Un hombre y su mujer tenían un solo hijo. Y dicen:
—Oye, ¿por qué será que no tenemos más hijos? —Y añaden—: Vamos a consultar al adivino.
Van y dicen:
—Oye, ¿por qué será que no procreamos?
El adivino dice:
—Vayan a pescar dos peces, de los que llaman pendé, un macho y una hembra —y añade—: cómanselo.
Pescaron dos, se los comieron y tuvieron un hijo. Le pusieron por nombre Tembo.
Tembo creció. Su madre le dijo:
—Ve a cortar leña —y añade—. Ve a cortar leña donde quieras, menos en aquel bosque de allá.
Tembo va a cortar leña a otro bosque, la trae y dice:
—Después de todo, si muero, poco importa; no soy más que un hombre.
Penetra en aquel bosque y encuentra una boa que se había tragado a una gacela grande. Pero la cabeza se le había quedado en la boca. Salir, no podía; bajar, tampoco. El boa dice:
—Ven aquí, Tembo, y corta esta cabeza.
Tembo dice:
—Me matarás.
El boa dice:
—Ven aquí, no te mataré.
Tembo se acerca y corta la cabeza.
El boa dice:
—Vamos de aquí para que recibas la recompensa —y añade—: Agárrate bien a mi cola; si te sueltas, lo pierdes todo —y agrega—: Cuando pase por entre espinos, no te sueltes.
Tembo se agarra a la cola y se van, van. Cuando pasan por entre espinos, pican, pican. Llegan a la guarida del boa.
Allí duerme Tembo dos, tres días; se hace amigo del hijo del boa. El boa dice:
—Tembo, cuando mañana saque mis espejos fuera, escoge uno, el que quieras.
El hijo del boa dice:
—Escoge el espejo sobre el que veas posarse una mosca, es un espejo que obra maravillas.
Al día siguiente sacan los espejos fuera y los exponen en un espacio tan grande como de aquí a allá. Aparece una mosca, que va y viene volando, sin detenerse en ninguna parte. Tembo corre tras ella, corre, corre, la mosca se posa, y Tembo toma el espejo.
El boa dice:
—¿Prefieres ese?
Tembo dice:
—Este quiero.
Tembo regresa a su lugar, en casa de su madre, llevándose el espejo.
Entonces dice:
—Espejo, espejo, ¿es verdad lo que ha dicho tu amo? —Y añade—: Quiero saberlo al momento. Deseo una casa cubierta de tejas.
La casa se alza en seguida, y Tembo dice:
—Madre mía, quiero la hija del gobernador.
Toma su casaca, hecha de un saco; dos pantalones, también hechos de un saco; el sombrero, viejo y desgarrado; los zapatos, desgarrados; una corbata de hoja de bananero, un paraguas, también de hojas de bananero, y en la mano un bastón roto, y camina, con paso lento, haciendo gwfé, gwfé.
Sube a la terraza. El gobernador sale y le pregunta:
—¿Qué deseas?
Tembo dice:
—Quiero casarme con su hija.
El gobernador le responde:
—¿Tendrías el descaro de casarte con mi hija?
El gobernador llama a su mujer y le dice:
—Ese patán desea casarse con nuestra hija.
La mujer dice:
—Si quieres casarte con mi hija, haz una casa en medio del río, y que sea una casa de un piso.
Tembo dice:
—Espejo, espejo, quiero una casa grande y linda en medio del río.
La casa surge al momento.
—Necesito criados —y añade—: Necesito una mesa, cama, comestibles, una silla.
Al día siguiente, el gobernador mira y dice:
—¡Ay!, nos quedamos sin hija.
El gobernador había madrugado para enterarse.
Tembo recibe a su mujer. Se va a vivir en su hermosa casa.
—Necesito un gallo, cabras, vacas, gallinas, patos de diversas especies —dice él.
Va de paseo, sale a una orilla y hace una visita a su madre.
Se marcha y vuelve a ir de paseo. Sobreviene una guerra. El gallo cantó al momento:
—¡Todo se derrumba!
Tembo regresa con premura y dice:
—Espejo, espejo, no quiero ver esa guerra que se nos viene encima.
Entonces todos los guerreros mueren. Tembo se va otra vez de paseo. De nuevo sobreviene la guerra. El gallo canta en seguida:
—¡Todo se hunde!
Tembo regresa con premura y dice:
—Espejo, espejo, no quiero ver la guerra que se nos viene encima.
Todos los guerreros, unos tras otro, mueren.
Entonces viene una vieja, habla a la mujer de Tembo y le dice:
—Déjame ver el espejo de las maravillas.
La mujer lo saca. La vieja lo mira, lo mira, y lo cambia por otro y luego dice:
—Ahí tienes tu espejo; yo continúo mi camino.
Se va con el espejo a casa del gobernador. El gobernador lo esconde bajo una caja volcada. Llega la guerra. Una muchedumbre de guerreros entra por el río. El gallo canta entonces:
—¡Todo se derrumba!
Tembo vuelve con premura y dice:
—Espejo, espejo, no quiero ver la guerra que se nos viene encima.
Pero la guerra había llegado ya. Tembo repite:
—Espejo, espejo, no quiero ver la guerra…
Llegan, se apoderan de Tembo. Lo encierran en un local y destruyen su casa Tembo estaba encerrado con su gato. La mujer de Tembo había regresado a casa de su padre. En el local había ratas con un hierro en los labios. Querían morder a Tembo. Pero el gato atrapó a una de las más grandes. Llegan sus compañeras; el gato las muerde. Una rata dice:
—Suéltame, y te traeré el espejo.
La suelta y, a poco, la rata, que ha ido a casa del gobernador, vuelve con un espejo. Tembo dice:
—No es ese.
La rata va a buscar el que estaba debajo de la caja volcada y se lo entrega a Tembo, que dice:
—Este es —y agrega—: Espejo, espejo, quiero salir de aquí.
—Y sale. Dice entonces—: Espejo, espejo, quiero una casa como la que tenía.
La casa se presenta.
—Quiero cama, mesa, criados, criadas —y añade—: Quiero que regrese mi mujer.
Enseguida la mujer vuelve. Y aquí se acaba
No hay comentarios:
Publicar un comentario