miércoles, 3 de abril de 2019

Orfeo

Nacido en Tracia de los amores de la ninfa Calíope
con el dios Apolo (aunque en otra versión su padre es el rey
tracio Eagro), heredó de sus padres la bella voz y el genio para
la música. Como Apolo, Orfeo toca la lira o la cítara, y como su
madre, una de las nueve Musas, sabe cantar inspiradamente las
gestas de los dioses y los héroes. Su canto reviste un mágico encanto:
conmueve a las mismas fieras del bosque, que acuden en
coros a sus sones, a los pájaros que revolotean sobre él e incluso
a los peces que asoman sus cabezas sobre las aguas azules
para oírle mejor. Hasta los mismos árboles se aprestan para escucharle
y las duras rocas se conmueven al son de sus melodías.
Tiene un halo mágico ese don de la música órfica.
Cuando el héroe participó en la famosa expedición de los
Argonautas logró con su voz vencer los tentadores reclamos de
las sirenas cantoras, y así la nave Argo cruzó sin peligro el temido
paso, con la mágica ayuda de la tonada de Orfeo.
Casóse por amor con la bella Eurídice y cuando ella murió
a causa del venenoso mordisco de una serpiente, se empeñó en
bajar hasta el Hades para rescatarla de la mansión de la muerte.
Con su lira y su voz logró apaciguar la furia del Can Cerbero
infernal y entrar en el Hades, donde entonó para Plutón y Perséfone
su mejor canto. Los dos soberanos del mundo de los
muertos le concedieron el favor solicitado: que sacara a la bella
Eurídice del Hades, con la condición de que no se volviera a
mirarla hasta haber franqueado el umbral de tan tenebroso
mundo.
Ella detrás y él delante, abriendo el camino con su música,
cruzaron el ámbito de las sombras, y, ya a punto de salir a la luz,
se volvió hacia Eurídice Orfeo para averiguar si su esposa le seguía.
Y, al quebrantar así el tabú impuesto, la perdió definitivamente.
En vano se lamentó después. Las quejas desesperadas
del viudo Orfeo resonaron largo tiempo por montes y boscajes
melancólicamente. Y desde entonces el solitario cantor renunció
para siempre al trato con las mujeres.
Cuentan que el hijo de Apolo fue quien fundó en Tracia los
cultos mistéricos de Dioníso. Como los sacerdotes de Delfos
supo combinar el culto de uno y otro dios. Seguramente compensaba
la serenidad fría de Apolo con las orgiásticas ceremonias
en honor de Baco, dios del entusiasmo y el delirio, de los
éxtasis frenéticos y la comunión con el mundo de la naturaleza
salvaje en las correrías nocturnas de las fiestas báquicas.
Pero fueron las bacantes enfurecidas quienes lo asesinaron,
cayendo sobre él en tropel báquico y descuartizándolo según el
rito del salvaje sparagmós, en los montes de Tracia. Como Penteo,
el cantor apolíneo sufrió esa terrible muerte a manos de las
ménades. Acaso —en la versión de algunos intérpretes— estaban
irritadas las mujeres por los repetidos desdenes de Orfeo,
o bien porque él las marginaba en las fiestas de Dioniso, y tal
vez fue el mismo Baco quien, como otras veces, les infundió su
furor homicida para castigarlo por alguna razón misteriosa.
Después de que lo desmembraran las bacantes, su cuerpo
fue recogido por las Musas, que lo enterraron en Pieria, al pie
del monte Olimpo. Pero no así su cabeza y su lira, que, arrojadas
al río Hebro, navegaron por las aguas hasta el Egeo y luego
por el mar llegaron a las costas de la isla de Lesbos. Allí las recogieron
y dieron tierra a la hermosa cabeza y la espléndida lira
del hijo de Apolo y Calíope. Por eso renació con muy potente
ímpetu en Lesbos la poesía lírica y allí, en la isla de Safo y Alceo,
quedó guardada la cabeza y la lira del poeta tracio. Allí, en torno
a la tumba santa de la cabeza de Orfeo, acudían a cantar melodiosos
lamentos los mejores ruiseñores del mundo griego.
Tal es, en su esquema básico, el mito del tracio Orfeo, personaje
singular, músico y poeta, peregrino al Hades por amor,
situado entre Apolo y Dioniso, iniciador de unos ritos báquicos,
despedazado luego por las bacantes tracias. Es una figura
muy singular en el repertorio de los héroes griegos, ya que viene
del norte bárbaro con su atuendo extraño y su lira‘apolínea,
y representa al vate inspirado con poderes cercanos" a los del
mago.
El episodio central en el mito es la peregrinación del poeta
al ámbito subterráneo del Hades. Como otros grandes héroes
griegos desafía el poder de la muerte la cruzar la barrera del
Otro Mundo. Pero lo que define su actitud es que va llevando
como arma la lira y la canción, por amor a su esposa. Frente a
Odiseo que fue a consultar al adivino Tiresias sobre su regreso
a ítaca, o frente a Heracles que fue a llevarse a Cerbero y a rescatar
a Teseo, o frente a Teseo que fue a raptar a Perséfone, o
frente a Dioniso que fue a resucitar a un poeta trágico (en Las
ranas de Aristófanes) el motivo del viaje de ultratumba es aquí
más patético, y el fracaso final también. Pero queda siempre el
recuerdo de cómo el poeta inspirado con su música y su palabra
logra traspasar los límites de la muerte y seducir hasta los
soberanos del Hades.
Por eso tal vez fue adoptado como fundador emblemático
de una doctrina sagrada por los llamados órficos, una secta que
se proclamaba introductora de ritos iniciáticos sobre el Más
Allá, una secta de creencias singulares y de purificadores hábitos
dietéticos. El orfismo floreció en el Ática y en el sur de Italia
sobre todo a partir del siglo V a. de C. Proclamaba, entre
otras creencias, la promesa de que el alma era inmortal y de que
después de la muerte recibiría recompensas en otra vida. A los
iniciados en los misterios órficos les prometía una recompensa
en el Otro Mundo para su alma inmortal. Los iniciados se hacían
enterrar con unas laminillas de oro que proclamaban esa
fe, como una especie de pasaporte fúnebre para el Hades. (Tenemos
unas cuantas bien conservadas, halladas en tumbas del
sur de Italia.) Estos órficos tuvieron gran influencia en varias
ciudades griegas, en Atenas y la Magna Grecia, y también dejaron
una impronta interesante en el pensamiento de Platón.
A la literatura órfica pertenecen los llamados Himnos órficos,
en su mayoría bastante tardíos, y nos quedan unos pocos
fragmentos de una Teogonia y otros textos de ese movimiento
espiritual y religioso.
La tradición del mito de Orfeo va desde la época arcaica
hasta el final de la Antigüedad, desde fragmentos poéticos
arcaicos y citas clásicas hasta el poema de las Argonáuticas órficas
del siglo IV d. de C. Está evocado en algunos famosos textos
latinos (en la Geórgica IV de Virgilio y en las Metamorfosis, libros
X y XI, de Ovidio). Luego, los autores cristianos reinterpretaron
la imagen de Orfeo como un símbolo del buen pastor
y lo consideraron como un precursor de Cristo, « ven ís Orpheus
». Incluso a lo largo de la Edad Media persistió su recuerdo,
como símbolo del poeta inspirado y peregrino, desde Boecio
hasta el poema inglés del siglo XIV Sir Orfeo. (En este lai
cortés, a diferencia del modelo griego, la aventura del viaje al
Hades tiene un final feliz, ya que Orfeo logra recuperar a su
amada, la reina Heurodís, y su reino en Tracia.)
Son muy interesantes los ecos de la mítica figura de Orfeo
en numerosas obras musicales, de modo muy especial en óperas,
y obras teatrales y películas en las que aparece como el
prototipo del poeta o el músico que con su música combate
contra el mundo de la muerte. Ahí está el núcleo simbólico de
su mito.
Orfeo es un héroe situado entre los dominios de Apolo y
Dioniso, un genio de la música y la poesía. Quizá en su origen
fue un chamán tracio venido a iniciar a sus fieles en una nueva
senda espiritual que conduce hacia el Otro Mundo. Los órficos
se purificaban con su austera ascética, su abstinencia de carnes
y sacrificios sangrientos, y sus ritos mistéricos, y guardaban sus
textos revelados con fe en sus instrucciones para mejorar su
destino espiritual en el Más Allá. Es muy extraña su desgarrada
muerte. A Ovidio, y luego de él a Poliziano, llega el rumor de
que acaso su apartamiento de las mujeres estuvo ligado a la introducción
de la pederastía entre sus adeptos, y así se habría
atraído el odio de las bacantes. Acaso entonces cooperaría
Afrodita con Dioniso en su castigo. Tal vez su fidelidad extrema
al amor de Eurídice lo condujo no sólo a la soledad, sino
también a esa actitud. El vencedor de las sirenas fue descuartizado
luego por las ménades.
Virgilio cuenta cómo la cabeza de Orfeo iba sobre las aguas
del río tracio Hebro clamando el nombre de su amada y «¡Eurídice,
Eurídice!» repetían los ecos del paisaje agreste. Símbolo
del poder del amor y la música por encima de la muerte, el fantasma
de Orfeo perdura en la poesía.
El hijo del luminoso Apolo y la más bella Musa se atrevió a
desafiar con su música y su voz el poder de las sombras, y, si no
logró volver trayéndose a Eurídice, dejó en su melancólica
hazaña y su pertinaz queja la muesca poética, audaz e inolvidable,
de su amor inmortal. Una hermosa historia, sin duda.

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