lunes, 1 de abril de 2019

MITOS DE OCEANIA

En primer lugar, si queremos hablar de la mitología de la región, debemos
empezar por tratar de situar a Oceanía en el contexto físico, ya que, aunque se
hable de ella como si se tratara de un continente más, no es tan sencillo precisar
con claridad su justificación geográfica. El acuerdo más reciente que se ha
tomado sobre sus límites, precisa que es un conjunto de tierras dividido en dos
zonas. Australasia y Melanesia, que comprenden a Australia y Nueva Zelanda,
por un lado y a Melanesia. propiamente, Micronesia y Polinesia. Pero también
se suele considerar a Oceanía dividida en cuatro grandes apartados. El primero
es Australia con la mayor masa de tierra firme. Tras ella están Micronesia,
Melanesia y Polinesia, este último grupo es el más extenso de los insulares, ya
que comprende todas las islas encerradas en un polígono que va desde las dos
mayores islas, las de Nueva Zelanda, hasta la isla de Pascua la más cercana a la
costa americana, pasando por las Hawai, Tahití y Samoa. Por lo tanto, se han
abandonado las antiguas convenciones que presupuestaban que Malasia, la
actual Indonesia, o una parte de ella, Filipinas y otras islas, como el archipiélago
japonés de las Kuriles, formaban parte de esta quinta región continental.
Oceanía es una zona eminentemente insular, ya que, aparte del gran
territorio continental de Australia más la isla de Tasmania, Papúa, y las dos islas
de Nueva Zelanda, el resto está compuesto por más de diez mil islas e islotes,
con una extensión total de unos 120.000 kilómetros cuadrados, lo que viene a
dar un (engañoso) promedio de poco más de diez kilómetros cuadrados por isla,
cifra que da idea de la escasa concentración humana, de la dispersión de su
población y de la elevada cantidad de áreas separadas que forman este conjunto
tan heterogéneo.
En cuanto a la división de su población, digamos autóctona, hay dos
grandes grupos étnicos muy diferenciados: melanesios, de rasgos
predominantemente negroides, y micronesios, de rasgos más mongoloides. Los
micronesios, a su vez, se distribuyen en unas diez zonas lingüísticas distintas. La
población primera de esta región llegó principalmente desde Asia (ya que
también hubo emigraciones menores desde América) por sucesivas oleadas hace
sólo unos veinte mil años y muchos de los territorios insulares más orientales
son de muy reciente población incluso algunos han recibido a su población
primitiva en el primer milenio de nuestra era, como es el caso particular de las
islas Hawai, que recibieron a los primeros inmigrantes, venidos desde las islas
Marquesas, en el siglo V, con segunda emigración que llegó desde Tahití, en los
siglos IX y X.
UNA CONSTANTE ANIMISTA
En toda Oceanía, especialmente en Melanesia, el animismo es el sistema de
creencias más importante. Este sistema animista, como señalaba Sir James G.
Frazer, quien realizó uno de los mejores estudios de la zona, es la demostración
de que aquí la magia ha dominado a la religión y la ha vencido en toda la línea.
Porque el ser humano, al sentirse impotente ante las fuerzas de la naturaleza, al
no poder acceder a su control, o, por lo menos, al no poder prever su desarrollo,
trata de improvisar un ritual que le dé la posibilidad de recuperar parte de la
confianza perdida.
El animismo tiene dos notas peculiares: el particularismo y el
ceremonialismo. Se intenta trabajar sobre el alma, el espíritu particular,
individual y definido, de cada uno de los elementos sobre los que se desea actuar
y, al considerar su personalidad espiritual, se quiere descubrir la manera de
agradar o atemorizar al espíritu en cuestión. Para ello, el pretendido conocedor
de esas almas, desarrolla la ceremonia que mejor le parece que puede resultar, de
acuerdo con su intención. En este caso, resulta claro que no hay necesidad de
mediador, de sacerdote, porque las reglas se van creando según aparece la
necesidad correspondiente. El espíritu de la cosa, del animal, o del fenómeno en
cuestión, es un alma concreta y el practicante también lo es; por lo tanto, la
ceremonia animista es una conversación, un trato personal entre el espíritu y el
demandante, que se ayuda con la magia que él conoce, que ha aprendido de sus
mayores, o que ha intuido que es la más indicada para ese alma, la mejor para
esa ocasión concreta.
EL ANIMISMO HOY
Un interesante ejemplo actual de este culto animista lo tenemos en Papúa
Nueva Guinea, la mitad independiente de la isla de Nueva Guinea, con una
extensión de cerca de medio millón de kilómetros cuadrados y una escasa
población, poco más de tres millones de habitantes; pues bien, en este nuevo
país, en el que apenas un tres por ciento de la población se declara no cristiana
oficialmente, existe el culto animista más moderno que se conoce. Empezó con
la llegada de los europeos y su despliegue de grandes embarcaciones, de las que
se descendía portentosas maquinarias, instrumentos y bienes, hasta entonces
desconocidos para los papúes (nombre malasio que se refiere al pelo encrespado
de los aborígenes). Pues bien, desde la Segunda Guerra Mundial, un momento
en el que los papúes asistieron a un incremento portentoso de transportes
militares en su isla, Papúa ha visto cómo se aceleraba y se institucionalizaba el
culto de la carga (Cargo Cult), con ceremonias particularizadas en la espera de
los papúes a que cese la intervención maléfica del hombre blanco, el extranjero
que muy bien saben que fue quien desvió la carga, a ellos destinada, primero en
los barcos y ahora en los aviones; en el ritual colectivo de este culto se oficia a
través de modelos de aviones hechos ingenuamente en madera, con los que se
invoca a los de verdad; la ceremonia se desarrolla periódicamente en las
inmediaciones del aeropuerto de la capital, en otra maqueta ritual del aeropuerto
de Port Moresby, precisamente para hacer que la magia actúe sustitutoriamente,
al ser evidente que los aborígenes no tienen el poder ni los medios técnicos
necesarios para reclamar por la fuerza esa carga tan anhelada que exigen. Desde
luego, se afirma que no hay signos de que este culto haya remitido con el paso
del tiempo, al contrario, cada día parece más establecido y mejor definido. Pero,
al mismo tiempo que existe este culto moderno, se sigue creyendo que Kat fue el
héroe que trajo la noche a los humanos. La magia, en toda Oceanía, se asimila a
una forma de defensa ante la realidad y su última consecuencia, la magia
destructiva no es más que un arma utilizada por el oficiante en un acto de
legítima defensa para destruir al enemigo, a quien no se le puede detener de otro
modo, pero esta magia destructiva sólo reviste el inofensivo aspecto (para
nosotros, que no tenemos la maldición) de un sortilegio pronunciado con todas
las condiciones prescritas por el ritual.
EL TOTEMISMO, EL OTRO PILAR
Una visión especialmente significativa fue la que obtuvo de Australia el
gran sociólogo Emile Durkheim, quien describió en su obra "las formas
elementales de vida religiosa" (1915) todo lo que pudo observar sobre el
totemismo en Australia, en los núcleos de población indígena, definiendo ese
totemismo con una forma de pensamiento que concibe a los seres humanos
como otra de las diversas partes integrante de una sola naturaleza. En el
totemismo, la vida entera es una unidad, y la vida religiosa, la creencia, todo está
encadenado al conjunto universal. Las ceremonias son la parte más importante
de esta forma de creencia y, más aún, las grandes ceremonias (como en todas las
religiones establecidas) son también otra forma directa de explicar la sociedad;
por eso, en los escasos grupos aborígenes que viven en el interior de Australia,
todavía se pueden encontrar grandes ritos en los que la presencia de la mujer
está vetada. Esta prohibición no es sino otra forma de acentuar la diferencia
social entre hombres y mujeres. Estas, por su parte, también tenían y tienen
ceremonias exclusivas y separadas, como separada en su vida civil.
Naturalmente, se trata de una sociedad en la que la poligamia era una forma
habitual de construcción familiar, con un número de esposas variable dentro del
continente australiano, pero oscilando entre un mínimo de dos o tres y un
máximo de veintinueve entre los tiwi. En el establecimiento del número de
esposas, el criterio más importante era el de los medios de los que disponía el
cabeza de familia y, como en todas las poligamias, la primera o primeras esposas
eran las que pedían que se tomaran nuevas, ya que la incorporación de esposas
jóvenes descargaba de trabajo a las existentes y se traducía en un aumento de la
potencia económica del grupo familiar.
PRACTICAS TOTEMICAS DE AUSTRALIA
Entre las prácticas religiosas propias de Australia es posible encontrar en
Arnhem a verdaderos cantantes tradicionales del ritual del "cotilleo", oficiantes
en trance que recitan lo que los espíritus les están comunicando en su especial
diálogo personal. Pero la práctica totémica más representativa del territorio
Ananda, en Australia, está en los Tjurunga, los objetos sagrados elaborados
sobre cantos rodados o piezas de madera, con decoración y lenguaje sagrado,
hecho a base de incisiones rituales. Otros ritos totémicos de Arnhem han sido
desde tiempo inmemorial los maraiin y los rangga. Los primeros eran
representaciones realistas de personas, animales, plantas y objetos; los rangga
eran postes ceremoniales. Pero todo ello construido sin ninguna idea de
permanencia, ya que se trataba de objetos que se sabían perecederos, porque
estaban tan sólo destinados a servir de mensaje ritual en esa ocasión concreta.
En el totemismo, la preocupación trascendental de los seres humanos se centra
en dos puntos solamente: en primer lugar, que las estaciones no interrumpiesen
su habitual sucesión ni variasen en su forma climática; después, que la vida
mantuviera también su ritmo habitual y que discurriese con la continuidad
esperada, es decir, que los seres vivos pudieran seguir viviendo tranquilamente,
como siempre se había vivido, dentro de las coordenadas conocidas a través de
generaciones, sin que se tuviera que sufrir por consecuencia de algún cambio
inesperado y no deseado.
LA FACIL ENTRADA DE LOS EUROPEOS
En Oceanía, el hombre blanco que acaba de llegar a la zona no encuentra
oposición alguna, ni a su presencia ni a sus ideas. Sólo los fuertes núcleos
maorís de Nueva Zelanda, los habitantes más guerreros de toda Oceanía, se
enfrentan con los recién llegados hombres blancos, y lo hacen durante un largo
período, sin importarles las numerosas bajas causadas por un enemigo mejor
armado y aún mejor informado. Son dos las causas de esta aceptación tan rápida,
aparte del carácter abierto de los distintos grupos de población establecida. En
las islas de menor tamaño y población de Polinesia y, sobre todo, en las Hawai,
se hace evidente la superioridad de los recién llegados y los habitantes, con un
pragmatismo asombroso, prefieren seguir en todo los dictados de los europeos,
hasta en lo concerniente a sus diversas doctrinas cristianas que han tratado con
ellos, para tomarse todo el tiempo necesario, hasta llegar a establecer la forma
más conveniente de actuar después. Por otra parte, en Melanesia, el color pálido
de las pieles europeas está relacionado con la muerte, con los sagrados espíritus
de los muertos. Es ése aspecto blanquecino el que hace respetables a los
hombres blancos a los ojos de los melanésicos y, en consecuencia, se acata su
presencia y se obedecen sus órdenes, porque son la gente venida del más allá, no
sólo del otro lado del mar y, para mayor evidencia, el poder que emana de este
heterogéneo, pero decidido grupo de marineros, penados, soldados, traficantes,
misioneros y aventureros, con sus grandes y hasta entonces desconocidas
embarcaciones, sus armas de fuego y sus inexplicables pertenencias y energías,
no hace sino reforzar el primer concepto de que pertenecen a un grupo distinto
de seres sobrenaturales, cuando menos.
MITOS COMUNES
Hay muchos puntos comunes en la mitología de las distintas agrupaciones
insulares de Oceanía. Pero, naturalmente, las coincidencias son tantas como las
discrepancias y las peculiaridades de cada etnia o grupo, digamos nacional,
sobre todo, porque la enorme dispersión geográfica hace impensable que,
aunque se partiera de la misma raíz religiosa, fuera posible conservar inalterada
la esencia tras poco más de un par de generaciones, principalmente en la cultura
de transmisión oral, en la que tres generaciones es el máximo pasado que se
puede establecer con precisión cronológica. Por lo tanto, la característica
primera de la mitología de toda la región de Oceanía es que se mezclan con
suma facilidad los cultos generales de la zona con los desarrollados localmente,
sin que exista el más mínimo roce u oposición a ese maridaje. Uno de los seres
legendarios y semidivinizados que aparece con mayor frecuencia en las
diferentes áreas es Maui o, más exactamente, Maui-Tiki-Tiki, que es el héroe
legendario, el ser divinizado de origen un humano pescador. El es quien fue
capaz de realizar el descubrimiento del fuego. Y, como en tantas y tantas
mitologías, ese héroe proporcionador del supremo bien del fuego no actuaba en
su provecho, porque el gran Maui-Tiki-Tiki, una vez que poseyó el secreto del
fuego, lo cedió generosamente a sus compañeros los humanos. También se tiene
al gran Maui por divinidad de los primeros frutos en algunas zonas de Polinesia
y Micronesia. En Nueva Zelanda, para los maorís, Maui es la divinidad que
representa al Cielo; en las islas Hawai, Maui-Tiki-Tiki es el mismo dios que
Kanaroa, es decir, es el dios supremo de su panteón, mientras que en las islas
Tonga, al noroeste de Nueva Zelanda, Maui es tan sólo uno de los dioses
sencillamente importantes de su abigarrado olimpo local. Pero también en
Nueva Zelanda, en las Hawai y en las Tonga, se coincide en relacionar a Maui el
pescador con el origen de la tierra; firme, ya que en las tres zonas, tan dispares,
se habla del pescador Maui como del artífice de ese prodigio que fue el
recuperar la tierra seca y habitable de las profundidades del mar. En otras zonas
de Australia, como Queensland o New South Wales, se cuenta que Maui marcó
de rojo la cola de un pájaro local, porque el ave quiso robarle el fuego que él
había descubierto, que es una leyenda muy similar a la que se cuenta de los
pájaros y el fuego en las islas Hawai.
LA ISLA DE PASCUA. EN EL EXTREMO ORIENTAL
La isla de Pascua, Rapa-Nui en su toponímico original, marca el confín
oriental de Oceanía, en una lejana avanzadilla que se sitúa a más de dos mil
millas marinas de la Polinesia Francesa, a más de mil millas de Pitcairn y a otras
dos mil millas de la costa de Chile, país al que ahora está adscrita, casi en zona
de nadie. Esta isla aparte de las insensateces extraterrestres que se han urdido a
partir de la sorprendente presencia de los moais, sus peculiares estatuas
monolíticas, es también la muestra de que la separación ha conllevado la pérdida
de la tradición original maorí, aunque se conserve gran parte del idioma
primigenio en el lenguaje actual. En el caso concreto de la isla Rapa-Nui,
también hay que decir que las sucesivas erupciones de sus tres volcanes, que
prácticamente llegaron a acabar con casi toda la vida humana en su superficie,
son por causas de este olvido de las tradiciones, junto con las mortíferas
incursiones de piratas y las no menos crueles expediciones desde las costas
americanas en busca de más esclavos para dotar de mano de obra barata a las
grandes plantaciones continentales, lo que lleva hasta la pérdida de la capacidad
de comprensión e interpretación completa del lenguaje autóctono de los
pictogramas que se conservan en las escasas tablillas supervivientes, en las
pocas rangorango no destruidas. Lo que sí se mantiene en parte es la leyenda del
rey Hotu Matua, de un ariki del desconocido y lejano reino de Hiva, que se vio
obligado a abandonar su tierra cuando las aguas del mar circundante empezaron
todas a crecer, inundando poco a poco la isla de Hiva, destruyéndolo todo con su
imparable crecida, hombres, animales y cultivos. Hotu Matua mandó a uno de
sus más leales súbditos, al fiel Hau Maka, que realizara un viaje de exploración,
sumergido en los poderes de un sueño mágico, para encontrar una nueva tierra a
la que llevar a la parte de su pueblo que pudiera salvar. Hau Maka soñó en
primer lugar con los islotes que rodean Rapa-Nui, y les dio los nombres de los
nietos que iba a tener en el futuro; desde ellos divisó la isla grande y a ella fue.
La recorrió toda, por la costa y el interior, viendo las playas y subiendo a los
volcanes, poniendo a todos los puntos su debido nombre hasta elegir Anakena,
en la costa del norte de la isla, como lugar de arribada para las canoas que
habían de venir a traer más tarde a toda la gente de Hiva que pudiera escapar de
la muerte segura.
LA EXPEDICION A RAPA NUI
Despertado de su sueño, Hau Maka comunica el contenido del mismo al
ariki Hotu Matua; el rey, contento con el preciso mensaje onírico recibido por
Hau Maka, ordena que siete hombres salgan para la isla para esperar en ella la
llegada del grueso de la emigración que ha de conducir más tarde el araki. Salen
entonces hacia la isla salvadora de Rapa Nui los siete elegidos: Ira, Raparenga,
A-Huatava, Ku-uku-u, Nomona A-Huatava, Ringingi A Huatava, Uure AHuatava
y Makoi Ringingi A-Huatava. Cumpliendo el real mandato, los siete
llegan a la isla indicada, pero lo que ven no les gusta, están en una isla arrasada
por los vientos, rodeados por fuertes corrientes circulares que no permiten la
navegación hacia el mar abierto, en una mala tierra llena de matojos y donde no
parece posible cultivo alguno. Cuando, tras los siete años dedicados a la
construcción de los dos catamaranes gigantes, llega, por fin, a Rapa Nui la
expedición desde Hiva, con el ariki Hotu Mutua, con la ariki Vakai, al mando de
un catamarán. En el otro va su hermana Ava Rei Pua, esposa del ariki Tuu-ko-
Ihu. En total son doscientos los pasajeros de las dos grandes embarcaciones, cien
en cada una de ellas. Desde tierra, los siete de la isla tratan de avisar que no se
dejen llevar por las aguas y salgan de allí, pues Rapa Nui no es un buen sitio
para tratar de seguir la vida. Pero Hotu Matua les contesta que no hay otra tierra
para ellos más que esa isla. Y se separan las dos piraguas, para que cada una
llegue a Anakena desde un rumbo distinto: Hotu Matua y su esposa Vakai lo
hacen por el este, su hermana Ava Rei Pua se acerca por el oeste. Las dos
mujeres paren nada más pisar tierra firme; Vakai tuvo un hijo, su cuñada Ava Rei
una hija; la estirpe real fue la primera en nacer en la nueva tierra. Tras el doble
nacimiento, el rey y su comitiva plantaron las primeras semillas, aquellas
semillas traídas desde la Polinesia y que dan forma a una isla de Hiva rediviva, a
pesar de que ya no se pueda salir de Rapa Nui y el pueblo de navegantes olvide
la navegación y quede confinado en el último rincón del Pacífico.
LOS DIOSES DE RAPA NUI Y LOS MOAIS
Sin embargo, en todo este relato de la salida del rey Hotu Matua (Matua
significa padre) de la isla Hiva y la posterior llegada de los maorís a Rapa Nui,
no hay ninguna explicación para los gigantescos moais, que nada significan para
los actuales habitantes, ni como ídolos sagrados ni como estatuas de personajes
históricos o legendarios respetados, aparte del hecho de comentarse que antes de
que estos maorís llegasen, habitaban la isla la gente de orejas largas, a la que el
pueblo de los orejas cortas del araki Tuu-ko-Iho, el esposo de Ava Rei Pua,
dieron muerte, tratando de explicar su desconocimiento sobre el origen de los
moais, y la plausible versión de la desaparición de los tallistas de aquellos
monolitos antropomórficos, de los que sólo saben que muchos están
abandonados en las canteras de las cumbres, a medio tallar, sin que ningún
rapanuino haya podido jamás dar cuenta de cuándo ni de cómo se produjo tal
interrupción en su tallado y posterior erección, ni la razón de su presencia en las
laderas de la isla. En cuanto a la mitología de la isla de Pascua, se menciona en
primer lugar al dios-pájaro Makumaku, del cual hay multitud de tallas antiguas,
seguramente de la misma época que la de los constructores de maois, en las
rocas de las montañas volcánicas de la isla: se habla de la existencia de los Aku-
aku los espíritus invisibles que dan la clave de las ánimas a la población de
origen maorí; se cree en otros dioses secundarios, como son Hava, Hiro, Raraia
Hoa y Tive, pero no existe una doctrina sólida que una a estos dioses y espíritus
de una manera coherente, ni siquiera que pueda establecer un nexo entre las
esculturas y los pobladores actuales, ya que los nombres del mito que se han
mantenido a la cristianización sólo son personificaciones animistas residuales
que dan sentido a determinadas manifestaciones visibles de las fuerzas más
temidas de la naturaleza.
DE VUELTA A AUSTRALIA
Aunque Australia es un continente—isla de una enorme extensión, con casi
ocho millones de kilómetros cuadrados, la desertización del interior ha hecho
que, desde tiempo inmemorial, los núcleos de población aborigen de Australia se
hayan dispersado en las más fértiles zonas costeras; por esa razón, son muy
diversos los desarrollos mitológicos propios, con influencias exteriores, o sin
ellas. Entre los dioses principales está Upulera, el Sol, pero en las tribus de
Queensland se dice que el Sol (que es femenino) fue creado por la Luna, y la
tribu Arunta piensa que el Sol es una mujer nacida de la tierra y que ascendió al
cielo con una antorcha, aunque muchos grupos creen que el Sol salió del interior
de un gran huevo de emú lanzado al Cielo, recibiendo el dios del Cielo
advocaciones como Koyan y Peiame. Como se puede ver, la Luna es una
divinidad de más categoría que el Sol, su creador en muchas ocasiones, y se da
bastante más importancia a su recorrido nocturno que al diurno del Sol. En
Victoria, en el suroeste australiano, es el dios Pungil o su hijo Pallian, el creador
del primer hombre, al que modelan, uno u otro, del barro, aunque otras tribus del
país hablan del excremento de los animales como la base de su creación, o de
hombres hechos de piedras y mujeres hechas con la madera de los arbustos, o
sacadas del fondo de una charca, con Pungil como padre de los hombres y
Pallian como padre de las mujeres. También se cita a los hermanos gemelos
Inapertwa como los dos creadores de los primeros seres humanos, siendo el dios
Nurrudere el creador del Universo completo. En Queensland, en el noreste,
Molonga es el nombre dado al demonio. El demonio Potoyan es otra de las
personificaciones del mal, siendo Wang el nombre de las almas sin cuerpo de los
difuntos, mientras que Ingnas es el apelativo dado a los duendes y el de Kobone
es el nombre de un animal totémico con poderes mágicos. Pero, como ya se ha
comentado antes, son las explicaciones animistas de los animales las que figuran
en el primer lugar de la mitología indígena australiana, con los pájaros
ocupando, a su vez, el escalón principal de los totems zoomórficos, sobre todo
en las leyendas relacionadas con el descubrimiento del fuego, ya que son pájaros
tan distintos entre sí como el cuervo, la grulla, el halcón, el reyezuelo, los que
roban, traen, o logran directamente con su esfuerzo el primer brote de la llama
viva; pero también los pájaros son mensajeros del día y de la noche, de la vida y
la muerte, pescadores y cazadores primigenios, y hasta una gran ave terrestre,
como es el avestruz australiano, el emú. Es madre involuntaria del Sol, porque
de un huevo suyo salió el astro-rey.
NUEVA ZELANDA
Los maorís fueron los más combativos y aventureros pobladores del área,
emigrantes eternos de los mares de Oceanía; con ellos se extendieron también
sus divinidades, bajo la presidencia del dios Tangaroa, que es el ser supremo y
con la inevitable presencia de la divinidad más ubicua, Maui, que es el dios del
Cielo y está acompañado por su esposa Innanui. En ese cielo brilla Rona, el Sol
del día, y Moramá, la Luna de la noche, aunque exista Papa, la Madre, que
también representa a la Luna, siendo entonces Rangi o Raki, su compañero y el
dios del Cielo para otros grupos de Nueva Zelanda, para los que ésta es la
dualidad suprema. La raza humana comenzó con Oranova y Otaia, siendo Dopu,
el hijo de Otaia, el señor de las tinieblas. En el paraíso reina Higuleo y es Hne-
Nui-Te-Po quien se encarga de llevar allí a los espíritus de los humanos tras su
muerte, porque es la diosa de las almas, mientras Tokai representa en la tierra el
poder del fuego y el peligro de los volcanes, y en el cielo está Tawhaki, dios de
las nubes y el trueno, uno de los seis hijos de Papa y Rangi, y hermano de Tane
Mahuta, que es una divinidad de la selva. Estos dos hermanos, fieles a sus
padres, se enfrentaron con los otros cuatro mayores, que querían matar a Papa y
a Rangi para que la luz del cielo les llegase a ellos, y consiguieron su propósito,
aunque en la pelea, la furia del combate arrastró gran parte de la superficie bajo
las aguas del mar, por eso quedó tanta extensión de agua y tan poca de tierra
firme. Finalmente, los animales totémicos Kobong de Nueva Zelanda cumplen
el mismo cometido que sus homónimos los fetiches Kobone de Australia.
LA POLINESIA FRANCESA
En Tahití se goza de una rica mitología, con el matrimonio de los dioses
Tane y Tarra como seres supremos y creadores de todo lo que existe en nuestro
Universo visible, incluidos los seres humanos, como también lo son en partes de
Nueva Zelanda, en donde Tane, creador de la primera mujer, tuvo con ella a los
humanos. En Tahití, el divino matrimonio está acompañado en su gloria por
otras deidades como son: Po, la Noche; el dios Ale, representación del Cielo;
Avié, divinidad del Agua dulce; Atié deidad del Mar, o Malai, divinidad del
Viento. En el cielo están el luminoso Mahanna, el dios del Sol y sus mujeres,
como Topoharra, que también es la divinidad de las rocas, y Tanu. Pero hay una
gran diosa, la diosa Pelé, la divinidad del respetado, por temible, interior de los
volcanes, que tiene en la maligna divinidad de Tama-Pua, el cerdo-hombre, a su
enemigo mortal y eterno, aunque cuenta Pelé con una gran familia de muchos
hermanos y hermanas, tan volcánicos como ella, dispuestos siempre a ayudarle
en su lucha. Se trata de hermanos como Kamo-Ho-Arii, el dios de los vapores
volcánicos; Tané-Heitre, el terrible bramido; Ta-Poha-I-Tahi, la explosión del
volcán; Te-ua-Te-Po, el de la lluvia nocturna, y el furioso Teo-Ahitama-Taura, el
hijo de la guerra que escupe fuego. Las más importantes hermanas de la diosa
Pelé son ocho, desde las dulces Opío, la personificación de la juventud, y
Tereiia, la que hace las guirnaldas de flores, hasta Ta-bu-ena-ena, la
personificación de la montaña en llamas, pasando por Hiata-Noho-Lani, la
Madre y Señora del Cielo, Taara-Mata, la diosa de los Ojos brillantes, Hi-te-Poia-
Pelé, la que besa el seno de Pelé, Makoré-Wa-Wa-hi-aa, la de los ojos
fulgurantes que envía la brisa para las piraguas, y Hiata-Wawahi-Lani, la
hermana que tiene el poder de abrir los caminos al Sol y a la Luna en el cielo y
en las nubes.
OTRAS MITOLOGIAS INSULARES
Los creadores, en las islas Hawai, son Haumea y Akea, con Kanaroa, otra
de las identidades del creador, como ser supremo, a quien también se le conoce
como el Maui Tikitiki que reina sobre tantas islas del Pacífico, aunque también
se cree que fueron tres los creadores del ser humano, los dioses Lono, Kane y
Ku. En la isla de Molokai, KaraiPachoa es el dios del Mal, mientras que su
oponente, Keoro-Eva, es el dios del Bien. La primera pareja de la Tierra está
formada por Rono, que también es el dios del Mar, y su esposa Haiki-Vani-Ari-
Apouna. En el grupo de ciento cincuenta pequeñas islas que forman el reino de
Tonga, Kala-Futonga es la diosa creadora verdaderamente aborigen, mientras
que Maui y Tangaloa, adoptados aquí como en tantas otras zonas de Oceanía, no
son más que divinidades importantes del panteón local, pero sin llegar a ser de la
entidad de Kala-Futonga, aunque aquí también Maui sea el héroe que pescó la
tierra firme del fondo del mar y proporcionó su morada a los humanos, aunque
fuera despedazada en islas apartadas. Junto a ellos están Fenulonga, divinidad de
la lluvia: Tali-Al-Tubo, de la guerra; Alo-A-Io, divinidad de los elementos de la
naturaleza; Futtafua y su esposa Falkaba, divinidades del mar, y los dos hijos de
Tangaloa, Vaka-Ako-Uli y Tubo. En las islas Fidji, como en el grupo de las
Tonga, otra diosa, Viwa, es la creadora primordial del Universo y de todo lo que
en él existe, incluidos los seres humanos, aunque también está el dios creador
Onden-Hi, y Naengei sea un dios supremo aparte. Junto a ellos están Rua-Hata,
divinidad de las aguas y Rokowa, el ser legendario que se salvó del diluvio.
Finalmente, para ayudar a los humanos en el éxito de sus cultivos está el dios
Ratumaimbalu.

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