigos. Antes de mediada la cuaresma, el Señor le ayudará. De hecho, el
reino no pertenece al delfín, sino a mi Señor. Pero mi Señor desea que el
delfín sea coronado rey y gobierne el reino. Yo soy quien lo conducirá a la
coronación.
Lo que ocurrió realmente fue que Robert de Baudricourt, un guerrero veterano
curtido en mil batallas, no podía salir de su incredulidad al escuchar las afirmaciones
de una campesina analfabeta de 17 años que afirmaba que Dios se valdría de ella para
expulsar a los ingleses de Francia. Baudricourt decidió no acceder de inmediato a las
peticiones, y mientras meditaba su decisión, Juana empezó a ganarse entre las tropas
una reputación de persona con poderes mágicos, pues comenzaron a recordarse
profecías que hablaban de la llegada de una doncella para salvar a Francia. El 23 de
febrero de 1429 Juana partió de Vaucouleurs con una pequeña hueste rumbo al cuartel
del delfín en Chinon, en el centro de Francia. Ella y sus seguidores cubrieron una
distancia de 700 kilómetros en un tiempo record de 11 días.
La noticia de la venida de Juana de Arco a Chinon había llegado a oídos de la
corte del delfín Carlos que dudaba si tenía que darle audiencia. Tras algunas
deliberaciones decidieron recibirla al cabo de dos días. El monje Jean Paquerel
declaró en el juicio de Ruan que cuando Juana cruzó el puente levadizo en dirección
al Château de Milieu, donde el delfín tenía la costumbre de celebrar las audiencias,
un guardia la increpó diciendo: «¿Esa es la doncella? Si fuera mía una noche dejaría
de serlo»; a lo que ella contestó: «En nombre de Dios reniegas de Él cuando estás tan
cerca de la muerte», una hora después el vigilante flotaba ahogado en el agua del
foso. Los consejeros decidieron que el cortesano Gilles de Rais tomara la identidad del
delfín y este se ocultara entre la gran cantidad de público asistente al acto. Al entrar,
la sala estaba abarrotada y fuertemente iluminada con antorchas, pero la joven no se
dejó engañar y reconoció al delfín inmediatamente entre la multitud. Se arrodilló y se
dirigió a él para decirle: «Muy honorable delfín, he venido enviada por Dios para
socorreros a vos y a vuestro reino».
Carlos no estaba dispuesto a entregar a Juana de Arco un ejército para luchar
contra los ingleses solo por su popularidad, y juzgó prudente someterla a un examen
por un grupo de teólogos en Poitiers, cerca de Chinon, para probar que no tenía tratos
con el demonio, aunque ella asegurase que tenía un origen divino. Superado el
examen, la nombraron jefa de los ejércitos que deberían liberar la ciudad de Orleans,
y, para ello, el delfín Carlos le pagó un estandarte y Juana pidió la espada que se
encontraba detrás del altar de la iglesia de Santa Catalina de Fierbois, también cerca
de Chinon. Ella no había visto nunca la espada, pero las voces que escuchaba le
habían revelado su existencia.
A finales de abril de 1429 un ejército de 10.000 hombres partió en dirección a
Orleans con los principales capitanes de Francia: La Hire, Gilles de Rais, Xaintrailles
y el duque de Alençon. Juana afrontaba la prueba decisiva que debía confirmar su
misión. Si Orleans caía en manos inglesas sería un golpe decisivo a la moral de
Francia, pues la ciudad tenía un valor estratégico añadido y su toma supondría abrir a
los ejércitos ingleses el valle del Loira y los principales centros de poder de Carlos
VII.
Los ingleses, dirigidos por John Talbot y el conde de Suffolk, que descartaban un
ataque directo a la ciudad, prefirieron asediar la plaza para rendirla de hambre.
Orleans oponía una encarnizada resistencia liderada por Jean Dunois, conocido como
«el Bastardo de Orleans» por ser hijo ilegítimo de Luis de Orleans.
Dunois convenció a Juana de no atacar directamente a los ingleses y de la
necesidad de proteger las provisiones que llegaban por el río para abastecer a una
ciudad hambrienta. El viento impedía la llegada de las barcas, ante el nerviosismo de
los caballeros franceses. Juana pidió paciencia prometiendo que todo se arreglaría y,
de repente, la dirección del viento cambió y las barcas pudieron navegar hasta la
ciudad. Los detalles de este espectacular acontecimiento los conocemos gracias a una
crónica anónima y contemporánea a los hechos titulada Diario del sitio de Orleans.
Juana entró en la ciudad el 29 de abril de 1429 a lomos de un caballo blanco con
su estandarte. Entre el 4 y el 7 de mayo los franceses recuperaron de los ingleses las
guarniciones del fuerte Saint-Loup y Saint-Agustin. Solo con su presencia
atemorizaba a las tropas inglesas y era capaz de cambiar el rumbo de la batalla a
favor del ejército francés. Era la primera vez en muchos años que los franceses
conseguían apoderarse de un puesto inglés.
La gran batalla ultimaba sus preparativos. Conocemos sus detalles por el citado
Diario del sitio de Orleans y los relatos de algunos de los presentes como Jean
Dunois, Jean Paquerel, Jean d’Aulon y Louis de Contes. Sabemos que los capitanes
franceses preferían esperar refuerzos para una batalla tan importante, pero Juana se
negó sabiendo que sufriría por ello, ya que una profecía había predicho que levantaría
el asedio de Orleans pero sería gravemente herida en el intento. La profecía fue
divulgada antes de que sucediera y su veracidad parece fuera de dudas; una carta
escrita por un flamenco de Lyon un mes antes de los hechos describe que Juana sabía
lo que iba a suceder.
El 7 de mayo se inició el asalto contra la bastilla de Tourelles con una encarnizada
resistencia inglesa. Juana fue herida como decía la profecía, pero se recuperó y volvió
a la vanguardia del combate liderando a sus hombres hasta la toma de la fortaleza. Al
día siguiente los ingleses de Talbot, desmoralizados, abandonaron el asedio de
Orleans y se retiraron. La famosa profecía se cumplió y una flecha se hundió 15
centímetros en el cuerpo de Juana, que lloró de dolor pero acabó arrancándola con sus
propias manos después de rezar y untar la herida con grasa, rechazando amuletos
sanadores que le ofrecían algunos soldados.
Estos sucesos fueron considerados como un milagro, los habitantes de Orleans le
abrazaban las rodillas y le pedían que bendijese a sus hijos, y en adelante a Juana de
Arco (la trascripción castellana del apellido paterno) se la conoció como la Doncella
de Orleans. La pasividad inglesa desde la llegada de Juana, pese a su superioridad
numérica, no tiene demasiada lógica. Esta actitud fue lo que hizo que la gente pensara
que Juana practicaba algún tipo de brujería, ya que en solo una semana había
conseguido lo que no hicieron los capitanes franceses en seis meses.
En 17 de julio de 1429 se produjo en la catedral de Reims la ceremonia de la
coronación del delfín Carlos. Era el momento de máximo apogeo de la figura de
Juana, que había cumplido las promesas de liberar Orleans y de convertir en rey a
Carlos VII. Los franceses necesitaban algún personaje como Juana de Arco que les
sacara de la parálisis política en que se encontraban. La doncella solo con su
presencia arrastraba a los franceses a la lucha hasta el límite de sus posibilidades. La
ilusión que despertó entre la población provocó que muchos se unieran a su ejército,
que llegó a ser tan numeroso que la maltrecha economía de Carlos VII no lo podía
pagar.
Por otro lado, ingleses y borgoñones habían aunado sus fuerzas para conquistar la
ciudad de Compiègne, al nordeste de París. En mayo de 1430 la doncella con su
infatigable carácter ordenó a las tropas francesas salir de la ciudad y lanzar un ataque
contra un ejército enemigo superior en número. Juana fue hecha prisionera por Jean
de Luxembourg, capitán de los borgoñones, durante la batalla. Tal y como era
costumbre con los personajes importantes, Jean de Luxembourg esperó alguna oferta
de rescate por parte de Carlos VII. Pero el ahora rey de Francia no movió un dedo
para ayudar a Juana y finalmente fue vendida a los ingleses.
Juana de Arco asistiendo a la ceremonia de coronación de Carlos VII como rey de Francia, en la catedral de
Reims. Obra del pintor neoclásico francés del siglo XIX Jules Eugene Lenepveu y conservada en el Panteón de
París. Lenepveu recibió el encargo de pintar una serie de frescos sobre la vida de la Doncella de Orleans para
decorar el Panteón de París. Se le encargó ese trabajo tras la muerte en 1886 de Paul Baudry, a quien se había
confiado primero dicho cometido. Otras pinturas murales de la colección son: La visión de Juana de Arco, Juana
de Arco en el asedio de Orleans o Juana de Arco sobre la hoguera de Rouen.
El 9 de enero de 1431 empieza en Ruán un juicio eclesiástico irregular dirigido
por Pierre Cauchon, obispo de Beauvais, que acusaba a Juana de Arco de hereje,
apóstata, bruja, idólatra y travestida. El juicio de Ruán entendió su experiencia
religiosa como un acto de brujería y la condenó a la hoguera a la temprana edad de 19
años. Tras su muerte la tradición popular empezó a forjar leyendas sobre la doncella
de Orleans que aseguraban que su corazón no había sido consumido por la llamas,
que tras la quema salió volando una paloma en dirección a París; otras hablaban de la
repentina muerte de Pierre Cauchon mientras le afeitaban la barba o del final trágico
de la mayoría de los jueces.
En 1449, Carlos VII entró en la ciudad de Ruán y ordenó una investigación para
revisar el juicio de Juana de Arco. Las conclusiones sentenciaron que había sido un
juicio parcial y debía ser anulado. En 1456, los legados pontificios consideraron que
las voces de Juana eran auténticas y minimizaron su enfrentamiento con la institución
eclesiástica.
Su figura rivaliza con la de otros grandes héroes medievales como el rey Arturo o
Beowulf, pero ella existió, sin duda, de verdad y su vida está bien documentada
gracias a que se ha conservado el informe de su proceso judicial. Con el paso de los
siglos, diferentes artistas han recuperado su figura para versionarla en sus obras, entre
ellos, el ya citado Bernard Shaw, el cineasta danés Carl Theodor Dreyer con La
pasión de Juana de Arco, de 1928, el mismísimo William Shakespeare y su obra
Enrique VI, publicada en 1599, o el compositor italiano Giuseppe Verdi y su ópera
Giovanna d’Arco, estrenada en el teatro La Scala de Milán en 1845.

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