Había una vez un jefe cuyas mujeres sólo parían hijas; un día una de ellas parió un huevo, gordo como el de un avestruz.
El padre tomó el huevo y lo escondió. Un día, mucho tiempo después, fue a una fiesta de canto en casa de otro jefe. Allí vió a una hija de este, que le agradó en extremo; entonces dijo al padre de la joven:
—Tu hija me agrada mucho, es menester que me la des para casarla con mi hijo.
Fue a su casa en busca en busca del ganado con que había de dotar a la joven; después se la llevó consigo. Le construyó una cabaña y la instaló en ella, en compañía de sus propias hijas.
Pasaron años sin que la joven viese nunca a su marido; continuaba viviendo sola con las hijas de su suegro. Un año, labrando el campo para sembrar, faltó la semilla; el jefe envió a una de sus hijas a casa, para que las trajera. Al entrar en el lapa vio que el huevo había salido de la choza y daba vueltas alrededor del lapa diciendo:
—¡Ja, ja! Mi padre me ha dado mujer.
Su hermana lo recogió y lo volvió a su escondite, en el fondo de la choza; después se fue al campo con las semillas.
Al siguiente día faltó otra semilla; el padre envió de nuevo a su hija a buscarla. Esta vez también encontró que el huevo había salido de la choza y que rondaba en torno del lapa diciendo:
—¡Ja, ja! Mi padre me ha dado mujer.
Su hermana lo recogió y lo escondió en la cabaña; después volvió al campo con la semilla. Al siguiente día faltó de nuevo la semilla cuando estaban en el campo. El padre dijo otra vez a su hija:
—Ve a buscar la semilla.
Pero la nuera exclamó:
—No; hoy iré yo.
Fue allá, y, cuando entró en el lapa, halló al huevo, que rondaba como siempre, diciendo:
—¡Ja, ja! Mi padre me ha dado mujer.
Muy espantada, la mujer le dijo:
—¡Cómo! ¿Esta cosa redonda es mi marido?
Tomó el huevo y, en lugar de llevarlo a la choza de su suegro, lo guardó en la suya; después regresó al campo con la semilla.
A nadie dijo lo que había hecho; el padre y la madre no advirtieron que el huevo no estaba ya en su cabaña. Por la noche, la nuera dijo:
—Quiero dormir sola en mi cabaña; que no entre nadie.
Su suegro le preguntó:
—¿Por qué quieres hacer eso?
Ella le respondió:
—Estoy enferma, me duele la cabeza; temo que mis compañeras hagan ruido.
Se acostó, pues, sola en su cabaña; pero a medianoche se levantó sin hacer ruido y huyó a casa de sus padres. Llegó antes de amanecer y dijo a su padre:
—Padre mío, has renegado de mí.
Su padre le respondió:
—No, hija mía; no he renegado de ti, te he dado en casamiento.
Replicó ella:
—Mi marido no es un hombre. Mi marido es un huevo de avestruz. —Y añadió—: Padre mío, es menester que devuelvas el ganado de mi dote, porque yo no vuelvo a casa de mi marido.
El padre dijo:
—Debes volver.
Respondió ella:
—Nunca.
Entonces su padre dijo:
—Te daré una medicina con la cual metamorfosearás al huevo en hombre.
Y así el padre le dio un hechizo y le advirtió:
—Toma esta medicina, hija mía, y regresa a casa de tu marido. En cuanto llegues toma un puchero viejo, llénalo de agua, haz fuego y pon el agua a hervir.
La joven regresó a su casa antes de rayar el día. Hizo cuanto su padre le había ordenado; después tomó el huevo y lo depositó en una esterilla de cañas, tomó el agua hervida y la vertió sobre el huevo, después lo untó de grasa y lo cubrió con mantas. Entonces se tendió en el suelo y, al cabo de un momento, oyó una voz que decía:
—¡Me sale una pierna…, me sale la otra pierna; me sale un brazo…, me sale el otro; ahora asoma mi cabeza…, la nariz…, un ojo…, el otro ojo…, una oreja…, la otra oreja…!
Luego, en fin, dijo la voz:
—Ahora tengo todos los miembros completos.
Al mismo tiempo la mujer oyó romperse la cáscara del huevo y caer con ruido los pedazos al suelo.
Entonces ella se levantó y quitó las envolturas; descubrió que el huevo se había trocado en un hombre muy guapo, perfectamente conformado, sin que le faltase nada. Calentó agua, vertió en ella la medicina que le había dado su padre, con la que frotó a su marido de pies a cabeza, y lo untó de grasa. Enseguida recogió cuidadosamente todos los cascarones del huevo y los guardó en un tarro. Cuando amaneció salió de la cabaña, dejando encerrado en ella a su marido, y se sentó delante de la puerta. Su suegra se acercó a preguntarle:
—¿Cómo va tu cabeza?
Respondió ella:
—Sigue doliéndome mucho.
La suegra le preguntó:
—¿No quieres comer un poco de sopa?
La mujer respondió:
—Sí, tráigamela.
La suegra se la llevó y dijo:
—Ahora nos vamos al campo; quédate aquí tranquila, hija mía.
Cuando todos salieron al campo, la joven se levantó y se encaminó de prisa a casa de sus padres. Dijo a su padre:
—He hecho todo lo que me ordenaste; el huevo es ya un hombre.
Su padre le dijo:
—Ya ves, hija mía, ya ves. Ahora te daré ropas de hombre para tu marido.
Le dio un capotillo de piel de buey y un cinturón de piel; le dio también un broquel, con un airón, una azagaya y un sombrero de juncos entretejidos. La mujer regreso veloz a su casa con tales objetos, y se los entregó a su marido diciendo:
—Huevo, esta es tu ropa.
Huevo tomó el cinturón y se lo ciñó; el capotillo, y se lo puso; el sombrero, y se cubrió.
De tarde, cuando volvían del campo, la mujer dejó al marido solo en la cabaña y cerró la puerta diciendo:
—Huevo, quédate aquí y cuídate de que no te vean.
Después salió, y como siempre se sentó delante de la cabaña.
Vino la suegra y le preguntó:
—¿Cómo te encuentras, hija mía?
Respondió ella:
—Sigue doliéndome la cabeza.
La suegra preguntó:
—¿Quieres que te traiga más sopa?
Respondió la nuera:
—Sí, tráigamela. —Tomó sopa y añadió—: Tráigame también estiércol para hacer lumbre.
Entró en su casa, encendió lumbre y compartió con su marido la sopa que le habían traído.
Al siguiente día, cuando amaneció, despertó a su marido:
—Huevo, levántate pronto, sal de la cabaña y ve a sentarte en el khotla, en el sitial de tu padre.
Huevo se vistió, se caló el sombrero, tomó el broquel adornado de su airón y la azagaya, salió de la cabaña y fue a sentarse en el khotla, en el sitial de su padre; nadie se había levantado aún en la aldea. Cuando los pastores salieron de sus chozas para ordeñar las vacas, se preguntaban unos a otros:
—¿Quién es aquel hombre sentado en el sitial del jefe?
—No sabemos quién podrá ser; quizá sea un extranjero.
—Un extranjero sentado en el sitial del jefe.
Huevo llamó a uno de ellos y le dijo:
—Tráeme la leche, para que yo la vea.
El hombre se la llevó. Huevo le dijo:
—Está bien, llévala al lapa.
Entonces el hombre fue en busca del jefe y le dijo:
—Mi amo, hay un extranjero sentado en el khotla, en tu mismo sitial, y nos ha dicho que le llevemos la leche para verla.
El jefe preguntó:
—¿De dónde viene?
Respondió el hombre:
—No lo sé, mi amo.
Entonces salió el jefe y se dirigió al encuentro del extranjero:
—Salud —le dijo.
Respondió el otro:
—A ti te la deseo.
—¿De dónde vienes?
—Soy tu huésped, vengo a visitarte. —Y Huevo añadió—: ¿No me conoces?
Respondió el jefe:
—No te conozco, dime tu nombre.
—Huevo —le dijo—. Yo soy Huevo, tu hijo.
Entonces el jefe llamó a todas sus gentes y, mostrándoles al hombre, les dijo:
—Aquí tienen a mi hijo, que nació en forma de huevo; hoy se ha metamorfoseado en hombre.
El jefe se sentía lleno de júbilo; la aldea entera se regocijó: sacrificaron bueyes, hicieron grandes fiestas en honor del hijo del jefe. Después, el jefe preguntó a la mujer de Huevo.
—¿Cómo te has arreglado para metamorfosearlo?
Respondió ella:
—Mi padre me ha dado una medicina con la que le he hecho salir del huevo.
—Yo te recompensaré, hija mía.
Entonces le dio mucho ganado en señal de gratitud. Huevo fue reconocido jefe, y reinó en lugar de su padre.
Al cabo de algún tiempo, Huevo tomó segunda mujer y se alejó de la primera; no entró ya nunca más en su casa ni siquiera una vez, hasta le quitó las ropas y la privó de todo auxilio. En fin, un día la mujer perdió ánimo, lloró mucho tiempo, mucho tiempo, y fue luego a buscar a su suegro, diciéndole:
—Padre mío, ¿por qué me abandona Huevo de este modo?
El suegro respondió:
—He hecho cuanto he podido, pero inútilmente; Huevo dice que ahora el jefe es él.
A la caída del sol, Huevo entró en la cabaña de la mujer que amaba, para pasar allí la noche. Entonces, la primera mujer se acordó de los cascarones de huevo que había guardado; fue a buscarlos, los puso en su envoltura y se acercó a la cabaña donde Huevo había entrado. Se acurrucó junto a la puerta y dijo:
—Salud, jefe.
Le devolvieron el saludo y añadió:
—Dadme un poco de tabaco.
Huevo respondió:
—Ya no tengo tabaco.
Insistió ella:
—Dadme de beber, tengo sed.
La segunda mujer de Huevo respondió:
—No queda agua.
Pero Huevo la reprendió y dijo:
—Vamos, da un poco de agua a esa pobre mujer. Entonces, la primera mujer de Huevo esparció los cascarones cerca del sitio en que su marido debía reposar la cabeza. Después regresó a su cabaña.
La segunda mujer de Huevo le oyó decir:
—Sosténme, siento que una pierna se me mete hacia dentro… también la otra; sosténme, se me encoge un brazo…, el otro también; sosténme, la cabeza se me entra dentro…, la espalda…
Al cabo de un instante había vuelto a ser huevo de avestruz. La mujer, palpándolo, se dio cuenta de que no era más que un huevo. Entonces salió de la cabaña y huyó despavorida. Al siguiente día la gente de la aldea aguardó mucho tiempo a que su jefe, Huevo, saliese de la cabaña; pero no lo vieron. Preguntaron a su padre:
—¿Dónde está Huevo?
Este respondió:
—No lo sé; estará durmiendo.
Ya hacía mucho que habían terminado de ordeñar, y Huevo continuaba sin aparecer. Su madre fue a la cabaña y gritó:
—¡Huevo! ¡Huevo!
No obtuvo respuesta. Entonces entró y levantó las sábanas: vio que su hijo había vuelto a convertirse en huevo. Llamó a su marido, que se cercioró de lo que ocurría. Ambos lloraron amargamente y decían:
—¡Ay! Pobre hijo nuestro, ¿cuándo volveremos a verte?
¿Qué podemos hacer?
Entonces el jefe se dirigió a casa de los padres de su nuera, donde esta se había refugiado. Le suplicó mucho que se apiadase de él, pero la nuera se negaba obstinadamente, repitiendo:
—No, no voy; tu hijo me ha hecho padecer mucho. En vano el padre de Huevo trataba de enternecerla; persistía en negarse a hacer algo. Por fin, su padre le dijo:
—Vamos, hija mía, toma esta medicina y ve a casa de tu marido. Si vuelve a las andadas, podrás separarte de él para siempre.
La mujer tomó la medicina. Regresó a su casa y operó como la vez primera. Huevo salió del cascarón y se convirtió en hombre. Entonces dijo a su mujer:
—Ahora me arrepiento de todo lo que te he hecho, mujer mía; no lo haré nunca más.
Repudió a su segunda mujer y permaneció unido a la que lo había metamorfoseado, y le decía:
—Si yo muero, entonces y sólo entonces, podrás casarte con otro; si te mueres tú la primera, entonces, y sólo entonces, me casaré con otra.
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